martes, 14 de mayo de 2013

Abades de Santa Cristina de Ribas de Sil




'El santo alentó el peregrinaje a Compostela, a veces llamado la Vía Láctea, tachonado de estrellas, es decir, de encomiendas de los templarios, albergues benedictinos o cistercienses e iglesias de la Virgen Negra. Desde uno de los cuatro grandes puntos de partida, Véxelay, centro del culto de la Magdalena y luego emplazamiento de una Virgen Negra, predicó la segunda cruzada...' (1).

Esto es solamente un ejercicio de especulación. Cualquier parecido con la realidad puede ser, tan sólo, una afortunada coincidencia. No obstante, también es cierto que a veces las coincidencias pueden dar lugar a la presunción; y ésta, a la formulación de interrogantes que constituyan el origen de atrevidas teorías, con visos de hipotética posibilidad, señalando nuevos rumbos para la investigación.
La huella ibérica de los caballeros templarios, es terriblemente escurridiza, y a la vez, notoriamente engañosa, aunque, de hecho, también apasionante. Como ocurre con ese noble metal que es el oro, resulta evidente que no todo lo que brilla tiene relación con él. De tal manera, que tampoco la visión de una cruz paté ha de indicarnos, necesariamente, una relación con la Orden del Temple y su legendario universo. Ahora bien, la cuestión es observar el resto de los detalles que puedan proporcionarnos una luz, por débil que ésta sea, y abrir un resquicio por el que colarnos y tratar de hacer un trabajo, cuando menos lo más digno y objetivo posible, sin dar nada por sentado ni desdeñar tampoco las posibilidades que nos ofrece, desde sus inmensas y desconocidas profundidades abisales, la propia Historia. El viaje, de cualquier manera, merece la pena. Y en este caso, el acceso a uno de los lugares más misteriosos, situado en lo más profundo de un no menos misterioso y privilegiado entorno natural, como es la Ribera Sacra orensana, también. Dado que no es el martillo el que deja perfectos los guijarros, sino el agua con su danza y su canción, como dejó escrito el gran poeta hindú Rabindranath Tagore, no es difícil comprender por qué ésta atrajo la atención del hombre desde tiempos inmemoriales, dando lugar a la creación de fértiles asentamientos de marcado carácter sagrado. Lo suficientemente fértiles y sagrados, como para garantizar la subsistencia de pequeñas comunidades en unos tiempos realmente oscuros y difíciles, como demuestra, en las cercanías, la existencia de un lugar como San Pedro de Rocas.
Si bien es cierto, que apenas existe información fidedigna sobre los primeros asentamientos humanos en Santa Cristina, se cree que tuvo también unos orígenes eremíticos. Orígenes que habría que situar, cuando menos, en los siglos IX-X, con comunidades que seguían la regla de San Fructuoso, la cual sería posteriormente sustituida por la de San Benito. Una regla, ésta de San Benito, que tomaría un carácter universal, y que, aunque evidentemente no demuestra nada, fue seguida también por los primeros templarios antes de ser constituidos como Orden y tener su propia regla: aquella que les redactó exprofeso su padrino espiritual Bernardo de Claraval, San Bernardo.
Sí existe documentación de periodos posteriores, que abarcarían desde el siglo XII, las más antiguas, al parecer, en adelante, relacionadas, sobre todo, con donaciones y privilegios reales. Particularmente interesante, es aquella, fechada en 1231, que hace referencia a las donaciones otorgadas por el rey Fernando III de León y Castilla. Rey que, al igual que su antecesor, también debió de tener tratos con el Temple, pues fue con la ayuda de éstos, así como de las otras órdenes militares, como pudo llevar a cabo sus campañas por Jaén y conquistar plazas como la de Baeza, en 1227, lugar en el que, al igual que en la cercana Úbeda, todavía quedan huellas de la presencia templaria y antoniana. En este caso, algunos investigadores tenderían a atribuirles la iglesia de la Santa Cruz.
Fue por mediación de su antecesor, Fernando II, que los templarios se asentaron en buena parte del Bierzo y los Ancares, puertas indiscutibles a Asturias y Galicia. Existe un documento, fechado el 1 de julio de 1158, por el que éste y su hermana Doña Urraca, por entonces, reina de Asturias, donaban a un tal frater Rodericus Sebastianez y otros misteriosos fratres del Monte Sacro (2), el territorio comprendido entre la meseta y la cumbre del Monte Sacro, además de ciertos pastos para ganado fuera de dichos términos.
Por otra parte, dentro de la provincia de Orense, se continúa relacionando con el Temple lugares como Santa Mariña de Augas Santas, Xunquera de Ambía, Astureses o incluso San Pedro da Mezquita, todos ellos situados a mayor o menor distancia de este entorno, es cierto, pero algunos, como es el caso de Santa Mariña, en posesión de ese elemento megalítico que, según algunos autores, tanto parecía atraer el interés de una orden de monjes que podían ser considerados no sólo como excepcionales guerreros, sino también como custodios y guardianes de la Tradición.
Los entornos megalíticos no son ajenos, tampoco, a la Ribera Sacra y posiblemente constituyeran los antecedentes, en numerosos casos, de los que posteriormente se convertirían en eremitorios, pudiéndose citar, quizás por su interés, relevancia y relación con la denominada herejía priscilianista, el de San Pedro de Rocas. Cercanos también, cuando no característicos en toda la geografía gallega, son las denominadas Mámoas: enterramientos paleolíticos realizados a base de grandes rocas y generalmente de forma circular, siendo uno de los más célebres y cercano, aquél denominado como Mámoas de Moura.
Volviendo a Santa Cristina y sus elementos circunstanciales, no estaría de más echar un vistazo a las características de la iglesia, que no sólo va apuntando ya maneras góticas en cuanto a su altura (3), sino que también especula con la forma de la cruz que prevalece en el centro de su alquímico rosetón. De prácticas alquímicas y lugar de descanso, tenía fama el monasterio de Oseira, que aún conserva un claustro denominado de los Caballeros –no sólo acudían caballeros del Temple, sino también de otras órdenes militares- y una talla románica, de piedra, presidiendo su altar mayor, no menos relevante y con fama de muy milagrera: la denominada Virgen de la Leche. En la cabecera de Santa Cristina, aunque datadas en el siglo XVI, las representaciones murales, reproducen las figuras y atributos de santos por los que el Temple sentía una especial devoción: San Antón, con la Tau y el campanil, sustituto cristianizado de los antiguos sistros isíacos; Santa Águeda, con los ojos en una bandeja, o aquél otro, con una escuadra en la mano, que podría hacer referencia, puesto que es un atributo que portan ambos, a Santiago el Justo o al apóstol Tomás.

