miércoles, 24 de diciembre de 2014

El Santo Cristo de Fisterra y Nuestra Señora de las Arenas


El mar y sus infinitos misterios. Aquel que guarda y retiene, como el mayor banco de tesoros del mundo, y el que a veces, inesperadamente, también comparte. Se convierte, entonces, en Magister Venerabilis, que sorprende a las multitudes, seduciéndolas y atrapándolas con la magia de su sabia benevolencia, depositando en la escuela natural de playas y costas, retazos de sabiduría, muchos de los cuales no han de tardar en convertirse en verdaderos objetos de culto y veneración. Todas las costas del mundo están repletas de ellos, así como de oscuras historias que refieren la llegada de dioses –sean éstos blancos o no-, portadores de una sabiduría y un conocimiento muy especiales. Ahora bien, reduciendo tan trascendente cuestión, a esos mares que bañan las brumosas y peligrosas costas de nuestro norte peninsular –no en vano, conocidas como la Costa da Morte, al menos desde el tramo que va desde A Coruña al Finis Terrae-, muchos son los objetos –en su mayoría, Vírgenes y Cristos- que, encontrados casualmente en las playas, han alimentado la fe y la superstición de las gentes humildes, convirtiéndose no sólo en vehículos de una excepcional veneración, sino también, en vehículos portadores de milagros.



Uno de ellos, es este Santo Cristo de Fisterra, también conocido como el Cristo da Barba Dourada, cuya mediática presencia en uno de los lugares más paradigmáticos de un Camino Mágico que ya era recorrido por los celtas y otros pueblos de la más remota antigüedad hispana, hacen de él, en la fe supersticiosa de las gentes, una figura eminentemente dotada del poder del Milagro, hasta el punto de contar con una veneración extraordinaria. Cuenta la tradición, cuando no la leyenda  -a pesar de ser una imagen del siglo XIV-, que, al igual que numerosas vírgenes románicas célebres en la Península, fue realizado por Nicodemus, personaje relacionado, como José de Arimatea, con la Pasión y muerte de Cristo y por supuesto, con las consiguientes y maravillosas leyendas medievales relativas al Santo Grial. Era transportado, al parecer, en un barco, cuyos supersticiosos marineros –me pregunto si el barco no sería inglés, y sus marineros más que supersticiosos, eran protestantes- hubieron de echarla al mar, allá, en punta Cabanas, con el fin de sortear un peligroso temporal y continuar viaje. Entre la leyenda dorada de sus milagros, se cuenta la de la conversión de unos moros, que habían desembarcado cerca de la iglesia de Santa María, con el fin de saquearla.  También se cuenta, que su pelo y su barba crecen de manera milagrosa, como si estuviera vivo. Como se aventuró en la anterior entrada, una réplica fue mandada hacer por el obispo Vasco Pérez Mariño, cuando se hizo cargo de la sede episcopal de Orense.


Posiblemente, en mayor medida que otros venerables objetos de culto, dentro de la fenomenología mariana se recojan, con más frecuencia, el súbito y milagroso hallazgo de unas imágenes que, atribuidas en la mayoría de los casos, a las manos de evangelistas, como San Lucas o a relevantes apóstoles, como Santiago, Pedro y Pablo, se conviertan en cabezas visibles de fervores populares desmesurados, dando lugar, de paso, a formidables y hermosas leyendas. Tampoco parece casual, en opinión de muchos autores, que detrás de muchos de estos cultos, más que marianos, deberíamos de matizar, dedicados a la figura de Nuestra Señora, se localice una sospechosa cercanía templaria o cisterciense. El Camino, tampoco es ajeno a esta cuestión y dentro de la numerosa fenomenología que nos ofrece al respecto, dos de los mejores ejemplos lo tengamos en esa Santa María la Blanca, a cuyos milagros tan fervorosamente loaba el rey Alfonso X, y por supuesto, a aquélla otra, encontrada por los propios templarios en Ponferrada: Nuestra Señora de la Encina.


Dentro de que la marinería en general -y no olvidemos, que en Fisterra, el mar y las gentes están estrechamente vinculados-, existe una particular veneración por la figura de la Virgen del Carmen. Figura que, de hecho, tiene su capilla en ésta iglesia de Santa María de Fisterra. Pero hay otra imagen titular, situada en su ábside o cabecera, que no deja de ser intrigante y posiblemente, igual que el Cristo de Fisterra que acabamos de ver, tenga también unos orígenes inciertos y recuerde, de paso, a esa virgenciña rianxeira del cantar: Nuestra Señora de los Arenales. Dicen los expertos, que se trata de una talla del siglo XVI; una talla, que ha perdido el trono de sus antecesoras, aunque no su hieratismo; una talla, que aún de pie -no olvidemos las tallas similares que se encuentran en numerosos monasterios del Císter-, mantiene su hierática mirada, aunque, detalle curioso donde los haya, es una de las pocas imágenes marianas donde Madre e Hijo comparten un símbolo fundamental: la bola. Su manto es de color azul celeste, con algunos ribetes de rojo, recordando el color del manto que en principio llevaba su antagonista, María Magdalena, hasta que la Iglesia, sin duda cansada de una veneración que no veía con buenas ojos, lo sustituyó por el color rojo, más propio, en teoría de las pasiones humanas y más cerca, a la vez, de la consideración que siempre le han otorgado a aquélla que, según algunas fuentes, fue la compañera de Cristo. Y entre los detalles de sus dibujos o filigranas, no falta la emblemática flor de lis.


Sirva de colofón a la presente entrada, una magnífica imagen del Santiago Peregrino, del siglo XVII, que también se encuentra en el interior de la iglesia y es muy venerada por los peregrinos que se acercan a este tramo final de su Camino. Un tramo en el que, después de todo, el mar es protagonista y en muchas ocasiones, acerca a sus costas detalles de un humanismo, que la gente vulgar revaloriza y convierte en hermosas tradiciones y leyendas, que las generaciones asumen, sin duda, motivadas por la fe y una poética donde, después de todo, lo maravilloso suele ser la antesala del milagro.Digo esto, porque muchas de éstas imágenes tienen, probablemente un origen más cercano de lo que se supone, sabiéndose, por ejemplo, que los protestantes ingleses, en su persecución del catolicismo clásico de Roma, no sólo destruían muchos objetos de culto de tal índole, sino que también se deshacían de ellos, arrojándolos por la borda. Los casos son numerosos, tanto en las costas del Atlántico como del Cantábrico. Uno de los más famosos, quizás sea el de Luarca y una virgen actualmente desaparecida, encontrada en una gruta de sus impresionantes desfiladeros, aunque todavía se conserva, en lo más alto del retablo de la Virgen de la Blanca, su Patrona, una magnífica imagen de alabastro -otro comercio que tiene mucho que ver con el Camino y del que los ingleses sacaron buenos réditos-, representando una Santa Ana Triple.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Santa María de Fisterra


¿Llegaron los templarios al Finis Terrae, a ese simbólico fin del mundo o reino de los muertos, donde los egipcios situaban el Amenti?. Nada hace suponer que no lo hicieran; y sin embargo, una vez disuelta la Orden y desmembradas sus extensas pertenencias, todo son sombras, sospechas, especulaciones, deseos de realidad o conveniencia en algunos casos. Porque, más de setecientos años después de su desaparición, el Temple continúa levantando pasiones. Una simple cruz, grabada con habilidad en un sillar, por muy patada que tenga la forma, evidentemente, no demuestra nada. Incluso la documentación –con numerosas referencias, por cierto, en lo tocante al antiguo Reino de Galicia-, se muestra, también, ciertamente esquiva al respecto, si bien contiene referencias a un tema mucho más complejo todavía, quizás, como es el de las monjas templarias, que ya habrá ocasión de comentar próximamente. ¿A qué santo recurrir, entonces, para especular con la posibilidad,  una vez sugerida la idea, sin caer en la trampa de un partidismo inconsecuente y gratuito?. Posiblemente, y en base a la experiencia de muchos años persiguiendo rastros por los caminos –equívocos en unos casos y posiblemente acertados en otros-, ya no me sorprenda, en absoluto, de que Don Casual exista, y en ocasiones se aparezca. Y nunca mejor dicho, si tenemos en cuenta que estamos en una tierra donde el mundo de ultratumba de las antiguas tradiciones, todavía persiste con una fuerza extraordinaria y a las que hay que añadir un mar tenebroso, como aseveran algunos autores (1), de donde llega, en un preciso instante, el conocimiento. Entonces, si a la visita inesperada de Don Casual le sumamos los detalles, las coincidencias, los símbolos y el correspondiente porcentaje de probabilidad, es muy posible que consigamos, después de todo, hacer algo, cuando menos, verosímil y hasta cierto punto, quizás también interesante.

Para ello, hemos de asumir la idea, de que hablar de Fisterra, conlleva siempre dejar una puerta abierta a la imaginación. La magia del arcano Camino de peregrinación te envuelve, puesto que es uno de los lugares más especiales del mismo, y la variopinta gama de personajes, momentos y detalles, con los que te encuentras inesperadamente, que no sólo te sorprenden, sino que además, también te atraen con sus historias y su insólito y asociado lenguaje de los pájaros, te inducen a valorar cualquier posibilidad.

