viernes, 26 de febrero de 2010

Leyendas del Cañon de Río Lobos


'...España que ha sido punto de contacto entre aportaciones extrañas, ha sido a su vez foco creador poderosísimo y lleno de originalidad que ha expandido por el mundo su propio acerbo. Así, en nuestro país han madurado leyendas de celtas y godos. La ruta de Santiago de Compostela que en tiempos fue tan frecuentada por peregrinos de todo el mundo como la de Roma o Jerusalén, fue a su vez una verdadera cuña de penetración de costumbres e ideas europeas...'.
[Mª José Llorens Camp: 'Leyendas españolas', M.E.Editores, S.L., 1994]
Mito, leyenda, fantasía, realidad...Conceptos íntimamente relacionados entre sí, y sin embargo, delimitados por algo tan complejo como es, sin ir más lejos, la incertidumbre. Ésta radica, generalmente, en esa génesis primordial que abarca el oscuro principio, el punto de origen del que habrían de nutrirse posteriormente los pueblos.
Platón, por ejemplo, puso en boca de los sacerdotes egipcios el mito de la Atlántida; mito que, al parecer, ya existía incluso antes de que éstos, es decir Egipto, se constituyera en una de las civilizaciones más grandes del planeta. Siglos, cuando no milenios después, convertido en leyenda, la historia de la Atlántida ha generado infinidad de sub-mitos que la sitúan en numerosos lugares del mundo, muchos más allá, incluso, de las referencias originales de Platón a las denominadas Columnas de Hércules, incluyendo lugares situados, sorprendentemente, en lo más impenetrable y desconocido de las selvas sudamericanas, como si hubiera existido, en algún momento indeterminado de la Historia, un vehículo transmisor común a numerosos pueblos y razas, muchos de ellos, en teoría, desconocidos e inconexos entre sí.

Cuándo, dónde y por qué surgieron las leyendas en torno al Cañón del Río Lobos, se ignora. Posiblemente algunas de ellas, como la de los extraños ruidos mencionados por Eric Alvarez -en la fecha de la grabación, 2 de mayo de 2008, guía de la ermita de San Bartolomé- fueran conocidos desde el alba de los tiempos, siendo de alguna manera divinizados, o mejor dicho animizados, por el hombre de la Edad del Bronce, que se sabe habitó el lugar y lo sacralizó.

Que el Temple ha despertado siempre el interés popular, tanto a favor como en contra, lo demuestra el hecho de que su memoria ha permanecido en el subconsciente colectivo, alimentando un sin fin de historias, cuentos y leyendas, como la que circula por estas tierras de Soria relativa a sus apariciones fantasmales, y que, como apunta Eric, forma parte del folklore popular de Ucero y los pueblos de alrededor, referido al ámbito mágico de la noche de San Juan o lo que es lo mismo, el solsticio de verano.

Pero esto evidencia, tan sólo, una ínfima parte de la punta del iceberg legendario que, cada vez más desvirtuado, forma una parte importante de la idiosincracia del lugar. Es por ello, que no hemos de olvidar que, después de todo, los orígenes de la ermita de San Bartolomé, por citar un ejemplo, se fundan, según una leyenda muy conocida, en un hecho prodigioso, como es el lugar en el que quedaron grabadas las huellas del caballo de Santiago, cuando éste, huyendo de los invasores musulmanes, se lanzó desde uno de los escarpados desfiladeros.


Otro dato interesante, es que, a medio camino, aproximadamene, entre el segundo aparcamiento y la ermita, otra leyenda -que se repite hasta la saciedad en numerosos lugares de la provincia, e incluso fuera de ella, directa o indirectamente relacionados con la presencia de los templarios en los alrededores- es aquella que habla de un pueblo abandonado al morir envenenados todos sus habitantes. En el caso que nos ocupa, dicho pueblo se llamaba Valdedea, aunque bien es cierto que del mismo no queda ni rastro.

