domingo, 8 de diciembre de 2013

La España de los Templarios os desea una Feliz Navidad


La espada descansa tranquila en su vaina. La escarcha cubre el camino y las huellas del Temple se difuminan entre la niebla. Una de las caras de Jano languidece, mientras en la otra comienza a mostrarse una enigmática sonrisa. A punto de abrirse la Jauna Infernii, la puerta del solsticio de invierno, es bueno, cuando no necesario, seguir los sabios consejos del Eclesiastés y hacer un alto en el camino. Descansar, dejarse llevar por el ambiente de las fechas en las que nos encontramos y pensar en las próximas búsquedas; en todas esas señales que posiblemente continúen ahí fuera cuando la nieve se derrita y el hielo nos diga adiós. Al fin y al cabo, han resistido setecientos años y es seguro que continuarán haciéndolo muchos años más. No hay prisa, pues, para apresurarse a ir en su busca. Mientras tanto, y como viene siendo costumbre, sin importar cuáles sean las creencias de cada uno, desde las páginas de este blog de La España de los Templarios, este infatigable perquisitore os desea, de todo corazón, una muy Feliz Navidad y próspero y venturoso Año Nuevo 2014.

martes, 3 de diciembre de 2013

Tras las huellas de los templarios por las montañas de Asturias



Antes de embarcarse en parte de la aventura del Temple por el norte y el noroeste de la Península, quizás sea el momento oportuno de incidir, al menos en la medida de lo posible, en  la que quizás sea la más dramática y controvertida búsqueda de su presencia por una de las provincias más hermosas y a la vez más ignotas y misteriosas de esta vieja y malherida piel de toro que es la Península Ibérica: el Principado de Asturias. Si uno de los infranqueables escollos con los que un investigador tiene que hacer frente a esa naturaleza histórica validada por un pergamino de época es, precisamente, la terrible escasez de éstos o, en su defecto, la imposibilidad de acceder a las fuentes de consulta históricas existentes, en el caso de Asturias y su provincia se puede decir, obviando el detalle de pecar de exageración, que las fuentes relativas a los asentamientos templarios en la región, son prácticamente nulas o inexistentes. Caben, entonces, dos opciones, a cual más expedita: o decir, simple y llanamente, que el Temple se estableció en el resto de la Península excepto en Asturias, o embarcarse en la ardua aventura de recorrer sus valles y montañas, buscando rastros –generalmente irreconocibles- siguiendo las pautas marcadas por ese persistente cantar del pueblo, que son las leyendas y tradiciones. Lo más fácil y cómodo, posiblemente, sería optar por lo primero: dado que, supuestamente, no hay fuentes escritas que lo avalen, la opinión generalizada, y de hecho, la postura adoptada por la gran mayoría de historiadores, no es otra que aquella encaminada a afirmar, rotundamente, que no hubo templarios en Asturias. Y si por casualidad, surgiera algún detalle o algún documento inesperado (1) que pudiera suscitar cierta sospecha en ese sentido, inmediatamente se tilda a la fuente de apócrifa o falsa. La persona conformista que piense así, no sólo ganará tranquilidad y podrá dedicarse despreocupadamente a otros temas, que en su derecho está, obviamente, al considerarlos más relevantes y de seguro, menos complicados. Pero aquella persona, en modo alguno tranquila, inconformista y sobre todo dispuesta a arriesgar tiempo y recursos, en la medida de sus posibilidades, obviamente, por acercarse personalmente a perseguir a estos inusitados fantasmas del pasado, estoy seguro de que tendrá una de las experiencias más frustrantes pero a la vez más gratificantes y ricas de su vida.
Referencias, huellas, indefinibles restos en algunos casos, que se acompañan de esas canciones del pueblo que son las leyendas y las tradiciones y que en demasiadas circunstancias conllevan el aliciente del entorno ancestral, propiciatorio y mágico al que éstos fratres, y a la vez milites, es decir, esa mediática mezcla medieval de místicos y guerreros, como ya los definiera muy acertadamente algún autor en el pasado, solían aferrarse con una más que casual persistencia y que, de hecho, corroboraría parte de ese universo esotérico que, sin caer en el exceso y en la exageración, admiten como real algunos historiadores mundialmente conocidos, como podría ser el caso de Ricardo de la Cierva (2).
No es casual, tampoco, como reconocen, sobre todo historiadores e investigadores galos, como Oursel (3), que ciertos nombres conlleven, en sus raíces, un recuerdo implícito de su presencia, ofreciendo, siquiera sea subjetivamente y entre líneas, un sentido funcional en cuanto al motivo y las características de su asentamiento. Tal es así, que podría pensarse en términos de pautas y constantes, certeramente comprobadas, sobre todo cuando se refieren a lugares situados estratégicamente, sobre los que los templarios ejercían un férreo control. Dos buenos ejemplos de ello, serían los topónimos La Guardia o La Torre, La Garde o La Tour, respectivamente, a uno y otro lado de esa fantástica frontera natural que son los Pirineos.
Tampoco es casual, que en las cercanías de un probado o supuesto asentamiento templario, se localicen no sólo restos de cultos anteriores, sino también santuarios dedicados a la figura primordial de la Gran Diosa Madre o, dicho de otra manera, lugares de veneración de Vírgenes Negras. Y que éstas, a la vez, lleven nombres determinados como Espino, Encina, Carrasca –como se conoce en algunos lugares, precisamente a la encina- o Acebo, determinando pistas que generalmente se pasan se por alto.
 
Poco o nada casuales son, así mismo, las pautas constructivas y el simbolismo que, como el camino de miguitas de pan del cuento, van conectando la presencia de determinados gremios, cuyo rastro se pierde entre una laberíntica red de montes y montañas y se recupera allende éstas, en provincias vecinas que, como León o Zamora, aún recuerdan, con más o menos precisión, la presencia de ésta fascinante orden militar en sus respectivos territorios. Torres, restos de construcciones militares, capillas de planta octogonal, santos y santos de especial, por no decir heterodoxa consideración, Cristos-relicarios que aún conservan arena que, una vez analizada, se confirma su procedencia como de Tierra Santa, incluso símbolos occitanos orgullosamente esculpidos en cabeceras de iglesias nos hablan de otra historia; una historia que permanece olvidada, durmiendo un sueño eterno mientras languidecen con el paso de los años, olvidadas en los cientos de pueblos y aldeas que cuelgan como luciérnagas en la difícil geografía de esta cuna de la Reconquista.
 
La Asturias templaria: la última frontera.

 


 
 
(1) Como ocurre, por ejemplo, con el caso de la iglesia segoviana de la Vera Cruz y el documento dirigido por el Papa (buscar referencia) a los templarios de Zamarramala
(2) Ricardo de la Cierva: ‘Templarios: la historia oculta’.
(3) ‘Peregrinos, hospitalarios y templarios’, texto de Oursel, fotografía de Zodiaque, Volumen 10 de la serie Europa Románica, Ediciones Encuentro, 1ª edición española, diciembre de 1986.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Sejas de Sanabria: iglesia de Santa Marina



Sejas de Sanabria, es otra pequeña población zamorana que hemos de situar a apenas seis kilómetros escasos de Mombuey, y como en el caso de la torre de la que fuera iglesia de Santa María, la parroquial y el entorno de Sejas de Sanabria parecen estar también relacionados con la mediática presencia, en tiempos, de la Orden del Temple. Tal detalle, se hace más evidente, quizás, por la localización de ciertos elementos que, aparte de aquellos que conforman la parroquial dedicada a la figura de Santa Marina, ofrecen indicios más que suficientes –al menos, subjetivamente hablando- como para especular desde el punto de vista de una relativa certeza. Estos detalles inducen, cuando menos a la sospecha, si tenemos en cuenta la presencia de una ermita dedicada a la Vera Cruz; de otra ermita, bajo la advocación de la Virgen de la Rivera, así como la existencia, en los alrededores, de una Cueva de la Virgen, sin duda relacionada con un hecho milagroso o sobrenatural, que vendría a marcar, convenientemente, el lugar mágico, reconvertido, donde éstos, independientemente de otros motivos, tal vez de índole estratégico, solían asentarse. Además, otro detalle que podría ofrecernos ciertas pistas sobre alguna de las previsibles actividades de los fratres en la zona, es que desde ésta población de Sejas de Sanabria, parte una denominada Ruta de los Molinos, actividades, como todas aquellas derivadas de la agricultura, que no fueron ajenas a una Orden cuya estructura y organización estaba encaminada, principalmente, a sostener las demandas y el mantenimiento de los hermanos que combatían en Tierra Santa.
Habría que tener en cuenta, además, la proximidad del lugar con la frontera auriense, tierra ya perteneciente a Galicia, donde los monjes guerreros, es sabido que se beneficiaron de generosas donaciones, sobre todo, de aquellas aportadas en particular por un rey, Fernando II (1) que, aparte de otros motivos de índole social y política, se aseguraba, con la presencia de estos aguerridos caballeros, no sólo la protección de los peregrinos que se dirigían a Compostela siguiendo la denominada Ruta o Vía de la Plata, sino también la vigilancia de las fronteras con el vecino y prácticamente recién creado reino de Portugal. Posiblemente, sea éste uno de los factores que determinan las similitudes entre lugares de una y otra provincia, entre los que cabría destacar no sólo la presencia repetitiva de elementos de rico simbolismo, como el Agnus Dei –que casualmente suelen encontrarse en numerosos templos atribuidos o en los que existe la sospecha  de haber pertenecido a la Orden en algún momento histórico, como podría ser, por citar un ejemplo cercano, el de San Pedro de A Mezquita-, sino también el de las advocaciones, donde destacan, como ya se aventuraba en la entrada anterior, aquéllas dedicadas a una santa inexistente, Marina, que, no obstante, señalarían la presencia de lugares o santuarios relacionados, en este caso con el agua, anteriores al advenimiento del Cristianismo, aunque absorbidos por él, pero que, de igual manera, continuarían señalando el lugar mágico. Lugares, volvemos a repetir, por los que el Temple parecía sentir una especial predilección y en los que solían asentarse. Posiblemente el más relevante de ellos, no sea otro que el de Santa Mariña de Augas Santas, pequeña población distante también –como en el caso de Sejas y Mombuey-, aproximadamente seis kilómetros de una de las principales ciudades orensanas: Allariz.

