domingo, 31 de enero de 2010

San Pedro Manrique: las enigmáticas ruinas de San Miguel


'Paradójica en sus manifestaciones y desconcertante en sus signos, la Edad Media propone a la sagacidad de sus admiradores la resolución de un singular contrasentido. ¿Cómo conciliar lo inconciliable?. ¿Cómo armonizar el testimonio de los hechos históricos con el de las obras medievales?'.
[Fulcanelli: 'Las moradas filosofales', Editorial Plaza & Janés, 1972]

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Continuando con la más que probable presencia de los Milites Christi en ésta emblemática población de las Tierras Altas sorianas, San Pedro Manrique, y aunque no hay documento -al menos, a priori- y sí, incluso hasta escasez oral que la relacione -al contrario que con la iglesia-convento de San Pedro el Viejo- llaman poderosamente la atención éstas inquietantes ruinas de lo que en tiempos fue la iglesia de San Miguel, curiosa advocación, por otra parte, de uno de los santos predilectos del Temple.
Mucho más inquietante aún, si cabe, es el detalle de saber que actualmente forman parte del cementerio local, por lo que una visita conlleva, en el fondo, una curiosa experiencia que aúna morbo y misterio a un tiempo, dejando sin respuesta multitud de preguntas que comienzan a plantearse apenas se pone los pies en su tétrico, maltrecho, y sin embargo, simbólico interior.
Y no es para menos, porque, no bien recuperados al observar la serie de geométricos mandalas, colocados estratégicamente como las piezas de un singular tablero de damas en el bajo techo de lo que posiblemente en tiempos fueran las cocinas del lugar, como atestigua el hollín que recubre buena parte de las paredes, impresiona la grandeza arquitectónica desplegada en lo que, en buena ley, constituyen las columnas-palmera que soportan, o mejor dicho, soportaban el peso del edificio. Caminando debajo de ellas, se tiene la impresión de hacerlo dentro de un auténtico oasis de piedra; en ruinas, es cierto, pero un oasis al fin y al cabo, donde el simbolismo de la palmera sugiere pensamientos de unión entre Cielo y Tierra.
Si bien este tipo de recurso arquitectónico no es único en la provincia, teniendo otro referente de primera categoría en la ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga, sí resulta espectacular, sin embargo, la extraordinaria disposición desplegada por el magister correspondiente, que se puede observar en la forma de sus ramas.
Observándolas, no se puede estar más de acuerdo con el genial astrónomo y físico italiano, Galileo Galilei -recientemente rehabilitado por la Iglesia- cuando, entre otras grandes verdades, afirmó con rotundidad: las matemáticas son el alfabeto con el cual Dios ha escrito el Universo.
Que el Temple estuvo en algún momento de la Historia asetado en San Pedro Manrique, parece bastante evidente. Incluso hoy se puede visitar una calle -que parte desde una de las puertas que rodeaban la ciudad, y se encuentra próxima al cementerio, y por tanto, a la iglesia en ruinas de San Miguel- que lleva el significativo nombre de Rochela, e induce a hipotetizar con una posible referencia a uno de los principales puertos de anclaje de la flota templaria en Francia: La Rochelle.
Atribuir a estos aguerridos soldados de Cristo la construcción, en tiempos, de ésta enigmática iglesia en ruinas de San Miguel, sería un completo atrevimiento. No obstante, sí me permito la licencia de dejar en el aire, la observación de cierta filosofía matemática sospechosamente oriental en ellas; y si algo he aprendido en estos años de peregrinaje romántico, es que en ocasiones, hasta lo más inverosímil tiene atisbos de realidad.

sábado, 30 de enero de 2010

Tierras Altas sorianas: ruinas del convento templario de San Pedro el Viejo

Tierras Altas de Soria. Una región donde en tiempos predominó la cultura celtíbera. De hecho, estas tierras proveyeron de guerreros a la cercada Numancia, hasta que ésta, después de años de épica resistencia, sucumbió a la formidable maquinaria de guerra de las legiones romanas de Escipión el Africano. San Pedro Manrique, Yanguas, Magaña...son sólo algunos de los lugares que, cargados de Historia, conocieron el dominio de otros pueblos guerreros, como los árabes y acogieron el asentamiento de otros pueblos hispanos durante la Reconquista. Con ellos, naturalmente, llegaron las órdenes militares de caballería. Y con ellas, como no podía ser menos, la siempre controvertida y belicosa Orden del Temple, cuya huella se localiza en numerosos lugares de la provincia.
Tranquilo durante buena parte del año, es sin embargo durante la mágica noche del solsticio de verano, o festividad de San Juan, cuando San Pedro Manrique vuelve a encontrarse repoblado por los cientos de visitantes que acuden atraídos por la fama de sus hogueras y el consiguiente paso del fuego. Y realmente puedo dar fe de que resulta un espectáculo electrizante.
En estas tierras, hermosas pero duras, es natural, también, que existan multitud de leyendas. Curiosamente, abundan las relacionadas con gigantes y con templarios. Documentos -al menos a disposición de los investigadores- quedan pocos, si es que queda alguno. Pero su falta la suple a veces, y con creces, esa tradición oral que, aunque se está perdiendo con los años, aún afortunadamente subsiste. Muchos son los lugares en Soria, sobre los que oralmente pesa la significativa frase fue de templarios. En San Pedro Manrique, sin embargo, se va más allá cuando uno pregunta por las ruinas de San Pedro el Viejo. La respuesta, por lo general, suele ser siempre la misma: fue un convento templario.
Acceder hasta la colina sobre la que se asienta, aproximadamente a un kilómetro del casco urbano, no es fácil; además, una cerca de alambre la aísla, y aunque nadie suele decir nada si te ven atravesarla, cierto es que se tiene la sensación de que te observan.
De este arcano edificio, fechado en los siglos XII-XIII, apenas sobrevive parte de la planta de la iglesia, el torreón, y un ábside que cualquier día, rendido, se dejará caer sobre la tierra. En su suelo, se aprecian heces resecas del ganado, y las magníficas pinturas que un día decoraron su interior, se han perdido irremisiblemente. La barbarie, pues, se ha cebado sobre el lugar, y aunque aún, a duras penas y forzando mucho la vista, se puede apreciar el contorno de dos caballeros luchando, lo que sobresale -y de qué modo- son los numerosos grafitis que arañan la pared como zarpados de bárbaras fieras. Sorprende, eso sí, la delicadeza -si tal cosa es posible en tamaña insensatez- con la que el grafitero anónimo dibujó dos símbolos presumiblemente celtíberos: uno que no sabría identificar, y el otro, un inconfundible indalo
Aún así, creo que merece la pena echar un vistazo, dejando como el testimonio del paso por el lugar de unos soldados de Cristo cuya sombra, alargada como ninguna, se obstina, aún teniéndolo todo en contra, a desaparecer.

