lunes, 25 de febrero de 2013

Albendiego: Canónigos Regulares de San Agustín, Templarios y Geometrías Mágicas



Situado a la vera del río Bornoba, frente al imponente macizo de la Sierra de Pela y a escasa distancia de la frontera con las provincias de Segovia y Soria, el pueblecito de Albendiego constituye, cuando menos, un enigma histórico, digno de atención. Tal afirmación, resulta mucho más evidente, con la presencia en el lugar de una de las joyas más imponentes, y a la vez más interesantes del románico peninsular: la iglesia mudéjar de Santa Coloma.
Hay autores, como José Javier Esparza (1), que sitúan aquí, en Albendiego y su entorno, la misteriosa población de Alhándega, lugar en el que, según las crónicas, los ejércitos cristianos terminaron de desbaratar los restos del formidable ejército musulmán que sufrió una sonada derrota en la batalla de Simancas, cuando se retiraba de regreso al Califato de Córdoba, toda vez fracasada la campaña denominada Gazat al-khudra -del Supremo Poder o de la Omnipotencia-, proyectada por Abdelrramán III, en 939 contra el rey de León, Ramiro II. El mismo autor comenta, así mismo, la posibilidad de que, en realidad, la tal Alhándega, pudiera haber sido la propia Atienza.
Como todo lo referente a esa época, no existe mucha documentación histórica que permita asegurar con ciertas garantías de veracidad, quiénes fueron los ejecutores de una obra tan impresionante, aunque sí parece documentada la presencia en el lugar, de los Canónigos Regulares de San Agustín. De hecho, los historiadores citan una carta fechada en 1197, donde el abad de Sigüenza, don Rodrigo, les eximía del pago de diezmos, donándoles tierras y viñas para su sustento. No obstante, el caso de estos Canónigos Regulares resulta interesante, pues constituían pequeñas agrupaciones que, a falta de pertenencia a comunidad u orden establecida, se regían por la Regla de San Benito. La misma situación en la que se encontraban los templarios, antes de ser aprobada oficialmente en 1129, durante el Concilio de Troyes. No parece que este sea un motivo suficiente para atribuirles categóricamente la construcción de esta iglesia de Santa Coloma, y sí parece seguir la iniciativa propia de órdenes militares como el Temple, y en menor caso, los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, respecto a la utilización de alarifes mudéjares, así como la implantación de diseños arquitectónicos inspirados en modelos orientales, aprehendidos durante su estancia en Tierra Santa. Sea como sea, lo cierto es que, oficialmente, y mientras no se demuestre lo contrario –cosa que parece bastante improbable, al menos mientras no se descubran otros datos que así permitan indicarlo-, la construcción de la iglesia de Santa Coloma, ha de consignarse en el haber de los Canónigos Regulares de San Agustín.
Ahora bien, no deja de ser curiosa, por otra parte, la insistencia de la tradición popular a la hora de situar, tanto en este lugar de Albendiego, como en su entorno –incluida la extraña ermita que se levanta en lo más alto de la Sierra de Pela, en el pico conocido del Santo Alto Rey, de la que se hablará en una próxima entrada- la presencia del Temple. De hecho, indemostrable y probablemente carente de sentido por las peculiaridades del terreno, hay leyendas que también comentan –como en otros lugares de los que se ha hablado en entradas anteriores, siendo, quizás, la más reciente, la referida a la ermita de los Santos Nuevos, en Morón de Almazán- la existencia de un túnel que conectaría la iglesia de Santa Coloma con la mencionada ermita del Santo Alto Rey, lugar estratégico y de Poder, donde los haya, en el que los monjes-guerreros no sólo tendrían un punto de vigilancia excepcional del entorno, por otra parte, imposible de habitar en invierno, sino donde también podrían dar rienda suelta a esas supuestas prácticas pseudo-esotéricas que tanto suelen atribuírseles.