De cabecera cuadrada (2), pero destacable en relación al resto de la nave, los expertos consienten en situar este templo sanabrés de Santa Marina, a principios del siglo XIII, siendo M. Gómez-Moreno (3), uno de los pioneros en destacar, con una más que plausible certeza la intervención aquí del mismo cantero, o en su defecto, del mismo taller que levantó la torre de Mombuey, dada, cuando menos, la concordancia de estilo. Los motivos escultóricos más relevantes, distribuidos en la cornisa de la cabecera, están conformados por arquillos trilobulados, entre los que el cantero distribuyó una serie de elementos bien definidos, principalmente bolas –colocadas en forma de posible clave, par e impar-, formas vegetales y cabezas humanas. Respecto a las cabezas, destacar que parecen ser un total de cinco –número de por sí relevante-, localizadas en las zonas sur y este, de las cuales cuatro miran al frente, hacia el norte y una mantiene la cabeza ladeada –de igual manera que existen varias de idénticas características en la torre de Mombuey e incluso en templos cercanos de la provincia de Orense, como podría ser el de Santo Estevo de Allariz-, señalando hacia el este.
En la parte oeste del ábside, y muy cerca de la conjunción con la parte sur, prácticamente en la esquina entre una y otra, una escultura de estimables proporciones, muestra a una cabra o a un carnero, arrodillada sobre sus patas delanteras, que generalmente está identificada como una posible figura del Agnus Dei –al menos, en los ambientes más ortodoxos-, pero que a la vez tiene asociada una interesante leyenda, cuyo desarrollo y consideraciones fueron oportunamente descritas por un auténtico especialista, como es Rafael Alarcón Herrera, la lectura de cuya entrada, La misa vana de la cabra Suldreira se vuelve a recomendar aquí, a todo aquél que desee ampliar más la información.

En la espadaña principal, hay dos campanas, que tienen, respectivamente, las siguientes inscripciones: ‘A nuestra Patrona Santa Marina’, y ‘Que estas campanas repiquen siempre con alegría’. Ambas tienen, además, una segunda inscripción, que define la procedencia y el autor de su realización: ‘Rivera me fecit, Montehermoso (Cáceres), España’. La primera fue donada por el pueblo de Sejas, y la segunda por la familia de Andrés Vega, ambas en sendos días 18 de julio –su resonancia política parece más que casual-, de los años 2005 y 2001.
Hay algunas sencillas marcas de cantería y también los tradicionales graffiti de peregrino en forma de cruz latina –sobre todo en la parte este del ábside-, así como una cruz de ocho beatitudes inmersa en un círculo y contenida también en su correspondiente círculo, una flor de seis pétalos, símbolo que antiguamente se utilizaba a modo de protección contra las brujas y suele encontrarse todavía en los dinteles de numerosas casas de ámbito rural, ambas situadas en la puerta principal de acceso al templo. Cerca, se localiza, así mismo, una breve inscripción.
Cabe plantearse, por último, una cuestión, cuando menos peculiar: si en Sejas se venera la figura de la Virgen de la Rivera y existe, así mismo, una denominada Cueva del Milagro, por un fenómeno de índole Mariano, evidentemente destacado, ¿por qué la Patrona del pueblo es una santa de oscuro origen que, según la opinión generalizada de numerosos historiadores, nunca existió?.

 
(1) Parece ser que hay cierta unanimidad entre los historiadores, a la hora de aceptar que la Orden del Temple se asentó en Galicia al principio del reinado de este rey, aunque hay autores, como Carlos Martínez Pereira (‘Los Templarios. Artículos y ensayos’), que opinan que su asentamiento fue anterior, durante el reinado de su padre, el emperador Alfonso VII. El mismo rey, por cierto, que en connivencia con su hermana Doña Urraca y en documento fechado el 1 de julio de 1158, donaba el territorio comprendido entre la meseta y la cumbre del Monte Sacro asturiano (o Monsacro), a unos misteriosos fratres, los cuales parece ser que levantaron dos ermitas en la cumbre, bajo la advocación de María Magdalena una, y de la Virgen del Monsacro, la otra, hoy en día dedicada a la figura de Santiago. Esta última, no obstante, tiene la peculiaridad de que su planta es hexagonal.
(2) Resulta curioso el extraordinario parecido entre este templo y la parroquial de Sieteiglesias, municipio situado en la Sierra Norte de Madrid. E incluso, apurando, con el aún más cercano y remodelado templo de Santo Tomás de las Ollas, situado en Ponferrada, provincia de León.
(3) M. Gómez-Moreno, autor, entre otras obras de ‘Catálogo monumental de España. Provincia de Zamora’, Madrid, 1927 y ‘El primer monasterio español de cistercienses: Moreruela’, Madrid, 1906. Información obtenida del libro de Cayetano Enríquez de Salamanca, ‘Rutas del románico en la provincia de Zamora’, Simancas Ediciones, 1998, página 86.

jueves, 17 de octubre de 2013

Los centinelas de Mombuey


Llegados a este punto, se torna necesario volver atrás, para retomar, aunque en dirección contraria, esa vía peregrina denominada Ruta o Camino de la Plata, y recalar en una pequeña población de la provincia de Zamora, distante apenas una quincena de kilómetros de Sanabria y sus legendarios lagos: Mombuey. En Mombuey -la antigua y medieval Monte Bobe-, al igual que en otros muchos lugares de la geografía peninsular, se recuerda, aún con escasez de documentos históricos, la presencia, allá por los albores del siglo XIII, de la Orden del Temple. De dicha presencia, la tradición -que como ya se ha dicho en alguna ocasión, sobrevive obstinadamente en las canciones del pueblo-, insiste en considerar a la antigua iglesia de Santa María, como obra y posesión de templarios. De ésta, actualmente tan sólo sobrevive la torre; el resto de la nave, levantado principalmente durante las reformas llevadas a cabo en el siglo XVIII, constituye el cuerpo principal de la parroquial, dedicada a la figura de Nuestra Señora de la Asunción. Pero lejos de desestimar o considerar insuficiente este vestigio -declarado, no obstante, monumento Histórico-Artístico Nacional en 1931-, la torre de la parroquial de Mombuey es una auténtica maravilla, en la que sobrevive un pequeño compendio de información simbólica que, en algunos casos, han de recordarnos presencias y detalles que quizás mantengan algún tipo de relación con otros lugares de la vecina provincia de Orense, vistos y en parte comentados algunos en entradas anteriores.


Esto se hace patente, sobre todo, en esas curiosas figuras que parecen surgir de la misma matriz de la piedra; en esas cabezas, delicadamente talladas, que, giradas en una determinada dirección, bien pudieran haber sido puestas intencionadamente, señalando un camino -quizás iniciático-, en el que posiblemente, si trazáramos una línea recta sobre el mapa -o quizás, puestos a aventurar, otra forma geométrica más compleja todavía, como un pentágono- podríamos advertir -advertido, y perdón por la redundancia queda también el lector, de que esto es tan sólo una sugerente hipótesis sin confirmar, al menos todavía-, que ésta cruza, atraviesa o pone de manifiesto, lugares de supuesta o comprobada pertenencia a la Orden. Este hipotético teorema, podría aplicarse, en principio, a un lugar bastante cercano a Mombuey, como es Sejas de Sanabria -apenas distante seis kilómetros-, y a su iglesia de Santa Marina, donde algunos expertos observan la misma o similar factura que se aprecia en la manufactura de la torre de Mombuey, y de cuya advocación deberemos estar muy atentos, pues, a pesar de ser opinión generalizada la no existencia real de esta santa (2), goza no sólo de una gran veneración en la provincia vecina de Orense, no faltando en ella, lugares de especial consideración relacionados también con el Temple, siendo uno de los más emblemáticos el de Santa Mariña de Augas Santas.
Y un dato a tener en cuenta: si en muchas de las iglesias atribuidas al Temple en la provincia de Orense, figura el Agnus Dei, bien en forma de cordero o de cabra, en Sejas de Sanabria la pieza más llamativa es precisamente la figura de la cabra -la cabra Suldreira de la tradición popular (1)-, en Mombuey, como su nombre ya va señalando, merece especial atención la figura mítica de este animal, el buey, muy importante, sobre todo en el románico del norte peninsular, representativa, además, de San Lucas, cuyo Envangelio comienza en el Templo con la visión del profeta Zacarías. Y una última cuestión: ¿puede tener una determinada relación astrológica, la machadiana figura de ese arquero que, aún manteniendo los ojos cerrados, apunta su arco al firmamento?. ¿Tal vez, a la constelación de Sagitario, como se adjetivaban también, a esos poseedores de Conocimiento, que fueron, dejando aparte las bajas pasiones de su naturaleza animal, los centauros?. ¿Hay en todo ello un mensaje oculto?.
Interesantes cuestiones, no cabe duda, que acentúan la nostalgia cuando uno piensa: si la torre contiene tantas maravillas, ¿qué no hubiera contenido el resto de la iglesia?.  