Uno de tales personajes, conocido a pie de iglesia, anónimo aunque dijo proceder de esa supuesta cuna de Castilla que se localiza en la provincia de Burgos, me sugirió que ésta iglesia -que según su opinión, sigue los patrones artísticos del gótico inglés-, había sido de los caballeros templarios que protegían a los peregrinos hasta los confines del mundo. Una idea deliciosa, desde luego, plenamente romántica y también, como se apuntaba más arriba, probable. Respecto a la iglesia en sí, es posible que tenga ciertas similitudes con el gótico inglés, pero lo que está claro, es que conserva, a pesar de sus numerosos añadidos posteriores -como sucede en muchos otros templos de la costa-, esas características asociadas a las denominadas iglesias o capillas de índole marinera. Y además, cuenta también con varios de esos objetos, asociados a esa tradición de conocimiento traído por las aguas de ese mar tenebroso que lame sus costas, mencionada por Atienza: el Santro Cristo de Fisterra, conocido también como el Cristo da Barba Dourada -una réplica fue donada a la catedral de Orense por el obispo Fisterrán Vasco Pérez Mariño, cuando pasó a regir la sede episcopal de esta ciudad-, así como una curiosa imagen mariana del siglo XVI -recordemos, al respecto, que la marinería en general y la gallega en particular, sienten auténtica veneración por la Virgen del Carmen, que también tiene su capilla en este templo-, patrona de la parroquia, a la que denominan Nuestra Señora de las Arenas.


Se tiene constancia, que los orígenes de este singular templo, se remontan, cuando menos, al año 1199, según consta en un documento de donación de Doña Urraca Fernández, hija, precisamente, de uno de los personajes de la nobleza que hizo posible la integración de la Orden del Temple en Galicia y muy relacionado, sobre todo, con la misteriosa e importante bailía templaria de Faro: el conde de Traba. Y entre la ornamentación –no ajena, por supuesto a muchos templos similares-, figura la presencia, en número par, de un símbolo muy utilizado por estos aguerridos monjes-guerreros, que en condición de soldados de Cristo y mártires de Dios, siempre estaban dispuestos al sacrificio: el Agnus Dei.

Llama la atención, por otra parte, la galería porticada de su entrada principal, situada al oeste, enfrente del pequeño cementerio, que recuerda, por su aspecto y diseño, aquélla otra que se puede visualizar en otro interesante lugar, situado en la provincia de Lugo, muy cerca de la coruñesa Melide y tan sólo unos kilómetros fuera de la senda determinada por el tradicional Camino Francés: Vilar de Donas. De su interior, destacan algunos de los antiguos sarcófagos, colocados bajo arcosolios en los laterales y escasamente iluminados, donde se pueden apreciar ciertos símbolos como la vara de medir -en algunos casos, el desgaste no permite comprobar si entre los símbolos labrados hubiera, cosa no improbable, alguna espada que denotara la tumba de algún caballero-, y la sobriedad de los capiteles, basados, sobre todo, en motivos foliáceos. Aparte de algunas sencillas marcas de cantería, y otros detalles barrocos -por ejemplo, los motivos simbólicos distribuidos a lo largo de la parte interior de la portada de acceso a las capillas, y que se pueden comparar con aquellos otros que se localizan en algunas catedrales, como la de Astorga-, una de las piezas que merece especial atención -apenas conserva rasgos de su policromía original-, parte de un conjunto, probablemente gótico, en el que se ven representados media docena de apóstoles -incluido el propio Santiago el Mayor-, con sus atributos o herramientas masónicas.

El muro norte, también dispone de una pequeña puerta de estilo gótico, decorada con motivos acantiformes y donde se aprecian dos escudos nobiliarios: el de los Feijoo y el de los Recamán. Se trata, de la denominada Puerta Santa, que se utiliza como entrada al templo en las celebraciones del Año Santo. En la pradera cercana y excavado en la ladera del monte, se constata la presencia de una pequeña cueva, que probablemente sirvió como eremitorio en el pasado.

(1) Juan García Atienza: 'El Camino de Santiago. La Ruta Sagrada', Ediciones Robinbook, S.L., Barcelona, 2002.

martes, 16 de diciembre de 2014

A Coruña: iglesia de Santa María do Campo


No hay documentación histórica que lo demuestre fehacientemente, pero sí es cierto, que algunas fuentes consideraron esta posibilidad, sin duda influenciadas por la hipotética localización de lo que fue, en aquéllos nebulosos años de los siglos XII-XIII, la importante y a la vez misteriosa Bailía templaria de Faro, promovida, en gran parte, por el interés que la Orden comenzaba a generar en Occidente, así como por la acción interesada de algunos de los más importantes nobles gallegos, como el conde de Traba, que además se aseguraban la presencia de unos fabulosos guerreros para hacer frente a las terribles incursiones normandas. Independientemente de ello, y como muchos otros templos románicos de similares características levantados a lo largo y ancho del antiguo Reino de Galicia, ésta iglesia, dedicada a la figura de una peculiar Nuestra Señora -del Campo (1)-, contiene algunas singularidades que, tuvieran o no que ver con la antigua orden medieval de monjes-guerreros, bien merecen, no obstante, una breve, pero particular atención.


No deja de resultar curioso que, como en otros peculiares lugares de la costa, como Noya y Betanzos, en el tímpano principal de entrada, nos encontremos con un mito que, lejos de parecer casual, parece constituir, por el contrario, toda una constante en el románico de la costa coruñesa: la Adoración de los Magos. También, como en los citados casos de Noya y Betanzos, en la interpretación del cantero se observan algunos curiosos elementos o detalles, sobre los que quizás merezca la pena centrar la atención, y donde -entre otros aspectos-, la numerología parece tener, así mismo, cierta relevancia, como los 8 ángeles que, a uno y otro lado de la arquivolta principal, escoltan, por así decir, a 5 figuras, las cuales parecen corresponder, sin ninguna duda -aunque lejos de su representación tradicional- a un Pantocrátor, con la figura central de Cristo y los 4 evangelistas, 2 a cada lado. Por su parte, la Adoración Magi del tímpano, jugando también -si se permite la expresión- con la numerología -6 personajes, entre magos y familia evangélica-, añade varios elementos que, en cierto modo, podrían considerarse como novedosos e incluso únicos: la presencia, a ambos extremos, de dos singulares edificios de forma circular, tipo torre -figura suspicazmente asociada a la Magdalena y posteriormente, heredada en el santoral cristiano por la figura de Santa Bárbara-, que además de contar con el detalle artístico de sus respectivas puertas y ventanales, contiene, en el de la izquierda, el añadido de tres pequeñas cabezas de lo que a priori podrían considerarse como bóvidos, asociadas, quizás, a esa simbólica vaca solar o vaca cíclica, que cuenta con numerosas referencias -independientemente de figurar en la heráldica de uno de los linajes más antiguos de Galicia, como es el de los Becerra-, presentes no sólo en la nave del templo de San Francisco de Betanzos, sino también, por ejemplo, en el frontal del sepulcro de un inquietante y misterioso personaje noyés -Ioan de Estivadas-, el cual, si bien prácticamente desconocido para la Historia, en cuanto a documentos testimoniales se refiere, llama la atención que siendo supuestamente un simple vinatero, su nombre figure en la Plaza situada junto a la iglesia de San Martiño, templo que albergó primigeniamente el referido sepulcro -se encontró en la capilla de Valderrama, tras el altar de San Blas-, hasta su traslado a la no menos enigmática iglesia de Santa María a Nova –famosa, sobre todo, por la exuberante y a la vez desconcertante colección de lápidas gremiales que contiene-, en el transcurso de los primeros años del siglo XX.



Significativamente interesante, además, resulta la figura principal de la Virgen, entronizada y con el Niño sentado en el frontal de su regazo, que está mucho más cerca de las representaciones hieráticas de las primitivas Vírgenes Negras –Isis, Astarté, etc- que de la figura materna idealizada en los Evangelios, cuyo brillo comenzó a extenderse en época tardía, sustituyendo a la figura cuya advocación había brillado hasta entonces en muchos templos medievales: María Magdalena.
El templo, además, cuenta con una segunda portada, situada en el lateral norte, que invita, así mismo, a la especulación, toda vez que, extraña en sí misma, parece que pudiera representar una posible Anunciación que, si así fuera y como en el caso de la iglesia betanceira de Santa María del Azogue, vuelve a sugerir la humanidad de la figura del mensajero –papel que en algunas fuentes antiguas, se atribuye a Juan el Bautista-, y donde, además, aparecen otros singulares elementos, como cuatro cruces inmersas en un círculo, que recuerdan, al menos comparativamente hablando, las cuatro ruedas del carro de Yahvé, en la visión del profeta Ezequiel y un posible árbol de la vida, donde a pesar del desgaste, parece adivinarse la presencia de un ave, y que tal vez haga referencia al de Jesé –cuando no, a uno de los evangelistas, San Juan-, cuyo recuerdo los canteros dejaron magistralmente labrado en el claustro del monasterio burgalés de Santo Domingo de Silos. Otra particularidad de esta portada, es la pequeña figura humana que parece deslizarse a través de la piedra, en el lado superior derecho.

Respondiendo, quizás, a ese tipo de templos denominados marineros –durante siglos, este fue el templo de los gremios de la mar y del comercio-, independientemente de su austeridad, presenta algunos detalles interesantes. Obviando todos los detalles de la pequeña capilla que se localiza en el lateral izquierdo apenas se entra en el templo y que muestra, a tamaño casi natural una moderna aunque singular talla de la Magdalena penitente, volvemos a encontrar, otra vez, la anteriormente comentada escena de la Anunciación, donde se vuelve a humanizar la tradicional figura angélica del mensajero Gabriel, en ésta ocasión, como estatuas-columna o atlantes, situadas al principio de la nave. Detalles que se repiten en las columnas de la cabecera, en las cuales, más pequeñas y labradas en su interior, se localizan también dos tallas: una, representando a Santiago y la otra a la Virgen con Niño.

