viernes, 16 de diciembre de 2016

San Juan de Rabanera y el enigma de la Virgen del Espino


Musa de escritores y poetas, noble y melancólicamente recogida a la vera del Duero, Soria, como Teruel, comparten algo más, después de todo, que una existencia tradicionalmente puesta en duda por el aparente desinterés gubernamental y derivado de éste, cuando menos hasta tiempos relativamente recientes, una carencia vital de infraestructuras: el gran protagonismo histórico que tanto en una como en otra provincia, jugaron en el pasado las órdenes militares. Tanto es así, que en lo que a Soria capital se refiere –dejando aparte las numerosas tradiciones relacionadas, de continente y contenido y escasas fuentes documentales-, al menos hay dos lugares de los que no se duda, si bien, como veremos, hay alguna opinión encontrada: los monasterios de San Polo y de San Juan de Duero. Atribuidos a templarios y sanjuanistas, respectivamente, cabe señalar, sin embargo, que con respecto a éste último existen disquisiciones –quizás Gustavo Adolfo Bécquer supiera algo más, cuando situó en el Monte de las Ánimas su tenebrosa e internacional leyenda-, la sospecha de que antes de que se levantaran esos maravillosos y únicos arcos del románico español que conforman su claustro –a éste respecto, se puede mencionar la interesante hipótesis de Javier Martínez de Aguirre (1), relativa a que su supuesto claustro pudo ser una idea innovadora del anónimo Magister Muri, evocadora del Sepulchrum Domini de Jesuralén-, relativas a que esa humilde ermita que aparentemente los caballeros hospitalarios recibieron en tiempos del rey Alfonso VIII –recordemos que fueron precisamente ellos, los que escoltaron a su futura esposa, Leonor de Inglaterra, descansando de su viaje en la encomienda que éstos tenían en Hortezuela, de la que apenas se conserva hoy en día la iglesia, muy modificada, sobre cuyo sencillo pórtico de entrada todavía se puede observar un escudo con una cruz de Malta o de Ocho Beatitudes-, pudiera haber pertenecido anteriormente a los caballeros templarios. Instalados éstos al otro lado del puente medieval, y cerrando el monasterio de San Polo –actualmente, de propiedad privada y en vías de rehabilitación-, el camino a la esotérica ermita de San Saturio, Patrón de la ciudad, de su recuerdo –todavía vívido en aquéllos tiempos en que en San Polo apenas moraba Ginés de Lara, al que se considera el último templario y que, según el escritor y teósofo extremeño Mario Roso de Luna, desapareció misteriosamente en lo más recóndito de esa enigmática Sierra de la Demanda burgalesa-, se conserva, igualmente ligado a una fantástica leyenda recogida por una autoridad en la materia, Rafael Alarcón Herrera (2), un magnífico Cristo gótico, situado en la cabecera del templo de San Juan de Rabanera. Un templo éste –situado casi enfrente de la Diputación Provincial y al final de esa curiosa calle de Caballeros, que desciende de las alturas donde se localizan el templo de la Virgen del Espino y el cementerio municipal-, que a pesar de su apariencia, debe la mayoría de sus elementos –incluida la magnífica portada; pudiera ser que también el pozo, elemento de evocaciones celtas pero peligroso para los jugadores del emblemático Juego de la Oca, e incluso ese determinante enlosado que circunda la entrada principal de la iglesia, donde tal vez les enfants de Maître Jacques, firmaran con la señal característica de su antiguo y misterioso gremio: la pata de oca-, a la cercana y defenestrada iglesia de San Nicolás, de la que sólo se conservan algunos restos, entre los que milagrosamente han sobrevivido unas pinturas románicas –actualmente mejor protegidas, más vale tarde que nunca-, que muestran el asesinato del arzobispo de Canterbury, tema relacionado, a su vez con el Temple, si hemos de creer la afirmación del escritor y periodista Piers Paul Read (3), de que a los asesinos se les conmutó la pena de muerte a cambio de servir con los templarios en Tierra Santa; lo que era, después de todo, una ejecución en toda regla. Llegados a este punto y puestos en antecedentes, no debería sorprendernos que entre lo que no está en su sitio y todo aquello que por circunstancias desconocidas –aunque, generalmente, poco claras- terminó en esos insondables limbos del escamoteo y del olvido, figuren, especialmente, esos continentes de heterodoxia que son las Vírgenes románicas y también las góticas. Admítase tal afirmación o no, lo cierto es que Soria es prolífica en este tipo de imágenes, la mayoría de las cuales se acompañan de su correspondiente certificado de origen, denominado éste, leyenda y tradición, donde el pueblo –por mucha incultura que se le haya querido atribuir a lo largo de la Historia-, ha sabido mantener, no obstante, unos símbolos de identidad que se remontan, cuando menos, a aquellos tiempos en que los genes celtíberos apuntaban hacia las ubres de unas deidades que, después de todo, ni romanos, ni visigodos, ni sarracenos ni tampoco misioneros cristianos consiguieron del todo domeñar.