martes, 12 de enero de 2010

El Maestro Alkaest, Córdoba y las huellas del Temple


Nunca tuve mejor cicerone, ni mejor conocedor del tema tampoco. Por ello, simplemente, gracias.


Versión Youtube: http://www.youtube.com/watch?v=huf7-oiKOT4

jueves, 7 de enero de 2010

¿Virgen de las Navas o Virgen de Montesinos?



'Alguien dijo en una ocasión que la sabiduría de los hombres es locura para Dios. Pero, por desgracia, también se da el caso opuesto, que la Sabiduría de Dios es locura para los hombres'.
[Grian: 'El Peregrino Loco', Ediciones Obelisco, 1ª edición, febrero 2006]
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La presente historia, o quizá locura, como dice Grian en su Peregrino Loco, la empezó el Marqués de Cerralbo allá, en las postrimerías del siglo XIX, cuando llevado por su afán aventurero y convertido en arqueólogo ocasional, dejó la siguiente duda en el aire, refiriéndose a una hermosa y pequeña virgen románica, que se custodia en el Monasterio Cisterciense de Santa María de Huerta, provincia de Soria: ¿será la que llevaba en el arzón de su montura el arzobispo de Toledo, don Rodrigo Ximénez de Rada durante la determinante batalla de las Navas de Tolosa?. Esta duda que, es de suponer, el buen marqués dejó escapar de sus labios con la mejor de las intenciones se convertiría, con el tiempo, en una premisa cierta a la que se aferran numerosos investigadores.
Mis idas y venidas a este magistral exponente del arte cisterciense -digno superviviente de guerras, saqueos y desamortizaciones- han sido múltiples. Y sin embargo, cueste creerlo o no, mi desconocimiento de la talla románica de Santa Mª de Huerta o Virgen de las Navas, era absoluto. He aquí, a continuación, una historia en la que sobresalen casualidad -algo, desde luego, en lo que no creo, como tampoco creo en la predestinación- misterio, racionalismo secular y una hipótesis aventurera -realizada, advierto, con la mejor de las intenciones- difícil y por el momento, mal que me pese decirlo, imposible de demostrar. Eso sí, me daría por satifecho, si al menos aportara algo de interés.
Tal vez fuera casualidad, como digo, aunque yo más bien sugiero una treta del destino, que después de asistir a la romería de San Bartolomé, en el Cañón del Río Lobos, y de regreso a Madrid, decidiera darme una vuelta por el monasterio de Santa María de Huerta. Calurosa la tarde de aquél 24 de agosto, la gente que esperaba la apertura del monasterio, deambulaba del pórtico a la maqueta del lugar, y de ésta a los restos arqueológicos de lo que fuera el patio primitivo, que se puede datar en aquél año de 1162, fecha considerada, a grosso modo, como la de su fúndación. De sus hombros -en la mayoría de los casos- colgaban bolsas y mochilas y en sus manos se alternaban, simultáneamente, cámaras fotográficas y botellas de agua.
Pasaban varios minutos de las cuatro de la tarde, apenas una insignificancia dentro del cómputo general del tiempo, pero que, paradójicamente, significan una eternidad cuando se desea ver, investigar y disfrutar de un lugar que, al cabo de los siglos, aún conserva tantos matices como misterios con los que asaltar las febriles puertas del universo de la imaginación.
Uno de estos matices o misterios -utilícese el adjetivo que mejor convenga- lo constituyen, sin duda, las variadas e incomprensibles marcas de cantería localizadas en la fachada principal de acceso al templo, y que continúan en la pared lateral, junto a la que se ubica el pequeño cementerio.
Espirales, símbolos del infinito, estrellas de cinco puntas, así como otras curiosas marcas de difícil catalogación, en las que tal vez -digo, tal vez- las ramificaciones definan, en plan de clave, generaciones familiares de canteros.
[continúa]