Otro de los detalles interesantes a tener en cuenta, que a su vez nos sugiere la presencia soterrada de una determinada influencia de carácter oriental -no olvidemos, por ejemplo, el anónimo personaje de tal procedencia, que se localiza en un sepulcro en una de las capillas de la iglesia betanceira de San Francisco-, es el templete adosado al ábside. Templete y forma que, además de coronar las torres de muchos templos galleros -en particular, de aquellos que se localizan en uno de los tramos más relevantes del Camino de Santiago, como es el de O Cebreiro a Triacastela-, se localiza, así mismo, en lugares relevantes, siendo uno de los más representativos el cementerio noyés anexo a la iglesia de Santa María a Nova.


(1) Recordemos advocaciones similares, de los Huertos, tanto en Puente la Reina, Navarra, como en Sigüenza, Guadalajara, aunque oficialmente, se supone que dicha advocación le viene de haber estado fuera del recinto de la ciudad.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Un complejo enigma llamado Vilar de Donas


'Sí, está escrito que ante este pórtico y en el claustro se enterraban los fatigados cambeadores, custodios del Camino, que cabalgaban armados junto al río humilde de los peregrinos, y más tarde vinieron hallar tumba aquí los santiaguistas que alanceaban al moro en los ríos militares de España, el Duero y el Tajo...' (1)

Continúa Cunqueiro su entrañable crónica del lugar, hablándonos de otro de los detalles, por no decir, enigmas, que hacen sumamente interesante esa época protohistórica, histórica, romántica y medieval, que envuelve con un halo de genuino misterio a este templo de San Salvador -que no hay camino que se precie, sin su correspondiente Ruta de los Salvadores-, y a una parte muy específica de sus más relevantes moradores: las Donas. Como bien afirma, basta echar un discreto vistazo a parte de esas interesantes pinturas de la cabecera del templo que las representan y definen -incluido alguno de sus nombre, como Dona Vela-, para dejar volar la imaginación, hasta el punto de preguntarse qué clase especial de damas eran aquellas que, hermosas y elegantes, parecían por completo ajenas a la drástica ortodoxia de la Iglesia. En vista de los sepulcros de los guerreros, cambeadores los más anónimos y santiaguistas la mayoría -a excepción del caballero, al parecer, sanjuanista y de cierto rango, que yace
bajo el magnífico baldaquino que se localiza también en el templo- se tiene la impresión de ver en ellas a esas místicas damas de la fantástica Isla de las Manzanas o Avalón de las leyendas artúricas e incluso, continuando con las comparaciones, con esas valquirias de la tradición nórdica, que acompañaban al Valhalla a los guerreros caídos en combate, que bien pudieran hacer honor a esa curiosa frase de Goethe, referente al eterno femenino que conduce al cielo.
 
Es precisamente sobre éstos, caídos o no en cualquiera de las múltiples batallas en las que intervinieron, donde se fija la atención, una vez atravesado el umbral de un magnífico pórtico -en cuya composición, de hecho, algunas fuentes observan una sugerente influencia de tipo irlandés (2), y donde no faltan, así mismo, claras referencias solares, como el cardo, elemento que también aparece en otros enclaves norteños de especial y ancestral relevancia sagrada, como el Monsacro asturiano-, no sólo por la calidad de los sepulcros que albergaron o albergan en algún caso sus restos, o porque éstos pertenecieran a lo más depurado de la nobleza local, incluidos Calderones y Becerras, sino también, por la simbología tan fascinante que presentan, y que en parte, no sólo señala un árbol genealógico de lo más antiguo y rancio, sino también, parte de esa aventura espiritual que vivieron bajo la condición, al fin y al cabo, de los soberbios Milites Christi que en realidad fueron, independientemente del color del hábito que vistieran y el tipo de cruz que llevaran en el pecho. Al respecto, baste decir que entre dichos símbolos, destacan aquellos escudos que lucen el árbol -como ya aventurara Ramón J. Sender (3), no sólo como uno de los primeros referentes del Sobrarbe o antiguo reino de Aragón, sino como que el árbol y la cruz han ido juntos desde los primeros orígenes de la historia de la humanidad- y las vacas sagradas o solares (4), cuyas huellas se pueden seguir por lugares muy relevantes de la geografía de Galicia, como son Noya -sepulcro del enigmático Ioan de Estivadas, en la iglesia de Santa María a Nova, aunque originariamente estaba en una capilla de la iglesia de San Martiño-, y Betanzos, lugar de enterramiento -entre otros- de los Becerra que, una vez desaparecido a mediados del siglo XIX, digamos su panteón familiar, la Capilla de la Quinta Angustia, éstos, sus símbolos, lucen hoy bajo algunos arcosolios situados en la zona lateral izquierda de la nave de la iglesia de San Francisco.

 
Pero no sólo las pinturas de las Donas -probablemente góticas, aunque no sería la primera vez que se repintara sobre unos originales románicos, como así parece constatarse, por ejemplo, en la interesantísima iglesia allerana de San Vicente de Serrapio- han de llamar poderosamente la atención, pues en pocas representaciones de este tipo y más concretamente en ese lugar específico, podrán verse símbolos inequívocamente referentes a la Antigua Religión, en esos magníficos hombres-verdes representados a media altura, junto a la figura central de un Cristo resucitado, que no sólo muestra los estigmas de la Pasión, esas simbólicas Cinco Llagas, sino que, además, exhibe, junto al sepulcro que teóricamente lo albergó hasta el tercer día, todos los elementos de la misma, posteriormente adoptados por las hermandades de canteros y masones, así como un curioso nimbo crucífero cuya cruz, en el fondo, es del mismo tipo patado que aquéllas otras, perfectas, que en su función consagracional, tanto abundan en el templo. Un templo, en el que también abundan curiosas e interesantes marcas de cantero, y numerosas referencias celtas en sus rosetas y polisqueles, así como aves y serpientes, distribuidas indistintamente como representaciones zoomorfas acompañantes de los motivos foliáceos, e incluso, sin preguntarlo, el amable guardián indicará el que, según la opinión del párroco del lugar, es un árbol del demonio, distinguible por servir de basa a una de las columnas -la de la izquierda- que sustentan el medio arco de la cabecera y tener seis ramas. Y otros muchos más detalles -vuelvo a insistir en ese tipo de arquitectura con cierto sabor a oriental heterodoxia tan abundante en los templos gallegos, así como en el curioso baldaquino anteriormente mencionado-, que es preferible que el curioso e interesado vaya descubriendo por sí mismo.
 
Mucho ha cambiado Vilar de Donas y su entorno. De hecho, antiguamente existían varios dólmenes, así como túmulos funerarios, de los que no queda rastro alguno, pero que ya ofrecen indicios suficientes como para hacerse una idea de la sacralidad de un lugar que ya era Antiguo por derecho propio, mucho antes de que el Cristianismo penetrara con la fuerza de un ciclón. Resulta extraño, pero Vilar de Donas no forma parte de esa ruta o Camino Francés que atraviesa la provincia de Lugo, adentrándose en la provincia de A Coruña por Melide, de la que dista, aproximadamente, una cuarentena de kilómetros. No hay pruebas de que el lugar haya pertenecido a la Orden del Temple en algún momento de su historia, pero yo no descartaría que hubiera sido ajeno a ellos, y que entre los huesos de esos primeros cambeadores anónimos cuyos sepulcros pisaban los blancos zapatos de las Donas cuando accedían al claustro, hubiera algunos pertenecientes a unas fratres cuya presencia en los Caminos aseguraba la tranquilidad y el auxilio al peregrino. Como dato anecdótico, añadir que en las proximidades, se localiza el fascinante Castelo de Pambre, único de los castelos gallegos que aguantó los embistes de la revuelta irmandiña.
 
 
(1) Álvaro Cunqueiro: 'Por el camino de las peregrinaciones', Alba Editorial, S.L.U., Barcelona, primera edición, febrero de 2004.
(2) El tema está de cierta actualidad, referido, no obstante, a cierta misteriosa inscripción que se localiza en el ábside de la Iglesia de Santiago de Betanzos, enfrentados los que defienden un origen irlandés y los que abogan por el gótico.
(3) Ramón J. Sender: 'Ensayos sobre el infringimiento cristiano', Biblioteca de Heterodoxos y Marginados, Editora Nacional, Madrid, 1975.
(4) Otro de los autores, injustamente olvidado en la actualidad, que trató el tema de las vacas solares, referido al ámbito de Asturias, fue el escritor y teósofo Mario Roso de Luna, en su interesantísimo libro El tesoro de los lagos de Somiedo.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Taboada dos Freires: iglesia de Santa María


Desplazándonos en la presente entrada hacia la provincia de Lugo -sería interesante recordar, que en las inmediaciones de O Cebreiro queda también el recuerdo de la Orden en un pequeño pueblecito que lleva precisamente su nombre, Temple, que probablemente formara parte de las distintas posesiones que éstos tuvieron en la provincia, incluidas las permutas conocidas, de las que queda cierta constancia histórica, siendo uno de sus ejemplos la cercana iglesia de San Pedro de Canabal, en Sober-, nos encontramos con ésta singular iglesia dedicada a la figura de Santa María, situada en una pequeña población, que de similar manera, todavía conserva su ancestral recuerdo en la nomenclatura de su nombre: Taboada dos Freires.
 
