martes, 9 de enero de 2024

Otoño en el Cañón del Río Lobos

 


Uno de los entornos naturales, cuya mágica belleza, es un verdadero imán, dispuesto por la Naturaleza para seducir, irremediablemente, a los sentidos y muy recomendable, además, para visitar, sentir y valorar, al menos, una vez en la vida, no es otro, que el enigmático Cañón del Río Lobos.


Esta formidable depresión natural, que se extiende, como el espinazo de un mundo perdido, a lo largo de esos espectaculares veinticinco kilómetros, comprendidos, entre esas dos numantinas comunidades de la Vieja Castilla, como son, Soria y Burgos, constituye siempre el preludio a una gran aventura.


Soberbio, espectacular, genuino y deliciosamente misterioso en cualquier época del año, la visita, no obstante, si se realiza en otoño, tiende, necesariamente, a convertirse en una experiencia inolvidable, donde el espectador, deslumbrado, tenderá a considerar, como revestidos de una magia especial, unos senderos que se pierden entre monumentales riscos y desfiladeros, labrados durante milenios, por esa metafórica artista, que es la erosión y espesas arboledas, que contemplados en otras épocas del año, como el cercano invierno, pueden hacerle sentir inquietud e incluso, yendo más allá, todavía, amedrentamiento por su singular rotundidad.


Tal vez, desde un punto de vista eminentemente psicológico, ahí se encuentre buena parte de la razón, supersticiosa, por la que los ejércitos musulmanes, en aquella lejana época medieval en la que dominaban a sus anchas, buena parte de la mal herida España visigoda, nunca penetraran en su interior y sí dieran, por el contrario, extensos rodeos para evitarlo, dejando atrás las fuentes donde nace el río Ucero, ascendiendo prolongadas cuestas, hasta alcanzar de nuevo terreno llano en los extensos pinares que conforman el entorno de lo que, en la actualidad, se conoce como el Mirador de la Galiana.


Lugar idóneo, por aquél entonces, para todo tipo de emboscadas y con la suficiente potencialidad, como para acrecentar, aún más si cabe, la supersticiosa mentalidad medieval, con toda clase de mitos y leyendas, no es de extrañar, que en su polifacético interior, se instalara, a finales del siglo XII, una de las órdenes de caballería, cuya mediática leyenda, ha hecho correr verdaderos ríos de tinta y todavía, al cabo de los siete siglos de su desaparición oficial, todavía continúa generando un inusitado interés: la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón; es decir, la Orden de los Caballeros Templarios.


De lo que hicieron, una vez instalados en lo más profundo de este Cañón del Río Lobos, junto a la enorme boca de una caverna descomunal, en cuyo interior, se descubrieron suficientes señales de habitabilidad antediluviana, nada se sabe a ciencia cierto, salvo que el descubrimiento de cierto documento del siglo XII, encontrado recientemente en los archivos diocesanos de El Burgo de Osma, señalan que antes que ellos, el lugar estuvo ocupado por otros caballeros no menos misteriosos y ciertamente, muy alejados de su lugar de influencia: la Orden de Roncesvalles.


Lo que parece estar claro, después de todo, es de que éstos, por los motivos que fueran -siempre y cuando se demuestre que el documento de referencia es auténtico y en efecto, en él consta como tal- les cedieron el lugar a los templarios y que éstos, una vez instalados, se encargaron de verter muchas de las leyendas malditas que circulan por la zona -por ejemplo, la del pueblo maldito de Valdecea, en el que todos sus habitantes murieron envenenados, leyenda que suele ser bastante común en muchos de los lugares donde se localizan asentamientos templarios- con el único objetivo de que nadie les molestase en las desconocidas actividades que estuviesen realizando.


De hecho, uno de los lugares que más entusiasmo despierta, entre los innumerables visitantes, es, precisamente, la vieja iglesia románica de finales del siglo XII y principios del Siglo XIII -se adivinan ya en su interior, los primeros avances de un estilo arquitectónico vanguardista en la época, como fue el gótico- que se enclava en esa pequeña curva de ballesta, salvada por un vetusto puente de madera -como diría Antonio Machado- que forma el río Lobos a la altura de la iglesia y la Gran Cueva, donde, curiosamente, todavía se venera la figura, considerada como muy milagrosa, de la Virgen de la Salud: una figura, que en su origen fue una enigmática Virgen Negra, cuyo original, se rumorea que fue vendida por el propio párroco, a comienzos del siglo XX.


