sábado, 15 de junio de 2013

El Peto de Ánimas: una rareza de San Pedro da Mezquita


No deja de ser curiosa, por denominarlo de alguna forma, la manera con la que, en el Norte de la Península, sobre todo, se generalizaron este tipo de objetos de culto, que también de alguna manera, ocultan ciertos remedos de recuerdos ancestrales, paralelamente revestidos piedad y superstición. Son los denominados petos de ánimas, los cuales, junto con los cruceiros e incluso con los santuarines -pequeñas capillas, de ánimas también, que en su tiempo fueron bastante populares en los pueblos-, que en su justa medida, ofrecen una visión cuando menos apasionante, al menos desde un punto de vista antropológico y cultual, que abre algunas interesantes perspectivas, sugiriendo, a la vez, aunque de un modo anónimo y en muchos casos, personalizado -como sería el presente-, la continuidad de esas corrientes subterráneas que circulaban en el sentimiento popular y que, tildadas o no de lirismo folklórico, constituyen, a su manera, una parte primordial de ese rico conjunto monumental, al que denominamos Tradición.
Se consideran petos de ánimas, por lo general, a aquéllos objetos eminentemente relacionados con el culto a los muertos y asociados a la idea del Purgatorio. Dado que en muchas ocasiones, estos sencillos monumentos populares se encuentran en caminos y en encrucijadas, no sería desestimable considerar la idea de pensar en ellos como en una prolongación arquetípica de los antiquísimos cultos a los manes, cuya manifestación más evidente, continúa vigente en nuestros días, con una romántica perseverancia en numerosos lugares afines al Camino de Santiago. Lugares donde los peregrinos, continuando una costumbre -entiéndase en el sentido más primordial de continuidad de la tradición-, y a modo de simbólico óbolo -recordemos también al mitológico Caronte y su relación manifiesta con el mundo de ultratumba- depositan una piedra o incluso algún objeto de carácter personal, con el fin de tranquilizar a los posibles espíritus inquietos -digámoslo de esa manera- y de paso, augurarse un afortunado y venturoso camino. Uno de estos lugares, quizás el más popular -y si no, que lo juzguen los propios peregrinos, que durante generaciones han ido depositando puntualmente esa montaña que convierte la base en monxoi- no sea otro que la denominada Cruz de Ferro de Foncebadón, situada en lo alto de los montes de León, a escasos kilómetros de distancia de la moderna encomienda templaria de Manjarín.
Como ya se aventuraba en las entradas anteriores, San Pedro da Mezquita también se encuentra dentro de uno de los ramales del Camino del Santiago: el denominado como Camino Mozárabe o Vía de la Plata, comentándose, así mismo, su más que posible relación con el Temple. Don David, una persona campechana y afable, de la que, a juzgar por su edad, justo es suponer una cercana jubilación, es el párroco del lugar. Un párroco, justo es añadir, de los que, por desgracia, ya van quedando poco; detalle que -considéreseme egoísta o falta de objetividad-, particularmente me entristece. Y me entristece porque, durante mis ya largos desplazamientos por esos caminos y esos pueblos de Dios, puedo decir, en base a la experiencia acumulada, que algo entiendo ya de puertas cerradas y de párrocos hostiles, cuya incomprensible conducta, en algunas ocasiones, te obliga a regresar por donde has venido, planteándote la dolorosa cuestión de si entre el sacerdocio nacional, se ha perdido esa cualidad fundamental que debería de ser en ellos, no sólo una característica sino también un ejemplo: la vocación. Sobre todo, cuando hablamos de lugares que, como este, se encuentran situados en cualquiera de las múltiples rutas y caminos frecuentadas por peregrinos. Por fortuna, no es el caso, y espero sinceramente, que Don David, a pesar de esas nieves que convierten en blancos fiordos buena parte de su gentil cabeza, siga recibiendo a los extraños -sean estos peregrinos o no- con esa afable cordialidad cristiana, con la que, me consta y agradecido le quedo, dedicación y amor, sobre todo a la hora de abrir las puertas de ese monumental templo y mostrar todas las interesantes maravillas que en él se guardan. Así fue, como me encontré con este curioso peto de ánimas, realizado hace ya muchos años por un pastor del lugar. Un peto en cuya temática, por poco que uno se fije, recordará las referencias que se daban al comienzo de la presente entrada sobre esos recuerdos ancestrales atesorados en la memoria colectiva del pueblo y quizás coincida con mi opinión, en que, entre esos recuerdos, el buen hombre, posiblemente con todo el propósito del mundo, quiso hacer una alusión a esos caballeros templarios, que a instancias del rey Alfonso VII, se habían erigido en custodios y guardianes de la tierra de sus antepasados. Porque, puestos a dejarnos llevar por la intuición, ¿no veríamos, allá, en la parte derecha, a un perfecto caballero templario, con la cruz paté en el broche de su capa y una hoja de palma, o símbolo de martirio, en su mano derecha?. Y esas almas que se consumen en ese fuego del infierno o del  purgatorio situado debajo de la Virgen, la Señora o Dama por antonomasia del Temple, ¿no sería, por casualidad, una alusión al triste final que tuvieron estos misteriosos y a la vez sufridos caballeros?.
Que cada uno, saque sus propias conclusiones. No obstante, como interesante rareza, le viene que ni pintado a los ya de por sí numerosos enigmas del lugar. 