 
(1) A este respecto, se recomienda leer la entrada de Laberinto Románico, que lleva por título Sejas de Sanabria: 'la misa vana de la cabra suldreira'.
(2) Que constituiría, en realidad, la cristianización de lugares relacionados con el agua y los antiguos cultos a las ninfas, siendo el monumento más significativo el supuesto ninfeo de Santa Eulalia de Bóveda, situado en la provincia de Lugo, sin olvidar el que también hubo, al parecer, en Santa Eulalia de Ambía, Orense, sobre el que se levantó una ermita prerrománica.

lunes, 7 de octubre de 2013

Un pedazo de cielo en la tierra: la iglesia de la Vera Cruz


En realidad, podría ser parte, comparativamente hablando y por odioso que esto resulte a veces, del entretenimiento visual con el que antiguamente nos gratificaban en los cines, poniendo esos anuncios interminables entre película y película, en aquéllos tiempos felices en los que ponían dos por el precio de una. Con la salvedad, de que a diferencia de éstos, la iglesia segoviana de la Vera Cruz es algo más que un simple ínterin para amenizar una espera. Es una auténtica porción de Cielo plantada en solitario, a las afueras de la ciudad, como un baluarte a la Belleza y la Perfección. Siempre ha sido uno de mis lugares favoritos, y recuerdo que este verano, mientras preparaba los pormenores de mi viaje a Galicia, sentí unos deseos irreprimibles de acercarme hasta allí y gozar en solitario de tan inconmensurable Obra de Arte. No me voy a extender más de la cuenta, porque tampoco tendría demasiado sentido, volver a considerar lo que tantas veces se ha dicho. Simplemente me dejo llevar por el sentimiento y mientras preparo algunos de los lugares, reconocida o supuestamente de origen templario de esa brumosa y mágica tierra celta, os animo a dejaros llevar por la ilusión de las imágenes. Si, como dicen, una imagen vale más que mil palabras, éstas se multiplican por diez cuando de la Vera Cruz se trata.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Astureses: iglesia de San Xulián


'La iglesia templaria de Astureses, dependiente de la encomienda de Amoeiro, luce en su tímpano principal una enigmática cruz tau-anksada, dentro de cuya "asa" se inscribe una cruz griega expresando la dualidad exoterismo-esoterismo propia de la Orden. Menos enigmática, pero más sugerente, es una lápida que puede verse en el muro norte a nombre del caballero templario frey Juan Pérez de Outeiro, fallecido el 3 de agosto de 1286.
En él, los romances han concretado la tradición céltica del "alma peregrina", muy corriente en Galicia...'.
[Rafael Alarcón Herrera (1)]
 
Cuando abro este libro y observo la dedicatoria que el propio autor me dedicó en la contraportada, no puedo evitar sentir cierto irreprimible sentimiento de nostalgia. Fue en Ejea de los Caballeros -para más inri-, el día 26 de marzo de 2010, cuando este amigo y Maestro, escribió el siguiente epitafio, con letra pulcra y en mayúscula, imitando, quizás, las marcas de reconocimiento de otros ancestrales Maestros, como fueron los canteros medievales: 'A Juancar, "el Hidalgo de la Esotérica Figura"..., con mi aprecio y amistad, para que nunca pierda su emocionado entusiasmo por los misterios del Medievo'. Recuerdo que en aquélla ocasión, mis pies andaban sobre seguro, pues ahí estaba la figura del Maestro para velar porque mi entusiasmo no me hiciera caer en los abismos del error, que tan frecuentemente esperan al investigador que se atreve a caminar detrás de las huellas de estos enigmáticos, y a la vez escurridizos caballeros medievales, que fueron los templarios. Desde entonces hasta ahora, hemos compartido viaje en algunas ocasiones y hemos volado, también en solitario, en muchas otras. Es ley de vida que el polluelo abandone la seguridad del nido y se embarque en sus propias aventuras. La vida, unida a la infinitud de situaciones que presenta, es la mejor escuela. Nadie es ajeno a sus tretas, pero seguramente todos hemos aprendido de los errores y los fracasos. Reconocerlos y aceptarlos, es la mejor forma de aprender. Porque haciéndolo, no sólo se mantiene en equilibrio ese gemelo conspicuo y negativo que nos acompaña a todos, en menor o en mayor grado, y cuyo nombre, Ego, nos hace muchas veces olvidar lo fundamental de una investigación: la honestidad. También es cierto, que honestamente reconocí mi error, en el momento en que precisamente el Maestro me lo hizo saber, castigándome a retroceder varias casillas en el Juego de la Oca, que de alguna manera no es ajeno a lo que aquí se comenta, y permanecer varios turnos sin tirar. Duele decirlo, pero ya que somos, o pretendemos ser honestos, alegaré, en mi descargo, que mi caída en el error, estuvo motivada, principalmente, por seguir las recomendaciones de otro gran Maestro de la España Mágica, como fue Juan García Atienza, quien, en varios de sus libros -sobre todo, en sus famosas Guías de la España Mágica, precisamente- cayó en el error de confundir la cercana iglesia de Santa María de Xuvencos, con ésta otra de San Xulián de Astureses. Por qué no reparó su error a tiempo, sabiéndolo, como me consta, que lo sabía, es un misterio que me temo que ya nunca sabremos. Pero a pesar de todo, y teniendo en cuenta su extraordinaria labor divulgadora, creo que es un pecadillo que se le puede perdonar de todo corazón, sin que ello enturbie, en absoluto, la gran labor realizada, y ante todo, el respeto ganado y merecido. Eso no quita, evidentemente, para que yo, personalmente, tuviera una deuda pendiente, no sólo con este lugar de Astureses, sino también conmigo mismo y sobre todo, con esos amigos que, con mayor o menor asiduidad, se pasean por las páginas de este blog. Recientemente, tuve ocasión de volver a Galicia, y no podía desaprovechar la ocasión de acercarme hasta Astureses y comprobar, tal y como dice el Maestro Alarcón, que la tumba con la inscripción del alma condenada de Frey Juan Pérez de Outeiro continúa allí, en su lugar del muro norte; que la extraña cruz con "asa", similar al ank o Cruz egipcia de la Vida, no sólo continúa en la portada principal, sino también en la portadilla del mencionado muro norte; que junto a la entrada principal, hay algunas tumbas misteriosas, con el extraño dibujo de un tallo o una flor y una letra canteril (A); que el templo de San Xulián, no sólo impresiona por formar parte del cementerio del pueblo, sino por su enorme altura, y que aparte de las ocas que se muestran en alguno de sus capiteles, continúa formando, en su totalidad, todo un conjunto de misterios, que bien merecen un viaje, o dos, o incluso los que sean necesarios. No pude comprobar, no obstante, por tener que pernoctar lejos de allí, si el alma de Frey Pérez, continúa apareciéndose por las noches, cosa que no me extrañaría, porque esto es Galicia y si de Galicia se puede afirmar algo con la seguridad de no errar, es precisamente que allí, cualquier cosa es posible.
Os dejo pues, con el vídeo, en la seguridad de que una imagen vale más que mil palabras, y sin menospreciar las obras de nadie, os recomiendo encarecidamente que, si tenéis oportunidad de conseguirlo, os leáis el libro de Alarcón.

 
(1) Rafael Alarcón Herrera: 'La huella de los templarios: ritos y mitos de la Orden del Temple', Ediciones Robinbook, S.L., Barcelona, 2004, página 168.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Oseira: el descanso de los guerreros


