miércoles, 28 de abril de 2010

Luna: iglesia de San Gil. ¿To be or not to be? ¡That's is the question!

Partiendo de la base de que tanto Navarra, como Huesca y Zaragoza fueron territorios en los que el Temple, en tiempos, tuvo una cantidad considerable de posesiones, no deja de ser curioso, bajo mi punto de vista, desde luego, que en algunos casos -en lo referente a edificios o templos de impredecible génesis u origen- se pueda aplicar, como un guante, esta inmortal frase de Hamlet, refiriéndonos a la autoría o pertenencia de algún lugar emblemático y determinado. Este puede ser el caso, por ejemplo, con Eunate en Navarra, y también, desde luego, con este curioso templo de San Gil, enclavado en el pueblecito zaragozano de Luna, a escasa distancia de otra notable edificación religiosa: la iglesia de Santiago.
Ferrán Marín, vecino de Luna, y miembro de una asociación cultural preocupada por el rescate y la conservación del patrimonio histórico-artístico de la región, no duda en comentar cuantas cuestiones relativas al pueblo y su entorno se le plantean. De hecho, fue un excelente cicerone durante nuestra breve visita, detalle que no tiene precio y que quiero agradecer públicamente. Cuando la conversación deriva hacia el Temple -una vez abiertas las puertas de la iglesia de San Gil- Ferrán comenta que, aunque los templarios tuvieron posesiones en Luna, no se les atribuye, sin embargo, ninguna iglesia entre ellas. Sí es cierto, añade a continuación, que se supone que en los alrededores existió una encomienda o una granja, cuyos restos aún no se han localizado.
Y no es de exrañar, porque Luna y sus alrededores, aún mantienen férreamente ocultos infinidad de secretos. Como, por ejemplo, la ubicación exacta del despoblado de San Quintín, cuyos restos, incluído el cementerio, son difíciles de localizar monte arriba, seguramente invadidos por una vegetación que, en determinados lugares, y a juzgar por las vistas, se convierte poco menos que en selva pura y dura. De allí procede una hermosa talla gótica, que se conserva actualmente en la cripta de la vecina iglesia de Santiago: la Virgen del Alba.
Curiosa advocación -coincido con los planteamientos de Ferrán- teniendo en cuenta que en el pueblo existe otra Virgen, cuya denominación es 'de la Aurora', y muchas, de tales advocaciones, junto a otra no menos singular, la de la Estrella, suelen esconder en su trasfondo curiosas leyendas, no menos curiosas tradiciones, e incluso la fundación de ciudades.

Ahora bien, existen una serie de elementos en esta iglesia de San Gil -circunstanciales, también es cierto- que, no obstante, y a mi juicio, bien merecen tenerse en cuenta. Tales elementos, se resumen en la proliferación de caballeros que sobresalen en la temática de sus capiteles -incluído el atlante superviviente y decapitado de la puerta, al que muchos identifican precisamente con un caballero templario- y por supuesto, en esa sorprendente y oculta cruz templaria, difícil de vislumbrar, pues se encuentra hábilmente disimulada al fondo de la nave, en lo más alto del último capitel.
Singular, así mismo, resulta ese otro capitel que muestra a un grupo de soldados muertos, es de suponer que en combate, cuya disposición parece ritual y cuidadosamente realizada, que bien pudiera corresponder a miembros de la Milicia de Cristo; incluso del Hospital, o quizás, por qué no, de cuaquier otra orden de caballería, pero que me resulta especialmente sospechosa, por cuanto Aragón, como Navarra, fueron en tiempos reinos de fuerte presencia y relevancia de los primeros.
En resumen: como decía al principio, no son, si no, planteamientos circunstanciales que, si se ha de ser objetivo, no aportan una documentación que los avale; pero también es cierto, que podrían constituir débiles resquicios de una historia olvidada en las cenizas de una injusta supresión.
Sea como sea, al menos de una cosa sí que estoy seguro. Y es de que éste templo, así como el templo vecino de Santiago -probable lugar de peregrinación en tiempos- bien merecen -independientemente de sus orígenes y asociación- un profundo respeto y una no menos profunda admiración.

