viernes, 25 de febrero de 2011

Campisábalos: el misterio de la Capilla del Caballero San Galindo

En ocasiones, resulta emocionante comprobar la manera en la que algunos hechos y algunos personajes, permanecen durante siglos en la memoria de los pueblos, como un paradigma existencial en el que se altera el contenido general pero no el mensaje primordial que subyace en el fondo. Un ejemplo de lo que digo, puede encontrarse aquí, en ésta capilla añadida a la iglesia de San Bartolomé, en Campisábalos, y en el personaje con quien se relaciona: el caballero Galindo o, en su grado beatífico, el caballero San Galindo.
Teniendo en cuenta, que España es un país donde las circunstancias de su Historia hicieron que no todo el mundo tuviera acceso a la Cultura hasta tiempos relativamente recientes, conllevó que ésta, o mejor dicho, esa parte íntima y visceral conformada por los mitos, vivencias y creencias, y resumidas en la palabra folklore, se transmitiera de manera oral, de padres a hijos, durante generaciones. Sin duda, hablamos de una riqueza bastante menospreciada por los historiadores ortodoxos, pero que, afortunadamente, sobrevive en las reseñas de investigadores que se afanan, poniendo todos los medios a su alcance -esfuerzo, tiempo y dinero, principalmente- en su estudio y recopilación, contribuyendo, en gran medida, a rescatarla del olvido.
La mejor fuente de información, sin duda, la constituyen las personas de una cierta edad, como el septuagenario don Severino Simón -a quien ya tuve el honor de presentar en la anterior entrada- cuyos recuerdos constituyen, de hecho, una pequeña clave que puede ayudarnos a argumentar una hipótesis que posiblemente, durante el transcurso de la conversación, vayamos intuyendo.

Moviéndonos, pues, en el resbaladizo universo de lo hipotético -todo hay que decirlo, al menos, en un intento de ser honestos- podemos descubrir, si no la identidad exacta del misterioso caballero Galindo, sí al menos algunos detalles que nos ponen sobre la pista de su posible origen y procedencia.
Cuenta don Severino, y lo hace con la seriedad que otorga el respeto, que el caballero en cuestión, es decir, Galindo, contaba con el beneplácito de la realeza, bajo cuyo favor -interesante sería preguntarnos por qué- recibía amplias extensiones de terreno, así como pueblos y aldeas abandonadas, con el fin de proceder a su repoblación. De manera notoria, se le reconoce -añadiré, llegados a este punto, que resulta interesante la insistencia de don Severino- la creación de numerosos hospitales. Por ello, durante buena parte de la conversación, éste simpático septuagenario hará uso de la palabra hospitalario al referirse a una de las principales actividades del caballero en cuestión. Creo importante resaltar dicho aspecto, para no adelantar suspicacias. Parte de los terrenos donados por la realeza a tan peculiar caballero, conforman lugares cuyo contenido, en tiempos, nos ha de parecer sumamente interesante, como puede ser el caso de las Navas de Jadraque, lugar donde se constata la existencia de minas de plata y de oro, posiblemente ya explotadas en tiempos de la dominación romana. Otros lugares, porque aún llevan en la actualidad las señas de identidad del caballero que fue su fundador: Casas de San Galindo, población situada a 13 kilómetros de distancia de la histórica villa de Hita, y a un kilómetro, poco más o menos, de distancia de Miralrío. Todo esto tiene su sentido, en plena expansión de Reconquista, si añadimos, así mismo, que si no todos, al menos algunos de estos lugares, según parece, formaban parte del camino que, partiendo de Cuenca, pasaba también por Albendiego, Campisábalos y Ayllón, uniéndose en Burgos al denominado Camino Francés de peregrinación a Santiago de Compostela. Hasta aquí, a grandes rasgos, lo que el folklore popular al que nos referíamos al principio, ha conservado en la memoria con relación a las actividades de tan singular personaje.
La historia, evidentemente, continúa ahora con la curiosa capilla que alberga -o albergó en tiempos- los restos mortales del caballero. Lo primero que ha de llamarnos la atención de ésta capilla, añadida, como es sabido, al cuerpo principal de la iglesia de San Bartolomé, es su forma, rectangular y de techo abovedado; de manera que, simbólicamente hablando, podríamos compararla con un arca o un arcón, elemento sin duda útil, cuando no imprescindible, para guardar o recepcionar algo. Lo segundo, a pesar de ser un elemento común a numerosas iglesias románicas, tanto de la provincia como de otras provincias, es el calendario agrícola que se localiza en el cuerpo principal de la nave; calendario del que todo el mundo habla, pero apenas destaca su pertenencia a la capilla y no a la iglesia, y que, de alguna manera, nos introduce en un modus vivendi o forma de vida. Forma o modo de vida, que don Severino comprende a la perfección: siembra, recogida, caza, combate...detalles típicos de la época, es cierto, pero también, no lo olvidemos, modelo de una estructura social eminentemente organizada.
La serpiente enroscada, es otro de los símbolos que, en forma de canecillo, llaman la atención, situado en uno de los extremos del pórtico de acceso, siendo el canecillo del extremo contrario, una cabeza, probablemente de índole monstruosa o animal. El grado de deterioro, hace difícil describir con exactitud los restantes canecillos que se encuentran en el medio, aunque uno de ellos representa, indudablemente, una figura humana.
En el interior, y motivado por la restauración de la iglesia, se encuentran algunos elementos que pertenecen originalmente a ésta. Entre ellos, dos figuras, de época indeterminada, que representan a San Bartolomé y a María Magdalena, respectivamente.