Dejando aquí este tema, que, de hecho, constituye un suculento atractivo esotérico-cultural, que no pasa desapercibido, en absoluto, el entorno de este parque natural, visto con los atractivos colores del otoño, gratifica no sólo la vista de un visitante, que se siente -metafórica y comparativamente hablando- como un verdadero Robinson Crusoe, descubriendo los pormenores de la isla misteriosa en la que se encuentra, sino también, permite que el espíritu -como diría Ananda Coomaraswany- se vea influido en la noble operación de transmutar, en el atanor, que, metafórica y comparativamente hablando, es su consciencia, la Naturaleza en Arte.


Porque a ello contribuyen, sin duda alguna, las numerosas familias de chopos, sauces, avellanos, encinas, robles y abedules que habitan en su interior, con la belleza de los últimos estertores que les proporciona ese peculiar color sanguino, en algunos casos y en otros, posiblemente, lo más, ese símil de la enfermedad que afectó a pintores, como Van Gogh, llamada xantopsia, que cautivarán su fascinación, dejando, voluntariamente, que su vista se pierda por la fascinante intensidad de los ocres y amarillos.


Todo ello, condimentado por las olorosas plantas y espinos, típicos de los montes, como el espliego, el tomillo o la salvia y la belleza metafísica de las plantas acuáticas, como las lentejuelas y los nenúfares.

En definitiva: otoño en el Cañón del Río Lobos o cómo dejarse llevar por la magia de los sentidos.


AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, como el vídeo que lo ilustra, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.


VÍDEO RELACIONADO:



lunes, 11 de septiembre de 2023

[SPN-ENG] Templarios en el Camino de Santiago / Templars on the Saint James Way

 


Supuestamente, en el año 1118 -algunas fuentes, citan el año 1119, pero, en realidad, poco importa un año más o menos- nueve caballeros francos fundan en Jerusalén, la Orden, religioso-militar, de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón: los templarios. Su historia, salvando, por supuesto, las distancias y sólo comparativamente hablando, podría decirse que es similar a la de aquél primer MacDonald, que, vendiendo perritos calientes en un puesto ambulante de la calle, levantó todo un imperio, cuyos establecimientos continúan instalados hoy en día en el mundo entero. Esa misma magia, suerte o baraka -como dirían los árabes- es achacable a esos primeros caballeros, que, aun siendo tan pobres que compartían un caballo para dos hermanos y se instalaron, primeramente, en las arruinadas caballerizas del famoso Templo de Salomón, tenían, como intención y por defecto, como misión, nada menos que proteger a los peregrinos que se dirigían a los Santos Lugares. Apadrinados por Bernardo de Clairvaux, quien, hacia 1121, aproximadamente, redactó para ellos la Regla de la Nueva Milicia Templaria, donde se justificaba su condición de monjes y guerreros -algo parecido a la licencia para matar que Ian Fleming le otorgó a su emblemático personaje, el agente especial, James Bond- los caballeros templarios, pronto tuvieron como aliados a una nobleza, que no sólo aportaba a sus vástagos, sino, que, además, aportaba parte de sus riquezas y posesiones, factores, que, unidos a una férrea organización y a una visión de futuro, realmente sorprendente para la época, hizo que en pocos años, esta orden se convirtiera en una verdadera multinacional. Una multinacional, que, además, no debía pleitesía ni a reyes ni tampoco a nobles, tan sólo al Papa.