jueves, 15 de abril de 2010

El misterio de Olcoz


'...se les crea una hermosa leyenda, una leyenda cristiana, pero tan parecida como sea posible a la leyenda tradicional, conservando símbolos y tótems. Históricamente, Santiago es un engaño, no para los "Jacques", puesto que las tradiciones son respetadas. El "Patrono-Jacques" se convierte en el Patrón Santiago. Desembarca donde debe desembarcar. Como un marino, en la costa de Occidente, al término del camino de las estrellas, al final de la "Vía Láctea", allí donde se halla el "Can Mayor", ¿acaso, en su supuesta predicación, Santiago no está acompañado de un perro?. ¿Un perro?. ¿Pero, acaso no es, en su forma de lobo, el tótem hasta hoy todavía, de los "Hijos del Maestro Jacques", actualmente Compagnons Passant de Devoirs?'...
[Jacques Charpentier: 'El misterio de Compostela', Editorial Plaza & Janés, colección Realismo Fantástico, 1ª edición, diciembre 1976, páginas 130-131]
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San Miguel de Olcoz, al igual que Santa María de Eunate, no forman parte, propiamente hablando, de las rutas de peregrinaje del Camino de las Estrellas o Camino de la Vía Láctea, términos con los que se denomina también al Camino de Santiago. Y, paradójicamente, al menos en el caso de ésta última, constituyen lugar de parada inexcusable para el peregrino, que se desvía despreocupadamente de su camino, sin importarle incrementar la ya de por sí escasa distancia que separa este lugar de Puente la Reina, centro neurálgico en el que convergen todos los caminos que se dirigen a Compostela e incluso más allá, siguiendo la antigua tradición, a Finisterre.
Territorios y lugares en los que -sin pretender realizar atribuciones bastante más que cuestionables en el caso de Eunate y Olcoz, aunque no así, desde luego, en lo concerniente a Puente la Reina- historiadores e investigadores constatan la pertinaz sombra de una orden de caballería envuelta, circunstancialmente y a pesar de todo, en el más absoluto de los misterios: la Orden del Temple.
De una manera exotérica, o dicho más claramente, de cara al exterior, los templarios constituyeron una organización religioso-militar, creada oficialmente en Jerusalén en el año 1118, para asistir y proteger a los peregrinos que se dirigían a los Santos Lugares, arriesgándose a enfrentar infinidad de peligros.
Esotéricamente hablando, y en éste punto es cuando la Historia se convierte en Mito, los templarios fueron los depositarios de un arcano saber, así como, también, los custodios de las reliquias más sagradas de la Nueva Religión: el Arca de la Alianza, el Santo Grial y las Tablas de la Ley, entre las más sobresalientes.
He puesto a propósito la expresión Nueva Religión, refiriéndome al Cristianismo, siguiendo como base los comentarios de Louis Charpentier que ilustran el prólogo de la presente entrada, pues se ajustan a una realidad de enmascaramiento presente no sólo en los lugares y rutas afines al Camino de Santiago, sino que, de una forma global, se extienden a un mundo y a una época ancestral, poblado de mitos, dioses y seres elementales, difíciles de desarraigar de las mentes, usos y costumbres de los pueblos a evangelizar: la Antigua Religión.
Resulta evidente que esta superposición de valores y filosofías dificulta, y de qué modo, la interpretación de unos símbolos y unas creencias ya de por sí complicadas, cuanto más de aprehender o intuir por nuestra mentalidad actual, capturada, irremisiblemente, en el más ortodoxo de los racionalismos, y seguidora, a ultranza, de los convencionalismos delimitados por una férrea oficialidad.
Puede que aquí radique, en mi opinión, la impenetrable muralla que ahuyenta cualquier intento de penetrar en la verdadera naturaleza y en el complejo significado de lugares como Olcoz y Eunate.
De hecho, en el caso del primero, resulta desconcertante -como muy bien afirma Rafael Alarcón Herrera- la falta de menciones y conclusiones entre una historiografía oficial que supone bien trillado un campo, el peninsular, cuyas mejores piezas descubiertas languidecen en museos nacionales, cuando no robadas e incluso mal vendidas a instituciones extranjeras, como puede ser el Metropolitan Museum de Nueva York, cuyos muros albergan y exhiben una parte importante de nuestra historia, más allá de las pinturas de San Baudelio de Berlanga y el ábside de la iglesia de San Martín de Fuentidueña, Segovia, que constituyen dos de los ejemplos más significativos.
Retomando el tema de la Diputación Foral de Navarra, y por alguna razón que se me escapa y que, de hecho me cuesta achacar a una falta de presupuesto, localizamos Olcoz poco menos que por casualidad, cuando no por intuición, si tenemos en cuenta que no divisamos ningún cartel indicativo hasta que entramos en el pueblo. Como en muchos otros pequeños núcleos rurales, no divisamos absolutamente a nadie, razón por la cuál -y vuelvo a hablar en primera persona- tuve la familiar sensación de que allí la vida se desarrolla en los hogares de puertas para adentro, pues ni siquiera en los valles y montecillos del alrededor se divisaba actividad humana alguna.
El mastodonte en el que se ha convertido con el devenir del tiempo la iglesia de San Miguel, se levanta, común por lo demás, en la parte más alta del pueblo. Desde allí, la visión paisajística gratifica con creces los decepcionados ojos del viajero que acude, posiblemente equivocado a priori, barajando la posibilidad de encontrarse con un románico espectacular. Dicha mole, espectacular desde luego, en cuanto a masa y volumen, que no en cuanto a Arte propiamente dicho, sustituye por completo a la primigenia iglesia románica levantada probablemente al tiempo que su homónima de Eunate. Pero si esta suplantación arquitectónica impide cualquier atisbo de adivinar cómo era el antiguo templo y qué otros elementos simbólicos contenía, otorga al menos, por haber estado oculta durante mucho tiempo, lo que a priori se puede considerar como una de las partes más atractivas, significativas y enigmáticas: su portada.


domingo, 11 de abril de 2010

El Crucificado de Puente la Reina

Si el Cristo crucificado en una cruz normal es el iniciado que está en camino de alcanzar su total elevación; si el Cristo crucificado en una cruz tau es el iniciado que ha alcanzado la plenitud de su evolución: el Cristo sobre una pata de oca, o lo que es igual, el Signo de la Vida, no es otra cosa que el hombre iniciado que ha trascendido incluso su total evolución, habiendo alcanzado así el Reino de la Vida, de la Realidad, muriendo al Reino de la Ilusión en que los mortales estamos inmersos mientras peregrinamos buscando una luz...