Figuras muy curiosas, a mi entender, que bajo una apariencia ortodoxa en parte y desde luego piadosa, ocultan, no obstante, algunas peculiaridades dignas de ser comentadas. Ambas, en este caso, tienen en común un elemento que las relaciona, precisamente, con uno de los símbolos que hemos mencionado antes: la serpiente. Conocida es la historia de San Bartolomé, que fue desollado vivo pero cuya piel volvió a regenerarse. El elemento serpentino, en la figura de María Magdalena, hemos de situarlo aquí -¿una licencia del artista?- en el curioso vestido; un vestido que, si nos fijamos bien, está recubierto de escamas, como la piel de una serpiente. Elemento asociado con el mal por la ortodoxia eclesial, pero también representativo de la sabiduría y de la renovación, en el pensamiento heterodoxo. Y ambos, San Bartolomé y María Magdalena, santos de especial devoción para la más heterodoxa de las órdenes de caballería medievales: la Orden del Temple.

La sabiduría, en este caso encubierta, era utilizada, también, entre los gremios canteros, que no perdían ocasión para desplegar su conocimiento de una manera por completo velada al neófito, valiéndose, para ello, de claves y señales de identidad que sólo eran conocidas por otros hermanos del gremio o adeptos. Tal vez por eso, puede que decidieran utilizar un decorado -la cenefa, digámoslo así, que en los estadios superiores recorre los cuatro ángulos de la nave- conformado por un entrelazado de flores de lis, siendo ésta, además, una de las formas encubiertas de la denominada runa de la Vida o, más sencillamente conocida, pata de oca. Señal que, además, si hemos de hacer caso de las aseveraciones del investigador francés Louis Charpentier (1), era el símbolo que identificaba a uno de los principales gremios compañeriles que dejaron constancia de su paso a todo lo largo y ancho de los caminos jacobeos; concretamente, a aquél gremio denominado como Hijos del Maestro Jacques. Otra huella de esta simbología la encontramos, junto con otros elementos de las hermandades canteras -el lobo, animal emblemático y compañero del dios celta Lug- en el escudo que, supuestamente, pertenecía al caballero. Una fina cruz lo divide en cuatro partes iguales, de tal manera, que en la parte superior encontramos tres flores de lis que, por su posición, conforman un triángulo, y a su lado, una torre; en la parte inferior, debajo de las flores de lis, el lobo, y a su lado, otra torre. Por desgracia, la inscripción que se encuentra inmediatamente debajo del escudo, no ofrece fecha alguna que se pueda tomar como referencia, e incluso algunos investigadores dudan de que no haya sido alterada an algún momento de la Historia, por intereses que sería demasiado extenso explicar:

'En esta capilla donde está la reja de hierro está sepultado el cuerpo del caballero San Galindo y de la dicha capilla y hospital y bienes y rentas suyas son patrones la Justicia y Regimiento de la villa de Atienza. Hízose por mandato de los ilustres Señores Licenciado Alvarez, Alcalde Mayor por su Majestad de la dicha villa y Don Gr. de Medrano Bravo Alférez Mayor, Francisco del Castillo, Juan de Riveros, Grd. Pinedo, Br. de Hijes, López de Guzmán, Francisco Guerrero'.

La reja de hierro a que hace referencia la inscripción, en efecto, señala el lugar donde se encuentra la tumba del caballero. Una tumba que, a priori, y al contrario que la del famoso cuadro de Nicolás Poussin (2), no parece contener inscripción ni símbolo alguno. Por encima de ella, uno de los capiteles mejor conservados del románico de Guadalajara, muestra un conjunto de clara influencia silense, formado por dos arpías cabalgando sendas bestias, y a los extremos, dos centauros-sagitarios en actitud de asaetearlas.

La pequeña ventanita del ábside, recuerda de inmediato la influencia mudéjar afín a otras construcciones religiosas de la zona, como la ya mencionada iglesia de Santa Coloma de Albendiego, y aparte de compilar referencias de marcado origen esotérico e incluso alquímico (3), conforma un alegato, sinárquico, en mi opinión, que alude o contiene símbolos de las tres religiones principales: cristianismo, islamismo y judaísmo.

Aún a riesgo de críticas y desacuerdos, soy de la opinión de que aquí, en realidad, se está venerando -muy desvirtuado con el paso de los siglos- lo que podríamos calificar de santo templario. Otro de tantos ejemplos repartidos por nuestra geografía, que conlleva el recuerdo de unos caballeros cuyas acciones dejaron huella en la memoria de los pueblos, y que, aún consentidos por la ortodoxia eclesial, generan cierto ambiente heterodoxo difícil de ignorar.

A todo persona interesada por conocer más acerca de los santos templarios, recomiendo la lectura del libro de Rafael Alarcón Herrera, La estirpe de Lucifer (4).

(1) Louis Charpentier: El misterio de Compostela, Editorial Plaza & Janés, 1976.

(2) El cuadro de Nicolás Poussin al que se hace referencia en ésta licencia literaria, es aquél titulado Le bergiers d'Arcadie (Los pastores de la Arcadia) y a la inscripción Et in Arcadia ego, Yo también estoy en Arcadia, que se localiza en la tumba que, tan atentamente, leen los pastores y forma parte del misterio de Rennes-le-Chateau.

(3) La cruz, por ejemplo, de las del tipo denominado de ocho beatitudes o bienaventuranzas contendría, según diversos autores, el alfabeto secreto de la Orden del Temple. Los triángulos superpuestos de la estrella de David o Sello de Salomón, describirían, también y según sea la posición hacia donde apunta su vértice (hacia arriba, hacia abajo o hacia los lados) los cuatro elementos básicos de la Alquimia: Tierra, Agua, Aire y Fuego.

(4) Rafael Alarcón Herrera: La estirpe de Lucifer, Ediciones Robinbook, S.L., 2006.

viernes, 18 de febrero de 2011

El enigma templario de Campisábalos

'En este siglo XXI, la negativa actitud hacia esa parcela del saber, por parte de quienes se supone "guardianes" de la historia, nos deja a los "aficionados" la responsabilidad de volver a recopilar dicho tesoro de la memoria popular para salvarlo del olvido. Y no es un trabajo fácil, porque nuestra sociedad, como toda cultura en crisis, padece una contínua contradicción'.
[Rafael Alarcón Herrera (1)]