Dejando aparte la cuestión esotérica, que, sin duda la hubo, los caballeros templarios, a la vera, también, de sus hermanos cistercienses, se distribuyeron por los principales caminos de peregrinación de la Península Ibérica -que por aquélla época, ya era, desde el siglo VIII, el antecedente de las Cruzadas- ocupando no sólo fortalezas cedidas por sus méritos en el campo de batalla, sino también, encomiendas, iglesias y hospitales, con especial atención a los distintos caminos de peregrinación que se dirigían hacia Santiago de Compostela, en cuya catedral, desde la época del rey asturiano, Alfonso el Casto, el ermitaño Pelagio y el obispo Teodomiro, se rendía culto a los supuestos restos de Santiago Boanerges, el Hijo del Trueno. A no mucha distancia de Castrojeriz y la misteriosa Orden de Santón -con quienes los templarios, no sólo compartían su simbólica cruz en forma de Tau, sino también, parte de sus esotéricos conocimientos- todavía queda en pie, aunque maltrecha -tan terrible fue el terremoto de Lisboa de 1775, que afectó gravemente a su estructura- la iglesia de una de sus más relevantes encomiendas: la de Santa María la Blanca, en la localidad palentina de Villalcázar de Sirga. Encomienda, que, además, disponía de un formidable hospital para peregrinos -hoy en día, mesón que lleva su nombre, ‘de los Templarios’- y cuya iglesia, de perfecta tracería gótica, no sólo es un lujo para el amante del Arte y de la Arquitectura, sino, que, también, guarda los sepulcros, ricamente labrados y conservando buena parte de su policromía, de personajes relevante, como el infante Don Felipe, hermano díscolo del rey Alfonso X el Sabio, cuyas Cantigas a Santa María, precisamente, estaban dedicadas a la misteriosa Santa María la Blanca, de esta iglesia templaria.


Supposedly, in the year 1118 -some sources cite the year 1119, but, in reality, a year more or less matters little- nine Frankish knights founded in Jerusalem the religious-military Order of the Poor Knights of Christ and of the Solomon's Temple: The Templars. His story, saving, of course, the distances and only comparatively speaking, it could be said that it is similar to that of that first MacDonald, who, selling hot dogs in a street stall, built an entire empire, whose establishments continue to be installed today throughout the world. That same magic, luck or baraka -as the Arabs would say- is attributable to those first knights, who, despite being so poor that they shared a horse for two brothers and settled, first, in the ruined stables of the famous Temple of Solomon, had, as an intention and by default, as a mission, nothing less than to protect the pilgrims who were going to the Holy Places. Sponsored by Bernardo de Clairvaux, who, around 1121, approximately, wrote for them the Rule of the New Templar Militia, where their status as monks and warriors was justified - something similar to the license to kill that Ian Fleming granted to his emblematic character , the special agent, James Bond- the Knights Templar, soon had a nobility as allies, which not only contributed their offspring, but also contributed part of their wealth and possessions, factors that, together with an iron organization and a vision of the future, truly surprising for the time, made this order become a true multinational in a few years. A multinational, which, moreover, owed no homage to kings or nobles, only to the Pope.



Leaving aside the esoteric issue, which undoubtedly existed, the Knights Templar, along with their Cistercian brothers, spread out along the main pilgrimage routes of the Iberian Peninsula -which at that time was already, from the eighth century, the antecedent of the Crusades - occupying not only fortresses ceded for their merits on the battlefield, but also commendations, churches and hospitals, with special attention to the different pilgrimage routes that headed towards Santiago de Compostela, In whose cathedral, since the time of the Asturian king, Alfonso the Chaste, the hermit Pelagio and the bishop Teodomiro, the supposed remains of Santiago Boanerges, the Son of Thunder, have been worshiped. Not far from Castrojeriz and the mysterious Order of San Antón -with whom the Templars not only shared their symbolic cross in the shape of a Tau, but also part of their esoteric knowledge- it still stands, although battered -so terrible was the Lisbon earthquake of 1775, which severely affected its structure - the church of one of its most important commandments: that of Saint Mary the White, in the Palencia town of Villalcázar de Sirga. Parcel, which also had a formidable hospital for pilgrims -today, an inn that bears his name, 'of the Templars'- and whose church, of perfect Gothic tracery, is not only a luxury for lovers of Art and of Architecture, but also houses the tombs, richly carved and conserving a good part of their polychromy, of relevant figures, such as the infante Don Felipe, wayward brother of King Alfonso X the Wise, whose Songs to Saint Mary, precisely , were dedicated to the mysterious Saint Mary the White, of this Templar church.




AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.

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sábado, 24 de octubre de 2020

La leyenda del templario enamorado



Compostela y sus misterios: muchos, cuando llegan a Compostela, no tardan en descubrir, maravillados en ocasiones y estupefactos en otras, que más allá del motivo de su viaje, más allá incluso, de su carácter serio, canónico y aparentemente ortodoxo de santa ciudad de los caminos de peregrinación, Compostela es también un gran cuento, un cuento extraordinario, que a semejanza de los que la hermosa e inteligente Scherezade le contaba al desvelado y pérfido sultán, cuenta siempre con la inestimable ayuda de esa niñeras de la Historia, que en el fondo son las tradiciones y leyendas.



No es exagerado, tampoco, alegar que en Compostela todo gira prácticamente en torno a su catedral, objeto activo y pasivo que cuenta con la suficiente carga emocional, tanto para recargar las pilas del intrépido soñador como para mantener cautivo de la fe, a un mundo que todavía hoy, al cabo de dos mil años de crónicas, sucesos y necrológicas de la más diversa condición, continúa creyendo a pies juntillas en el milagro de la barca de piedra que trajo los restos del Apóstol Santiago de Palentina a Galicia, atravesando el anchuroso mar.



Del maestro Mateo, artífice del alabado y a la vez recientemente maquillado Pórtico de la Gloria, poco o nada se sabe, a excepción de que hasta tiempos relativamente cercanos los historiadores le consideraban un oscuro arquitecto de la corte del rey Fernando II de León y que dejó un estilo escultural a lo largo de las diferentes comunidades del antiguo reino de Galicia, bastante fácil de seguir, al que se conoce precisamente con su nombre: mateano.



Pero lo más extraño y a la vez, el elemento que entronca con una curiosa leyenda medieval, acerca de un templario enamorado y el origen de ese oscuro ídolo con forma de cabeza al que adoraban, el Baphomet, se localiza en otro de los pórticos de la catedral compostena: el Pórtico de Platerías, llamado así, precisamente porque antiguamente daba a la calle de los plateros.



Diseñado por el maestro Esteban, del que al menos se conoce su origen franco, su carácter proactivo puesto que tenía familia numerosa y su intervención, también, en la catedral de Pamplona, en éste pórtico, de entre todas sus rarezas –incluida una hermosa escultura del lujurioso rey David tocando el violín- una dama muerta, que recién acaba de parir la calavera que sostiene entre sus yertas manos, nos muestra lo que el pueblo, en forma de leyenda, refiere como los amores prohibidos y necrófilos de un caballero templario, perdidamente enamorado de la dama y el fruto de tan insana pasión, recogido nueve meses después: una calavera parlante –también se decía, que el Papa Silvestre II, al que apodaban el brujo, tuvo la suya- que conocía todos los secretos habidos y por haber.



Yo, como decía aquél mercenario francés al servicio de Enrique de Trastámara, Bertrand Du Guesclin, ni quito ni pongo rey, tan sólo sirvo a la tradición. Y si por tradición fuera, podría citarse también, según se comenta y rumorea, la misma acción llevada a cabo en el siglo XIX por el escritor romántico José Zorrilla, autor, entre otros, de textos realmente tan excelentes como ‘El estudiante de Salamanca’ y ‘El Diablo Mundo’.



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jueves, 22 de octubre de 2020

Tras las huellas del Temple en Pimiango, Asturias: las misteriosas ruinas del monasterio de Santa María de Tina



En ocasiones, seguir esas inciertas huellas que los caballeros templarios dejaron tras de sí, obliga, al investigador interesado a realizar extraños viajes y peculiares excursiones, viéndose en la necesidad de adentrarse en lugares remotos y solitarios, no exentos de riesgo, aunque de cualquier manera, repletos de belleza y de aventura.



Si algo he aprendido sobre ellos, durante estos arduos años siguiendo una sombra que se torna más escurridiza cuanto mayor es el empeño por perseguirla, es que, además de que eran unos auténticos expertos en ocultar, precisamente eso, sus huellas, solían, también, establecerse en los lugares más apartados y de difícil acceso, eligiéndolos –y no por casualidad, como iremos viendo- como hogar y morada ideales, dejándose llevar, en muchas ocasiones, por unos intereses y unas ambiciones, que cada día se nos antojan más ambiguas e incomprensibles.



