Visto desde este tradicional mirador de la Galiana, sólo cabe un adjetivo para definirlo: impresionante. Esta falla antediluviana, que se extiende a lo largo de una treintena de kilómetros por las provincias de Soria y de Burgos, alberga, en lo más profundo de su corazón, una de las joyas más emblemáticas y a la vez más misteriosas de cuantas nos ha legado la que posiblemente fue la más importante y mediática de las órdenes de caballería medievales: la Orden del Temple.
Desde ésta posición, la ermita templaria de San Bartolomé no se advierte, aunque también es cierto que aquéllos que conozcan la zona, pueden situarla mentalmente sin dificultad entre los farallones y la arboleda que se advierte al fondo y a la derecha, siguiente la carreterilla que se desvía en dicha dirección, junto al puente bajo el que discurre el río Ucero, cuyo nacimiento se localiza algunos metros más arriba.
Hacia la izquierda, es fácil observar el Centro de Interpretación y la piscifactoría, y más allá, enhiesto y solitario en lo más alto del monte, como un halcón al acecho, el contorno inconfundible del castillo de Ucero, posición estratégica desde la que los aguerridos fratres milites vigilaban la entrada a este Cañón del Río Lobos.
Ocho siglos después, aún persiste una inquietante pregunta: ¿qué objeto tenía ésta ermita en un lugar tan apartado y solitario?
Un gran enigma histórico, sutilmente aderezado por unas panorámicas extraordinarias.