Como en el caso de Compostela, resultando una curiosidad más, añadida a la arcana idiosincrasia de este monasterio situado en pleno Camino de Santiago a su paso por la provincia de Orense, los historiadores no terminan de ponerse de acuerdo acerca de los orígenes de su sugestivo nombre: Oseira. Para lo que algunos constituiría la raíz que determinaría una osera o lugar de osos, para otros haría referencia, quizás, a un antiquísimo osario o cementerio, con muchas probabilidades de que éste fuera anterior a la llegada del Cristianismo a estas tierras. En realidad, y si procuramos imaginarnos el lugar con los ojos de esos primeros monjes que en las postrimerías del siglo XI llegaron aquí con la intención de aplicar las leyes universales de la geometría sagrada para levantar una obra perfecta y perdurable, posiblemente lleguemos a la conclusión, de que podría muy bien derivar, o al menos estar relacionado, con ambos conceptos.
Situado en el municipio de San Cristovo de Cea, a una treintena de kilómetros, aproximadamente, de Carballino –lugar que sorprende, porque a pesar de ser una ciudad situada en el interior de la única provincia gallega que no tiene frontera natural con el mar, es mundialmente conocida por su notable preparación de un producto marino, como es el pulpo-, el monasterio de Oseira semeja, observado en la distancia, un pequeño oasis, perdido en una selva poco menos que impenetrable. Ta vez esta sensación no resulte muy acertada hoy día, cuando la influencia del hombre ha ido modificando el entorno, ganándole progresivamente terreno para pasto y cultivo, a tan vastas extensiones de monte. Pero precisamente la impenetrabilidad de éstos, imaginados en los tiempos a los que estamos haciendo referencia, podrían perfectamente justificar la anterior aseveración, haciendo plausible no sólo la existencia de colonias de osos, sino también la de comunidades de origen celta asentadas en sus alrededores.
Si bien de sus primitivos orígenes apenas existe documentación, se tiene como una de las primeras referencias conocidas, el año de 1137; y también que, aproximadamente cuatro años después de esta fecha, en 1141, pasó a depender de los monjes blancos del Císter, cuando se instaló en él una colonia de monjes francos, especialmente enviada por el propio abad de Citeaux, Bernardo de Claraval. A pesar de estar considerado como uno de los monasterios mejor conservados de la Península –también es conocido con el sobrenombre de El Escorial de Galicia-, resultan harto evidentes las modificaciones que han ido imprimiendo su particular tendencia artística a lo largo de los siglos; e incluso, un vistazo a sus patios interiores demuestra, también, cierto rutinario estado de abandono, que no se corresponde con su aspecto exterior. Esto se hace patente, en cuanto a la primera reseña, en la parte frontal del monasterio, donde las primigenias portadas románicas, fueron sustituidas por otras de estilo renacentista y barroco, en las que sobresale un formidable escudo imperial, que muestra un águila bicéfala. La curiosidad estriba, no obstante, en la pequeña cruz –similar a las utilizadas habitualmente por el Temple- que se localiza justamente en el medio de ambas cabezas. Por supuesto, ésta aseveración no implica, en modo alguno, sentido de pertenencia o autoría, que quede claro.
Destacable, por otra parte, es la presencia de una original Virgen de la Leche, de piedra –recordemos, llegados a este punto, aquélla otra Virgen de la Paz, de piedra también, que se conserva en una de las capillas de la iglesia segoviana de la Vera Cruz-, que preside la cabecera del templo. Una Virgen, cuyas connotaciones alquímicas –no olvidemos, que de su pecho no sólo brota el alimento espiritual del que se nutre el infante, sino que también el propio San Bernardo se nutrió de dicho alimento y así se le representa en numerosas obras- guardan, posiblemente, una estrecha relación con esa, al parecer afición a la Alquimia por la que, según determinados autores, se dejaban llevar los monjes de Oseira. Cierto o no, de lo que no cabe ninguna duda es del hecho de que, buenos conocedores de las plantas y hierbas de la zona, fueron unos extraordinarios físicos que destilaron los más exquisitos elixires. De hecho, todavía se conserva un pequeño museo, en el que se aprecian algunos de los elementos –alambiques y retortas, principalmente- que utilizaban para ejercer las diferentes destilaciones.
El caso es, que el monasterio de Oseira también tenía fama de ser frecuentado por caballeros de las diferentes órdenes de caballería de la época medieval, templarios incluidos, de los que se especula que no sólo buscaban un oportuno y seguramente necesario periodo de retiro espiritual, sino que también, además, participaban en esas labores alquímicas presuntamente desarrolladas por los sapientes monjes de Oseira. De ahí que, probablemente, una de sus salas más especiales, no sea otra que aquélla que lleva por nombre de los Caballeros. Este detalle, obviamente, pertenece al universo de la especulación; un universo que se ve ricamente engalanado cuando de templarios se trata, pero que se menciona en la presente entrada como posible dato a tener en cuenta. Lo que parece obvio, es que los caballeros templarios –de igual manera que los caballeros de otras órdenes- necesitaban y podríamos decir que acostumbraban a pasar temporadas de retiro en esta clase de lugares. Tal vez, a partir de esta premisa, se pueda entender que en los sillares de los claustros de muchos monasterios –pongamos como ejemplo Silos, Santa María la Real de Aguilar de Campóo e incluso el claustro de la concatedral soriana de San Pedro- se encuentre representado un simbolismo ajeno a los planteamientos y actividades de los monjes titulares y más afín a aquel otro tipo de simbolismo y filosofía que parecían haber practicado, después de todo, caballeros como los templarios.
También se ha especulado, con lugares semejantes a los que los monjes díscolos eran trasladados como castigo. Posiblemente, uno de los más famosos sea aquél, del que en la actualidad no quedan sino algunas piedras de difícil acceso y localización que, denominado como Alveinte, estuvo emplazado en el mismo corazón de una de las zonas más emblemáticas y mistéricas de la Península: la Sierra de la Demanda. De allí, precisamente proviene, recogido por la tradición popular, el famoso dicho de ‘templario qué hiscite, que Alveinte viniste’….

lunes, 5 de agosto de 2013

Los templarios de Augas Santas


Situada a escasos cuatro, como mucho cinco kilómetros de Allariz, Santa Mariña de Augas Santas sobrevive inmersa en los misterios de su ancestral, cuando no abismal historia. Si ya al poco de adentrarse en su entorno, el viajero tiene la incierta sensación de haber cruzado la frontera de otro mundo, habría que imaginarse la sensación que alienta en el alma del peregrino cuando los avatares de su ruta le obligan a aventurarse por senderos donde castaños y carballos –o robles, si se prefiere-, forman con sus milenarias ramas un paraguas natural, donde las sombras envuelven un mullido lecho, en el que todo tipo de maleza, helechos y espinos, principalmente, combaten sigilosamente por el dominio del suelo, alrededor de peñas inmemoriales, parcialmente invadidas por la hiedra y el musgo. Bosques umbríos, que aún conservan el eco de antiguas gestas, el grito de guerra de los furibundos berseckers celtas lanzados con desenfrenada furia contra el invasor, romano o no, e incluso el chasquido seco de las pequeñas hoces de oro de los druidas, recolectando el muérdago para la elaboración de sus pócimas sagradas. Bosques semejantes, cuando no los mismos, donde la luna llena inducía instintos homicidas en la ambivalente personalidad de un lobo reencarnado en hombre –entiéndase, Romasanta- y donde, a pesar del agua bendita y el apostólico y romano consolamento del ego te absolvo, aún late con fuerza el corazón de la antigua Diosa Madre. Si consideramos estas sensaciones, e incluso algunas otras que de una manera muy española solemos guardarnos en el bolsillo por ese temor ridículo al qué dirán, y volvemos la vista atrás, hacia esa mediática mezcla de santos y demonios, de pater noster y espada en mano, y casual o causalmente vecinos cuando no inquilinos de lugares que exhalan auténticas vaharadas de pagana heterodoxia, como fueron los templarios, ¿hemos de extrañarnos de su presencia en estos lares, sujetando las bridas incluso del corcel de la presunción, por falta de certificados históricos que nos ofrezcan la absoluta seguridad del ego sum?. Hágalo quien quiera, que en su pleno derecha está. Personalmente, prefiero pasarme y afrontar dos, cuatro, siete, nueve o doce bofetadas, que no llegar y vivir eternamente con el fantasma del lobo disfrazado de cordero que en muchas ocasiones ha demostrado ser la falsa prudencia, y mucho de los que la ponen en práctica cuando las canas pintan bastos. Y como bien dijo en su momento Gérard de Séde (1), pues si los pergaminos que con frecuencia devoran las llamas son los archivos de los grandes, los archivos del pueblo, que nada borra, son sus canciones
Por otra parte, si el viajero o el peregrino, ha tenido la feliz idea de recalar antes en Xunqueira de Ambía –poco menos, que igual de equidistante de Santa Mariña, que Allariz- apreciará una más que notable familiaridad en su iglesia, y no podrá por menos que suponer, justamente, que los canteros que elevaron hacia los cielos la espectacular Colegiata de Santa María, obraron también el prodigio de levantar la imponente iglesia parroquial de Santa Mariña, en cuyo interior se conserva el supuesto sepulcro o mausoleo de la Santa. Una santa que, a juzgar por la opinión y las investigaciones de numerosas personas, nunca existió, pero en la raíz de cuyo nombre –como en la beatificada y suprema figura de María- volvemos a encontrarnos con la sombra, acurrucada y siempre a la expectativa, de Mari, la figura ancestral: aquél elemento insustituible, universal y matriarcal, que el hombre primitivo ya intuía y veneraba, cuando plasmaba, con inaudita devoción, el inequívoco símbolo de la vulva femenina en lo más recóndito e inaccesible de las cavernas.
Y observando, precisamente la iglesia, que bien pudiera considerarse –detalle arriba, detalle abajo- como gemela de la de Xunqueira, quizás se pregunte, de paso y no sin motivo, el por qué de un templo de semejantes características, para un poblado tan relativamente pequeño, y por qué la tradición, ese cantar que el pueblo nunca borra, coincide en volver a situar aquí la presencia de templarios y canónigos regulares de San Agustín, sobre todo cuando la zona, bien mirado, tampoco parece revestir una importancia estratégica, en principio destacable.
La explicación –y con ella, volvemos a hipotetizar sobre esa otra función de custodios de la Tradición, atribuida a los templarios- radique, posiblemente, en los abundantes restos, de origen megalítico y celtíbero, tan abundantes en el lugar, independientemente de que muchos de ellos, por desgracia, no hayan sobrevivido a nuestros días, como tampoco sobrevivieron aquéllos otros tan importantes –sobre todo los dólmenes-, situados también dentro de los antiguos caminos de peregrinos a su paso por la vecina provincia de Lugo, pero que todavía, no obstante, recuerdan los habitantes de Vilar de Donas, cuya iglesia podemos definir como un lugar no sólo fantástico, sino a la vez enigmático en el que, por alguna curiosa razón, deseaban ser enterrados muchos caballeros santiaguistas. Algo similar ocurre, no obstante salvando las diferencias, también aquí en Santa Mariña, con la denominada cripta o forno da santa donde, a juzgar por las lápidas y la relevancia de los símbolos grabados en ellas, se podría pensar en caballeros y personajes relevantes, que por una desconocida razón, decidieron dormir el sueño eterno aquí, en un reducto netamente pagano utilizado, como algunos otros que se reparten por la geografía gallega y según el punto de vista de historiadores y arqueólogos, como horno crematorio de los antiguos celtas.
Posteriormente cristianizado, y lugar donde se sitúa una de las tres fuentes, que según la tradición, brotaron milagrosamente al rodar la cabeza cortada de la santa, toda especulación es poca, a la hora de preguntarse qué importancia tenía este lugar; es decir, este antiguo poblado celta, sobre el que se realizó, así mismo, otro gran despliegue de medios y recursos, intentando construir encima otra iglesia que, a juzgar por las proporciones de la base construida, debió de ser, en proyecto, otro templo que en modo alguno cuadra con un lugar, que no pasaba de ser, a fin de cuentas, una simple aldea, tan pequeña como las muchas que hay repartidas a todo lo largo y ancho de Galicia. Si esto constituye uno de los grandes enigmas del lugar, no menos importante, obviamente, resulta otra espinosa cuestión relacionada, como es aquélla que inevitablemente conlleva a preguntarse, por qué nunca se finalizó. ¿Qué se pretendía, realmente, ocultar en aquél lugar, levantando lo que, a priori, iba a ser el templo dedicado a Nª Sª de la Asunción?. ¿Se realizaban ignotas ceremonias en su lóbrego interior, aprovechando, como sostienen algunos, esas cualidades telúricas que parecen alentar en el lugar?. ¡Quién sabe!.
De regreso al pueblo, no sólo conviene mencionar los paralelismos simbólicos entre los motivos –capiteles y canecillos, principalmente- coincidentes entre este templo de Santa Mariña y el de Xunqueira de Ambía, donde llama la atención, el de la curiosa figura erótica de un perro sentado sobre sus cuartos traseros, enseñando desvergonzadamente los genitales –lejos de su aparente connotación erótica, ¿podríamos considerarlo como un guiño, una burla de las hermandades gremiales que trabajaron allí, un desprecio, quizás, hacia el estamento eclesial representado por la inflexible y estricta Iglesia de Roma?-, sino también la proliferación, en los rosetones, de cruces que sirven como modelo de los diferentes tipos de cruz utilizados indistintamente por el Temple. Y aún hay más; un símbolo singular, que nos recuerda a otro lugar relacionado, como es San Pedro da Mezquita: el Agnus Dei.
Si bien, en el templo de San Pedro da Mezquita existe la singularidad de que hay dos preciosos Agnus Dei –sin contar el que se localiza grabado en el tímpano de la portada oeste, bastante más primitivo y tosco- de los cuales, uno de ellos, significativamente mantiene la cabeza girada hacia el norte, el Agnus Dei de la parroquial de Santa Mariña, situado en la cabecera, observa fijamente hacia el este, recostado al pie de una curiosa cruz de brazos florenzados; o flor-lisados; o, apurando lo inapurable –que por algo lo hipotético nos concede ciertas libertades-, ¿se podría observar en esos brazos, la forma encubierta de ese símbolo primordial, de ese árbol de la vida, conocido popularmente como la pata de oca?.
Misterios, pues, hay para dar y tomar. Y vuelvo a repetir, en un lugar tan pequeño, sin contar con la preciosa cruz patada que conforma el escudo que se levanta por encima de la puerta de acceso a la casa parroquial, ni aquélla otra, que se vislumbra al pie de uno de los numerosos cruceiros, localizándose, cuando menos, singulares símbolos reconocidos desde el alba de los tiempos –la espiral, el triple recinto celta…-, mezclados –lo que nos remite a lo que comentábamos al principio- con los típicos del Cristianismo.
En resumidas cuentas: no sólo tenemos en Santa Mariña de Augas Santas un destino fantástico para todo enamorado de la Naturaleza en su estado puro, sino que también, resulta un lugar imprescindible para todo amante de los enigmas históricos, de los símbolos ancestrales y de una de las órdenes medievales de caballería más fascinantes de la Historia: la de los caballeros templarios.