[Rafael Alarcón Herrera: 'La otra España del Temple', Editorial Martínez Roca, 1988, Capítulo 7 (Templarios al pie de la Cruz), páginas 200-201].

Tuve el honor de pronunciar en voz alta estas palabras que sirven de presentación a la presente entrada, el pasado martes, 30 de marzo, en presencia de un nutrido grupo de amigos, entre los que se encontraba -humildad al hombro, junto al trípode de su inseparable máquina fotográfica- el autor: Rafael Alarcón Herrera. Confieso que fue un acto impremeditado, pero que respondía, seguramente, a un impulso insoslayable, puesto que estaba en el sitio adecuado, en el momento adecuado también: la iglesia templaria del Crucifijo de Puente la Reina, antiguamente de Nª Sª dels Orzs o de los Huertos.

Intenso, como la mayoría de los viajes que he tenido ocasión de realizar últimamente en tan inestimable compañía, las vicisitudes de esta postrer aventura persiguiendo la Magia del Camino, nos hicieron rondar -cual fideles d'amore medievales- lugares sin duda mediáticos, situados estratégicamente, a lo largo y ancho de las fronteras que separan o unen -según se mire- a tres provincias determinadas: Zaragoza, Huesca y Navarra.




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miércoles, 7 de abril de 2010

Las estelas funerarias templarias de Andaluz

Según uno venga de Berlanga o, en sentido contrario, procedente de Soria capital, dos estribaciones rocosas atravesadas como un cuchillo por la carretera general, indican la situación de un pueblo que se enorgullece de poseer -además de una longeva y arcana Historia- uno de los ejemplares más interesantes y notables del románico de la provincia: la iglesia de San Miguel Arcángel.
Inmediatamente detrás de ellas, y al cobijo, quizás, de la más agreste de tales estribaciones, Andaluz -como así se llama el pueblo- dormita plácidamente en invierno, aguardando -como muchos otros pueblos de la provincia- la llegada de la primavera y el verano donde, además de las cigüeñas que custodian con celo la torre de la iglesia y esas golondrinas que, según Bécquer, no volvieron nunca más a Sevilla, retornan vecinos asentados en grandes capitales y turistas que, siguiendo probablemente las huellas de aquél legendario campeón, de nombre Rodrigo y conocido por la Historia como el Cid, repasan con ojos contemplativos unos capiteles que, aún con orgullo y garantía de calidad, continúan desafiando al tiempo y la erosión.
Al contrario que en muchos lugares, en Andaluz, y probablemente iluminado, alguien tuvo la brillante idea de salvaguardar los hermosos capiteles que conformaban antaño gran parte de su galería norte, adaptando una pequeña sala-museo que, bajo llave, como corresponde a un auténtico tesoro, aguardan pacientemente al atrevido Prometeo que desvele el secreto de su extraordinario simbolismo. No en vano, en mi opinión, constituyen la parte temática más interesante del mensaje que en su día el Magister Muri -Subpiranus o Ciprianus, según reza una inscripción que se eleva sobre el pórtico- legó a una posteridad, que hace siglos, para su desgracia, perdió las claves.
Pero por muy atractivo que sea el tema relativo a este curioso templo, que navega en los umbríos y brumosos mares históricos afines a los siglos XI-XII, más atractiva resulta la certeza de saber que, de algún modo, insuficientemente documentado, como es natural, sus muros, aunque sea como adobe, aún conservan el recuerdo de la presencia en el lugar de unos caballeros cuya gloria fue arrebatada en 1307 por la ambición de un rey y permitida por la mansedumbre de un Papa: los templarios.
Como ocurre tan a menudo, y a pesar de la escasez de documentación al respecto, es difícil no encontrar algún rastro, por pequeño que sea, de estos combatientes de Dios, que jugaron un importante papel a lo largo y ancho de un país que, después del desmembramiento y la caída del imperio visigodo constituyó, sin duda, una prolongación de las Cruzadas. También, como ocurre con numerosos lugares, haciendo bueno aquél refrán que dice que el tiempo otorga y quita, Andaluz apenas es hoy en día una sombra de aquél próspero hábitat repoblado que, según algunas fuentes, llegó a contar en la Edad Media con más de diez mil habitantes, siendo villa y cabeza de partido de la que dependían numerosos pueblos de alrededor.