Observamos, pues, que aparte de los numerosos misterios que encierra -morfológicos e históricos, principalmente- el entorno del Cañón del Río Lobos, limítrofe entre las provinciazs de Soria y Burgos, aparte de Reserva Natural, constituye, también, una Reserva Folklórica de primera magnitud.

domingo, 21 de febrero de 2010

El Pentagrama Mágico de San Bartolomé

'El pentagrama es un antiguo símbolo geométrico de armonía, salud y poderes místicos, una estrella de cinco puntas con líneas que cruzan de una punta a otra. Cuando se utiliza en rituales mágicos, suele denominarse Pentáculo. Parece que tuvo su origen en Mesopotamia hace cuatro mil años, probablemente como un trazado astronómico de los movimientos del planeta Venus. Se cree que fue la figura que se utilizó en el Sello de Salomón y fue el sello oficial de Jerusalén entre, aproximadamente, 300 y 150 a. de C. En Grecia, los pitagóricos lo adoptaron como símbolo de salud y armonía mística. Desde entonces adquirió un significado oculto y los sacerdotes medievales lo asociaron con los supuestos poderes que tenía Salomón sobre la naturaleza y el mundo de los espíritus...'.
[Jack Tresidder: 'Los símbolos y sus significados', Editorial Blume, 1ª edición, 2008]

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Dicen que Aleister Crowley, el gran mago negro inglés -o la Bestia 666, como le gustaba autoproclamarse con orgullo- visitó el Cañón del Río Lobos y la ermita de San Bartolomé durante el transcurso de su viaje místico a España, acaecido allá por los años treinta. Seguramente, uno de los fascinantes elementos que llamó poderosamente su atención, fuera cualquiera de las dos pentalfas formadas por corazones entrelazados, y de vértice invertido, que se localizan en el transepto de la ermita, las cuales constituyen, si no el mayor, sí al menos uno de los mayores enigmas de éste fascinante lugar, cuya autoría nadie parece dudar en atribuir a los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, cuyos antecedentes se remontan, como poco, a Jerusalén y al año 1118; es decir, a los templarios.

No debe de resultarnos en modo alguno extraño, puesto que este extraordinario símbolo, sin duda denostado por una religión temerosa aunque autoritaria, que consideraba maligno todo aquello que no comprendía, terminó por demonizarlo, abriendo de par en par las puertas para que acabara siendo adoptado por toda clase de adeptos a la magia negra, la brujería y el ocultismo, hasta el punto de llegar a considerarlo eminentemente propio.

Un tanto similar ocurrió, si nos detenemos un momento a pensar, con la esvástica, otro símbolo ancestral que, después de convertirse en el emblema oficial de uno de los peores regímenes totalitarios del planeta -por no decir el peor de todos-, aún en la actualidad continúa arrostrando el sambenito del nazismo.

La idea, en parte, resultaba de una sencillez casi infantil. Como si de una tirada rutinaria del Tarot se tratase, la inversión de su vértice ofrecía un significado celeste o infernal. Una explicación poco menos que infantil, me atrevería a decir, para un símbolo de tanta importancia, conocido, además, desde la más remota Antigüedad.

No sólo los pitagóricos lo adoptaron como símbolo místico y armonioso donde los haya, sino que también los grandes genios del Renacimiento -por citar un ejemplo significativo- como Miguel Ángel o Leonardo Da Vinci, sin ir más lejos, echaron mano de su extraordinaria dimensión a la hora de establecer los patrones determinantes de algunas de sus obras de mayor relevancia, como La Sagrada Familia, del primero o el famoso Hombre de Vitrubio, u hombre universal, del segundo.

Johannes Kepler, famoso astrónomo y matemático alemán, descubrió -seguramente influenciado por su irreprimible deseo de llegar a comprender algún día las leyes del movimiento planetario, que tanto le obsesionó en vida- que el pentágono y su forma tienen una presencia importante en la Naturaleza, sobre todo en el mundo vegetal, hasta el punto de constatar que son numerosas las flores cuyos pétalos, en número de cinco, adoptan esta forma. Ocurre algo similar con las semillas contenidas en numerosos frutos, como por ejemplo la manzana, que se distribuyen formando un pentágono estrellado.