Precisamente, teniendo presentes en todo momento, éstas sabias palabras de Rafael Alarcón, mi última visita a Campisábalos me proporcionó el inmenso placer de conocer a don Severino Simón, simpático y longevo caballero, quien no tuvo inconveniente alguno en dejar sus quehaceres cotidianos para, manojo de llaves en mano, franquearme el acceso al interior de la iglesia de San Bartolomé primero, y a ese fascinante añadido que es la capilla denominada del Caballero Galindo o del Caballero San Galindo, después; capilla y personaje, de los que oportunamente comentaré en una futura entrada.
Aún quedaba mucha nieve en Campisábalos y los alrededores; nieve más que suficiente como para conferirle al pueblo el aspecto típico de esas entrañables aldeas pirenáicas, que se mantienen engalanadas de novia durante la mayor parte del invierno, estampa que nos hace soñar a los nostálgicos con los cuentos del abuelo al calor del fuego del hogar. Y no resulta banal este sentimiento, desde luego, si tenemos en cuenta que Campisábalos, como Somolinos o como Albendiego, se ubican a la vera de un lugar con connotaciones mistéricas que se han ido perpetuando a lo largo de las milenarias páginas de ese puzzle inacabado que es la Historia: la Sierra de Pela.
Los historiadores, sitúan el origen de la iglesia de San Bartolomé, en el siglo XIII. Algunos, incluso, como Antonio Herrera Casado (2), ven en el desarrollo de la iglesia, la mano mudéjar que también actuó en la cercana iglesia de Santa Coloma de Albendiego, por algunos parecidos. Su planta, en forma de cruz, cuenta con el añadido, como ya he mencionado anteriormente, de una capilla adicional. También corresponde a este periodo, y en su fachada principal, como detalle más representativo y relevante, muestra un formidable calendario agrícola cuya estética y desarrollo, según Herrera Casado, representa idénticos motivos e igual orden, que los que se pueden apreciar en la portada principal de la iglesia del pueblo de Beleña. Imagino que se refiere, a Beleña de Sorbe, cuya iglesia cuenta, así mismo, con una excelente galería porticada.
La presencia del Temple en Campisábalos parece confirmada, al menos, como suponen algunos investigadores, en los escasos restos de lo que, al parecer, fue una pequeña ermita. Se localizan a la entrada de la localidad, y están constituidos por una pequeña portada que permite el acceso al cementerio municipal. En ella, perfectamente visibles, se advierten dos cruces patadas. La portada, huelga decirlo, también pertenece al mismo periodo que la iglesia de San Bartolomé y su capilla añadida de San Galindo. Y por supuesto, también se presiente su presencia en la tradición oral, que los relaciona, de forma legendaria, con Tiermes y con Pedro. En Tiermes, con el curioso efebo durmiente (3) -confundido con un Niño Jesús- que durante mucho tiempo estuvo a los pies de la imagen románica de la Virgen de Tiermes -hoy día, en la catedral de El Burgo de Osma- y también con el hurto o el intento de hurto de la Virgen del Val, que se localiza en la iglesia de San Juan Bautista, en la pequeña localidad de Pedro.

Pero es otra vez de vuelta a la iglesia de San Bartolomé -santo de inequívoca veneración templaria, por otra parte- donde, quizás, se encuentre también algún indicio relacionado con la Orden. Como en numerosos casos, también aquí se constata la existencia de elementos ajenos a la iglesia original, añadidos en épocas posteriores, incluso modernas. Es el caso, por ejemplo, del porche que se extiende sobre el pórtico principal de entrada, bajo cuyo resguardo, y ancladas en un bloque pétreo similar a aquél otro que sirve de base a las columnas que soportan el tejadillo, se localizan algunas estelas funerarias. Estelas que formaban parte del cementerio medieval, situado a los pies de la iglesia, y que fueron encontradas, exactamente, según me comentó don Severino Simón, en el lugar donde se levanta la basa que, como he dicho, sirve de base a las columnas que sustentan el porche. Su estado de conservación, desde luego, no es muy bueno; no obstante, y excepto en la estela más alta, aún se pueden vislumbrar los símbolos originales. Aparte de cruces y algún símbolo solar, llaman poderosamente la atención una estrella de David o Sello de Salomón con un punto en su centro, y una estrella de cinco puntas o pentalfa. Pentalfa que, dicho sea de paso, es similar -por no decir, igual- a aquélla otra que se localiza en el anverso de una de las tres estelas funerarias que sobreviven en el monasterio soriano de San Polo, hoy día, propiedad particular.