El Temple no fue ajeno a este ambiente; y de hecho, previsiblemente, en muchos casos de milagrosa aparición de Virgen negra, la larga sombra de las capas de sus caballeros anduvo sospechosamente detrás. También es cierto, que muchas de las imágenes marianas de esa febril actividad artística –en muchos casos atribuida descaradamente a San Lucas, que no al carpintero más famoso, aparte de Noé, que fue el propio San José-, han desaparecido misteriosamente, siendo las causas realmente más humanas que sobrenaturales: los chamarileros avispados –y que conste, que no señalo en dirección a la Maragatería, que España, nos guste o no, es país de arrieros-; el judío errante (4) –que en algún lado figura, que lo vieron en muchas ocasiones rondar el Camino de Santiago e incluso entrar en la catedral, vaya Vd. a saber con qué intenciones-, la francesada –que invadir países y hacer la guerra pa ná…-, los hijos furibundos de la Desamortización –Mendizábal, ego non te absolvo- o, por qué no decirlo, el conspicuo padre Ángel de la época, que se sacó unos durillos…supongamos, en buena ley, que para dar de comer a los pobres o arreglar el tejadillo de la ermita, o apurando lo inapurable, el ricacho egoísta, ególatra y caprichoso, que por no compartir, no comparte ni los buenos días con esa legión de Dios que, después de todo, es el pueblo llano. Sea como sea, y de una manera desconcertante, si recientemente me sorprendió la aparición vía legalitas et subasta de una genuina talla románica que perteneció al monasterio de San Pedro de las Montañas, en Cangas del Narcea, Asturias, mucho más aún, si cabe, fue mi sorpresa al entrar en este templo de San Juan de Rabanera y encontrar una talla mariana, hermosa y fantástica, que a ojo de buen cubero –un cordón, sin embargo, impedía traspasar el límite de ese sancta-sanctorum que es el altar-, parecía genuinamente original. La sorpresa fue aumento, evidentemente, cuando, al preguntar por el nombre o advocación de la talla, se me dice: ‘es la Virgen del Espino’. A lo que, lógicamente estupefacto, agrego: ‘pero será una copia, ¿no?, porque, según tengo entendido, si ésta imagen es, supuestamente, la que figuraba allí arriba, en la iglesia que lleva su nombre, consta como que se perdió en un incendio’. Reconozco, que la respuesta me dejó KO: ‘No. Ha estado guardada cien años en una caja de seguridad’. Vivir para ver. Como decía al principio, Soria es prolífica no sólo en imágenes marianas, sino también, en imágenes marianas con ésta específica advocación. Hasta el punto, de que, si repasamos un pequeño censo espinar, observaremos que junto a ésta, figuran la de la catedral de El Burgo de Osma, talla que está tradicionalmente hermanada con la de Barcebal –a pesar de las diferencias existentes entre ambas, cuenta la tradición que ambas tallas salieron de la misma madera de espino- pequeño pueblecito que se encuentra, aproximadamente, a mitad de camino entre El Burgo de Osma y Ucero y el Cañón del Río Lobos, y por supuesto, situados ya en esas Tierras Altas, que tanta historia y tantos secretos albergan todavía, no podemos olvidar a aquélla otra –negra, negrísima, hijas de Jerusalén-, cuya mirada, hierática, no quita ojo a esos formidables tapices, cuya réplica podemos entrever en televisión, cada vez que Su Majestad el Rey recibe a los candidatos del Gobierno y en otras ceremonias de similar pompa y circunstancia. Dicho esto, queda plantearse una espinosa cuestión: ¿hemos de suponer, que nuestras más preciadas reliquias, están regresando a casa por Navidad?. Y ya que se menciona, ¿por qué no aprovechar la ocasión para desearos, estimados amigos y lectores, una muy Feliz Navidad y que la pasión por el Temple reparta suertes, que secretos y huellas quedan todavía a montones en esas vías de ensueño que son nuestros pueblos y caminos?. Lo dicho: Feliz Navidad.

Non nobis Domine, non nobis sed Nomine Tuo da Gloriam.

(1) http://pendientedemigracion.ucm.es/centros/cont/descargas/documento17148.pdf
(2) Rafael Alarcón Herrera: en cualquiera de su extensa y prolífica obra, podremos encontrar referencias tanto a éste Cristo de San Polo o Cristo Cillerero, como a la presencia del Temple en la provincia de Soria. Baste citar, como ejemplo: A la sombra de los templarios, La otra España del Temple, La última Virgen Negra del Temple.
(3) Piers Paul Read: 'Los Templarios, monjes y guerreros', Ediciones B, S.A., 1ª edición, marzo de 2010.
(4) Tal vez fuera el mismo que se frotó las manos e hizo un negocio redondo, sacando de extraperlo las insuperables pinturas de San Baudelio de Berlanga.