Los ejemplos, siguiendo patrones naturales, podrían ser muchos y variados. Ahora bien, volviendo al tema que nos ocupa, la figura del pentágono se localiza en lugares destacados de numerosos templos y edificios. Uno de estos últimos, destacable, así mismo, por su singular planta de forma octogonal, es el conocido como Castel del Monte, curioso edificio de connotaciones herméticas, según algunos investigadores, que perteneció a una no menos emblemática figura del Medievo occidental: Federico II Hohenstaufen.

Se ha constatado, por ejemplo, que la puerta principal de entrada al Castel, conforma un pentágono circunscrito en una circunferencia, la longitud de cuyo radio -y en este detalle, desde luego la casualidad es ajena- coincide, exactamente, con la medida que, según la Tradición, se utilizó en la construcción del Templo de Salomón (1).

El pentágono, desde luego, no es un símbolo utilizado en exclusividad por los magister muri que sirvieron bajo el patronazgo templario. Pero sí podemos afirmar, que es un símbolo que se localiza en algunas iglesias emblemáticas de éstos, como por ejemplo, la iglesia de Santa María do Olival o dos Olivais, situada en la localidad portuguesa de Tomar, con la variante, también es cierto, de que el vértice, en éste caso, apunta hacia arriba; es decir, hacia el cielo.

Quien haya visitado la ermita de San Bartolomé, verá que ésta se asienta -ligeramente inclinada, como un barco varado en la arena de una playa- sobre un promontorio rocoso, muy cerca de la denominada Cueva Grande, lugar de culto que se remonta a tiempos inmemoriales, cuyos grabados rupestres se han ido perdiendo progresivamente, no tanto por los efectos del tiempo, como por la acción indiscriminada del hombre, que tampoco ha perdonado algunos elementos de la ermita.

Desde luego, los más importantes -que son, a simple vista, los conjuntos de enigmáticos canecillos que se distribuyen, tanto por la fachada principal lateral como por la media circunferencia del ábside- afortunadamente permanecen tal cuál fueron labrados y distribuídos, formando -con toda probabilidad- un mensaje cuya clave, desde luego, se ha perdido.

(1) Javier García Blanco: 'Ars Secreta', editorial Espejo de Tinta, 2006, pgs.133-134

domingo, 14 de febrero de 2010

Villaviciosa, Asturias: San Andrés de Valdebárcena

'Nosotros ya no vemos en el símbolo un elemento que nos empuje a la especulación intelectual trascendente; vemos el símbolo solamente como un elemento decorativo, o si acaso como un objeto didáctico que enseña cosas simples a gentes iletradas. Así, los doctos académicos dictaminan que las figuras, signos y símbolos de los monumentos medievales no son otra cosa que 'elementos decorativos alegóricos' y en el mejor caso 'la Biblia de los pobres¡, el libro de piedra, sagrado y moral, de los que no sabían leer...'.
[Rafael Alarcón Herrera: 'La otra España del Temple', Editorial Martínez Roca, 1988]

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viernes, 12 de febrero de 2010

Villaviciosa, Asturias: un alto en el Camino, Santa María de Lugás

'El Camino ha sido siempre, ya lo sabes, la senda por la que ha circulado el conocimiento iniciático y donde se han preservado los misterios de la antigüedad en el arte y la arquitectura gracias a los gremios de hermandades de canteros, pontífices y constructores...'.