Tal sería el caso, presumiblemente, de éstas apartadas ruinas, mal herido testimonio de lo que un día fuera el imponente monasterio de Santa María de Tina. Y no obstante, bien conocido por aquéllos peregrinos medievales, que elegían este duro Camino de la Costa, para evitar funestos encontronazos con las vanguardias musulmanas, que campeaban a sus anchas por Hispania, tanto la Ulterior como la Citerior.



Llegar hasta ellas significa, no obstante, introducirse en un entorno, que poco o nada ha cambiado desde aquellos remotos siglos, en los que el descubrimiento en Llibredón de los supuestos restos del apóstol Santiago, trajeron, como primera consecuencia, la reactivación de unos caminos que ya eran sagrados, milenios antes de que las augustas legiones romanas trazaran sus calzadas por montes y valles en su empeño por doblegar a astures, galaicos, cántabros y vascos, siglos antes de que benedictinos, cistercienses, cambeadores, templarios y hospitalarios se desperdigaran por los puntos clave, haciendo posible la reapertura de un tráfico económico y cultural de primera magnitud, que había quedado estancado después de la caída del Imperio Romano de Occidente.



Situadas, aproximadamente, a dos o tres kilómetros del pueblecito asturiano de Pimiango, y a poco más de seis kilómetros de San Vicente de la Barquera y la frontera cántabra, su entorno ya resulta, no obstante, peculiarmente revelador, pues en las proximidades se localiza uno de los enclaves prehistóricos más sobresalientes del Principado de Asturias, como es la Cueva del Pindal, situada a la vera de unos acantilados de vértigo, sobre los que se abate, con toda la fuerza de su enorme magnitud, uno de los mares más singulares y significativos, cuyas aguas todavía arrastran multitud de leyendas: el Mar Cantábrico.



Derruido el monasterio, hasta el punto de considerarse una empresa imposible la acometida de su reconstrucción y situadas en pleno corazón del monte, a escasos metros de distancia de unos acantilados de vértigo, que en algunos puntos de este tramo costero dieron lugar a los tradicionales ‘bufones’ –el agua marina asciende furiosamente por los socavados interiores de la roca, produciendo un ruido similar a un monumental bramido- y a multitud de leyendas asociadas, sus ruinas, parcialmente tomadas al asalto por una exuberante vegetación que las confiere ese aspecto de melancólico romanticismo, que tanto le gustaba al genial arquitecto catalán, Antoni Gaudí, guardan infinidad de misterios en su contemplativo silencio.



El lugar, un bosque de los denominados antiguos, parte de esa remota España de la que se decía que una ardilla podía recorrerla de punta a punta, deslizándose a través de las ramas de sus árboles, es un lugar, sin duda hermoso, pero que a la vez impone.



Se supone, aunque sólo se mantienen algunas tradiciones, poco o nada aceptadas por la ortodoxia oficial, que este monasterio perteneció a los templarios, como se ha dicho, y algunas circunstancias, también comentadas –estar situado en las inmediaciones de un lugar de culto antiguo, la propia soledad del mismo y la asistencia al peregrino- así parecen corroborarlo.



Todavía, a principios del siglo XX, como así se constata en un artículo de un miembro de la Real Academia de la Historia, José F. Menéndez, publicado en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones en diciembre de 1927, los peregrinos que se aventuraban a hacer el Camino de la Costa y recalaban en este fantástico lugar –ya en ruinas- tenían, sin embargo, ocasión de ver y orar ante la antigua imagen románica de la Virgen de Tina: precisamente, la misma que se custodia, a cal y canto, en la cercana ermita de San Emeterio, en cuya cercanía se levanta el moderno Centro de Interpretación de la cueva prehistórica del Pindal.



