miércoles, 24 de diciembre de 2014

El Santo Cristo de Fisterra y Nuestra Señora de las Arenas


El mar y sus infinitos misterios. Aquel que guarda y retiene, como el mayor banco de tesoros del mundo, y el que a veces, inesperadamente, también comparte. Se convierte, entonces, en Magister Venerabilis, que sorprende a las multitudes, seduciéndolas y atrapándolas con la magia de su sabia benevolencia, depositando en la escuela natural de playas y costas, retazos de sabiduría, muchos de los cuales no han de tardar en convertirse en verdaderos objetos de culto y veneración. Todas las costas del mundo están repletas de ellos, así como de oscuras historias que refieren la llegada de dioses –sean éstos blancos o no-, portadores de una sabiduría y un conocimiento muy especiales. Ahora bien, reduciendo tan trascendente cuestión, a esos mares que bañan las brumosas y peligrosas costas de nuestro norte peninsular –no en vano, conocidas como la Costa da Morte, al menos desde el tramo que va desde A Coruña al Finis Terrae-, muchos son los objetos –en su mayoría, Vírgenes y Cristos- que, encontrados casualmente en las playas, han alimentado la fe y la superstición de las gentes humildes, convirtiéndose no sólo en vehículos de una excepcional veneración, sino también, en vehículos portadores de milagros.



Uno de ellos, es este Santo Cristo de Fisterra, también conocido como el Cristo da Barba Dourada, cuya mediática presencia en uno de los lugares más paradigmáticos de un Camino Mágico que ya era recorrido por los celtas y otros pueblos de la más remota antigüedad hispana, hacen de él, en la fe supersticiosa de las gentes, una figura eminentemente dotada del poder del Milagro, hasta el punto de contar con una veneración extraordinaria. Cuenta la tradición, cuando no la leyenda  -a pesar de ser una imagen del siglo XIV-, que, al igual que numerosas vírgenes románicas célebres en la Península, fue realizado por Nicodemus, personaje relacionado, como José de Arimatea, con la Pasión y muerte de Cristo y por supuesto, con las consiguientes y maravillosas leyendas medievales relativas al Santo Grial. Era transportado, al parecer, en un barco, cuyos supersticiosos marineros –me pregunto si el barco no sería inglés, y sus marineros más que supersticiosos, eran protestantes- hubieron de echarla al mar, allá, en punta Cabanas, con el fin de sortear un peligroso temporal y continuar viaje. Entre la leyenda dorada de sus milagros, se cuenta la de la conversión de unos moros, que habían desembarcado cerca de la iglesia de Santa María, con el fin de saquearla.  También se cuenta, que su pelo y su barba crecen de manera milagrosa, como si estuviera vivo. Como se aventuró en la anterior entrada, una réplica fue mandada hacer por el obispo Vasco Pérez Mariño, cuando se hizo cargo de la sede episcopal de Orense.


Posiblemente, en mayor medida que otros venerables objetos de culto, dentro de la fenomenología mariana se recojan, con más frecuencia, el súbito y milagroso hallazgo de unas imágenes que, atribuidas en la mayoría de los casos, a las manos de evangelistas, como San Lucas o a relevantes apóstoles, como Santiago, Pedro y Pablo, se conviertan en cabezas visibles de fervores populares desmesurados, dando lugar, de paso, a formidables y hermosas leyendas. Tampoco parece casual, en opinión de muchos autores, que detrás de muchos de estos cultos, más que marianos, deberíamos de matizar, dedicados a la figura de Nuestra Señora, se localice una sospechosa cercanía templaria o cisterciense. El Camino, tampoco es ajeno a esta cuestión y dentro de la numerosa fenomenología que nos ofrece al respecto, dos de los mejores ejemplos lo tengamos en esa Santa María la Blanca, a cuyos milagros tan fervorosamente loaba el rey Alfonso X, y por supuesto, a aquélla otra, encontrada por los propios templarios en Ponferrada: Nuestra Señora de la Encina.