Taboada dos Freires se sitúa, aproximadamente, a unos siete u ocho kilómetros de Taboada (1), población ya de cierta importancia, y aunque su iglesia, como se puede apreciar, fue prácticamente remodelada en los siglos XVII y XVIII -periodo en el que parece constatarse la pérdida de su primigenia identidad románica en numerosos templos que fueron siendo adaptados a los esquemas y gustos artísticos y arquitectónicos de la época-, no por ello, ha dejado de conservar algunas de sus mediáticas y antiguas curiosidades.
 
Destinada en la actualidad no sólo a las funciones básicas como parroquial de aldea, sino también como capilla cementerial, la iglesia de Santa María de Taboada dos Freires llama poderosamente la atención, en principio, por la singularidad del tímpano de su portada principal, situada, como las de muchos otros templos gallegos, en el lado oeste, donde se ofrece una versión muy personal y a la vez muy peculiar, de la famosa escena donde el héroe Sansón -que según la tradición, perdió toda su sobrehumana fuerza cuando Salomé le cortó su larga cabellera (2)-, se muestra cabalgando sobre el león. Un león que, como apuntan algunos autores, parece tener la cabeza de caballo, y si bien no deja de ser cierto que algunas representaciones zoomorfas del románico parecían responder más a referencias de oídas que a modelos vistos realmente por el cantero, aquí da la impresión -o al menos, así lo parece-, de que el Maestro Pelagio -Payo o Pelayo o Pelasgo, el nombre tiene derivados de cierto interés, y se sabe por la inscripción bien visible situada también en el tímpano, así como también la fecha de consagración del templo, Era MCCXXVIII, es decir, 1190-, quiso jugar con los dobles sentidos, haciendo del león, un animal solar y alegóricamente hablando, esa figurada montura del Conocimiento a la que es preciso doblegar. Quizás este hipotético simbolismo se vea reafirmado, si fijamos ahora la atención sobre la figura del supuesto Sansón, que podría representar a ese jinete o buscador capaz de acceder a la montura mística, una vez desprovisto de su melena; es decir, una vez desprovisto, cuando menos, de su orgullo y su vanidad, resultando así mismo significativo, el detalle de que a los templarios el único animal que les estaba permitido cazar, no era otro que el león, indicio que, a su vez, también se podría interpretar desde un punto de vista simbólico añadido. Completa la escena, la presencia de una curiosa cruz del tipo patado, situada en el lateral inferior derecho. Una cruz, para más señas, no exenta, a la vez, de cierta peculiaridad -como sería la inclusión de un quinto travesaño añadido al travesaño horizontal izquierdo, como formando un timón-, a la se podría considerar poco menos que como única en su género. Este mismo tipo de cruz, curiosamente, ocupa, además, el centro del pequeño tímpano situado en la puerta del lateral sur de la iglesia.
 
De planta rectangular y ábside cuadrado, como las antiguas representaciones prerrománicas, la cabecera todavía conserva, allá en su centro, un pequeño ventanal románico, cuyos capiteles alternan motivos vegetales y arpías y algunos otros pequeños pero interesantes motivos decorativos. De difícil datación son, de hecho, algunas sepulturas anónimas situadas al pie de la entrada principal, siendo su único motivo de decoración, la calavera con las tibias cruzadas, emblema que, si bien fue adoptado por la Iglesia en algún momento histórico determinado, sirvió como enseña en los navíos de la flota templaria, siendo el precedente de las posteriores banderas adoptadas por la piratería.


(1) Se accede al lugar, desde los barrios situados a las afueras de Taboada. Muy cerca de donde se levanta la pequeña iglesia de San Pedro de Benvibre, de nave única y rectangular y luciendo dos escudos de armas en su dintel, parte la carretera LU-P6001, que en aproximadamente 8 kilómetros, desemboca en Taboada dos Freires.
(2) Llegados a este punto, bueno sería recordar las posteriores tradiciones referentes a la realeza sagrada, donde destacan los merovingios, a los que popularmente se conocía como los reyes de largos cabellos y era también tradición que su fuerza o su poder, residía precisamente en sus largas y leoninas melenas.

domingo, 26 de octubre de 2014

San Miguel de Eiré


Otro de los lugares interesantes, y de hecho muy similar a San Miguel de Breamo, al menos en lo referido a su supuesto templarismo en algún momento de su longeva historia, es ésta maravillosa iglesia de lo que en tiempos fuera el monasterio benedictino de San Miguel de Eiré, de la que, salvando las distancias, por supuesto y permitiéndose el autor la licencia que otorga la comparación, por muy odiosa que ésta pueda resultar, se podría sacar cierto parecido o familiaridad en su forma y diseño con aquélla otra de San Pedro de Tejada, en las Merindades burgalesas. Ahora bien, situado en la provincia de Orense, en esa particular y mediática zona que, bajo la ensoñadora denominación de Ribeira o Rovoyra Sacrata (1) comparte protagonismo con la vecina provincia de Lugo, Eiré, como las poblaciones inmediatas, gira en torno al espíritu inmortal de un cultivo que fue siendo introducido, gradualmente en la región, por las numerosas comunidades cenobíticas que se fueron asentando en ella: el vino.
 
Como se ha dicho, apenas sobrevive la iglesia de lo que fuera un importante cenobio, fundado, según parece, por una dama de la nobleza llamada Escladia Ordóñez y una donación otorgada en 1129, por el rey Alfonso VII, aunque este hecho no impide observar, en su conjunto, interesantes detalles, que invitan seriamente a la especulación, sugiriendo ciertas presencias en el lugar, que aunque privadas del auxilio y garantía de los testimonios escritos, no se deberían descartar sin más. Sería el caso, por más señas, de la Orden del Temple, como ya se ha sugerido al principio. Su presencia no nos resultaría demasiado extraña, quizás, si se observan determinados símbolos que parecen corroborarlo y además se tienen en cuenta otros factores añadidos, como establecimiento colonizador de aquélla que en buena ley ha sido denominada como su orden hermana: la Orden del Císter.
 
Por otra parte, hay autores, como Luis Díez Tejón (2) que sugieren la existencia anterior de un establecimiento visigodo -en base a cierta ventana bífora con arcos de herradura-, del que no existen referencias, pero que refuerza, no obstante, la importancia sacra que ya tenía el lugar desde tiempo inmemorial. Ahora bien, como en el caso de San Fiz de Cangas, también aquí, en San Miguel de Eiré, se tiene constancia de una comunidad de monjas benedictinas, que en el año 1507, al ser suprimido el monasterio, fueron trasladadas a San Pelayo de Antealtares, pasando sus rentas al Hospital Real de Santiago, convirtiéndose la iglesia, acto seguido, en parroquial.
 
En cuanto a detalles se refiere, el que más llama la atención, posiblemente, sea la originalidad intrínseca del conjunto, quizás único -si no tomamos en consideración, la comparación con la mencionada iglesia de San Pedro de Tejada-, dada su planta cuadrada y quizás una desproporcionada altura para su longitud. Pero eso no es óbice para resaltar otra multitud de interesantes detalles, algunos de los cuales, coincide con los que se localizan en el también citado monasterio de San Fiz. Uno de los más llamativos, sin duda, es la losa funeraria que sirve de cancela a la puerta de la valla exterior que salvaguarda el acceso al recinto del templo. Una losa, por añadidura, que tiene como único detalle de identidad, un símbolo muy determinante y significativo: la espada. Es decir, que esa losa, anónima, por más señas, debió de pertenecer inequívocamente a un caballero. Así mismo, hay varios sepulcros de piedra, arrinconados a escasos metros de la portada sur; una portada, que contiene numerosos elementos de interés, independientemente del motivo principal del tímpano, constituido por diversas cruces del tipo patée o patado, inmersas en sus correspondiente círculos y entrelazadas entre sí, formando una cadena similar a los aros que componen, en la actualidad, el emblema olímpico. Por encima del tímpano, como eje y a la vez, comparativamente hablando, axis mundi en el centro del conjunto, la figura inequívoca de un Agnus Dei o Cordero de Dios, nos recuerda el simbolismo asociado de holocausto, martirio y sacrificio, detalles, todos ellos, que entraban, de hecho, en la vida del templario combatiente. Un simbolismo, que incluso se ve resaltado, así mismo, en las arquivoltas, sobre todo en aquélla que, magistralmente labrada, reproduce el tronco de una palmera -árbol de la vida-, y que debería recordarnos, también, el episodio de la huida a Egipto, recogido tanto en los evangelios como en algunas suras del Corán: santuario, refugio y alimento. Los restantes once elementos que, acompañando al Agnus Dei constituyen el entramado simbólico de la arquivolta principal, representan diferentes motivos florales, en los que, aparte de jugar con la relevancia de los números -no olvidemos, que la numerología tenía gran importancia en la cosmogonía medieval-, en cuanto al número de hojas se refiere, el cantero también alternó diversas representaciones de otro símbolo primordial: la cruz. Parte de estos motivos, se vuelven a reproducir en las metopas del ábside, junto a unos canecillos, en mayor o en menor medida afectados por la erosión y posiblemente también por la acción humana, en los que no faltan alusiones de tipo erótico, foliáceo y zoomorfo. A este respecto, y en referencia a ésta última clasificación, cabe mencionar, así mismo por su rareza y originalidad, algunos de los capiteles que rematan los contrafuertes del ábside, y que representan cabezas de animales desplegadas longitudinalmente a todo lo largo y ancho de la pieza, como si de una concha o vieira abierta se tratara.
 