Según lo que nos cuenta este erudito –que por apellido, podría ser tocayo- había dos imponentes estatuas románicas, de piedra, a ambos del pórtico principal de acceso al templo, que los lugareños habían considerado, desde tiempos inmemoriales, como las estatuas de dos caballeros templarios. Dichas estatuas, que posiblemente fueran representaciones de dos santos, fueron trasladadas al Museo del Prado, de Madrid, para su restauración.



Y ya fuera por los avatares de la Guerra Civil o porque alguien las consideró interesantes, nunca más se volvió a saber nada de ellas, aunque es de suponer que se conserven, incluso descatalogadas y completamente olvidadas, en los almacenes subterráneos del museo, donde se supone que hay una inmensa cantidad de tesoros artísticos, de todos y cada uno de los lugares de España, durmiendo su sueño eterno.



Actualmente, también son muchos los peregrinos que eligen este duro camino –denominado de varias formas: del Cantábrico, de la Costa, Camino Inglés, etc- y no es difícil observar su arribada a puertos que ya venían acogiéndolos desde tiempos inmemoriales, como Castro-Urdiales, Santoña, San Vicente de la Barquera o Llanes.



También, sin duda motivadas por la reactivación de los diferentes caminos a Santiago, las autoridades locales han habilitado los tramos que recorren esta parte de la costa, donde se asientan tan nostálgicas y románticas ruinas.



Sin duda, todo un acierto, pues, como ya se ha dicho, el entorno no sólo es privilegiado, sino que además ofrece multitud de atractivos, sobre todo a los amantes de la aventura y la naturaleza.



Fuera o no de templarios este monasterio, les aseguro que merece la pena embarcarse en la aventura de descubrirlo, dejándose llevar por la magia tan particular, que emana de un lugar que todavía conserva buena parte de su antiguo esplendor.



Vídeo Relacionado:



AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, como el vídeo que lo ilustra (excepto la música, reproducida bajo licencia de Youtube) son de mi exclusiva propiedad intelectual.


jueves, 27 de abril de 2017

Levinus Memminger: ¿un caballero templario del siglo XV?


Otro motivo para ejercitar libremente el derecho a la especulación, como hacíamos en la entrada anterior sobre ese posible recuerdo de una nave templaria utilizado como motivo decorativo en una loza del siglo XV procedente de Reus, Tarragona, podemos encontrarlo en un interesante cuadro de un maestro alemán, Michael Wolgemut, también de los siglos XIV-XV, que lleva por título Retrato de Levinus Memminger. El autor, al parecer, procedente de Nüremberg –ciudad famosa, entre otras cosas, por los monumentales desfiles nazis y por haber sido allí, en consecuencia, donde los Aliados decidieron celebrar los juicios en los que se juzgó a muchos de los principales jerarcas nacionalsocialistas que no consiguieron huir ni suicidarse tras la caída de Berlín en 1945-, realizó la obra hacia el año 1485, presumiblemente por encargo. Memminger fue un personaje real. Y según los escasos datos que circulan sobre él, al menos por la Red, desempeñó, curiosamente, el oficio de juez, también en ésta misma ciudad de Nüremberg. A pesar de su juventud, y de fallecer relativamente joven –el deceso se produjo en 1493-, se sabe que formó parte del Gran Consejo de la ciudad y que fue, además, un gran protector de las Artes. Su identificación fue posible, según las fuentes, porque fue él quien encargó el altar de Santa Catalina de la iglesia de San Lorenzo, donde, así mismo, sale retratado. Y esto no deja de ser interesante, porque, sin abandonar nunca ese recurso de la especulación tan conveniente –de la misma manera que el escritor utiliza el amparo de la ficción para dar carácter de verosimilitud a la trama de su novela-, se podría afirmar que ambos santos formaban parte de ese santoral templario que, por su simbolismo asociado, se podría considerar como convenientemente adaptado y adoptado a los intereses heterodoxos de la Orden.