Llama la atención, un sarcófago de piedra, anónimo y sin inscripciones, situado a la izquierda del pórtico principal de entrada, según estamos de frente a él. Sarcófago de similares características a los que se encuentran, en el mismo lugar, en Santa María de Xuvencos y San Pedro da Mezquita. También las referencias contenidas en el pórtico de acceso al claustro, llaman la atención y hay que observarlas cuidadosamente. Pero después de todo, más allá de las especulaciones y presunciones que, como afirmaba al principio de la presente entrada, no son más que un ejercicio de hipotética relatividad, la clave esté en la pregunta: ¿por qué los abades se hacían enterrar, no sólo portando el báculo, que también portaban los Grandes Maestres de la Orden del Temple, sino también la cruz paté integrada en su correspondiente círculo?. Si tan corriente es, ¿por qué no aparece en la gran mayoría de tumbas similares distribuidas por los diferentes monasterios y cenobios desperdigados a lo largo y ancho de la Península?. ¿Hubo, al fin y al cabo, una más que probable relación entre el Temple y Santa Cristina de Ribas de Sil?.
He aquí la incógnita.


(1) Ean Begg: 'Las Vírgenes Negras: el gran misterio templario', Ediciones Martínez Roca, S.A., 1987, página 37. Por el santo, se refiere, obviamente, a San Bernardo, alma mater y padrino espiritual de la Orden del Temple.
(2) El Monsacro, situado a apenas ocho kilómetros de Oviedo, en cuya cima se levantan dos curiosas ermitas románicas, denominadas de la Magdalena y de Santiago. Esta última, de planta octogonal.
(3) No son pocos los investigadores, que piensan que fueron precisamente los templarios los introductores de este estilo, revolucionario hasta entonces.

viernes, 3 de mayo de 2013

Rectificando: Santa María de Xuvencos versus San Xulián de Astureses



Sombras, intuiciones, sinsabores, fantasmas, encrucijadas históricas, arduos caminos y equivocaciones son sólo algunas de las sorpresas que esperan a los investigadores que no se conforman sólo con las garantías que ofrecen los escasos documentos que han sobrevivido, para intentar dilucidar, en la medida de lo posible, una guía lo más aproximada, a ese mundo fascinante que fue la España templaria. Porque la hubo, y al menos en esto, no tengo ninguna duda. Ignoro cuáles fueron los motivos de Juan García Atienza –que en gloria esté- para no reparar a tiempo este error; y aun habiendo caído en él -no me importa reconocer, con todas sus consecuencias, que mi admiración por el que no sólo fue uno de los mayores impulsores en la divulgación de la historia del Temple en la Península, sino también un admirable guía de esa España misteriosa y mágica que continúa conmoviéndonos-, continúa intacta.
Agradezco sinceramente a Rafael Alarcón Herrera, su gentileza al hacerme ver dicho error, con pelos y señales –se recomienda ver comentarios en la entrada anterior- y tampoco siento reparo alguno en afirmar que mi admiración por él no es menor; que su amistad me honra, y que siempre he tenido la seguridad de que aquí, en España, no hay mayor experto que él en relación a la Orden del Temple y sus fascinantes misterios. Suficientes motivos, creo, como para considerarle Luz amiga en el Camino.
Quede claro, pues, que en la entrada anterior, la iglesia que se muestra no es la de San Xulián de Astureses, sino la de Santa María de Xuvencos. Posiblemente el Temple no tuvo nada que ver con ella, pero en mi opinión –y lo digo con toda sinceridad- este detalle no le resta un ápice de interés, como tampoco le quita mérito alguno a los numerosos enigmas que conserva desde tiempo inmemorial. Y después de todo, considérese consuelo de tontos o no, su situación de proximidad a territorio templario, puede ser, también, un aliciente más para visitarla y dejarse llevar por su hechizo.
Pido perdón por mi error. Y dicho esto, tan sólo me resta decir que al Temple lo que es del Temple, y a Dios lo que es de Dios.