Se demuestre o no algún día que en el lugar estuvieron asentados los caballeros del Temple, de lo que no cabe ninguna duda, al menos, es de que tenemos aquí un templo de bellísimas proporciones; una obra maestra, cuya visita y contemplación no debería perderse ningún amante del Arte en general y del románico en particular.



 
(1) De esta manera se la menciona en documentos medievales. En relación a esto, generalmente se acepta que su nombre deriva de las numerosas comunidades asentadas en el lugar, aunque también se propone, no sin cierto sentido, una derivación de los antiguos robledales sagrados de los pueblos celtas antecesores.

sábado, 27 de septiembre de 2014

San Miguel de Breamo


Posiblemente de orígenes mucho más oscuros e inciertos todavía que la Colegiata compostelana de Santa María la Real de Sar, el génesis de esta imponente obra de arte que es la venerable iglesia de San Miguel de Breamo, se presta, también, a las más atractivas hipótesis que, se puedan o no probar algún día como hechos veraces y contrastados, aúnan, no obstante y por el momento, imaginación, misterio y belleza en partes difíciles de determinar. Se ignora, así mismo y por desgracia, como suele suceder tan a menudo con este tipo de edificaciones históricas, la identidad del maestro de obras, pero no la fecha en que fue levantada, coincidiendo -y éste es uno de los datos que apuntan numerosos partidarios de la teoría templaria-, con la determinante derrota de los ejércitos cristianos en la tristemente célebre batalla de los Cuernos de Hattin; una batalla que, además de contar con la pérdida de la Vera Cruz, que avanzaba siempre al frente del ejército, significó el principio del fin del Reino Cristiano en Tierra Santa y, de alguna manera, sellaría también el futuro y la función de las órdenes militares: 1187.
 
Asentados sus cimientos en lo más alto de un monte, desde el que se disfruta de una magnífica posición estratégica -no deja de ser impresionante la perspectiva de Pontedeume y su bahía que se obtiene desde allí-, lo aislado y solitario del lugar ha sido considerado, también, como otro detalle a tener en cuenta a la hora de señalar a los milites Christi del Temple como probables moradores, detalle que en principio no debería de sorprendernos, dadas las buenas relaciones que éstos mantenían con las principales familias nobles de Galicia -principalmente, con los Traba y los Andrade-, y por cuya mediación se establecieron en lugares como el Burgo de Faro o la aún más cercana Betanzos, donde tuvieron una importante encomienda. De hecho, Pontedeume era una de las zonas dominadas por éstos últimos, y aún se conserva la denominada Torre de los Andrade. Interesa saber, que si bien no parece haber constancia de que algún miembro de ésta familia sirviera en el Temple antes de la caída de la Orden, como cabría esperar, pues la Orden constituyó todo un revulsivo para la nobleza occidental, sí se tiene noticia de que al menos uno de sus miembros tuvo un cargo de cierta importancia en su continuación portuguesa como Orden de Cristo. Hay hipótesis, así mismo, que sostienen que allí donde en siglo XII se levantó esta iglesia consagrada a la figura del paladín celestial por excelencia, San Miguel, existió en tiempos un castro celta, detalle que no se ha podido comprobar hasta el momento, aunque no sería del todo descabellado, si tenemos en cuenta otros singulares ejemplos. Uno de los más relevantes, lo encontraríamos en la vecina provincia de Asturias, en Serrapio, pueblo situado en el concejo de Aller, donde en un enclave similar, se construyeron los cimientos de una iglesia dedicada a la no menos singular figura de San Vicente: aquél santo que, de igual manera que el dios egipcio Osiris, fue descuartizado, siendo arrojados sus pedazos al mar, de donde fueron recogidos por sus seguidores. Se sabe, con toda fidelidad y los hallazgos arqueológicos lo demuestran, que hubo un castro celta, sobre cuyo templo los romanos elevaron otro en honor a Júpiter. Y no resulta menos curioso, por añadidura, comprobar la existencia de otra no menos interesante iglesia dedicada a dicho santo que, situada en la provincia de Segovia, no sólo contiene señales como la del caballero apocalíptico o cygnatus que parecían proliferar en construcciones de índole templaria, sino que, además de las pinturas murales que relatan lo anteriormente dicho sobre el descuartizamiento del santo, hay otras que muestran a un caballero templario en combate, muy similares a las francesas de Cressac.
 
Otra de las singularidades de San Miguel de Breamo, es su aspecto, austero si bien sólido, del tipo iglesia-fortaleza que era corriente en la época, como demuestran también los pequeños ventanales, con forma de aspillera de sus ábsides. No obstante este detalle, no es menos cierto, sin embargo, que son muchos los especialistas que ven una maestría singular en la conjunción armónica de sus formas, que hacen del templo uno de los más singulares del románico gallego y además, apuntan hacia el otro lado de los Pirineos a su anónimo autor. Junto a las características, es necesario reseñar el rosetón principal, que por su aspecto, bien podría parecer una representación de ese Sol Invictus que algunos autores sostienen como la realidad de la visión de Constantino, así como otro rosetón, más pequeño, situado en el lado norte, en cuya composición, apenas sin esfuerzo alguno, se puede observar todo un símbolo referencial, como es la flor de lis o, como apuntan también algunos autores, la pata de oca.
 
Por otra parte, si bien San Miguel de Breamo quedó deshabitado a principios del siglo XVI y aún conservándose un documentado fechado en 1491 que asevera la pertenencia por aquél entonces a los canónigos regulares de San Agustín, tampoco hay pruebas fehacientes de que éstos fueran los fundadores o estuvieran allí instalados desde la fatídica fecha de 1187 en que se levantó el templo. Tan sólo indica que en dicho siglo y en dicho año, estaban allí y poco más. Lejos de pretender, por tanto, mantener posturas intransigentes respecto a autoría o pertenencia, habrá de reconocerse, sin embargo, que después de todo, cualquier hipótesis puede tener cabida en cuanto a este increíble lugar se refiere. Y también, que la aventura del Temple en la Península, posiblemente fue mucho más amplia y misteriosa de lo que generalmente se supone.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Enigmática Colegiata de Santa María la Real de Sar




Afirmaba Juan García Atienza, en una de sus obras más conocidas (1), que la Colegiata de Santa María la Real de Sar, coincidía, allá por el siglo XII cuando fue concebida, no sólo con el célebre Maestro Mateo –al que en algunas fuentes medievales, se llegó a considerar nada menos que como un oscuro arquitecto al servicio del rey Fernando II de León-, y toda una notable generación de arquitectos –entre ellos, el no menos misterioso Maestro Esteban, de cuyas labores en Compostela, se da constancia en fuentes ajenas al Codex Calistinus o Liber Sancti Iacobi, donde no consta y conservadas en la catedral de Pamplona, en cuya construcción así mismo participó-, sino también, con el instante en el que los primeros freires templarios regresaban de Tierra Santa, trayendo consigo una hipotética –esta palabra es un añadido mío- iniciación que habían adquirido entre los escombros de aquél Templo de Salomón que poseyeron como primera sede de la Orden, y que, de hecho, se convirtió en su Casa Madre. Situada a las afueras e indefectiblemente eclipsada por una ciudad que también por aquél entonces, se arremolinaba alrededor de uno de los edificios religiosos más importantes de la Cristiandad, la catedral que albergaba los supuestos restos de Santiago el Mayor -seguramente, nunca se dé por finalizado el antagonismo existente entre la figura de éste y la no menos significativa de Prisciliano-, de los orígenes de este, cuando menos curioso lugar, situado en una de las riberas de un río del que se apropió el nombre, cabe decir que todavía, nueve siglos después, continúan envueltos en un aura de misteriosa leyenda.

Relacionarlo con una orden medieval de monjes-guerreros tan carismática como la Orden del Temple, no deja de ser, en el fondo y dada la carencia de documentación testimonial que lo avale –oportuno sería mencionar, que a éste respecto, Galicia no está tan muda como pudiera parecer a priori-, un mero ejercicio de hipotéticas probabilidades que, no obstante sus aparentes inconveniencias, no debería descartarse sin más, pues siendo una parte importante de esos abnegados custodios del Camino, difícil resultaría pensar, que no hubieran establecido sus estandartes en pleno corazón y alma de éste, cuando tuvieron encomiendas de cierta importancia en lugares relativamente cercanos, como el Burgo de Faro y Betanzos, donde contaron con el apoyo de poderosas familias –como los Traba-, que con su presencia, se aseguraban también la disposición de unos magníficos aliados contra las invasiones normandas.

En tal sentido, no dejan de ser interesantes las reflexiones de algunos autores –entre ellos, el mencionado Atienza-, con respecto a la identidad –dato curioso, o cuando menos significativo- de esos misteriosos nueve canónigos –sospechosa cifra, si tal número fueron en realidad, como afirma, y que recuerda, qué duda cabe, a la de los primeros miembros fundadores de la Orden-, que se instalaron en primera instancia a este lado del río Sar, y cuyo número parecía ser invariable, iniciándose las obras en 1134, a instancias del canónigo de Compostela D. Munio Alfonso, obispo dimisionario de Mondoñedo –aquélla zona lucense tan particular, que también conoció la presencia templaria y donde todavía persiste la legendaria historia de la degollina de una treintena de monjes-guerreros en la isla de Coelleira, en Vivero, llevada a cabo por miembros de la poderosa familia asturiana de los Quirós, instigados por el rey Felipe IV, del que eran vasallos-, que por aquél entonces, como muy bien nos recuerda Álvaro Cunqueiro, recibía el sugestivo y romántico nombre de Bretonia. Munio Alfonso falleció en 1136; y dato interesante: el continuador de las obras, fue el polémico primer Arzobispo de Compostela, Diego Gelmírez, de quien se sabe que, aparte de su azarosa vida política, realizó numerosos viajes por Francia e Italia, de los que se trajo no sólo nuevas técnicas de las allí observadas, sino que posiblemente, también canteros cualificados capaces de ejecutarlas a este lado de la frontera. Tampoco Gelmírez vivió lo suficiente para ver terminada la obra; pero, por alguna misteriosa circunstancia, tal misión, con imperiosa demanda, le fue encomendada a su sucesor, Pedro Gundestéiz.