Santa Catalina, inseparable de la rueda –no habría que meditar mucho, para ver, entre otras asociaciones simbólicas, una referencia a otro de los elementos asociados a la Diosa, como es la rueca-, la espada de justicia –símbolo que define al caballero y único elemento que, por lo general, se suele encontrar en muchas lápidas anónimas que cubrían las sepulturas de caballeros templarios-, y la cabeza cortada del rey –que recuerda, no sólo al baphomet, sino también ese poder tan extraordinario que tuvieron los templarios, hasta el punto de saberse, históricamente, que fueron capaces de decirle a más de un rey aquélla famosa frase de que: reinarás mientras seas justo-, y San Lorenzo, cuya estrecha relación con el Santo Grial –según la leyenda, aquél que puso a buen recaudo tras la caída de Roma frente a la conquista de los bárbaros de Alarico en el siglo IV, que fuera ocultado durante mucho tiempo en el monasterio oscense de San Juan de la Peña y definitivamente trasladado a la catedral de Valencia, después de pasar, entre otros lugares por la Aljafería de Zaragoza, en tiempos del rey Martín el Humano-, tema del que ya Chrétien de Troyes y Wolfram von Eschembach, los describían como custodios del Grial.

Del cuadro, un pequeño lienzo de 33 x 22 cms., destaca, sobre todo, el interesante escudo que aparece en el lado superior izquierdo, un poco por encima de la cabeza de Memminger, parcialmente oculta por una capucha de color negro, acorde con la túnica que lleva, posiblemente derivada de su atavío como juez; éste, se mantiene de perfil, apoyado sobre el alféizar de una ventana –quizás un balcón-, en cuya perspectiva trasera y a través de otra ventana, se aprecian dos halcones –tal vez dos azores-, sobrevolando una ciudad, que seguramente sea la Nüremberg medieval de la época. De su estado y posición social, pueden dar debida constancia los anillos que se aprecian en sus manos. El escudo, al parecer del propio Memminger, es, de hecho, todo un auténtico beaucéant, al que se ha añadido, también con los colores blanco y negro, un aspa o cruz de San Andrés, reseña o enseña que, según algunos investigadores, como Andrew Collins, lucieran las fuerzas templarias que al mando de Pierre d’Aumont participaron en la famosa batalla de Bannockburn, luchando junto a las tropas escocesas de Robert Bruce que tenían enfrente al ejército inglés de Eduardo II. A ambos lados del escudo, se aprecian dos leones, que, como se recordará, era éste, el león, el único animal que les estaba permitido cazar.

Por último, añadir que Michael Wolgemut, fue un artista notable en su época y maestro de Alberto Durero.


También disponible en Steemit: https://steemit.com/spanish/@juancar347/levinus-memminger-un-caballero-templario-del-siglo-xv

jueves, 20 de abril de 2017

Loza de Reus con nave templaria


Continuando con el mundo de las anécdotas y amparándome en ese privilegio que proporciona siempre aquél eterno burlón que es el genio inquisitivo de la especulación, y de manera similar a como en la entrada anterior exponía esa, cuando menos curiosa circunstancia, relativa a la coincidencia de los colores ajedrezados del estandarte de Almanzor, los mismos que con posterioridad adoptaron los caballeros templarios para su famoso beauceant, no deja de sorprenderme el hallazgo de una no menos intrigante loza o plato, que no hace mucho tiempo descubrí casualmente, cuando husmeaba como un sanguino hurón –en realidad, iba buscando ciertos detalles relativos a determinados maestros flamencos, ajenos, cuando menos y que yo sepa, a la Orden del Temple y su mediática historia-, deambulando prácticamente en solitario por los claroscuros de unas salas inusualmente silenciosas y con apenas visitantes para ser un día festivo, situadas en el corazón de ese osario histórico-artístico a gran escala que es el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. La loza, no obstante los pormenores desconocidos de su vida –si tal expresión puede aplicarse a un objeto, aun con permiso de los psicometristas y el sentido común, que aporta el carbono 14, aun sin ser definitivo-, estaba en bastante buen estado, teniendo en cuenta los cerca de seis siglos de venerable longevidad que, según la etiqueta situada también dentro de la vitrina que la contenía, manifestaba, de igual manera que el carnet de identidad lo hace con una persona, aunque sin especificar día, mes y año de nacimiento pero sí ese detalle de ambigua eternidad que conlleva siempre y bajo mi punto de vista, la palabra siglo. En efecto, fechada, pues, en el siglo XV y siendo su procedencia la localidad tarraconense de Reus (1), el plato destaca por mostrar un motivo, que siempre, especulativamente hablando, no lo olvidemos, recuerda –y en este caso tan particular del tema que nos ocupa, nunca mejor recibida la palabra recuerdo-, la posible pervivencia, cuando menos en la memoria popular, de una Orden del Temple, que aunque disuelta un siglo antes, aproximadamente, sobrevivió no sólo como Orden de Cristo en la vecina Portugal del rey Don Leonís, sino también en la clandestinidad, luciendo sus símbolos las carabelas hispano-lusas que adentrándose en esa terrible Mar Océana arribaron al Nuevo Mundo, derribando, de paso y para siempre, el temido tabú del Non Plus Ultra, generando multitud de leyendas, con mayor o menor fondo de veracidad, planteando, así mismo, preguntas que todavía no han sido satisfactoriamente explicadas por los historiadores modernos, como la procedencia de los mapas de Cristóbal Colón y el destino de la flota templaria que, como se sabe, consiguió zafarse espectacularmente de las garras del rey francés Felipe IV el Hermoso, poniendo a buen recaudo el supuesto y exhorbitante tesoro de la Orden.