Dentro de que la marinería en general -y no olvidemos, que en Fisterra, el mar y las gentes están estrechamente vinculados-, existe una particular veneración por la figura de la Virgen del Carmen. Figura que, de hecho, tiene su capilla en ésta iglesia de Santa María de Fisterra. Pero hay otra imagen titular, situada en su ábside o cabecera, que no deja de ser intrigante y posiblemente, igual que el Cristo de Fisterra que acabamos de ver, tenga también unos orígenes inciertos y recuerde, de paso, a esa virgenciña rianxeira del cantar: Nuestra Señora de los Arenales. Dicen los expertos, que se trata de una talla del siglo XVI; una talla, que ha perdido el trono de sus antecesoras, aunque no su hieratismo; una talla, que aún de pie -no olvidemos las tallas similares que se encuentran en numerosos monasterios del Císter-, mantiene su hierática mirada, aunque, detalle curioso donde los haya, es una de las pocas imágenes marianas donde Madre e Hijo comparten un símbolo fundamental: la bola. Su manto es de color azul celeste, con algunos ribetes de rojo, recordando el color del manto que en principio llevaba su antagonista, María Magdalena, hasta que la Iglesia, sin duda cansada de una veneración que no veía con buenas ojos, lo sustituyó por el color rojo, más propio, en teoría de las pasiones humanas y más cerca, a la vez, de la consideración que siempre le han otorgado a aquélla que, según algunas fuentes, fue la compañera de Cristo. Y entre los detalles de sus dibujos o filigranas, no falta la emblemática flor de lis.


Sirva de colofón a la presente entrada, una magnífica imagen del Santiago Peregrino, del siglo XVII, que también se encuentra en el interior de la iglesia y es muy venerada por los peregrinos que se acercan a este tramo final de su Camino. Un tramo en el que, después de todo, el mar es protagonista y en muchas ocasiones, acerca a sus costas detalles de un humanismo, que la gente vulgar revaloriza y convierte en hermosas tradiciones y leyendas, que las generaciones asumen, sin duda, motivadas por la fe y una poética donde, después de todo, lo maravilloso suele ser la antesala del milagro.Digo esto, porque muchas de éstas imágenes tienen, probablemente un origen más cercano de lo que se supone, sabiéndose, por ejemplo, que los protestantes ingleses, en su persecución del catolicismo clásico de Roma, no sólo destruían muchos objetos de culto de tal índole, sino que también se deshacían de ellos, arrojándolos por la borda. Los casos son numerosos, tanto en las costas del Atlántico como del Cantábrico. Uno de los más famosos, quizás sea el de Luarca y una virgen actualmente desaparecida, encontrada en una gruta de sus impresionantes desfiladeros, aunque todavía se conserva, en lo más alto del retablo de la Virgen de la Blanca, su Patrona, una magnífica imagen de alabastro -otro comercio que tiene mucho que ver con el Camino y del que los ingleses sacaron buenos réditos-, representando una Santa Ana Triple.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Santa María de Fisterra


¿Llegaron los templarios al Finis Terrae, a ese simbólico fin del mundo o reino de los muertos, donde los egipcios situaban el Amenti?. Nada hace suponer que no lo hicieran; y sin embargo, una vez disuelta la Orden y desmembradas sus extensas pertenencias, todo son sombras, sospechas, especulaciones, deseos de realidad o conveniencia en algunos casos. Porque, más de setecientos años después de su desaparición, el Temple continúa levantando pasiones. Una simple cruz, grabada con habilidad en un sillar, por muy patada que tenga la forma, evidentemente, no demuestra nada. Incluso la documentación –con numerosas referencias, por cierto, en lo tocante al antiguo Reino de Galicia-, se muestra, también, ciertamente esquiva al respecto, si bien contiene referencias a un tema mucho más complejo todavía, quizás, como es el de las monjas templarias, que ya habrá ocasión de comentar próximamente. ¿A qué santo recurrir, entonces, para especular con la posibilidad,  una vez sugerida la idea, sin caer en la trampa de un partidismo inconsecuente y gratuito?. Posiblemente, y en base a la experiencia de muchos años persiguiendo rastros por los caminos –equívocos en unos casos y posiblemente acertados en otros-, ya no me sorprenda, en absoluto, de que Don Casual exista, y en ocasiones se aparezca. Y nunca mejor dicho, si tenemos en cuenta que estamos en una tierra donde el mundo de ultratumba de las antiguas tradiciones, todavía persiste con una fuerza extraordinaria y a las que hay que añadir un mar tenebroso, como aseveran algunos autores (1), de donde llega, en un preciso instante, el conocimiento. Entonces, si a la visita inesperada de Don Casual le sumamos los detalles, las coincidencias, los símbolos y el correspondiente porcentaje de probabilidad, es muy posible que consigamos, después de todo, hacer algo, cuando menos, verosímil y hasta cierto punto, quizás también interesante.