Terminada entre 1168 y 1172, los misteriosos canónigos, fueron honrados con toda clase de prebendas y privilegios, hasta el punto de llegar a poseer una de las mayores fortunas, no sólo de Galicia, sino también –como continúa afirmando Atienza-, de Castilla entera, quien termina preguntándose, quiénes eran en realidad y de dónde procedían.
Junto a este misterio, que sugiere una posible relación con la Orden del Temple, la Colegiata de Santa María la Real de Sar, constituye además, por sí misma, todo un conjunto de enigmáticos detalles. Apenas han sobrevivido nueve arcos -casualidad, no cabe duda-  de su primigenio claustro románico, precisamente aquél claustro atribuido al Maestro Mateo o cuando menos, surgido de sus talleres. Pero uno de los detalles que más llaman la atención, es el aspecto de los arbotantes exteriores que, por poner un símil, parecen las patas de una formidable araña. Esto se realizó, para la sustentación de un muro que, por diversas circunstancias sobre las que todavía no se han puesto de acuerdo los expertos-, amenazaba con volverse abajo: ¿construido a propósito con una inclinación y un fin determinados?;  ¿fallo técnico de los constructores, al elevar en demasía las bóvedas?; ¿su asentamiento en un terreno arcilloso y plástico, compuesto principalmente por los sedimentos del río Sar?, ¡quién sabe!. Pero lo que es evidente, es que la sensación que se tiene cuando se entra en el interior de la iglesia, observando la inclinación de los pilares, es de que éstos corren el riesgo de caerse sobre el suelo como si fueran un castillo de naipes, sensación que no deja de tener, en el fondo, cierto sentimiento de riesgo que puede resultar, además, un revulsivo añadido. Que fueran o no los templarios y sus canteros los que levantaran algo que, a pesar de su aparente problemática técnica, no deja de ser una magnífica obra de arte, es algo de lo que posiblemente nunca lleguemos a estar del todo seguros. Ahora bien, hay un pequeño detalle, que puede ayudar a mantener viva una pequeña ascua en tal sentido; y es que, al igual que ocurre y generalmente pasa desapercibido en otro templo que se les atribuye, aunque sin pruebas documentales, ubicado en la población zaragozana de Luna, también aquí, en uno de los capiteles interiores, una pequeña cruz paté surge, como un desafío, de entre unos motivos vegetales.
No puedo, si no finalizar la presente entrada, con otro detalle artístico posterior en el tiempo, es evidente, pero que resulta, cuando menos, bastante más que curioso. Y es que hay una imagen de San Roque, el enigmático santo caminero, que recuerda aquél poema de Miguel Hernández, titulado Con tres heridas: la de la vida, la del amor y la de la muerte. Si alguien recala en el interior de la iglesia y se acerca a la referida imagen de San Roque, podrá comprobar que la pierna herida que nos muestra -la señal de los iniciados- no muestra aquella solitaria y tremenda herida infligida por el dedo del ángel, sino tres heridas en forma de triángulo. Eso, por no mencionar algunas otras peculiaridades, como el simbolismo de algunos canecillos -el cantero, transportando indolente su piedra, cabezas monstruosas surgiendo de la floresta que recuerdan las antiguas divinidades celtas, una curiosa psicostásis-, los motivos solares de las metopas, donde no faltan dobles espirales, algún nudo de Salomón y esa representación -presente también en algunos lugares de la provincia, como San Esteban de Atán-, que en algunos ámbitos de conoce como cruz de Carlomagno y cuyos nudos conforman una perfecta cruz paté o la forma hexagonal de su ábside principal, un modelo posiblemente heredado de los templos orientales que puede concordar con las primeras declaraciones de Atienza, referente a los conocimientos que se trajeron a Occidente de vueltas de las Cruzadas y que, de hecho, era un modelo ya utilizado por un maestro, cuya vida y gran parte de su obra, permanecen todavía en el más absoluto de los misterios: el Maestro Esteban.

 
(1) 'El Camino de Santiago. La Ruta Sagrada', Ediciones Robinbook, S.L., Barcelona, 2002.

martes, 16 de septiembre de 2014

San Cebrián de Mazote: tras la pista mozárabe del Grial



Extendiéndose como un oasis en mitad de esa infinita Tierra de Campos, cuya historia y protagonismo, en mayor o en menor medida, comparten las provincias de Palencia y Valladolid, la zona delimitada, no obstante, por los denominados Montes Torozos, constituye una de esas demarcaciones privilegiadas, donde Historia y Leyenda son poderosas aliadas, hasta el punto de que los antiguos mitos parecen obstinados en permanecer, incluso después de que el tiempo y la terrible depredación humana, hayan reducido prácticamente a la nada muchos de los soportes físicos que los albergaban o, en su defecto, que los referenciaban. No es de extrañar, por tanto, que sin ir más allá de la época que realmente nos interesa, la Edad Media, se constate, alternativamente, la presencia de visigodos, árabes, mozárabes, mudéjares, judíos y cristianos, así como una soberana presencia de las órdenes militares –incluida una de las escasas referencias existentes a la Orden de los Caballeros Teutónicos, en las ruinas de su iglesia-fortaleza, todavía visibles en la interesante población de Mota del Marqués-, destacando, por encima de todas, la Orden del Temple y la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, de las que todavía se conserva algún ejemplo relevante, como serían las iglesias de Santa María del Temple, en Villalba de los Alcores o la de San Juan, en Arroyo de la Encomienda, respectivamente.
Escaso, también en su género, la pequeña población vallisoletana de San Cebrián de Mazote, ofrece, en éste, su templo dedicado a la figura de San Cipriano -que fue obispo de Cartago en el siglo III y murió decapitado al negarse a abjurar de su fe-, uno de los ejemplares de origen mozárabe -hay quien prefiere denominarlo como arte de repoblación- más interesantes, no sólo de la provincia en particular, sino posiblemente, incluso de toda la Península Ibérica en general. Si bien es cierto, que las sucesivas remodelaciones han contribuido generosamente a modificar ese singular e imponente aspecto que posiblemente tuvo a finales del siglo X, cuando se supone que fue levantada, es en el interior donde se advierten detalles de singularidad, que merece la pena comentar, siquiera sea de pasada. Aparte de una pieza notable -el fragmento de un relieve que había sido utilizado como material de relleno de los pies de la puerta y que parece tallado, si no por la misma, sí por una mano similar a la que talló los de San Miguel de Lillo, notable monumento del arte asturiano situado a escasos metros de la también monumental Santa María del Naranco-, el detalle que la hace prácticamente única y nunca visto en ninguna otra iglesia del país, no es otro que el remate curvo a ambos lados de la nave del crucero, fenómeno que, al situar en uno de ellos la espadaña, no se advierte desde el exterior. Destacable, así mismo, es su considerable altura, así como los estrechos ventanales, con forma de saetera, posiblemente realizados a propósito como medio de defensa, teniendo asegurada la provisión de agua -no sólo con vistas a la limpieza del suelo de la nave, sino también como previsión a un asedio-, mediante un pozo marcado por una baldosa y situado, aproximadamente, hacia el centro de la nave, detalle que evidentemente no prueba nada, pero que también se constata en la iglesia de Santa María la Blanca, resto de lo que fuera una importante encomienda templaria situada en Villalcázar de Sirga, Palencia. Consta ésta, de cuarenta columnas, de las cuales, treinta y siete son originales, incluida aquélla situada en la parte central de la cabecera y con forma de palmera, que fue desenterrada en el cercano cementerio. Y es aquí, en las columnas, y más concretamente en los motivos de los capiteles, donde se localiza el origen de esta entrada, porque, si bien en su mayoría representan diferentes concepciones del maravilloso mundo vegetal, hay dos que, siendo una excepción, se saltan la norma: uno, difícil de advertir en la semipenumbra de la parte de atrás derecha de la nave y que representa un Cruz de la Victoria asturiana, con sus correspondientes alfa y omega -similar a la que cuelga del puente de Cangas de Onís-, y otro, el primero también de la derecha, que representa ciertos recipientes, que algunas fuentes identifican como referencias al Santo Grial, cuya quest, búsqueda o demanda, fue poco más o menos que un mandamiento entre la caballería de los siglos XII y XIII y cuya Tradición, fomentada sobre todo en ambientes cistercienses, hizo a los caballeros templarios, sus custodios predilectos.
Tema, por otra parte, puesto de reciente actualidad por Margarita Torres Sevilla y José Miguel Ortega del Río (1), al considerar el denominado cáliz de Doña Urraca, conservado en la vecina catedral de León, como el auténtico cáliz de la Santa Cena, regalo de un poderoso califa de la dinastía fatimí al rey Fernando I de León.
 
