'Al principio, cuando observé la portada, vi con enorme sorpresa a la izquierda de la misma, en lo alto del muro y cerca del friso que separa las columnas que sostienen las arquivoltas, cómo destacaba una estrella de seis puntas. Al instante vino a mi mente la imagen de la estrella de David o bien el llamado Pentáculo del rey Salomón. Pero pensé que un símbolo judío no podía encajar en un templo cristiano. Mientras pensaba en ello distinguí, aproximadamente a la mitad del muro, una cruz paté dentro de un círculo. Al momento descubrí otra en el lado opuesto. Fue entonces cuando al dirigirme hacia una de las esquinas observé una cruz latina pintada de rojo y a su lado, de nuevo, la cruz paté inscrita en un círculo. Entonces empecé a dar la vuelta al edificio...'.
[Xavier Musquera: 'La aventura de los templarios en España', Ediciones Nowtilus, S.L., 1ª edición, Abril 2006]
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Santa María de la Oliva. No deja de ser curioso encontrarse una iglesia dedicada a una Virgen con este calificativo, precisamente en una tierra que no destaca por dicho tipo de árbol y de cultivo, pero cuya advocación, casualmente, y de alguna manera, la relaciona con el vecino país de Portugal -donde el Temple subsistió incluso después de su disolución en 1314- así como con una ciudad en concreto -Tomar- que, entre otras referencias de los Milites Christi, dejó también la iglesia de Santa María dos Olivais; es decir, de Santa María de la Oliva.
Siendo el Norte uno de los destinos preferidos para veranear, no es de extrañar que uno se vea obligado a estacionar el vehículo varias manzanas más allá del casco urbano, que es, en realidad, donde se asienta esta formidable iglesia, comenzando a dejarse llevar por los detalles, a medida que vuelve a desandar a pie el camino, salvando los inconvenientes de un tráfico incesante en ocasiones, pues no en vano este magnífico templo de transición al gótico, se encuentra situado en el punto de intersección de los caminos que conducen al interior de Villaviciosa, a la Ría y sus pinturescos pueblecitos costeros o a las principales ciudades del Principado, como pueden ser Oviedo, Gijón o Avilés.
Si bien es cierto que ésta breve visita al Principado, se basaba fundamentalmente en una especie de peregrinaje nostálgico a lugares que marcaron huella en mi niñez -lugares que, he de añadir, forman parte de las profundas raíces que me unen a ésta tierra- los templarios, en el fondo, eran la menor de mis pretensiones. En efecto, si hay algo realmente impresionante que hace tiempo deseaba conocer, es aquello que numerosos autores -Jovellanos, entre otros-, con toda justicia, y propiamente hablando, han definido como el arte asturiano por antonomasia. Me refiero, naturalmente, al arte prerrománico, que legó a la posteridad auténticas maravillas arquitectónicas, como Santa Cristina de Lena, Santa María del Naranco, San Miguel de Lillo o San Salvador de Valdedios -el Conventín- por citar algunos de los ejemplos más significativos y relevantes, sin menosprecio de otras igual de interesantes y dignas de atención.
Cierto es, también, que me topé con la sombra de estos legendarios soldados de Cristo -o frailes con espuelas, como solía denominarlos despectivamente Gustavo Adolfo Bécquer- no bien crucé la carretera y me encontré delante de ese pórtico que, como acertadamente habían puesto de manifiesto numerosos autores, apuntaba una más que evidente transición hacia un estilo arquitectónico completamente nuevo y revolucionario para la época: el gótico, derivado de la palabra goecia o magia.
Importante es señalar, así mismo, que son numerosos los autores -entre ellos, el siempre enigmático y controvertido Fulcanelli (1)- los que consideran que fueron precisamente los templarios quiene introdujeron este arte en Europa. Arte que, al parecer, y sospechosamente, como también se apunta, culminó al mismo tiempo o poco tiempo después de suprimida la Orden.
Cierto o no, lo que sí resultaba de una evidencia fuera de toda duda, era lo real de la impresión del escritor Xavier Musquera -fallecido en su domicilio de Barcelona, el pasado día 9 de diciembre- al encontrarse con ciertas huellas y símbolos, tal y como se describe, de forma textual, al principio de la presente entrada.
No deja de ser una triste verdad, que el Arte en general, y el religioso en particular, ha estado siempre en el punto de mira de los eternos desacuerdos humanos. Como se evidencia en su portada principal, el templo de Santa María de la Oliva no es una excepción. La huella más evidente de la bárbara desproporción de la acción humana, la encontramos en las columnas-estatua -o atlantes, como también se las denomina- que se levantan, cual titanes, a ambos lados del pórtico, las cuales se encuentran descabezadas, es de suponer que como consecuencia de periodos críticos de la Historia de España, como pueden ser la revolución de 1934 en Asturias, o la diáspora de la Guerra Civil de 1936.
Debido a ello, no resulta fácil identificar a los personajes, ocho en total -número significativo donde los haya-, aunque cabe la posibilidad -común a numerosos templos románicos y góticos- de que al menos cuatro de ellos representen a los cuatro evangelistas. De los cuatro restantes, se puede deducir que al menos, dos son mujeres, y una, a juzgar por su barriga prominente o señal de embarazo, una probable referencia a Santa Catalina de Alejandría.
Pero, sin duda, el símbolo que induce a plantear la titularidad del Temple en algún momento de su historia, es la estrella de seis puntas, que se encuentra bien visible a la izquierda, según uno se sitúa de frente al pórtico. En efecto, conocida como estrella de David o Sello de Salomón, es el símbolo del pueblo judío, por antonomasia; detalle que induce a preguntarse el por qué de su presencia en un templo cristiano. Y sobre todo, por qué en un lugar tan visible. La respuesta -y he aquí otra señal inequívoca- la encontramos a lo largo y ancho de la fachada de la iglesia, donde se observan, perfectamente delimitadas en su correspondiente círculo, una sucesión de las llamadas cruces paté o patadas, el tipo de cruz más corriente de las utilizadas por la Orden del Temple.
No es ningún misterio, que los templarios, así como los hospitalarios -aunque éstos en menor medida- mantuvieron ciertos, cuando no estrechos contactos con otras culturas, independientemente del hecho de enfrentarse con ellas en los campos de batalla, siendo los musulmanes el caso más significativo. Así mismo, y aparte de unos posibles lazos comerciales, muchos autores apuntan al interés que los Capítulos Supremos de la Orden sentían hacia cuestiones digamos filosóficas, mágicas o metafísicas. El nexo judío más probable, en este caso, podría hallarse en la Kabbalah.
[continúa]
(1) Fulcanelli: 'El misterio de las catedrales', Editorial Plaza & Janés, S.A., 8ª edición, diciembre 1976]