Para ello, hemos de asumir la idea, de que hablar de Fisterra, conlleva siempre dejar una puerta abierta a la imaginación. La magia del arcano Camino de peregrinación te envuelve, puesto que es uno de los lugares más especiales del mismo, y la variopinta gama de personajes, momentos y detalles, con los que te encuentras inesperadamente, que no sólo te sorprenden, sino que además, también te atraen con sus historias y su insólito y asociado lenguaje de los pájaros, te inducen a valorar cualquier posibilidad.

Uno de tales personajes, conocido a pie de iglesia, anónimo aunque dijo proceder de esa supuesta cuna de Castilla que se localiza en la provincia de Burgos, me sugirió que ésta iglesia -que según su opinión, sigue los patrones artísticos del gótico inglés-, había sido de los caballeros templarios que protegían a los peregrinos hasta los confines del mundo. Una idea deliciosa, desde luego, plenamente romántica y también, como se apuntaba más arriba, probable. Respecto a la iglesia en sí, es posible que tenga ciertas similitudes con el gótico inglés, pero lo que está claro, es que conserva, a pesar de sus numerosos añadidos posteriores -como sucede en muchos otros templos de la costa-, esas características asociadas a las denominadas iglesias o capillas de índole marinera. Y además, cuenta también con varios de esos objetos, asociados a esa tradición de conocimiento traído por las aguas de ese mar tenebroso que lame sus costas, mencionada por Atienza: el Santro Cristo de Fisterra, conocido también como el Cristo da Barba Dourada -una réplica fue donada a la catedral de Orense por el obispo Fisterrán Vasco Pérez Mariño, cuando pasó a regir la sede episcopal de esta ciudad-, así como una curiosa imagen mariana del siglo XVI -recordemos, al respecto, que la marinería en general y la gallega en particular, sienten auténtica veneración por la Virgen del Carmen, que también tiene su capilla en este templo-, patrona de la parroquia, a la que denominan Nuestra Señora de las Arenas.


Se tiene constancia, que los orígenes de este singular templo, se remontan, cuando menos, al año 1199, según consta en un documento de donación de Doña Urraca Fernández, hija, precisamente, de uno de los personajes de la nobleza que hizo posible la integración de la Orden del Temple en Galicia y muy relacionado, sobre todo, con la misteriosa e importante bailía templaria de Faro: el conde de Traba. Y entre la ornamentación –no ajena, por supuesto a muchos templos similares-, figura la presencia, en número par, de un símbolo muy utilizado por estos aguerridos monjes-guerreros, que en condición de soldados de Cristo y mártires de Dios, siempre estaban dispuestos al sacrificio: el Agnus Dei.

Llama la atención, por otra parte, la galería porticada de su entrada principal, situada al oeste, enfrente del pequeño cementerio, que recuerda, por su aspecto y diseño, aquélla otra que se puede visualizar en otro interesante lugar, situado en la provincia de Lugo, muy cerca de la coruñesa Melide y tan sólo unos kilómetros fuera de la senda determinada por el tradicional Camino Francés: Vilar de Donas. De su interior, destacan algunos de los antiguos sarcófagos, colocados bajo arcosolios en los laterales y escasamente iluminados, donde se pueden apreciar ciertos símbolos como la vara de medir -en algunos casos, el desgaste no permite comprobar si entre los símbolos labrados hubiera, cosa no improbable, alguna espada que denotara la tumba de algún caballero-, y la sobriedad de los capiteles, basados, sobre todo, en motivos foliáceos. Aparte de algunas sencillas marcas de cantería, y otros detalles barrocos -por ejemplo, los motivos simbólicos distribuidos a lo largo de la parte interior de la portada de acceso a las capillas, y que se pueden comparar con aquellos otros que se localizan en algunas catedrales, como la de Astorga-, una de las piezas que merece especial atención -apenas conserva rasgos de su policromía original-, parte de un conjunto, probablemente gótico, en el que se ven representados media docena de apóstoles -incluido el propio Santiago el Mayor-, con sus atributos o herramientas masónicas.