 
(1) Gérard de Séde: 'El tesoro cátaro', Plaza & Janés, S.A., Editores, 2ª edición, diciembre de 1969, página 208.

jueves, 11 de julio de 2013

Xunqueira de Ambía: Colegiata de Santa María la Real


Situada a escasos cinco kilómetros de Allariz, Xunqueira de Ambía gira alrededor de uno de los edificios más notables e interesantes de la arquitectura románico-medieval de la provincia de Orense: la iglesia colegiata de Santa María la Real. Para el investigador, o simplemente para el viajero que se desplace por la provincia buscando no sólo lugares preeminentes y mágicos, sino también persiguiendo la escurridiza sombra de los enigmáticos caballeros templarios, resulta poco menos que imprescindible detenerse allí para echar un vistazo, sobre todo si tiene la intención de continuar camino, dirigiéndose hacia uno de los lugares más singulares de la región: Santa Mariña de Augas Santas.
Observará, entonces, las evidentes similitudes arquitectónicas que existen entre los templos principales de ambos lugares, y comenzará a familiarizarse con las historias que hablan de la presencia -sospechosamente coincidente, como en numerosos casos repartidos a lo largo y ancho del territorio peninsular (1)- de canónigos regulares de San Agustín, de templarios y de una Orden del Císter que, tomando el relevo a los benedictinos, comenzaba también a asentarse en lugares de estratégica, cuando no mediática situación, no ajenos, en modo alguno, a esa fenomenología mariana, de los que fueron notoriamente impulsores (2). Si nos atenemos a los detalles de que en la zona hubo presencia megalítica y castreña; que por ella circulaba una vía militar romana y que la tradición sostiene que el lugar se originó a raíz de una aparición de la Virgen en el siglo IV, tendremos los suficientes elementos, incluso hipotéticamente hablando, como para no dejarnos sorprender, al menos en exceso, por una probable presencia de los templarios en el lugar, teniendo en cuenta que, como se les ha descrito en numerosas ocasiones, no sólo se trataba de monjes y guerreros, sino también de auténticos guardianes y custodios de la Tradición.
Y no olvidemos que, si bien se sabe que el lugar fue donado por el rey Alfonso VII a los canónigos regulares de San Agustín en el siglo XII, fechándose la construcción de la actual iglesia -que se levanta sobre la ermita y el monasterio que hubo en tiempos- en 1164, también sabemos que fue precisamente por mediación de este rey, y también en el siglo XII, como los templarios se establecieron oficialmente en Orense, siendo custodios no sólo de esa puerta de Castilla, sino también garantizando el camino de los peregrinos que se dirigían a Santiago utilizando la denominada Vía o Ruta de la Plata -también conocida como Camino Mozárabe-, y sobre todo, vigilando con atención otra puerta muy particular: la de Portugal, como ya se comentara en la entrada dedicada a San Pedro da Mezquita.
Un detalle destacable, que llama mucho la atención e invita a examinar con más interés la arquitectura funeraria aplicada a los sarcófagos medievales, aquí en Orense, es la proliferación de figuras yacentes a cuyos pies se ha esculpido la imagen de un perro. Figuras, ambas que, general y oficiosamente, se interpretan como de respeto a una afinidad sentimental del caballero en cuestión hacia su perro. Y aquí, no obstante, se plantea otra cuestión, no menos interesante, relativa a ese doble lenguaje o mundo simbólico alternativo, a que tan aficionados eran los maestros y gremios canteros que fueron levantando el inmenso patrimonio románico-gótico a lo largo de los diferentes periodos históricos medievales -Alta o Baja Edad Media-, con particular perseverancia en el ámbito de influencia de los caminos y vías de comunicación a Santiago de Compostela.
El perro, versión amansada y a la vez cristianizada de ese primigenio compañero de dioses -pongamos como ejemplo, por lo que afecta a Galicia, al dios celta Lug- y guía de almas en el inframundo, que es el lobo. Y aunque hay diversidad de figuras en el santoral cristiano a las que hacer referencia, sin duda, las más conocidas y afines al tema y lugar que nos ocupa, las encontramos en esos enigmáticos pero a la vez persistentes santos camineros, como son San Roque y San Lázaro, así como una no menos misteriosa representante femenina, en la figura de Santa Quiteria.
Por otra parte, y para añadir un poco de morbo al asunto, también cabe reseñar la presencia en el claustro, de un misterioso sarcófago que luce una formidable espada en su parte central (3), mostrando, como detalle novedoso, un singular escudo en el que aparecen dos aves, situado éste en su parte lateral izquierda.
Dentro de la riqueza artística que se puede apreciar en el interior de esta magnífica iglesia, y aparte de la hermosa talla de época barroca o renacentista de la Virgen Peregrina -figura que goza de gran devoción, como cabe esperar, por parte de los numerosos peregrinos que pasan por aquí-, cabe destacar, también, la presencia de una figura representativa de San Antón (4), santo muy venerado por el Temple que, a su vez, mantenía unos fraternales lazos con los antonianos u Orden de San Antón. También, y de época barroca o posterior, en la iconografía de los distintos retablos, se pueden apreciar personajes y símbolos de cierto relevante interés, como aquellos que remiten a los cuatro evangelistas -dos de cuyos símbolos, el buey y el águila, o sea, Lucas y Juan, se localizan también a modo de guardianes del umbral en el pórtico principal de acceso al templo-, así como una curiosa representación de la Anunciación, en la que el arcángel Gabriel, al aparecerse a María para transmitirle la buena nueva, por un báculo sobre el que se aprecia enroscada una serpiente. Por desgracia, la mano derecha está amputada. Independientemente de todo esto, también hay una gran riqueza simbólica en los capiteles y canecillos del exterior, que merece ser estudiada con determinada calma y atención. Entre ella, no faltan alusiones solares, simbología celta variada, animales de rico simbolismo como el lobo y el buey, y la siempre enigmática presencia de esos supuestos monstruos devoradores de personas, en las que muchos autores advierten una más que probable relación con el acceso y las dificultades que conlleva el siempre espinoso camino hacia el Conocimiento.
Sea como sea y el agrado de relación que pudiera o no haber tenido en el pasado con la Orden del Temple, de lo que no cabe duda alguna es de que nos encontramos en uno de los lugares más representativos del románico orensano, cuya visita y contemplación pausada se recomienda, en el convencimiento de que no dejará a nadie indiferente, siendo, además, como se ha dicho al comienzo de la presente entrada, un extraordinario anfitrión, si además se tiene prevista la visita al conjunto mistérico-cultural de Santa Mariña de Augas Santas, tema que se tratará en una próxima entrada.