jueves, 6 de junio de 2013

San Pedro da Mezquita: suspicacias y probabilidades (Segunda Parte)




‘El lenguaje y la “gente” del inconsciente son símbolos, y los medios de comunicación son los sueños’.
[C.G. Jung (1)]

Continúa siendo un completo enigma, pues, el motivo por el que el cantero quiso hacer un guiño hacia el norte, en dos de los tres Agnus Dei, que posee este templo de San Pedro da Mezquita -caso único, al parecer, en todo el románico de Galicia- y más si se tiene en cuenta que el norte era considerado, sobre todo en la Edad Media, un lugar poco menos que yermo y maldito, al que se identificaba, generalmente, con la figura del Diablo (2); una dirección, de donde se pensaba que provenían todos los males que azotaban a la humanidad, incluidas las terribles incursiones vikingas que arrasaban las costas cantábricas, penetrando en ocasiones hasta el interior. Tal es así, que en los claustros de los monasterios, la zona norte solía ser aquella que permanecía casi todo el día en sombra y resultaba, por lo tanto, la más fría y desapacible, sobre todo en invierno.
Mucho se ha especulado, también, sobre el nombre de Mezquita, y algunos autores opinan que es porque la iglesia se elevó sobre un antiguo templo árabe. No hay prueba evidente de ello, aunque sí es cierto, y resulta todavía visible en parte, que hubo uno o varios templos anteriores, probablemente de origen mozárabe y hasta es posible que prerrománico. A tal respecto, y dentro de las numerosas inscripciones que se localizan –sobre todo, en el interior de la iglesia- hay una, en particular, que nos ofrece un dato estimable, remitiéndonos al año 1202, aunque existen referencias que ya la mencionan en fecha tan temprana como 986. Otro dato interesante a tener en cuenta, son las marcas de cantería, cuya forma y tamaño indican diferentes periodos, así como también diferentes canteros. Entre éstas, cabe destacar aquella que por su forma recuerda el símbolo del infinito, marca que se localiza, con cierta frecuencia, en muchos sillares de la catedral de San Martín, en la capital orensana, sobre todo, en las zonas más antiguas, curiosamente en la cercanía de esos magníficos pórticos románicos atribuidos al Maestro Mateo y su escuela, los cuales, contando con la joya artística denominada como Puerta del Paraíso -reproducción a pequeña escala del Pórtico de la Gloria compostelano-, harían un número de tres.
Qué duda cabe, así mismo, que la presencia de animales con un rico simbolismo asociado, hacen que la mirada del espectador intente penetrar, en la medida de lo posible, en ese mensaje subliminal, de marcado carácter esotérico que conllevan, siendo representativos algunos de ellos –como el perro y el lobo- no sólo de ciertos gremios itinerantes de canteros, sino también, compañeros de viaje de ciertos santos, muy populares y de carácter marcadamente heterodoxo, como San Roque -inseparable compañero de Vírgenes Negras-, así como también, de ciertas y no menos heterodoxas santas, alguna con evidentes connotaciones ctónicas -cuál la mitológica Perséfone-, como Santa Quiteria (3). Entre estos, cabe destacar la presencia, como he dicho, de lobos y perros, de leones y de serpientes que, independientemente de las características asociadas a cada uno, remiten, sin embargo, a una cualidad común: de alguna manera, todos están asociados con la Gnosis. O lo que es lo mismo: con la idea y búsqueda del Conocimiento. Lo cual, en cierto modo, coincide con la idea, básica en el fondo, de que muchos de los edificios situados dentro del Camino de las Estrellas, conformaban no sólo esa especie de universidades medievales, como ha señalado más de un autor, sino también, un camino de iniciación esotérico, cuyos capítulos había que ir previamente desgranando durante las diferentes etapas del recorrido, hasta llegar al final, representado por el Jardín del Paraíso en el tablero mágico del juego iniciático de la Oca, que sería, teóricamente, la Morada de Sophia; es decir, de la Sabiduría.