El muro norte, también dispone de una pequeña puerta de estilo gótico, decorada con motivos acantiformes y donde se aprecian dos escudos nobiliarios: el de los Feijoo y el de los Recamán. Se trata, de la denominada Puerta Santa, que se utiliza como entrada al templo en las celebraciones del Año Santo. En la pradera cercana y excavado en la ladera del monte, se constata la presencia de una pequeña cueva, que probablemente sirvió como eremitorio en el pasado.

(1) Juan García Atienza: 'El Camino de Santiago. La Ruta Sagrada', Ediciones Robinbook, S.L., Barcelona, 2002.

martes, 16 de diciembre de 2014

A Coruña: iglesia de Santa María do Campo


No hay documentación histórica que lo demuestre fehacientemente, pero sí es cierto, que algunas fuentes consideraron esta posibilidad, sin duda influenciadas por la hipotética localización de lo que fue, en aquéllos nebulosos años de los siglos XII-XIII, la importante y a la vez misteriosa Bailía templaria de Faro, promovida, en gran parte, por el interés que la Orden comenzaba a generar en Occidente, así como por la acción interesada de algunos de los más importantes nobles gallegos, como el conde de Traba, que además se aseguraban la presencia de unos fabulosos guerreros para hacer frente a las terribles incursiones normandas. Independientemente de ello, y como muchos otros templos románicos de similares características levantados a lo largo y ancho del antiguo Reino de Galicia, ésta iglesia, dedicada a la figura de una peculiar Nuestra Señora -del Campo (1)-, contiene algunas singularidades que, tuvieran o no que ver con la antigua orden medieval de monjes-guerreros, bien merecen, no obstante, una breve, pero particular atención.


No deja de resultar curioso que, como en otros peculiares lugares de la costa, como Noya y Betanzos, en el tímpano principal de entrada, nos encontremos con un mito que, lejos de parecer casual, parece constituir, por el contrario, toda una constante en el románico de la costa coruñesa: la Adoración de los Magos. También, como en los citados casos de Noya y Betanzos, en la interpretación del cantero se observan algunos curiosos elementos o detalles, sobre los que quizás merezca la pena centrar la atención, y donde -entre otros aspectos-, la numerología parece tener, así mismo, cierta relevancia, como los 8 ángeles que, a uno y otro lado de la arquivolta principal, escoltan, por así decir, a 5 figuras, las cuales parecen corresponder, sin ninguna duda -aunque lejos de su representación tradicional- a un Pantocrátor, con la figura central de Cristo y los 4 evangelistas, 2 a cada lado. Por su parte, la Adoración Magi del tímpano, jugando también -si se permite la expresión- con la numerología -6 personajes, entre magos y familia evangélica-, añade varios elementos que, en cierto modo, podrían considerarse como novedosos e incluso únicos: la presencia, a ambos extremos, de dos singulares edificios de forma circular, tipo torre -figura suspicazmente asociada a la Magdalena y posteriormente, heredada en el santoral cristiano por la figura de Santa Bárbara-, que además de contar con el detalle artístico de sus respectivas puertas y ventanales, contiene, en el de la izquierda, el añadido de tres pequeñas cabezas de lo que a priori podrían considerarse como bóvidos, asociadas, quizás, a esa simbólica vaca solar o vaca cíclica, que cuenta con numerosas referencias -independientemente de figurar en la heráldica de uno de los linajes más antiguos de Galicia, como es el de los Becerra-, presentes no sólo en la nave del templo de San Francisco de Betanzos, sino también, por ejemplo, en el frontal del sepulcro de un inquietante y misterioso personaje noyés -Ioan de Estivadas-, el cual, si bien prácticamente desconocido para la Historia, en cuanto a documentos testimoniales se refiere, llama la atención que siendo supuestamente un simple vinatero, su nombre figure en la Plaza situada junto a la iglesia de San Martiño, templo que albergó primigeniamente el referido sepulcro -se encontró en la capilla de Valderrama, tras el altar de San Blas-, hasta su traslado a la no menos enigmática iglesia de Santa María a Nova –famosa, sobre todo, por la exuberante y a la vez desconcertante colección de lápidas gremiales que contiene-, en el transcurso de los primeros años del siglo XX.