 
(1) Sirvan como ejemplo, la iglesia de Santa Coloma de Albendiego, o los santuarios marianos situados en diferentes lugares del Alto Tajo -como Cobeta y el Santuario de la Virgen de Montesinos, el Barranco de la Hoz y el Santuario de la Virgen de igual nombre, e incluso el monasterio de monjas cistercienses de Buenafuente del Sistal-, todos ellos situados en la provincia de Guadalajara.
(2) Fenomenología que, si observamos con atención los lugares donde se produce, observaremos que en éstos, generalmente -y este es uno de los casos- hubo cultos a la figura primordial de la Gran Diosa Madre. Además, y como dato a tener en cuenta también, se sabe que Bernardo de Claraval, gran impulsor del Císter y padrino espiritual de la Orden del Temple, era un apasionado devoto de las Vírgenes Negras.
(3) Detalle que nos remite a las numerosas historias y leyendas sobre tumbas de templarios, que lucen como único distintivo precisamente una espada, que se localizan en lugares diversos como Valdeande (Burgos), el claustro del monasterio de Santa María, en Valdedios (Villaviciosa, Asturias), o sin ir más lejos, en aquélla lápida, reaprovechada como dintel en el muro exterior que franquea la entrada a la iglesia de San Miguel de Eiré, en O Mosteiro, provincia de Lugo.
(4) Recordemos, que San Antón también se encuentra representado entre las pinturas que decoran la cabecera de la iglesia del monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil, donde los sarcófagos de algunos de sus abades, lucen junto al báculo una magnífica cruz paté inscrita en su círculo correspondiente.

sábado, 15 de junio de 2013

El Peto de Ánimas: una rareza de San Pedro da Mezquita


No deja de ser curiosa, por denominarlo de alguna forma, la manera con la que, en el Norte de la Península, sobre todo, se generalizaron este tipo de objetos de culto, que también de alguna manera, ocultan ciertos remedos de recuerdos ancestrales, paralelamente revestidos piedad y superstición. Son los denominados petos de ánimas, los cuales, junto con los cruceiros e incluso con los santuarines -pequeñas capillas, de ánimas también, que en su tiempo fueron bastante populares en los pueblos-, que en su justa medida, ofrecen una visión cuando menos apasionante, al menos desde un punto de vista antropológico y cultual, que abre algunas interesantes perspectivas, sugiriendo, a la vez, aunque de un modo anónimo y en muchos casos, personalizado -como sería el presente-, la continuidad de esas corrientes subterráneas que circulaban en el sentimiento popular y que, tildadas o no de lirismo folklórico, constituyen, a su manera, una parte primordial de ese rico conjunto monumental, al que denominamos Tradición.
Se consideran petos de ánimas, por lo general, a aquéllos objetos eminentemente relacionados con el culto a los muertos y asociados a la idea del Purgatorio. Dado que en muchas ocasiones, estos sencillos monumentos populares se encuentran en caminos y en encrucijadas, no sería desestimable considerar la idea de pensar en ellos como en una prolongación arquetípica de los antiquísimos cultos a los manes, cuya manifestación más evidente, continúa vigente en nuestros días, con una romántica perseverancia en numerosos lugares afines al Camino de Santiago. Lugares donde los peregrinos, continuando una costumbre -entiéndase en el sentido más primordial de continuidad de la tradición-, y a modo de simbólico óbolo -recordemos también al mitológico Caronte y su relación manifiesta con el mundo de ultratumba- depositan una piedra o incluso algún objeto de carácter personal, con el fin de tranquilizar a los posibles espíritus inquietos -digámoslo de esa manera- y de paso, augurarse un afortunado y venturoso camino. Uno de estos lugares, quizás el más popular -y si no, que lo juzguen los propios peregrinos, que durante generaciones han ido depositando puntualmente esa montaña que convierte la base en monxoi- no sea otro que la denominada Cruz de Ferro de Foncebadón, situada en lo alto de los montes de León, a escasos kilómetros de distancia de la moderna encomienda templaria de Manjarín.
Como ya se aventuraba en las entradas anteriores, San Pedro da Mezquita también se encuentra dentro de uno de los ramales del Camino del Santiago: el denominado como Camino Mozárabe o Vía de la Plata, comentándose, así mismo, su más que posible relación con el Temple. Don David, una persona campechana y afable, de la que, a juzgar por su edad, justo es suponer una cercana jubilación, es el párroco del lugar. Un párroco, justo es añadir, de los que, por desgracia, ya van quedando poco; detalle que -considéreseme egoísta o falta de objetividad-, particularmente me entristece. Y me entristece porque, durante mis ya largos desplazamientos por esos caminos y esos pueblos de Dios, puedo decir, en base a la experiencia acumulada, que algo entiendo ya de puertas cerradas y de párrocos hostiles, cuya incomprensible conducta, en algunas ocasiones, te obliga a regresar por donde has venido, planteándote la dolorosa cuestión de si entre el sacerdocio nacional, se ha perdido esa cualidad fundamental que debería de ser en ellos, no sólo una característica sino también un ejemplo: la vocación. Sobre todo, cuando hablamos de lugares que, como este, se encuentran situados en cualquiera de las múltiples rutas y caminos frecuentadas por peregrinos. Por fortuna, no es el caso, y espero sinceramente, que Don David, a pesar de esas nieves que convierten en blancos fiordos buena parte de su gentil cabeza, siga recibiendo a los extraños -sean estos peregrinos o no- con esa afable cordialidad cristiana, con la que, me consta y agradecido le quedo, dedicación y amor, sobre todo a la hora de abrir las puertas de ese monumental templo y mostrar todas las interesantes maravillas que en él se guardan. Así fue, como me encontré con este curioso peto de ánimas, realizado hace ya muchos años por un pastor del lugar. Un peto en cuya temática, por poco que uno se fije, recordará las referencias que se daban al comienzo de la presente entrada sobre esos recuerdos ancestrales atesorados en la memoria colectiva del pueblo y quizás coincida con mi opinión, en que, entre esos recuerdos, el buen hombre, posiblemente con todo el propósito del mundo, quiso hacer una alusión a esos caballeros templarios, que a instancias del rey Alfonso VII, se habían erigido en custodios y guardianes de la tierra de sus antepasados. Porque, puestos a dejarnos llevar por la intuición, ¿no veríamos, allá, en la parte derecha, a un perfecto caballero templario, con la cruz paté en el broche de su capa y una hoja de palma, o símbolo de martirio, en su mano derecha?. Y esas almas que se consumen en ese fuego del infierno o del  purgatorio situado debajo de la Virgen, la Señora o Dama por antonomasia del Temple, ¿no sería, por casualidad, una alusión al triste final que tuvieron estos misteriosos y a la vez sufridos caballeros?.
Que cada uno, saque sus propias conclusiones. No obstante, como interesante rareza, le viene que ni pintado a los ya de por sí numerosos enigmas del lugar. 

jueves, 6 de junio de 2013

San Pedro da Mezquita: suspicacias y probabilidades (Segunda Parte)




‘El lenguaje y la “gente” del inconsciente son símbolos, y los medios de comunicación son los sueños’.
[C.G. Jung (1)]