[Matilde Asensi: 'Peregrinatio', Editorial Planeta, 2006]



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lunes, 8 de febrero de 2010

Villaviciosa, Asturias: iglesia de San Juan de Amandi

'Que el infierno egipcio, el lugar donde iban todos los muertos para ser juzgados, se llamaba el Amenti. ¡Y en Asturias, a apenas un kilómetro de Villaviciosa, hay un curioso lugar llamado precisamente Amandi!, en cuya iglesia de San Juan, construída hacia fines del siglo XII, se ven, adornando la totalidad del pórtico unas curiosas cabezas de seres marinos rodeadas de la clásica línea quebrada que en todo el simbolismo medieval representaba la presencia del mar...'.
[Juan García Atienza: 'Los supervivientes de la Atlántida', Ediciones Martínez Roca, 1978]
Curiosamente, la cabeza de los seres marinos rodeadas de la clásica línea quebrada que menciona Atienza -ejecució y tema de probable origen normando, como apuntan algunos autores- y que, según comenta a continuación, representaba la presencia del mar, es un motivo que encontramos en otros lugares cercanos a Villaviciosa, como es la portada lateral de la iglesia de Santa María de Lugás, o Llugás, lugar que en tiempos constituyó uno de los destinos de los peregrinos que se dirigían hacia Santiago de Compostela y que aún hoy día, aunque esté en desuso, cuenta con un albergue, que en su momento debió de cumplir también la función de hospital. No olvidemos el dato, porque precisamente una de las misiones principales de la Orden del Temple, era proteger a los peregrinos, siendo numerosos sus asentamientos en tales rutas y lugares.



sábado, 6 de febrero de 2010

Villaviciosa, Asturias: iglesia de Santa María de la Oliva

'Al principio, cuando observé la portada, vi con enorme sorpresa a la izquierda de la misma, en lo alto del muro y cerca del friso que separa las columnas que sostienen las arquivoltas, cómo destacaba una estrella de seis puntas. Al instante vino a mi mente la imagen de la estrella de David o bien el llamado Pentáculo del rey Salomón. Pero pensé que un símbolo judío no podía encajar en un templo cristiano.
Mientras pensaba en ello distinguí, aproximadamente a la mitad del muro, una cruz paté dentro de un círculo. Al momento descubrí otra en el lado opuesto. Fue entonces cuando al dirigirme hacia una de las esquinas observé una cruz latina pintada de rojo y a su lado, de nuevo, la cruz paté inscrita en un círculo. Entonces empecé a dar la vuelta al edificio...'.
[Xavier Musquera: 'La aventura de los templarios en España', Ediciones Nowtilus, S.L., 1ª edición, Abril 2006]

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Santa María de la Oliva. No deja de ser curioso encontrarse una iglesia dedicada a una Virgen con este calificativo, precisamente en una tierra que no destaca por dicho tipo de árbol y de cultivo, pero cuya advocación, casualmente, y de alguna manera, la relaciona con el vecino país de Portugal -donde el Temple subsistió incluso después de su disolución en 1314- así como con una ciudad en concreto -Tomar- que, entre otras referencias de los Milites Christi, dejó también la iglesia de Santa María dos Olivais; es decir, de Santa María de la Oliva.

Siendo el Norte uno de los destinos preferidos para veranear, no es de extrañar que uno se vea obligado a estacionar el vehículo varias manzanas más allá del casco urbano, que es, en realidad, donde se asienta esta formidable iglesia, comenzando a dejarse llevar por los detalles, a medida que vuelve a desandar a pie el camino, salvando los inconvenientes de un tráfico incesante en ocasiones, pues no en vano este magnífico templo de transición al gótico, se encuentra situado en el punto de intersección de los caminos que conducen al interior de Villaviciosa, a la Ría y sus pinturescos pueblecitos costeros o a las principales ciudades del Principado, como pueden ser Oviedo, Gijón o Avilés.

Si bien es cierto que ésta breve visita al Principado, se basaba fundamentalmente en una especie de peregrinaje nostálgico a lugares que marcaron huella en mi niñez -lugares que, he de añadir, forman parte de las profundas raíces que me unen a ésta tierra- los templarios, en el fondo, eran la menor de mis pretensiones. En efecto, si hay algo realmente impresionante que hace tiempo deseaba conocer, es aquello que numerosos autores -Jovellanos, entre otros-, con toda justicia, y propiamente hablando, han definido como el arte asturiano por antonomasia. Me refiero, naturalmente, al arte prerrománico, que legó a la posteridad auténticas maravillas arquitectónicas, como Santa Cristina de Lena, Santa María del Naranco, San Miguel de Lillo o San Salvador de Valdedios -el Conventín- por citar algunos de los ejemplos más significativos y relevantes, sin menosprecio de otras igual de interesantes y dignas de atención.