Y es que, lejos de ser Ruta del Quijote, como se han empeñado en hacernos creer desde los carteles implantados por la Diputación Provincial de Guadalajara, sí podemos hablar, no obstante, de ruta jacobea por la que atravesaban la provincia los peregrinos que venían de lugares, como Cuenca, accediendo a las provincias de Segovia y Burgos, con lo cual, la presencia de las órdenes militares no sería un detalle, en modo alguno, a subestimar. Uno de los lugares de paso, sería la vecina población de Campisábalos, en cuyo cementerio todavía se conserva el marco, con dos cruces paté en él grabadas, de la que se supone fue su vieja iglesia. Así mismo, dentro de la población, no deja de ser interesante la presencia de otra iglesia, bajo la advocación de un santo de devoción templaria, como es San Bartolomé, y una misteriosa capilla añadida, la del Caballero Galindo o San Galindo, que por sí misma bien merece ya una visita, y sobre la que se ha especulado hasta la saciedad, sobre todo acerca de la identidad de este misterioso caballero, al parecer, con características de repoblador y hospitalero, cuyo nombre lleva una población cercana: Casas de San Galindo. A éste respecto, puede que interese comentar, también, la leyenda que conecta este pueblo con otro interesante pueblecito soriano, situado a no mucha distancia: Pedro. Sin duda famoso por la existencia en su término de la iglesia hispano-visigoda de la Virgen del Val, siglo VII, cuenta una leyenda, precisamente el intento de los templarios de Campisábalos por robar y hacerse con la imagen románica –una hermosa, aunque deteriorada talla- de la Virgen del Val.
Intrigante, así mismo, resulta la presencia, en Albendiego, de dos imágenes dedicadas a Santa Coloma, ambas de cierta antigüedad y con interesantes características, siendo una de madera –posiblemente, la más deteriorada- y otra de alabastro. Esta última, muestra características de virgen negra en el color de manos y rostro, lo cual no deja de ser un detalle interesante. Sobre el comercio de alabastro, no hace mucho me llegó cierta información al respecto, relacionada con dicho comercio, procedente, en parte, de Inglaterra y probable origen de algunas figuras virginales románicas, de características negras también, encontradas milagrosamente en cuevas del litoral. Entre estas figuras, cabría destacar aquélla que apareció en una cueva de los acantilados de Luarca, aunque dudo mucho que sea la original; es decir, aquélla que actualmente se venera en la ermita de la Virgen de la Blanca, junto a la talla del Cristo Nazareno y otra hermosa imagen, de idéntica procedencia, también encontrada en una cueva de los acantilados luarqueses, que muestra una Santa Ana Triple.
No son pocos, pues, como se viene constatando, los enigmas asociados a este lugar de Albendiego y a su impresionante iglesia de Santa Coloma. Una iglesia, cuyo ábside resulta todo un poema a una geometría sagrada, que recoge, a grosso modo, lo mejor y más hermético de una filosofía en la que abundan numerosos elementos de carácter marcadamente oriental, pero en la que no faltan, tampoco, elementos cristianos relacionados con las órdenes militares. Y entre estos elementos, profusamente labradas en las diferentes celosías, cruces de ocho beatitudes y cruces paté, posiblemente, los dos tipos de cruz más utilizados por éstas, pero no por ello, menos relevantes en simbolismo asociado. Estas últimas, las de tipo patado o paté, también se localizan en los capiteles interiores.
Por último, reseñar un detalle sobre el que suelen detenerse poco los historiadores e investigadores que tratan este tema de la iglesia de Santa Coloma de Albendiego. Se trata, de la portada de acceso a la iglesia. Una portada que, no obstante su aparente sencillez, desarrolla una interesantísima síntesis hermética, en esa conjunción de elementos de índole vegetal, que brotan de sendas cabezas –es difícil aseverar, si se trata de cabezas de pez o cabezas de lobo, no obstante, el rico simbolismo añadida a cualquiera de las dos opciones- que parecen conformar un mensaje, cuando menos críptico. Allí mismo, grabados en un sillar, se localizan, también, una hoja y un disco solar.