Del interior, recientemente restaurado -de ahí que los bancos se encuentren todavía amontonados a un lado de la nave- cabe destacar el Cristo que cuelga en el ábside, por detrás del altar, que curiosamente, al trasluz, despliega dos sombras, a derecha e izquierda, que semejan los dos ladrones con los que, según la Tradición, fue crucificado. Al fondo de la nave, por debajo del coro, algunos objetos llaman la atención. Aparte de la pila -que don Severino data como muy antigua, de época visigoda y a mi me parece posterior, y por lo tanto, románica- los restos de algunos capiteles se amontonan contra la pared. Tienen frases pintadas en negro, pero tampoco son originales, sino de época renacentista o posterior. Y éste es un detalle que me intriga, ante el cuál no puedo, si no, preguntarme qué fue de los capiteles románicos originales y qué representaban.

En la sacristía, donde también se almacenan algunos muebles removidos en la reforma, aún se observan en la pared izquierda, restos de alguna construcción primitiva; tal vez un muro, como parece pensar don Severino, aunque su finalidad, por el momento, se ignora. Aunque de dimensiones más pequeñas, tiene la misma forma de cofre o arca, que la capilla del Caballero San Galindo, de la que hablaré en la siguiente entrada. No obstante, para aquellos que deseen profundizar más en esta iglesia de San Bartolomé, su historia y también en los misterios de la mencionada capilla, recomiendo la lectura de la entrada de Laberinto Románico, titulada Sangalindo, la sombra del tiempo (I).

(1) Rafael Alarcón Herrera: 'La huella de los templarios: ritos y mitos de la Orden del Temple', Ediciones Robinbook, S.L., 2004, página 13.

(2) Antonio Herrera Casado: 'El románico en Guadalajara', Aache Ediciones, S.L., 2ª edición, 2003, página 53.

(3) La última referencia que tengo sobre ésta misteriosa pieza, encontrada en el yacimiento termestino, es que se hallaba en el Museo Numantino. Estuve allí, creo recordar que en enero de 2009 y, curiosamente, no supieron decirme cuál había sido, exactamente, su destino: si se hallaba en restauración o había sido cedido a la exposición Las Edades del Hombre.

martes, 15 de febrero de 2011

Otros enigmas de Albendiego

La duda no es un signo de debilidad para el que sabe ver. Para el sabio, es un saludable ejercicio que le impide caer en el dogmatismo y la rigidez de ideas.
[Grian (1)]
La iglesia de la Virgen de la Soledad y las dos Santas Coloma