Continúa siendo un completo enigma, pues, el motivo por el que el cantero quiso hacer un guiño hacia el norte, en dos de los tres Agnus Dei, que posee este templo de San Pedro da Mezquita -caso único, al parecer, en todo el románico de Galicia- y más si se tiene en cuenta que el norte era considerado, sobre todo en la Edad Media, un lugar poco menos que yermo y maldito, al que se identificaba, generalmente, con la figura del Diablo (2); una dirección, de donde se pensaba que provenían todos los males que azotaban a la humanidad, incluidas las terribles incursiones vikingas que arrasaban las costas cantábricas, penetrando en ocasiones hasta el interior. Tal es así, que en los claustros de los monasterios, la zona norte solía ser aquella que permanecía casi todo el día en sombra y resultaba, por lo tanto, la más fría y desapacible, sobre todo en invierno.
Mucho se ha especulado, también, sobre el nombre de Mezquita, y algunos autores opinan que es porque la iglesia se elevó sobre un antiguo templo árabe. No hay prueba evidente de ello, aunque sí es cierto, y resulta todavía visible en parte, que hubo uno o varios templos anteriores, probablemente de origen mozárabe y hasta es posible que prerrománico. A tal respecto, y dentro de las numerosas inscripciones que se localizan –sobre todo, en el interior de la iglesia- hay una, en particular, que nos ofrece un dato estimable, remitiéndonos al año 1202, aunque existen referencias que ya la mencionan en fecha tan temprana como 986. Otro dato interesante a tener en cuenta, son las marcas de cantería, cuya forma y tamaño indican diferentes periodos, así como también diferentes canteros. Entre éstas, cabe destacar aquella que por su forma recuerda el símbolo del infinito, marca que se localiza, con cierta frecuencia, en muchos sillares de la catedral de San Martín, en la capital orensana, sobre todo, en las zonas más antiguas, curiosamente en la cercanía de esos magníficos pórticos románicos atribuidos al Maestro Mateo y su escuela, los cuales, contando con la joya artística denominada como Puerta del Paraíso -reproducción a pequeña escala del Pórtico de la Gloria compostelano-, harían un número de tres.
Qué duda cabe, así mismo, que la presencia de animales con un rico simbolismo asociado, hacen que la mirada del espectador intente penetrar, en la medida de lo posible, en ese mensaje subliminal, de marcado carácter esotérico que conllevan, siendo representativos algunos de ellos –como el perro y el lobo- no sólo de ciertos gremios itinerantes de canteros, sino también, compañeros de viaje de ciertos santos, muy populares y de carácter marcadamente heterodoxo, como San Roque -inseparable compañero de Vírgenes Negras-, así como también, de ciertas y no menos heterodoxas santas, alguna con evidentes connotaciones ctónicas -cuál la mitológica Perséfone-, como Santa Quiteria (3). Entre estos, cabe destacar la presencia, como he dicho, de lobos y perros, de leones y de serpientes que, independientemente de las características asociadas a cada uno, remiten, sin embargo, a una cualidad común: de alguna manera, todos están asociados con la Gnosis. O lo que es lo mismo: con la idea y búsqueda del Conocimiento. Lo cual, en cierto modo, coincide con la idea, básica en el fondo, de que muchos de los edificios situados dentro del Camino de las Estrellas, conformaban no sólo esa especie de universidades medievales, como ha señalado más de un autor, sino también, un camino de iniciación esotérico, cuyos capítulos había que ir previamente desgranando durante las diferentes etapas del recorrido, hasta llegar al final, representado por el Jardín del Paraíso en el tablero mágico del juego iniciático de la Oca, que sería, teóricamente, la Morada de Sophia; es decir, de la Sabiduría.
Acertadas o no estas suposiciones, merece la pena, no obstante, continuar recorriendo los misteriosos vericuetos artisticos de este singular templo, y detenernos, antes de penetrar en su interior, en el detalle de la tumba anónima adosada a la nave sur, junto al pórtico de entrada. Detalle intrigante, independientemente de que tengan el cementerio adosado, que localizamos también en idéntica disposición, como si fuera una constante, algunos kilómetros más allá de Carballino, apenas comenzada la carretera nacional que une Orense con Pontevedra, en un templo que sorprende, sobre todo, por el simbolismo indescifrable de algunos elementos de probable origen prerrománico: Santa María de Xuvencos, situada en las proximidades de otro templo templario, San Julián de Astureses donde, curiosamente, todavía se conserva la tumba de un hermano de la Orden.
Enigmática es, así mismo, esa curiosa figura humana, que parece surgir desde las profundidades de la piedra -o estar aprisionada en ella (4)- que nos la encontramos también en algunos lugares muy significativos de la ruta jacobea -sobre todo, en el Camino Francés- como pueden ser la Capilla de Sancti Espíritu o Silo de Carlomagno, en Roncesvalles, y la iglesia de Santa María, en la también población navarra de Olite; también en la catedral zamorana de San Salvador, y además, por poner otro ejemplo más cercano, en la propia catedral de San Martín. Estos singulares canteros -místicos y a la vez burlones- dejaron la impronta de su maestría también en el interior del templo, de tal manera que entre los capiteles que decoran las columnas, destaca especialmente uno, situado en las proximidades de la cabecera, que llama poderosamente la atención y que, mostrando a sendos personajes, que parecen balancearse felizmente al ritmo de una rueda de triple recinto -similar al concepto celta, aunque éste suela estar representado, generalmente, de forma cuadrada- nos recuerda, no sólo los votos de pobreza iniciales de la Orden del Temple -dos caballeros y un caballo, dos hermanos y una escudilla, etc-, sino también, el manifiesto interés de ésta por un concepto como el de la Dualidad. Recordemos, también, y a este respecto, que muchos de sus templos estaban bajo la advocación de los denominados como santos gemelos: Cornelio y Cipriano, Justo y Pastor, Gervasio y Protasio...
Significativas son, además, dos imágenes que se localizan también en el interior del templo: la del evangelista San Lucas, con el león a sus pies -recordemos que, además de ser el animal simbólico que lo representa, el león, teóricamente, era el único animal que le estaba permitido cazar al templario- y la de un Cristo, la posición de cuyos brazos induce a pensar que no se corresponde con la cruz sobre la que está crucificado y sí, por el contrario, con ese tipo especial de cruces, que hicieron famosas las representaciones de Cristos renanos de los siglos XIV y XV, cuyo madero estaba formado por una cruz en forma de Runa de la Vida o, denominación más conocida, por una Pata de Oca. Modelos de Cristo, que debieron de ser bien conocidos en la Península, aunque sólo se tenga constancia actualmente de dos de ellos: el de Puente la Reina y el de Carrión de los Condes.
Hasta aquí, parte de los numerosos enigmas que encierra este singular templo de San Pedro da Mezquita. Ahora bien, queda otro, que entronca directamente con el recuerdo y la tradición popular, que bien merece, aunque breve, el honor de una entrada aparte: el peto de ánimas



(1) Carl Gustav Jung: ‘El hombre y sus símbolos’, Aguilar, S.A. de Ediciones, 2ª edición, 1974, página 12.
(2) De hecho, en numerosos templos románicos, se puede distinguir, en solitario y en dicho lado norte, el típico canecillo que representa la figura del Diablo, siendo, quizás, uno de los más relevantes el de Santiago de Agüero, en Huesca.
(3) Una magnífica reproducción del perro, lo tenemos magistralmente labrado en uno de los sillares del pórtico de entrada a la Cripta de Santa Quiteria, en el castillo oscense de Loarre.
(4) En algunos lugares no ajenos tampoco al Camino, la tradición popular habla de un ladrón que entró a robar y al salir quedó aprisionado por la intervención de la Virgen; aunque también se especula con la posibilidad -y me remito a un comentario que me hizo Rafael Alarcón, en abril de 2011, durante nuestra estancia en tierras navarras- de que sea una representación del propio cantero.

martes, 4 de junio de 2013

San Pedro da Mezquita: suspicacias y probabilidades (Primera Parte)



'Las Leyes de la Vida dicen: "busca y encontrarás"'.
[T. Lobsang Rampa (1)]

Generalmente, cuando la documentación histórica brilla por su ausencia, o en su defecto, simplemente escasea y resulta, además, insuficiente, se hace necesario recurrir a la tradición popular -tan denostada hoy en día por historiadores e investigadores, aunque no ocurría lo mismo en épocas pretéritas, cuando se intentaba hacer una Historia general de España lo más aproximada posible, aprovechando hasta el último resquicio de información-, a la similitud en los detalles e incluso a las coincidencias entre unos y otros, para elaborar, en base a la probabilidad, hipótesis de trabajo que no dejan de ser, en el fondo, sino meras suspicacias con posibilidades de veracidad. En base a ello, se podría relacionar, sin perder por un instante la coherencia -e incluso admitir el error, si fuera necesario- esta interesante iglesia de San Pedro, situada en el pueblecito orensano de A Mezquita, en A Merca, con esa orden religioso-militar -parida para ser maldita, según escribieran Vignati y Peralta (2), allá por 1975- de los caballeros templarios.
Por otra parte, también es cierto que algunas fuentes (3) mencionan que los templarios se establecieron aquí, en el siglo XII, a instancias del rey Alfonso VII, pues no hemos de olvidar, ni por un momento, el detalle de que hablamos no sólo de Camino de Santiago, sino también de un lugar sin duda estratégico, considerado no sólo como puerta de Castilla, sino también, puerta y frontera con Portugal, en cuya época, éstos apenas habían conseguido su independencia, manteniéndose a duras penas tranquilos detrás de sus fronteras, cuando menos hasta el denominado Pacto de los Tres Reyes o de los Tres Reinos, acaecido en tiempos del rey Alfonso III de Portugal (1210-1279).
Previamente establecidos en Zamora, surge también el interesante detalle de las similitudes, tanto fonéticas como estilistas que se localizan entre algunos templos zamoranos y entre otros templos y lugares de aquí, de la provincia de Orense. Detalle, que puede indicar una estrecha relación, independientemente de que ésta tenga o no que ver con la Orden del Temple, cuya presencia, según admiten muchos historiadores, no fue tan extensa o apreciable, aquí en Galicia, como la de otras órdenes militares, entre ellas, la del Hospital de San Juan de Jerusalén. De ello, no obstante, se puede poner algún interesante ejemplo que, después de todo, nos anime a especular con cierto sentido. En Allariz, sin ir más lejos, aún sobreviven elementos románicos que señalan una importancia relativa en el pasado. Uno de los templos más antiguos, sería el de San Pedro, de cuya originalidad románica tan sólo queda la portada sur. Una portada, que muestra algunas similitudes con la iglesia zamorana de Santa María de la Horta, siendo la más destacable, probablemente aquél capitel en cuestión, que representa a sendos lobos –o quizás dragones- devorando a una figura humana, simbolismo, hasta cierto punto común en algunas iglesias orensanas, que señalaría, de paso, la acción de un determinado gremio de canteros y la posibilidad de un mensaje específico. Además, esta iglesia de San Pedro, se localiza, casualmente, en la calle de la Horta. Como Santa María del Horts, era, así mismo, la primitiva denominación de la que fuera iglesia templaria de Puente la Reina, hoy día denominada del Crucifijo, en clara referencia a su Cristo, de origen renano, crucificado sobre una cruz con forma de pata de oca o runa de la Vida.
Pero quizás la conexión más notable entre el Temple, Zamora y Orense, sea aquélla relacionada con el Agnus Dei, símbolo por el que el Temple sentía una especial predilección, de cuya presencia y relación, el gran escritor e historiador Rafael Alarcón Herrera, nos ofreció una detallada exposición en su blog Laberinto Románico, y más concretamente en su entrada Sejas de Sanabria: 'la ‘misa vana de la cabra Suldreira’.
A diferencia de la iglesia de Sejas de Sanabria, la iglesia de San Pedro de A Mezquita cuenta con tres Agnus Dei, de los cuales, dos conllevan un pequeño enigma: su cabeza está girada hacia el norte. Cabe especular, obviamente, el por qué de dicha disposición, y por supuesto, las intenciones del cantero, cuando posiblemente lo más lógico hubiera sido que ambas testas apuntaran, en todo caso, hacia el oeste, siguiendo la dirección marcada en el cielo por esas estrellas que conforman la Osa Mayor –o el Farol, para los navegantes nórdicos- que indicarían en todo momento al peregrino la dirección a seguir en su Ruta Mágica. Es decir, la dirección de Compostela, y aún más allá, la de ese enigmático Finis Terrae, lugar donde muere el sol todos los atardeceres para volver a nacer al día siguiente, renovado, marcando un nuevo ciclo, y lugar, por añadidura, hacia el que señalaban muchas de las grandes civilizaciones, incluida la egipcia, donde situaban aquél simbólico Amenti o Más Allá, reino de los muertos en el que moraban las almas de sus antepasados.