(1) No olvidemos, que el Temple tuvo, según parece, una importante presencia en Tarragona, como lo demuestran sus huellas en lugares como Barberá de Conca, Vallfogona o el santuario de Bell-Lloc, en Santa Coloma de Queralt.

jueves, 13 de abril de 2017

Covarrubias, Almanzor y los colores del Temple


Covarrubias es un pozo de sorpresas. No sólo como parte fundamental de esa al-qila sarracena o los castillos, palabra de la que probablemente derive el término de Castilla y que define un elemento primordial en ese legítimo afán por recuperar una posición perdida en buena parte por los defectos de una nobleza, la visigoda, que invitaron al agareno poco menos que a desfilar triunfalmente ante las puertas abiertas de un pueblo cansado de regicidios, violaciones, facciones encontradas, traiciones y derechos pisados por los cascos de los caballos, pero que a la vez parió los primeros conceptos de un sentido pensamiento nacionalista, que llevaría al nacimiento de héroes y situaciones, que aún cargadas de exagerada y conveniente propaganda -Deus lo vult-, lograron que historia y leyenda se fusionaran, hasta conseguir las más inmortales de las épicas. Tal es el caso del conde Fernán González y las veraces confrontaciones -verdaderos thrillers de aquélla Baja Edad Media-, que protagonizó luchando a brazo partido -poco más o menos, a como lo haría ocho siglos después el guerrillero contra los invasores franceses- contra el califato de Córdoba, siendo, por aquél entonces, el mismísimo diablo a batir un personaje que ha pasado a la historia -por lo menos, a la cristiana-, como el azote de Dios: Almanzor.

Difícil resulta, llegados a este punto, no pasar por el desfiladero de la Yecla, situado a una treintena de kilómetros, aproximadamente de Covarrubias, y no imaginarse, siguiera parado unos minutos en el arcén, a los guerreros fernandinos apostados entre las peñas esperando la llegada en perfecta formación de los escuadrones de caballería agarenos, ondeando al viento dos singulares estandartes: el del Califato cordobés, verde y mostrando algunas suras sagradas del Corán -muy similar a los conquistados en batallas, como la de las Navas de Tolosa-, y otro que, sorprendentemente, muestra un ajedrezado en blanco y negro, el estandarte de Almanzor, que un siglo después, constituiría, a su vez, el estandarte o beauceant, de una orden religioso militar, la de los caballeros templarios, que tuvieron, también, sus precedentes en los antiguos ribbats sarracenos. Ambos estandartes -en realidad, una réplica, como todas las armas medievales realizadas a escala- se pueden ver en Covarrubias, en el torreón de Fernán González, situado, todo sea dicho, a escasos metros de una colegiata donde, tras un vistazo detenido a alguno de sus elementos, no costaría mucho especular con inquietantes presencias, en un momento de la historia en la que, tras la pérfida maniobra del rey francés, Felipe el Hermoso, un sueño religioso-militar estaba desapareciendo del mundo, cuando menos oficialmente. En fin, curiosidades de la Historia.