San Pedro Manrique: las enigmáticas ruinas de San Miguel
'Paradójica en sus manifestaciones y desconcertante en sus signos, la Edad Media propone a la sagacidad de sus admiradores la resolución de un singular contrasentido. ¿Cómo conciliar lo inconciliable?. ¿Cómo armonizar el testimonio de los hechos históricos con el de las obras medievales?'.
[Fulcanelli: 'Las moradas filosofales', Editorial Plaza & Janés, 1972]
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Continuando con la más que probable presencia de los Milites Christi en ésta emblemática población de las Tierras Altas sorianas, San Pedro Manrique, y aunque no hay documento -al menos, a priori- y sí, incluso hasta escasez oral que la relacione -al contrario que con la iglesia-convento de San Pedro el Viejo- llaman poderosamente la atención éstas inquietantes ruinas de lo que en tiempos fue la iglesia de San Miguel, curiosa advocación, por otra parte, de uno de los santos predilectos del Temple.
Mucho más inquietante aún, si cabe, es el detalle de saber que actualmente forman parte del cementerio local, por lo que una visita conlleva, en el fondo, una curiosa experiencia que aúna morbo y misterio a un tiempo, dejando sin respuesta multitud de preguntas que comienzan a plantearse apenas se pone los pies en su tétrico, maltrecho, y sin embargo, simbólico interior.
Y no es para menos, porque, no bien recuperados al observar la serie de geométricos mandalas, colocados estratégicamente como las piezas de un singular tablero de damas en el bajo techo de lo que posiblemente en tiempos fueran las cocinas del lugar, como atestigua el hollín que recubre buena parte de las paredes, impresiona la grandeza arquitectónica desplegada en lo que, en buena ley, constituyen las columnas-palmera que soportan, o mejor dicho, soportaban el peso del edificio. Caminando debajo de ellas, se tiene la impresión de hacerlo dentro de un auténtico oasis de piedra; en ruinas, es cierto, pero un oasis al fin y al cabo, donde el simbolismo de la palmera sugiere pensamientos de unión entre Cielo y Tierra.
Si bien este tipo de recurso arquitectónico no es único en la provincia, teniendo otro referente de primera categoría en la ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga, sí resulta espectacular, sin embargo, la extraordinaria disposición desplegada por el magister correspondiente, que se puede observar en la forma de sus ramas.
Observándolas, no se puede estar más de acuerdo con el genial astrónomo y físico italiano, Galileo Galilei -recientemente rehabilitado por la Iglesia- cuando, entre otras grandes verdades, afirmó con rotundidad: las matemáticas son el alfabeto con el cual Dios ha escrito el Universo.
Que el Temple estuvo en algún momento de la Historia asetado en San Pedro Manrique, parece bastante evidente. Incluso hoy se puede visitar una calle -que parte desde una de las puertas que rodeaban la ciudad, y se encuentra próxima al cementerio, y por tanto, a la iglesia en ruinas de San Miguel- que lleva el significativo nombre de Rochela, e induce a hipotetizar con una posible referencia a uno de los principales puertos de anclaje de la flota templaria en Francia: La Rochelle.
Atribuir a estos aguerridos soldados de Cristo la construcción, en tiempos, de ésta enigmática iglesia en ruinas de San Miguel, sería un completo atrevimiento. No obstante, sí me permito la licencia de dejar en el aire, la observación de cierta filosofía matemática sospechosamente oriental en ellas; y si algo he aprendido en estos años de peregrinaje romántico, es que en ocasiones, hasta lo más inverosímil tiene atisbos de realidad.
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