 
(1) 'Los Reyes del Grial', Editorial Reino de Cordelia, S.L., Madrid, 2014.

domingo, 20 de julio de 2014

Templarios en La Alcarria: el Monasterio de Monsalud


Aunque parezca increíble, en vista de su aspecto actual, el monasterio de Monsalud fue el más antiguo y a la vez, el más poderoso de los cuatro monasterios fundados por la Orden del Císter en la provincia de Guadalajara. De los otros tres, el monasterio de Bonabal, situado en las proximidades de Retiendas, corrió pareja suerte, y hoy día apenas es una ruina irreconocible en las que las alimañas campan por sus respetos. Otro tipo de suerte bien distinta, no obstante, corrieron los monasterios de Óvila y de Buenafuente del Sistal. Mientras que éste último continúa albergando una comunidad femenina de monjas del Císter y alentando retiros espirituales entre los conversos, quizá no deje de ser, al fin y al cabo, una clase de burla o justicia poética que el de Óvila continúe sobreviviendo al otro lado del Atlántico, una vez que fuera comprado y trasladado, piedra a piedra, a la mansión de Randolph Hearst, el que fuera el emblemático Ciudadano Kane de aquélla joya cinematográfica dirigida y protagonizada por el genial Orson Welles.

Recientemente recuperado por la Junta de Castilla-La Mancha, como fósil románico destinado a la curiosidad de un turismo cada día más exigente y cultural, la mayor parte de la historia legítima del monasterio de Monsalud, permanece vedada detrás del impenetrable Velo de Isis de una Historia que, lejos de ser Musa bienintencionada, abusa de la picaresca para enredar la estoicidad de un mundo demasiado dependiente del academicismo, y por lo tanto, demasiado enganchado a la desconfianza tomasiana como para especular más allá de lo documentalmente escrito. A este respecto, no es mucho lo que se sabe, en cuanto a su fundación, aunque parece ser que ésta fue muy anterior al año 1167, fecha en la que un documento considerado como fiable, menciona el legado, por parte del Arcediano de Huete, de nombre Juan de Treves, de la aldea de Córcoles con todos sus bienes. Legado que posteriormente, en 1169, sería ratificado por el rey Alfonso VIII, conocido como el rey de las Navas de Tolosa y rey que celebrara sus desposorios en Soria con Leonor de Plantagenet, hija de la que quizás fuera la mujer más fascinante del Medievo; aquélla que, según la leyenda, alentó a los cruzados en Tierra Santa con el pecho descubierto y su larga cabellera pelirroja en bandolera, inundando su corte con los mejores trovadores de la época, entre los que se contaba Chrétien de Troyes a quien, según se piensa, alentó su Cuento del Grial: Leonor de Aquitania.

Paradójicamente, se sabe el nombre y la procedencia de su primer abad: Fortún Donato, siendo su casa madre, el monasterio de Scala Dei, situado en los Pirineos franceses. De allí procedían, también, algunos otros abades que fueron ocupando progresivamente el cargo.
 
A partir de 1174, y ante la amenaza almohade, este mismo rey cedió extensos territorios a las órdenes militares; de ahí que, posiblemente, proceda la presencia de la Orden de Calatrava -recuérdese, heredera también de los templarios y según algunos autores, como Juan Eslava Galán, continuadores de algunas empresas secretas de éstos, como la búsqueda, por tierras jienenses de la famosa Mesa de Salomón-, en Monsalud y en Zorita de los Canes.
 
Independientemente de las modernas asociaciones templarias, como la O.S.M.T.H. (Ordine dei Cavalliere del Templo di Hierusalem), que celebran allí parte de sus ceremonias, habiendo declarado el monasterio como Sitio Templario, de la presencia de la histórica Orden del Temple en el lugar, nos queda, ajena, por supuesto a la documentación escrita, las manifestaciones populares, que fueron recogidas oportunamente, a comienzos de los años ochenta, por el escritor y más famoso viajero, que haya pasado alguna vez por La Alcarria: Camilo José Cela.
 
En efecto, publicado en 1986, su Nuevo viaje a la Alcarria, menciona tan interesante dato, olvidado treinta y nueva años antes cuando, de su mano excepcional, el mundo comenzaba a soñar con esta zona tan particular de Guadalajara, tras leer su Viaje a la Alcarria. De tal manera, que en éste nuevo periplo trotamundos, Don Camilo, que por entonces viajaba en un formidable Jaguar a cuyo volante se sentaba impertérrita una belleza de ébano a la que cariñosamente llamaba Oteliña, ya se hacía eco de esos misteriosos orígenes cuando, en la página 167 de la edición publicada por la Editorial Plaza & Janés, S.A., nos hacía la siguiente revelación: ...Estas piedras del monasterio de Monsalud vienen del siglo XII y, cuando se alzaban con mayor fundamento y armonía, fueron del orden o religión del Temple; después pasaron a los benedictinos y luego al Císter y alojaron entre sus muros mucha ciencia y no poca historia.
 
Con razón o sin ella, lo cierto es que, si bien mucho de ese fundamento, armonía, ciencia e historia se han perdido irremediablemente, todavía quedan algunos detalles que, si bien no demuestran nada por sí mismos, sí deberían provocar cábalas en el vidente, pues no dejan de ser significativos. Sólo por citar algunos, no deja de ser un detalle interesante la base de planta octogonal sobre la que se asienta la pequeña fuente, en el centro geométrico del claustro. Un claustro que, aunque mal herido, todavía conserva, prácticamente intacta, una de las más armónicas y a la vez hermosas salas capitulares que haya contemplado jamás. Una sala capitular que, además, tiene, como curiosidad añadida, la forma de cerradura de su pequeño ventanal principal. Una forma, que quizá esté en consonancia con la opinión de algunos autores, como el fallecido Juan García Atienza, quien en más de una de sus obras, ya llamaba la atención sobre la planta en forma de llave que, en su opinión, tenían muchos de los edificios atribuidos con o sin fundamento a la Orden del Temple. Pero aún, hay otro detalle mucho más curioso e intrigante todavía: ese hueco, situado en el lado derecha de la cabecera, muy cerca de donde en tiempos debió de estar situado el altar, esmeradamente labrado en su interior, con profusión de motivos cabalísticos en su interior, semejantes a aquellos otros que se localizan en otras partes de la provincia, como pueden ser Campisábalos -óculo de la Capilla de San Galindo- o en las mismísimas geometrías mágicas del formidable ábside de la iglesia de Santa Coloma de Albendiego. Que era para albergar algo sagrado, no me cabe duda. Pero se trataba tan sólo de los utensilios sagrados asociados a la Eucarística o, por el contrario, eran el cofre del tesoro de alguna reliquia que, por su carácter y naturaleza, era considerada, quizás, como mucho más sagrada.
 
En fin, sea como sea, el hecho es que, se acepte o no, es difícil no dejarse llevar por la especulación cuando de la Orden del Temple se trata y uno intenta desenvolverse en un lugar, a la postre tan enigmático y misterioso como este malherido monasterio de Monsalud.

martes, 8 de julio de 2014

El Lignum Crucis de los templarios de Ponferrada


'En una Cruz de oro pequeña con hartas piedras y perlas, tienen un poquito de Ligno Crucis, dicen es de lo que trujo Santo Toribio su Obispo, y no hay más que esta tradición' (1).
 
De esta forma tan sencilla, describía Ambrosio de Morales el significativo Lignum Crucis que en la actualidad se puede admirar en el Museo de la catedral de Astorga. Si bien, en la Coronica de la fantástica misión encomendada por un rey, Felipe II obsesionado por las reliquias (2), el cronista viajero apenas menciona algunos lugares de su viaje en los que todavía se mantenía el recuerdo de haber sido o pertenecido a la Orden del Temple, como Villamuriel de Cerrato y otros probables, como Husillos, Benevivere y La Vega, poco podía imaginar, entonces, que siglos después, este hermoso Lignum Crucis, con forma de Cruz Patriarcal, iba a querer que la Tradición, persistente donde las haya, quisiera atribuírsela, nada más y nada menos, que a los templarios de la cercana Ponferrada.
De hecho, si cualquiera se toma la molestia de acercarse hasta Astorga y visitar el Museo Catedralicio anexo a la propia catedral -una catedral, cuyos detalles se recomienda paladear con tiempo y prudencia, pues románicos o no, los hay en abundancia e interés- y sube a las dependencias de la primera planta, lo encontrará casi olvidado en un rincón, junto a un arcón románico de bellísima factura también´, denominado Arcón de Carrizo. Pero conviene, una vez situados frente a la urna de cristal que lo contiene, observar con atención esta hermosa Cruz, y fijarse no en el posible valor pecunario de tan exquisito objeto, sino en algunas de sus interesantes características. Parte de ellas son, sin duda, la base: de forma genuinamente hexagonal; y por encima de ésta, una curiosa peana, conformada por dos leones -símbolo de orgullo, pero también de Conocimiento- y por dos motivos florales, el número de cuyos pétalos, cinco, llama la atención acerca de la perfección de pentágono, símbolo asociado a la Gran Diosa Madre y posteriormente adaptado a la figura de Nuestra Señora. Pero aún hay algo más, porque precisamente en el centro de esas flores de cinco pétalos, cualquiera puede vislumbrar otro símbolo fundamental: la Flor de Lis; o la Pata de Oca; o, puestos a ir más lejos todavía, la Runa de la Vida.
También dentro de la urna y al pie de la Cruz, un escueto cartelillo, dice textualmente: 'Anónimo. LIGNUM CRUCIS. Astorga (León). Museo de la Catedral. c.1230 (cruz); c. 1200 (pie)'.
Un objeto hermoso, qué duda cabe, y tremendamente significativo, bajo cuya contemplación, resulta poco menos que imposible no dejarse llevar por las Musas de la Especulación y quizás, barajando algunos cabos -entre ellos, la escueta descripción de Morales-, preguntarse si quizás hay o hubo alguna relación con aquél cofre de las reliquias depositado precisamente por Santo Toribio (este de Astorga, que no el otro de la Liébana), en lo más alto del Monsacro asturiano: aquél monte, tradicionalmente sagrado que fue donado a unos extraños fratres de Monte Sacro por el rey de León, Fernando II y su hermana Doña Urraca, a la sazón, reina de Asturias. Un monte, el Monsacro, que alberga cuando menos dos enigmas en sus dos ermitas románicas, una de ellas, curiosamente, de planta octogonal.
Sea como sea, de lo que no cabe duda, es que, simplemente por su sola visión, Astorga, su catedral y su museo, bien merecen una atenta visita. Y desde luego, como colofón a la magia de la arquitectura sagrada, el Palacio Episcopal o Palacio de Gaudí, que queda justamente enfrente, también.

