domingo, 8 de diciembre de 2013

La España de los Templarios os desea una Feliz Navidad


La espada descansa tranquila en su vaina. La escarcha cubre el camino y las huellas del Temple se difuminan entre la niebla. Una de las caras de Jano languidece, mientras en la otra comienza a mostrarse una enigmática sonrisa. A punto de abrirse la Jauna Infernii, la puerta del solsticio de invierno, es bueno, cuando no necesario, seguir los sabios consejos del Eclesiastés y hacer un alto en el camino. Descansar, dejarse llevar por el ambiente de las fechas en las que nos encontramos y pensar en las próximas búsquedas; en todas esas señales que posiblemente continúen ahí fuera cuando la nieve se derrita y el hielo nos diga adiós. Al fin y al cabo, han resistido setecientos años y es seguro que continuarán haciéndolo muchos años más. No hay prisa, pues, para apresurarse a ir en su busca. Mientras tanto, y como viene siendo costumbre, sin importar cuáles sean las creencias de cada uno, desde las páginas de este blog de La España de los Templarios, este infatigable perquisitore os desea, de todo corazón, una muy Feliz Navidad y próspero y venturoso Año Nuevo 2014.

martes, 3 de diciembre de 2013

Tras las huellas de los templarios por las montañas de Asturias



Antes de embarcarse en parte de la aventura del Temple por el norte y el noroeste de la Península, quizás sea el momento oportuno de incidir, al menos en la medida de lo posible, en  la que quizás sea la más dramática y controvertida búsqueda de su presencia por una de las provincias más hermosas y a la vez más ignotas y misteriosas de esta vieja y malherida piel de toro que es la Península Ibérica: el Principado de Asturias. Si uno de los infranqueables escollos con los que un investigador tiene que hacer frente a esa naturaleza histórica validada por un pergamino de época es, precisamente, la terrible escasez de éstos o, en su defecto, la imposibilidad de acceder a las fuentes de consulta históricas existentes, en el caso de Asturias y su provincia se puede decir, obviando el detalle de pecar de exageración, que las fuentes relativas a los asentamientos templarios en la región, son prácticamente nulas o inexistentes. Caben, entonces, dos opciones, a cual más expedita: o decir, simple y llanamente, que el Temple se estableció en el resto de la Península excepto en Asturias, o embarcarse en la ardua aventura de recorrer sus valles y montañas, buscando rastros –generalmente irreconocibles- siguiendo las pautas marcadas por ese persistente cantar del pueblo, que son las leyendas y tradiciones. Lo más fácil y cómodo, posiblemente, sería optar por lo primero: dado que, supuestamente, no hay fuentes escritas que lo avalen, la opinión generalizada, y de hecho, la postura adoptada por la gran mayoría de historiadores, no es otra que aquella encaminada a afirmar, rotundamente, que no hubo templarios en Asturias. Y si por casualidad, surgiera algún detalle o algún documento inesperado (1) que pudiera suscitar cierta sospecha en ese sentido, inmediatamente se tilda a la fuente de apócrifa o falsa. La persona conformista que piense así, no sólo ganará tranquilidad y podrá dedicarse despreocupadamente a otros temas, que en su derecho está, obviamente, al considerarlos más relevantes y de seguro, menos complicados. Pero aquella persona, en modo alguno tranquila, inconformista y sobre todo dispuesta a arriesgar tiempo y recursos, en la medida de sus posibilidades, obviamente, por acercarse personalmente a perseguir a estos inusitados fantasmas del pasado, estoy seguro de que tendrá una de las experiencias más frustrantes pero a la vez más gratificantes y ricas de su vida.
Referencias, huellas, indefinibles restos en algunos casos, que se acompañan de esas canciones del pueblo que son las leyendas y las tradiciones y que en demasiadas circunstancias conllevan el aliciente del entorno ancestral, propiciatorio y mágico al que éstos fratres, y a la vez milites, es decir, esa mediática mezcla medieval de místicos y guerreros, como ya los definiera muy acertadamente algún autor en el pasado, solían aferrarse con una más que casual persistencia y que, de hecho, corroboraría parte de ese universo esotérico que, sin caer en el exceso y en la exageración, admiten como real algunos historiadores mundialmente conocidos, como podría ser el caso de Ricardo de la Cierva (2).
No es casual, tampoco, como reconocen, sobre todo historiadores e investigadores galos, como Oursel (3), que ciertos nombres conlleven, en sus raíces, un recuerdo implícito de su presencia, ofreciendo, siquiera sea subjetivamente y entre líneas, un sentido funcional en cuanto al motivo y las características de su asentamiento. Tal es así, que podría pensarse en términos de pautas y constantes, certeramente comprobadas, sobre todo cuando se refieren a lugares situados estratégicamente, sobre los que los templarios ejercían un férreo control. Dos buenos ejemplos de ello, serían los topónimos La Guardia o La Torre, La Garde o La Tour, respectivamente, a uno y otro lado de esa fantástica frontera natural que son los Pirineos.
Tampoco es casual, que en las cercanías de un probado o supuesto asentamiento templario, se localicen no sólo restos de cultos anteriores, sino también santuarios dedicados a la figura primordial de la Gran Diosa Madre o, dicho de otra manera, lugares de veneración de Vírgenes Negras. Y que éstas, a la vez, lleven nombres determinados como Espino, Encina, Carrasca –como se conoce en algunos lugares, precisamente a la encina- o Acebo, determinando pistas que generalmente se pasan se por alto.
 
Poco o nada casuales son, así mismo, las pautas constructivas y el simbolismo que, como el camino de miguitas de pan del cuento, van conectando la presencia de determinados gremios, cuyo rastro se pierde entre una laberíntica red de montes y montañas y se recupera allende éstas, en provincias vecinas que, como León o Zamora, aún recuerdan, con más o menos precisión, la presencia de ésta fascinante orden militar en sus respectivos territorios. Torres, restos de construcciones militares, capillas de planta octogonal, santos y santos de especial, por no decir heterodoxa consideración, Cristos-relicarios que aún conservan arena que, una vez analizada, se confirma su procedencia como de Tierra Santa, incluso símbolos occitanos orgullosamente esculpidos en cabeceras de iglesias nos hablan de otra historia; una historia que permanece olvidada, durmiendo un sueño eterno mientras languidecen con el paso de los años, olvidadas en los cientos de pueblos y aldeas que cuelgan como luciérnagas en la difícil geografía de esta cuna de la Reconquista.
 
La Asturias templaria: la última frontera.

 


 
 
(1) Como ocurre, por ejemplo, con el caso de la iglesia segoviana de la Vera Cruz y el documento dirigido por el Papa (buscar referencia) a los templarios de Zamarramala
(2) Ricardo de la Cierva: ‘Templarios: la historia oculta’.
(3) ‘Peregrinos, hospitalarios y templarios’, texto de Oursel, fotografía de Zodiaque, Volumen 10 de la serie Europa Románica, Ediciones Encuentro, 1ª edición española, diciembre de 1986.