Situada en la parte alta del pueblo, junto al camino que, a una distancia aproximada de un kilómetro desemboca en el vecino pueblo de Somolinos y la carretera general que conecta Atienza con Ayllón, pasando por Campisábalos y el desvío hacia Villacadima, la iglesia de la Virgen de la Soledad, conserva algunos de los elementos que en tiempos, pertenecieron a la iglesia de Santa Coloma. De estos elementos destacan, por encima de todo, las dos curiosas imágenes de la santa en cuestión: una de madera, y la otra de alabastro, y ambas, de época indefinida. Las dos portan idénticos atributos: la hoja de palma -símbolo del martirio- en la mano derecha, y un libro abierto, en la mano izquierda.
Las diferencias, por otra parte, resultan notables. En relación a ellas, se puede comentar, a modo de introducción que, dada su conservación, los avatares seguidos por una y otra imagen, han sido, desde luego, variopintos. En este sentido, destaca la excelencia en la conservación de la talla de alabastro. Talla que, curiosamente, muestra a una santa eminentemente negra. Se localiza en la capilla del Evangelio, a un lado del retablo mayor y el altar, donde predomina la imagen de una Piedad, vestida de blanco y negro, sosteniendo el cuerpo inerme de su hijo, así como otra imagen moderna de un Cristo in maiestas. Por el contrario, la talla de madera, con evidentes muestras de deterioro, se localiza en la sacristía, almacenando polvo, destino que han seguido numerosas tallas -sobre todo de vírgenes románicas- aunque en algunos lugares, afortunadamente, comienzan a ser valoradas, restauradas y exhibidas. Sería el caso, por ejemplo, de la denominada Virgen de Numancia, localizable en la parroquia soriana de Garray, que durante años estuvo en la sacristía, poco menos que abandonada.
Esta imagen de madera, cuyos rasgos parecen netamente orientales y que, al decir de los lugareños, pertenecía a la iglesia de Santa Coloma, muestra también una curiosa particularidad relacionada con el color, pues gracias a su estado de deterioro -aunque me sepa mal decirlo- se adivina el color que originalmente debieron tener sus vestiduras, antes de que se le añadiera una capa de pintura blanca: negro. Y dado que los rasgos, aunque orientales, son blancos, me pregunto si ésta disparidad de colores -blanco y negro, como el estandarte templario o bauceant- no guardará alguna relación simbólica aún por determinar, similar, en sentido y contexto, a los dos vírgenes de Melque, que originalmente se supone fueron custodiadas y veneradas por el Temple en la ermita visigoda de igual nombre, situada en el término municipal de San Martín de Montalbán, en la provincia de Toledo. Y me pregunto, una vez traspasado el umbral de ese peligroso universo constituido por la especulación, si dentro de este singular juego de colores, no habrá una intención oculta de sincretizar en un sólo culto dos figuras esenciales, como son la Gran Diosa Madre y la Madre de Dios. Un hábil intento, en definitiva, de fusionar Antigua y Nueva Religión.



Interiores de Santa Coloma: psicodelia mística

No son pocos los autores e investigadores, cualquiera que haya sido la temática a desarrollar, que señalan la fascinante impresión que conlleva poder entrar en el interior de esta iglesia de Santa Coloma y asistir al genuino, cuando no extraordinario espectáculo que supone contemplar la zona absidial, siguiendo las evoluciones de la luz solar al penetrar por las geométricas celosías, remarcando, aún más, si cabe, el efecto subliminal latente en sus arcanos arquetipos.

Efecto que, desde luego, resulta lógico suponer que de alguna manera -llámese intuitiva o cognoscitiva- actuara sobre la congregación reunida en un interior en sombras, iluminando progresivamente un altar con el oficiante de espaldas, como se hacía originalmente, mientras los símbolos van reproduciéndose, lenta pero inexorablemente, sobre las losas del suelo. Tal vez haciendo valer, de una manera hábil y magistral, la gran verdad oculta en ese arcano principio Trimegestino, basado en la igualdad entre lo que se encuentra arriba y lo que se encuentra abajo.

(1) Grian: El peregrino loco, Ediciones Obelisco, 1ª edición, febrero de 2006, página 28.