Cierto es, también, que me topé con la sombra de estos legendarios soldados de Cristo -o frailes con espuelas, como solía denominarlos despectivamente Gustavo Adolfo Bécquer- no bien crucé la carretera y me encontré delante de ese pórtico que, como acertadamente habían puesto de manifiesto numerosos autores, apuntaba una más que evidente transición hacia un estilo arquitectónico completamente nuevo y revolucionario para la época: el gótico, derivado de la palabra goecia o magia.

Importante es señalar, así mismo, que son numerosos los autores -entre ellos, el siempre enigmático y controvertido Fulcanelli (1)- los que consideran que fueron precisamente los templarios quiene introdujeron este arte en Europa. Arte que, al parecer, y sospechosamente, como también se apunta, culminó al mismo tiempo o poco tiempo después de suprimida la Orden.

Cierto o no, lo que sí resultaba de una evidencia fuera de toda duda, era lo real de la impresión del escritor Xavier Musquera -fallecido en su domicilio de Barcelona, el pasado día 9 de diciembre- al encontrarse con ciertas huellas y símbolos, tal y como se describe, de forma textual, al principio de la presente entrada.

No deja de ser una triste verdad, que el Arte en general, y el religioso en particular, ha estado siempre en el punto de mira de los eternos desacuerdos humanos. Como se evidencia en su portada principal, el templo de Santa María de la Oliva no es una excepción. La huella más evidente de la bárbara desproporción de la acción humana, la encontramos en las columnas-estatua -o atlantes, como también se las denomina- que se levantan, cual titanes, a ambos lados del pórtico, las cuales se encuentran descabezadas, es de suponer que como consecuencia de periodos críticos de la Historia de España, como pueden ser la revolución de 1934 en Asturias, o la diáspora de la Guerra Civil de 1936.

Debido a ello, no resulta fácil identificar a los personajes, ocho en total -número significativo donde los haya-, aunque cabe la posibilidad -común a numerosos templos románicos y góticos- de que al menos cuatro de ellos representen a los cuatro evangelistas. De los cuatro restantes, se puede deducir que al menos, dos son mujeres, y una, a juzgar por su barriga prominente o señal de embarazo, una probable referencia a Santa Catalina de Alejandría.

Pero, sin duda, el símbolo que induce a plantear la titularidad del Temple en algún momento de su historia, es la estrella de seis puntas, que se encuentra bien visible a la izquierda, según uno se sitúa de frente al pórtico. En efecto, conocida como estrella de David o Sello de Salomón, es el símbolo del pueblo judío, por antonomasia; detalle que induce a preguntarse el por qué de su presencia en un templo cristiano. Y sobre todo, por qué en un lugar tan visible. La respuesta -y he aquí otra señal inequívoca- la encontramos a lo largo y ancho de la fachada de la iglesia, donde se observan, perfectamente delimitadas en su correspondiente círculo, una sucesión de las llamadas cruces paté o patadas, el tipo de cruz más corriente de las utilizadas por la Orden del Temple.
No es ningún misterio, que los templarios, así como los hospitalarios -aunque éstos en menor medida- mantuvieron ciertos, cuando no estrechos contactos con otras culturas, independientemente del hecho de enfrentarse con ellas en los campos de batalla, siendo los musulmanes el caso más significativo. Así mismo, y aparte de unos posibles lazos comerciales, muchos autores apuntan al interés que los Capítulos Supremos de la Orden sentían hacia cuestiones digamos filosóficas, mágicas o metafísicas. El nexo judío más probable, en este caso, podría hallarse en la Kabbalah.

[continúa]

(1) Fulcanelli: 'El misterio de las catedrales', Editorial Plaza & Janés, S.A., 8ª edición, diciembre 1976]