Acertadas o no estas suposiciones, merece la pena, no obstante, continuar recorriendo los misteriosos vericuetos artisticos de este singular templo, y detenernos, antes de penetrar en su interior, en el detalle de la tumba anónima adosada a la nave sur, junto al pórtico de entrada. Detalle intrigante, independientemente de que tengan el cementerio adosado, que localizamos también en idéntica disposición, como si fuera una constante, algunos kilómetros más allá de Carballino, apenas comenzada la carretera nacional que une Orense con Pontevedra, en un templo que sorprende, sobre todo, por el simbolismo indescifrable de algunos elementos de probable origen prerrománico: Santa María de Xuvencos, situada en las proximidades de otro templo templario, San Julián de Astureses donde, curiosamente, todavía se conserva la tumba de un hermano de la Orden.
Enigmática es, así mismo, esa curiosa figura humana, que parece surgir desde las profundidades de la piedra -o estar aprisionada en ella (4)- que nos la encontramos también en algunos lugares muy significativos de la ruta jacobea -sobre todo, en el Camino Francés- como pueden ser la Capilla de Sancti Espíritu o Silo de Carlomagno, en Roncesvalles, y la iglesia de Santa María, en la también población navarra de Olite; también en la catedral zamorana de San Salvador, y además, por poner otro ejemplo más cercano, en la propia catedral de San Martín. Estos singulares canteros -místicos y a la vez burlones- dejaron la impronta de su maestría también en el interior del templo, de tal manera que entre los capiteles que decoran las columnas, destaca especialmente uno, situado en las proximidades de la cabecera, que llama poderosamente la atención y que, mostrando a sendos personajes, que parecen balancearse felizmente al ritmo de una rueda de triple recinto -similar al concepto celta, aunque éste suela estar representado, generalmente, de forma cuadrada- nos recuerda, no sólo los votos de pobreza iniciales de la Orden del Temple -dos caballeros y un caballo, dos hermanos y una escudilla, etc-, sino también, el manifiesto interés de ésta por un concepto como el de la Dualidad. Recordemos, también, y a este respecto, que muchos de sus templos estaban bajo la advocación de los denominados como santos gemelos: Cornelio y Cipriano, Justo y Pastor, Gervasio y Protasio...
Significativas son, además, dos imágenes que se localizan también en el interior del templo: la del evangelista San Lucas, con el león a sus pies -recordemos que, además de ser el animal simbólico que lo representa, el león, teóricamente, era el único animal que le estaba permitido cazar al templario- y la de un Cristo, la posición de cuyos brazos induce a pensar que no se corresponde con la cruz sobre la que está crucificado y sí, por el contrario, con ese tipo especial de cruces, que hicieron famosas las representaciones de Cristos renanos de los siglos XIV y XV, cuyo madero estaba formado por una cruz en forma de Runa de la Vida o, denominación más conocida, por una Pata de Oca. Modelos de Cristo, que debieron de ser bien conocidos en la Península, aunque sólo se tenga constancia actualmente de dos de ellos: el de Puente la Reina y el de Carrión de los Condes.
Hasta aquí, parte de los numerosos enigmas que encierra este singular templo de San Pedro da Mezquita. Ahora bien, queda otro, que entronca directamente con el recuerdo y la tradición popular, que bien merece, aunque breve, el honor de una entrada aparte: el peto de ánimas