(1) José Javier Esparza: 'Moros y Cristianos'.

martes, 5 de febrero de 2013

Santa Gadea del Cid: ermita de la Virgen de las Eras


En sus orígenes, el lugar se denominaba Término, calificativo que definía esa situación geográfica que hacía que fuera frontera no sólo con la Vieja Castilla, sino también con las provincias de Álava, Navarra y La Rioja. De hecho, ésta ermita de la Virgen de la Era, es lo único que sobrevive –a excepción de algunos restos irreconocibles y algún sarcófago de piedra que se localiza en el vecino cementerio- del antiguo pueblo. Un pueblo que, situado al otro lado de esa carretera general que se dirige a Pancorbo –lugar bien conocido por los peregrinos, y en cuyo desfiladero aún se conserva la ancestral campana que servía para orientarles por la noche y prevenirles en los días de niebla- y que, en el siglo XIX, pasó a denominarse Santa Gadea del Cid –detalle un tanto inaudito, bajo mi punto de vista- para diferenciarla de aquélla otra Santa Gadea histórica, bien conocida por ser el lugar donde se produjo el famoso episodio de la Jura.
Ciertamente, aún queda alguna documentación relativa al pueblo de Término y su circunstancia histórica, aunque reconozco, que ignoro si entre dicha documentación, existe alguna referencia a la presencia en el lugar de la siempre escurridiza Orden del Temple, aunque en las proximidades, ya dentro de la provincia de Álava, algunas fuentes consideran que éstos tuvieron un pequeño convento, del que sólo sobrevive la pequeña iglesia. Me refiero a Bellojín. De manera, que teniendo en cuenta dicho inconveniente, todo lo que se expone aquí resulta, evidentemente, hipotético y circunstancial. La razón es obvia: soy de los que piensan que a veces es mejor pasarse, que no llegar.
Tampoco resultaría determinativa, la abundancia de detalles de origen franco, que decoran los motivos principales de la vieja iglesia, entre ellos, la profusión de flores de lis, elemento que no sólo representa a la monarquía francesa, sino que también, de una manera encubierta y eminentemente simbólica, constituye una referencia a esa curiosa marca de la pata de oca, con la que se identificaban algunas hermandades de canteros medievales –entre ellas la denominada Hijos del Maestro Jacques-, que en mayor o menor medida tuvieron relación con la Orden y que pasaron también a la clandestinidad, cuando ésta fue detenida, juzgada y abolida. A tal respecto, no hemos de olvidar el tráfico, no sólo de peregrinos, que la Inventio y la posterior creación del Camino de Santiago supusieron en la Historia peninsular, ni tampoco el hecho de que los artífices de dicho Camino fueron, en mayor medida, benedictinos, cistercienses y templarios. Sí debería de llamarnos la atención, no obstante, un elemento que, aunque común en muchos templos, no sólo románicos, sino también góticos y de otros estilos posteriores, parecen encontrarse siempre en templos de probada o supuesta autoría templaria: los denominados hombres verdes.
La atención llaman, y mucho, a pesar de ser corrientes y profusamente utilizadas por órdenes y estamentos ajenos al Temple, la presencia, a ambos lados del pórtico de entrada, de dos pequeñas y preciosas cruces paté, enmarcadas en sendos círculos concéntricos que, de similar manera a como todavía hoy podemos contemplar las cruces de ocho beatitudes que se localizan en uno de los pórticos principales de la iglesia segoviana de la Vera Cruz, conservan huella de esa pintura de color rojo que originalmente las recubría y que podrían constituir un símbolo de pertenencia, pues es bien conocido que éstos, como también ocurría con otras órdenes, solían señalar no sólo sus lindes –recordemos esos carteles de coto privado de caza que todavía se ven en nuestros bosques y montes, conservando los colores blanco y negro del bauceant o estandarte templario-, sino también sus casas e iglesias; en definitiva, los lugares que tutelaban y sobre los que ejercían su protección.
Curiosa, por otra parte, es la existencia de un monasterio que, muy reformado, conserva la advocación de El Espino y su historia legendaria está sujeta a una aparición mariana, aunque ésta, según las crónicas, se remonta a un tiempo posterior a la desaparición de la Orden del Temple: finales del siglo XIV. Y digo curiosa porque, independientemente de que el topónimo defina un lugar específico por las características de su propia geografía, también, de una manera simbólica, hace referencia a ese camino espinoso, largo y difícil que lleva al Palacio de Sophia; es decir, al Conocimiento.
En definitiva, relacionada o no, de lo que no cabe duda, al menos, es de que ésta curiosa ermita de la Virgen de las Eras es un lugar interesante, cuya visita se extiende, por supuesto, al propio pueblo de Santa Gadea del Cid, su iglesia parroquial, gótica pero interesantísima en el simbolismo de su portada principal, el aspecto medieval del pueblo y las ruinas del que en tiempos fuera su orgulloso castillo.