(1) T. Lobsang Rampa: 'La caverna de los antepasados', edición especial para Discolibro de Ediciones Destino, 1973, página 10.
(2) Vignati/Peralta: 'El enigma de los templarios', Editorial A.T.E., noviembre de 1975.
(3) Eligio Rivas Quinta, Asociación Cultural Amigos Vía de la Plata Ourense, Camiño Mozárabe, Boletín Informativo nº5, julio de 2009, página 6.

martes, 14 de mayo de 2013

Abades de Santa Cristina de Ribas de Sil




'El santo alentó el peregrinaje a Compostela, a veces llamado la Vía Láctea, tachonado de estrellas, es decir, de encomiendas de los templarios, albergues benedictinos o cistercienses e iglesias de la Virgen Negra. Desde uno de los cuatro grandes puntos de partida, Véxelay, centro del culto de la Magdalena y luego emplazamiento de una Virgen Negra, predicó la segunda cruzada...' (1).

Esto es solamente un ejercicio de especulación. Cualquier parecido con la realidad puede ser, tan sólo, una afortunada coincidencia. No obstante, también es cierto que a veces las coincidencias pueden dar lugar a la presunción; y ésta, a la formulación de interrogantes que constituyan el origen de atrevidas teorías, con visos de hipotética posibilidad, señalando nuevos rumbos para la investigación.
La huella ibérica de los caballeros templarios, es terriblemente escurridiza, y a la vez, notoriamente engañosa, aunque, de hecho, también apasionante. Como ocurre con ese noble metal que es el oro, resulta evidente que no todo lo que brilla tiene relación con él. De tal manera, que tampoco la visión de una cruz paté ha de indicarnos, necesariamente, una relación con la Orden del Temple y su legendario universo. Ahora bien, la cuestión es observar el resto de los detalles que puedan proporcionarnos una luz, por débil que ésta sea, y abrir un resquicio por el que colarnos y tratar de hacer un trabajo, cuando menos lo más digno y objetivo posible, sin dar nada por sentado ni desdeñar tampoco las posibilidades que nos ofrece, desde sus inmensas y desconocidas profundidades abisales, la propia Historia. El viaje, de cualquier manera, merece la pena. Y en este caso, el acceso a uno de los lugares más misteriosos, situado en lo más profundo de un no menos misterioso y privilegiado entorno natural, como es la Ribera Sacra orensana, también. Dado que no es el martillo el que deja perfectos los guijarros, sino el agua con su danza y su canción, como dejó escrito el gran poeta hindú Rabindranath Tagore, no es difícil comprender por qué ésta atrajo la atención del hombre desde tiempos inmemoriales, dando lugar a la creación de fértiles asentamientos de marcado carácter sagrado. Lo suficientemente fértiles y sagrados, como para garantizar la subsistencia de pequeñas comunidades en unos tiempos realmente oscuros y difíciles, como demuestra, en las cercanías, la existencia de un lugar como San Pedro de Rocas.
Si bien es cierto, que apenas existe información fidedigna sobre los primeros asentamientos humanos en Santa Cristina, se cree que tuvo también unos orígenes eremíticos. Orígenes que habría que situar, cuando menos, en los siglos IX-X, con comunidades que seguían la regla de San Fructuoso, la cual sería posteriormente sustituida por la de San Benito. Una regla, ésta de San Benito, que tomaría un carácter universal, y que, aunque evidentemente no demuestra nada, fue seguida también por los primeros templarios antes de ser constituidos como Orden y tener su propia regla: aquella que les redactó exprofeso su padrino espiritual Bernardo de Claraval, San Bernardo.
Sí existe documentación de periodos posteriores, que abarcarían desde el siglo XII, las más antiguas, al parecer, en adelante, relacionadas, sobre todo, con donaciones y privilegios reales. Particularmente interesante, es aquella, fechada en 1231, que hace referencia a las donaciones otorgadas por el rey Fernando III de León y Castilla. Rey que, al igual que su antecesor, también debió de tener tratos con el Temple, pues fue con la ayuda de éstos, así como de las otras órdenes militares, como pudo llevar a cabo sus campañas por Jaén y conquistar plazas como la de Baeza, en 1227, lugar en el que, al igual que en la cercana Úbeda, todavía quedan huellas de la presencia templaria y antoniana. En este caso, algunos investigadores tenderían a atribuirles la iglesia de la Santa Cruz.
Fue por mediación de su antecesor, Fernando II, que los templarios se asentaron en buena parte del Bierzo y los Ancares, puertas indiscutibles a Asturias y Galicia. Existe un documento, fechado el 1 de julio de 1158, por el que éste y su hermana Doña Urraca, por entonces, reina de Asturias, donaban a un tal frater Rodericus Sebastianez y otros misteriosos fratres del Monte Sacro (2), el territorio comprendido entre la meseta y la cumbre del Monte Sacro, además de ciertos pastos para ganado fuera de dichos términos.
Por otra parte, dentro de la provincia de Orense, se continúa relacionando con el Temple lugares como Santa Mariña de Augas Santas, Xunquera de Ambía, Astureses o incluso San Pedro da Mezquita, todos ellos situados a mayor o menor distancia de este entorno, es cierto, pero algunos, como es el caso de Santa Mariña, en posesión de ese elemento megalítico que, según algunos autores, tanto parecía atraer el interés de una orden de monjes que podían ser considerados no sólo como excepcionales guerreros, sino también como custodios y guardianes de la Tradición.
Los entornos megalíticos no son ajenos, tampoco, a la Ribera Sacra y posiblemente constituyeran los antecedentes, en numerosos casos, de los que posteriormente se convertirían en eremitorios, pudiéndose citar, quizás por su interés, relevancia y relación con la denominada herejía priscilianista, el de San Pedro de Rocas. Cercanos también, cuando no característicos en toda la geografía gallega, son las denominadas Mámoas: enterramientos paleolíticos realizados a base de grandes rocas y generalmente de forma circular, siendo uno de los más célebres y cercano, aquél denominado como Mámoas de Moura.
Volviendo a Santa Cristina y sus elementos circunstanciales, no estaría de más echar un vistazo a las características de la iglesia, que no sólo va apuntando ya maneras góticas en cuanto a su altura (3), sino que también especula con la forma de la cruz que prevalece en el centro de su alquímico rosetón. De prácticas alquímicas y lugar de descanso, tenía fama el monasterio de Oseira, que aún conserva un claustro denominado de los Caballeros –no sólo acudían caballeros del Temple, sino también de otras órdenes militares- y una talla románica, de piedra, presidiendo su altar mayor, no menos relevante y con fama de muy milagrera: la denominada Virgen de la Leche. En la cabecera de Santa Cristina, aunque datadas en el siglo XVI, las representaciones murales, reproducen las figuras y atributos de santos por los que el Temple sentía una especial devoción: San Antón, con la Tau y el campanil, sustituto cristianizado de los antiguos sistros isíacos; Santa Águeda, con los ojos en una bandeja, o aquél otro, con una escuadra en la mano, que podría hacer referencia, puesto que es un atributo que portan ambos, a Santiago el Justo o al apóstol Tomás.

Llama la atención, un sarcófago de piedra, anónimo y sin inscripciones, situado a la izquierda del pórtico principal de entrada, según estamos de frente a él. Sarcófago de similares características a los que se encuentran, en el mismo lugar, en Santa María de Xuvencos y San Pedro da Mezquita. También las referencias contenidas en el pórtico de acceso al claustro, llaman la atención y hay que observarlas cuidadosamente. Pero después de todo, más allá de las especulaciones y presunciones que, como afirmaba al principio de la presente entrada, no son más que un ejercicio de hipotética relatividad, la clave esté en la pregunta: ¿por qué los abades se hacían enterrar, no sólo portando el báculo, que también portaban los Grandes Maestres de la Orden del Temple, sino también la cruz paté integrada en su correspondiente círculo?. Si tan corriente es, ¿por qué no aparece en la gran mayoría de tumbas similares distribuidas por los diferentes monasterios y cenobios desperdigados a lo largo y ancho de la Península?. ¿Hubo, al fin y al cabo, una más que probable relación entre el Temple y Santa Cristina de Ribas de Sil?.
He aquí la incógnita.


(1) Ean Begg: 'Las Vírgenes Negras: el gran misterio templario', Ediciones Martínez Roca, S.A., 1987, página 37. Por el santo, se refiere, obviamente, a San Bernardo, alma mater y padrino espiritual de la Orden del Temple.
(2) El Monsacro, situado a apenas ocho kilómetros de Oviedo, en cuya cima se levantan dos curiosas ermitas románicas, denominadas de la Magdalena y de Santiago. Esta última, de planta octogonal.
(3) No son pocos los investigadores, que piensan que fueron precisamente los templarios los introductores de este estilo, revolucionario hasta entonces.