(1) Carl Gustav Jung: ‘El hombre y sus símbolos’, Aguilar, S.A. de Ediciones, 2ª edición, 1974, página 12.
(2) De hecho, en numerosos templos románicos, se puede distinguir, en solitario y en dicho lado norte, el típico canecillo que representa la figura del Diablo, siendo, quizás, uno de los más relevantes el de Santiago de Agüero, en Huesca.
(3) Una magnífica reproducción del perro, lo tenemos magistralmente labrado en uno de los sillares del pórtico de entrada a la Cripta de Santa Quiteria, en el castillo oscense de Loarre.
(4) En algunos lugares no ajenos tampoco al Camino, la tradición popular habla de un ladrón que entró a robar y al salir quedó aprisionado por la intervención de la Virgen; aunque también se especula con la posibilidad -y me remito a un comentario que me hizo Rafael Alarcón, en abril de 2011, durante nuestra estancia en tierras navarras- de que sea una representación del propio cantero.

martes, 4 de junio de 2013

San Pedro da Mezquita: suspicacias y probabilidades (Primera Parte)



'Las Leyes de la Vida dicen: "busca y encontrarás"'.
[T. Lobsang Rampa (1)]

Generalmente, cuando la documentación histórica brilla por su ausencia, o en su defecto, simplemente escasea y resulta, además, insuficiente, se hace necesario recurrir a la tradición popular -tan denostada hoy en día por historiadores e investigadores, aunque no ocurría lo mismo en épocas pretéritas, cuando se intentaba hacer una Historia general de España lo más aproximada posible, aprovechando hasta el último resquicio de información-, a la similitud en los detalles e incluso a las coincidencias entre unos y otros, para elaborar, en base a la probabilidad, hipótesis de trabajo que no dejan de ser, en el fondo, sino meras suspicacias con posibilidades de veracidad. En base a ello, se podría relacionar, sin perder por un instante la coherencia -e incluso admitir el error, si fuera necesario- esta interesante iglesia de San Pedro, situada en el pueblecito orensano de A Mezquita, en A Merca, con esa orden religioso-militar -parida para ser maldita, según escribieran Vignati y Peralta (2), allá por 1975- de los caballeros templarios.
Por otra parte, también es cierto que algunas fuentes (3) mencionan que los templarios se establecieron aquí, en el siglo XII, a instancias del rey Alfonso VII, pues no hemos de olvidar, ni por un momento, el detalle de que hablamos no sólo de Camino de Santiago, sino también de un lugar sin duda estratégico, considerado no sólo como puerta de Castilla, sino también, puerta y frontera con Portugal, en cuya época, éstos apenas habían conseguido su independencia, manteniéndose a duras penas tranquilos detrás de sus fronteras, cuando menos hasta el denominado Pacto de los Tres Reyes o de los Tres Reinos, acaecido en tiempos del rey Alfonso III de Portugal (1210-1279).
Previamente establecidos en Zamora, surge también el interesante detalle de las similitudes, tanto fonéticas como estilistas que se localizan entre algunos templos zamoranos y entre otros templos y lugares de aquí, de la provincia de Orense. Detalle, que puede indicar una estrecha relación, independientemente de que ésta tenga o no que ver con la Orden del Temple, cuya presencia, según admiten muchos historiadores, no fue tan extensa o apreciable, aquí en Galicia, como la de otras órdenes militares, entre ellas, la del Hospital de San Juan de Jerusalén. De ello, no obstante, se puede poner algún interesante ejemplo que, después de todo, nos anime a especular con cierto sentido. En Allariz, sin ir más lejos, aún sobreviven elementos románicos que señalan una importancia relativa en el pasado. Uno de los templos más antiguos, sería el de San Pedro, de cuya originalidad románica tan sólo queda la portada sur. Una portada, que muestra algunas similitudes con la iglesia zamorana de Santa María de la Horta, siendo la más destacable, probablemente aquél capitel en cuestión, que representa a sendos lobos –o quizás dragones- devorando a una figura humana, simbolismo, hasta cierto punto común en algunas iglesias orensanas, que señalaría, de paso, la acción de un determinado gremio de canteros y la posibilidad de un mensaje específico. Además, esta iglesia de San Pedro, se localiza, casualmente, en la calle de la Horta. Como Santa María del Horts, era, así mismo, la primitiva denominación de la que fuera iglesia templaria de Puente la Reina, hoy día denominada del Crucifijo, en clara referencia a su Cristo, de origen renano, crucificado sobre una cruz con forma de pata de oca o runa de la Vida.
Pero quizás la conexión más notable entre el Temple, Zamora y Orense, sea aquélla relacionada con el Agnus Dei, símbolo por el que el Temple sentía una especial predilección, de cuya presencia y relación, el gran escritor e historiador Rafael Alarcón Herrera, nos ofreció una detallada exposición en su blog Laberinto Románico, y más concretamente en su entrada Sejas de Sanabria: 'la ‘misa vana de la cabra Suldreira’.
A diferencia de la iglesia de Sejas de Sanabria, la iglesia de San Pedro de A Mezquita cuenta con tres Agnus Dei, de los cuales, dos conllevan un pequeño enigma: su cabeza está girada hacia el norte. Cabe especular, obviamente, el por qué de dicha disposición, y por supuesto, las intenciones del cantero, cuando posiblemente lo más lógico hubiera sido que ambas testas apuntaran, en todo caso, hacia el oeste, siguiendo la dirección marcada en el cielo por esas estrellas que conforman la Osa Mayor –o el Farol, para los navegantes nórdicos- que indicarían en todo momento al peregrino la dirección a seguir en su Ruta Mágica. Es decir, la dirección de Compostela, y aún más allá, la de ese enigmático Finis Terrae, lugar donde muere el sol todos los atardeceres para volver a nacer al día siguiente, renovado, marcando un nuevo ciclo, y lugar, por añadidura, hacia el que señalaban muchas de las grandes civilizaciones, incluida la egipcia, donde situaban aquél simbólico Amenti o Más Allá, reino de los muertos en el que moraban las almas de sus antepasados.



(1) T. Lobsang Rampa: 'La caverna de los antepasados', edición especial para Discolibro de Ediciones Destino, 1973, página 10.
(2) Vignati/Peralta: 'El enigma de los templarios', Editorial A.T.E., noviembre de 1975.
(3) Eligio Rivas Quinta, Asociación Cultural Amigos Vía de la Plata Ourense, Camiño Mozárabe, Boletín Informativo nº5, julio de 2009, página 6.