martes, 8 de febrero de 2011

Albendiego y la iglesia de Santa Coloma

El hecho mismo de buscar hoy los lugares de la aventura templaria peninsular es, en sí, la aventura apasionante de una búsqueda en el terreno de lo insólito. La sombra fantasmal de los freires iniciados se cierne sobre sus viejos enclaves desmochados y sigue transmitiendo el mensaje que nunca llegaron a hacer público, pero que confirmaron con su presencia.
[Juan García Atienza (1)]
No lejos de las tierras sorianas, y relacionados tradicionalmente -insisto en la palabra- con la Orden del Temple, varios lugares nos ofrecen, no sólo la magia propia de la arquitectura sagrada de sus templos y los mensajes en clave de las hermandades compañeriles que los construyeron, sino también, la aureola de salvaje misterio del peculiar entorno en el que se asientan. De entre estos lugares, situados a la vera de un arcano enclave de culto arévaco, como es la Sierra de Pela y su monte más alto, el Santo Alto Rey -donde el Ejército del Aire, mantiene una base de seguimiento de aviones- destacan, de manera singular, dos sorprendentes lugares, que en modo alguno dejan indiferente a cualquier forastero que pase por allí, independientemente de cuáles sean los motivos que lo guíen: Albendiego y Campisábalos.
Albendiego es un pequeño pueblecito, situado en las estribaciones de la mencionada Sierra de Pela, al comienzo del desvío hacia Condemios, a un kilómetro de Somolinos y su peculiar laguna natural, y a una decena de kilómetros, aproximadamente, de Campisábalos y el despoblado de Villacadima, en la frontera con las provincias de Soria y Segovia, siendo algunas de las referencias cercanas más relevantes, la segoviana y monumental Ayllón, o las sorianas Pedro, con su ermita hispano-visigoda del siglo VII, el espectacular yacimiento de Tiermes o Termancia, y la emblemática Caracena.

De hecho, por Albendiego, pasaba antiguamente un ramal secundario del Camino de Santiago que, partiendo de Cuenca, continuaba también por Campisábalos y Ayllón, uniéndose en Burgos con el denominado Camino Francés. No es de extrañar, por tanto, que aún se recuerde en la memoria colectiva de la zona, la existencia, en tiempos, de hospitales para la atención de los peregrinos -de los que, en la mayoría de los casos, no queda rastro físico alguno- y la presencia de órdenes monásticas de diverso rango y condición, como los canónigos de San Agustín, los Templarios o los Hospitalarios.

Resulta anecdótico, cuando no curioso al menos, si se tiene la oportunidad de hablar con alguno de los ancianos del lugar, constatar la utilización del término hospitalario al referirse a algún personaje mediático, como, por ejemplo, el caballero Galindo o San Galindo del cercano pueblo de Campisábalos. Calificativo que puede conllevar varias interpretaciones, de similar pero a la vez distinto carisma, como indicar la pertenencia del personaje en cuestión a una orden determinada, como es la del Hospital de San Juan de Jerusalén o simplemente -interpretación que me parece posiblemente más acertada en este caso- definir una cualidad humana acorde a la época y a las necesidades de las grandes peregrinaciones, formando parte del engranaje socio-económico y el auge de poblados y ciudades, a medida que se iba reconquistando el territorio pensinsular.

En este contexto, cabe reseñar que ésta función hospitalaria no era exclusiva ni específica de una orden determinada, y hay constancia, siquiera sea de manera oral o tradicional, de la presencia por la zona de las órdenes anteriormente mencionadas, detalle que dificulta, aún más si cabe, una correcta y mejor atribución, ante la desafortunada escasez de testimonios escritos.

Ahora bien, oficialmente, se relaciona a ésta iglesia de Santa Coloma de Albendiego con los canónigos de San Agustín, básicamente con motivo de la existencia de una carta remitida a ésta comunidad de monjes por don Rodrigo, obispo de Sigüenza en la fecha de la misiva -1197- eximiéndoles del pago de diezmos e impuestos y haciéndoles donación de tierras y viñas para su sustento (2).

Los orígenes de los Canónigos de San Agustín, se remontan al año 388, cuando éste decide entregarse a la vida monástica. De San Agustín, reciben la denominada Disciplina Monasterii, que a la vez, se complementa con la Regula Secunda, por que se dictaminan unas sencillas reglas de vida en comunidad (3). Este es un detalle importante, porque ésta Regla servirá en el futuro como modelo por el que se regirán las comunidades religiosas de nueva creación, y por ella, se regularon también los templarios en sus primeros tiempos (4).