Significativamente interesante, además, resulta la figura principal de la Virgen, entronizada y con el Niño sentado en el frontal de su regazo, que está mucho más cerca de las representaciones hieráticas de las primitivas Vírgenes Negras –Isis, Astarté, etc- que de la figura materna idealizada en los Evangelios, cuyo brillo comenzó a extenderse en época tardía, sustituyendo a la figura cuya advocación había brillado hasta entonces en muchos templos medievales: María Magdalena.
El templo, además, cuenta con una segunda portada, situada en el lateral norte, que invita, así mismo, a la especulación, toda vez que, extraña en sí misma, parece que pudiera representar una posible Anunciación que, si así fuera y como en el caso de la iglesia betanceira de Santa María del Azogue, vuelve a sugerir la humanidad de la figura del mensajero –papel que en algunas fuentes antiguas, se atribuye a Juan el Bautista-, y donde, además, aparecen otros singulares elementos, como cuatro cruces inmersas en un círculo, que recuerdan, al menos comparativamente hablando, las cuatro ruedas del carro de Yahvé, en la visión del profeta Ezequiel y un posible árbol de la vida, donde a pesar del desgaste, parece adivinarse la presencia de un ave, y que tal vez haga referencia al de Jesé –cuando no, a uno de los evangelistas, San Juan-, cuyo recuerdo los canteros dejaron magistralmente labrado en el claustro del monasterio burgalés de Santo Domingo de Silos. Otra particularidad de esta portada, es la pequeña figura humana que parece deslizarse a través de la piedra, en el lado superior derecho.

Respondiendo, quizás, a ese tipo de templos denominados marineros –durante siglos, este fue el templo de los gremios de la mar y del comercio-, independientemente de su austeridad, presenta algunos detalles interesantes. Obviando todos los detalles de la pequeña capilla que se localiza en el lateral izquierdo apenas se entra en el templo y que muestra, a tamaño casi natural una moderna aunque singular talla de la Magdalena penitente, volvemos a encontrar, otra vez, la anteriormente comentada escena de la Anunciación, donde se vuelve a humanizar la tradicional figura angélica del mensajero Gabriel, en ésta ocasión, como estatuas-columna o atlantes, situadas al principio de la nave. Detalles que se repiten en las columnas de la cabecera, en las cuales, más pequeñas y labradas en su interior, se localizan también dos tallas: una, representando a Santiago y la otra a la Virgen con Niño.

Otro de los detalles interesantes a tener en cuenta, que a su vez nos sugiere la presencia soterrada de una determinada influencia de carácter oriental -no olvidemos, por ejemplo, el anónimo personaje de tal procedencia, que se localiza en un sepulcro en una de las capillas de la iglesia betanceira de San Francisco-, es el templete adosado al ábside. Templete y forma que, además de coronar las torres de muchos templos galleros -en particular, de aquellos que se localizan en uno de los tramos más relevantes del Camino de Santiago, como es el de O Cebreiro a Triacastela-, se localiza, así mismo, en lugares relevantes, siendo uno de los más representativos el cementerio noyés anexo a la iglesia de Santa María a Nova.


(1) Recordemos advocaciones similares, de los Huertos, tanto en Puente la Reina, Navarra, como en Sigüenza, Guadalajara, aunque oficialmente, se supone que dicha advocación le viene de haber estado fuera del recinto de la ciudad.