 
(1) 'Relación del Viage de Ambrosio de Morales, chronista de S.M. el Rey D. Phelipe II a los Reynos de Leon, Galicia y Principado de Asturias, el año de MDLXXII', edición facsímil de la editada en Madrid el año de 1765; Ediciones Guillermo Blázquez, Madrid, 1985. Ejemplar numerado 106, página 176.
(2) De hecho, circulan numerosas teorías, incluida la novelada por Javier Sierra en Las Puertas Templarias, sobre la elevación del monasterio de San Lorenzo de El Escorial en una supuesta puerta del infierno -presentes, también, en las tradiciones árabes-, por la que éste rey, católico y supersticioso a la vez, pretendía mantener a raya a las potencias infernales.

jueves, 29 de mayo de 2014

Villalba de los Alcores: Santa María del Temple



Valladolid y su provincia, también fueron un pródigo feudo de templarios en tiempos, y aunque muy reformadas, e incluso bastante deterioradas en la actualidad, ofrecen, no obstante, algunas reliquias arquitectónicas que conservan, después de todo, un digno testimonio de interés y alientan a continuar buscando la sombra, alargada y terriblemente escurridiza, de tan notables caballeros. Uno de tales lugares, se localiza en la localidad de Villalba de los Alcores, así como en la bohemia estampa que presenta la semi arruinada iglesia de Santa María del Templo o del Temple.
Si bien parece ser que tanto templarios como hospitalarios compartieron protagonismo en ésta hermosa villa, desde la que se domina una magnífica extensión de los infinitos terrenos conocidos como la Tierra de Campos, Gonzalo Martínez Díez (1), jesuita y con notables licenciaturas en diversas universidades, nos comenta, en relación a ésta iglesia de Santa María del Templo, que fue cerrada al culto en el año 1818, quedando relegada al estado de simple ermita; en base a ello, debemos suponer, que por aquélla época, su estado debía de ser mucho más completo e imponente, que el que tiene en la actualidad. Supone también, y seguramente con razón, que ésta iglesia, así como otras heredades cercanas, debieron depender de la encomienda establecida en Ceínos de Campos, hasta que en 1334, una vez disuelta la Orden, el rey Alfonso XI, las donó a su primo don Juan Alfonso de Alburquerque, personaje singular que por entonces ejercía el importante cargo de alférez mayor del reino y de quien se dice que fue mandado envenenar por orden del rey Pedro I el Cruel. Una vez muerto, y después de no pocas vicisitudes relacionadas con su cadáver y su ataúd –de ahí, que sea conocido también por el apodo de el del ataúd-, recibió sagrada sepultura en el cercano monasterio de la Santa Espina.
Interesante advocación, ésta de la Santa Espina, que suele señalar, tanto simbólica como físicamente lugares en los que se ha detectado cierta influencia o asentamiento de índole templario en el pasado, independientemente de que a la vez defina una característica geográfica del terreno, que tal vez convenga señalar, antes de continuar comentando los pormenores relacionados con el templo a que se viene haciendo referencia, y que a la vez, se relacionan con una zona muy especial, en la que se localizan lugares bastante relevantes, y desde luego, no exentos de interés y antigüedad, determinados no sólo por valores estratégicos y militares, sino también, mucho más importante todavía, por factores culturales y sagrados de diversa índole y tradición.

 
Lugares como Urueña, la bien llamada Villa del Libro, por donde pasaba la calzada romana que unía Palencia con Zamora, con sus murallas medievales que se remontan al siglo XII, y más allá, extramuros, una de las joyas arquitectónicas no sólo más hermosa y desconcertante de la Península, sino también, reseña, probablemente, de ancestrales cultos a la figura primordial de la Magna Mater, convenientemente cristianizada: la iglesia de Nuestra Señora de la Anunciada. A cinco kilómetros de ésta, restos notables de ese magistral mozarabismo que fue dejando huellas de inequívoca magia geométrica en los templos que levantaba, y que tiene un genuino exponente del siglo X en el templo de San Cipriano, joya que hemos de situar en la vecina población de San Cebrián de Mazote. E incluso, a apenas dos, a lo sumo tres kilómetros de ésta Villa Alba o Villa Blanca de los Alcores, aunque hoy en día reconvertido en Lugar Arqueológico y Centro de Interpretación de la Naturaleza, quedan algunos restos del que fuera un importante cenobio de origen mozárabe, fundado por San Froilán en el siglo X: Santa María de Matallana. Un santo muy peculiar, este Froilán, en cuya historia no faltan esas referencias legendarias y tremendamente simbólicas, que probablemente nos señalen a un personaje equiparable a los grandes Maestros que, pontífices o no, como Santo Domingo de la Calzada y San Juan de Ortega, jalonaron el Camino de Santiago de lugares de particular interés. De este santo en particular, fundador de numerosos cenobios, cuenta la leyenda que se hacía acompañar de un lobo que, como castigo, le portaba los Libros Santos, trabajo que previamente hacía la mula –otro animal de gran simbolismo asociado- que mató y se comió. En la catedral de Lugo, hay una capilla a él dedicada, en cuyo magnífico retablo se pueden ver a los protagonistas de esta leyenda. O, dicho de otra manera, al Lobo como portador del Conocimiento. Basten estos datos, simplemente, para ambientar la importancia de esta zona de la inmensa Tierra de Campos, donde no podían faltar unos caballeros, que no sólo sobresalían por su bravura y eficacia –en todos los aspectos: religioso, militar, organizativo-, sino también por su más que casual debilidad por situarse en o a la vera de enclaves ricos en simbolismo y tradición, y a la vez fructíferos, pues es bien sabido que esta zona forma parte también de los inmensos graneros de Castilla.
Aun en su más que aparente ruina, la iglesia de Santa María del Templo ofrece, sin embargo, un digno testimonio, apenas comienzan a advertirse sus detalles, de esa sobria solidez que caracterizaba numerosos templos levantados o remodelados -no olvidemos, en este sentido, las cesiones y permutas-, por la Orden del Temple, en los que también parecía existir cierta concordancia con las características espirituales de los propios frates; es decir, se aprecia también en ellos, su carácter de templo y fortaleza, con predominio de los contrafuertes y los estrechos ventanales similares a saeteras. Aunque muy desgastados, por desgracia, los motivos ornamentales de sus canecillos, no obstante sobreviven algunos que, dentro de lo cabe, invitan a la especulación. Por ejemplo, resulta bastante sorprendente, la presencia, por encima del pórtico del lado norte, de dos canecillos que muestran sendos arbor vitae o árboles de la vida, el número de cuyas hojas o frutos, juega ya con una simbología bastante sugerente: el cinco y el siete. Número mágico por antonomasia éste último y número asociado, el cinco, no sólo con las cinco llagas o heridas de Cristo, sino también, con la figura de la Virgen. O mejor dicho, con aquélla figura con la que empezaba y terminaba su Religión: Nuestra Señora. Los barriles, que de alguna manera, recuerdan también el sentido griálico de contenido, similares, en esencia, a los calderos celtas, también constituyen un motivo recurrente en la temática que todavía se puede apreciar, así como la dualidad, determinada por otro canecillo, cercano al ábside, que muestra dos hombrecitos prácticamente unidos, recordando aquéllos lejanos inicios de pobreza y humildad, y uno de los sellos principales, aquél, precisamente, que mostraba a dos hermanos cabalgando un único caballo. Dos hermanos cabalgando el vehículo del Conocimiento. Pero también en el ábside, los canteros que levantaron este interesante templo, dejaron su firma en los sillares. Una firma de variada índole pero que, curiosamente, en algunas de las marcas, recuerda parte de aquéllas otras que se pueden observar, por docenas, en otro lugar muy particular, situado en pleno Camino de la Plata a su paso por la provincia de Zamora: el monasterio de Santa María de Moreruela.
Cabe resaltar, por último, que a pocos metros de la iglesia y mezcladas con construcciones modernas, sobreviven restos de edificaciones medievales, que muy bien pudieran haber pertenecido a aquéllos intrépidos caballeros del Temple que velaron armas en esta parte de la ciudad.
 
 
(1) Gonzalo Martínez Díez: 'Los templarios en los reinos de España', Editorial Planeta, S.A., 1ª edición: abril de 2001, página 125 y 126.