De acuerdo con esto, son numerosos los investigadores -entre ellos, el mencionado Rafael Alarcón- que coinciden en señalar la coincidencia de ambas instituciones en numerosos lugares de la Península, así como la inconveniencia añadida a la escasa documentación conservada, sobre todo en relación a la Orden del Temple -cuando no, convenientemente ocultada o destruída-, detalles que contribuyen a generar confusión y reticencia a la hora de señalar autoría, como ya hemos visto.

Sin embargo, en este caso de Albendiego, como en muchos otros lugares dentro y fuera de la provincia de Guadalajara, son numerosas las referencias que de manera oral insisten en la presencia de los freires milites del Temple. Desvirtuadas con el paso del tiempo, también es cierto, y consideradas poco menos que cuentos y leyendas, señalan también a éstos en uno de los lugares más enigmáticos y sacro-santos de cuantos se localizan en los alrededores: la ermita del Santo Alto Rey, situada a 1950 metros de altitud, en la cima del pico de dicho nombre. Leyendas que hablan, así mismo -detalle que me parece bastante más improbable, porque de ser cierto, constituirían una obra de ingeniería que dejaría pequeñas incluso a las grandes pirámides de Egipto- de túneles que conectarían la iglesia de Santa Coloma con ésta mencionada ermita del Santo Alto Rey.

Lo que no deja de ser una constante comprobable, es la presencia de numerosas cruces paté -y no precisamente de consagración, conviene dejar claro este detalle- que se pueden localizar tanto en el exterior como en los capiteles interiores de la iglesia. También es constatable, la presencia de otro tipo de cruz, utilizada tanto por templarios como por hospitalarios: la cruz de ocho beatitudes. Cruz en la que, por añadidura, hay investigadores que suponen que contiene un tipo de alfabeto críptico y secreto, utilizado por el Temple (5). Ambas cruces, conforman parte y protagonismo dentro de la espectacular significancia sagrada que conforman las celosías del ábside, y en mi opinión -aparte de los numerosos considerandos esotéricos y filosóficos que puedan sugerir- constituyen una clave sincrética, que rinde homenaje, cuando menos, a las tres religiones principales: cristianismo, islamismo y judaísmo. Un sincretismo sinárquico, si se me permite la expresión, acorde, hemos de suponer, a los planteamientos filosóficos del Temple y su acercamiento siempre sospechoso a otras culturas y formas de pensamiento.

Rompe, no obstante, la estética del conjunto, el resto de la nave, que, por razones que se ignoran, no sigue en absoluto los patrones originales y sugiere la posibilidad de que se acelerara el proceso de finalización. De haberse seguido con el proyecto original, no cabe, si no, preguntarse cuál hubiera sido el resultado. Y seguramente, sólo quepa una respuesta posible: excepcional

(1) Juan García Atienza: La meta secreta de los templarios, Ediciones Martínez Roca, S.A., 1979, página 16.

(2) Antonio Herrera Casado: 'El románico de Guadalajara', aache Ediciones, 2ª edición, 2003, página 51.

(3) Explicación amablemente ofrecida por Rafael Alarcón Herrera, en correo electrónico, de fecha 9 de febrero de 2011.

(4) Rafael Alarcón Herrera: 'La huella de los templarios: ritos y mitos de la Orden del Temple', Ediciones Robinbook, S.L., 2004. Especial atención al capítulo titulado De la Alcarria, miel, y a la nota nº28, página 367, que dice lo siguiente: 'Según Jacques de Vitry, en el Templo de Salomón había una comunidad de Canónigos Regulares de San Agustín, y al fundarse allí el Temple, en 1118, tomaron su Regla por modelo, adaptada a sus usos. En 1238 el Patriarca de Jerusalén, para reformar a los agustinianos los hizo ingresar en el Temple. En muchos lugares de España ocurrió otro tanto, por eso hoy existe confusión al atribuir ciertos enclaves a templarios o agustinianos.

(5) Referencia también constatada por Rafael Alarcón Herrera, en su libro: A la sombra de los templarios, Editorial Martínez Roca, S.A., 3ª edición, octubre de 2004, página 140.