viernes, 19 de diciembre de 2014

Santa María de Fisterra


¿Llegaron los templarios al Finis Terrae, a ese simbólico fin del mundo o reino de los muertos, donde los egipcios situaban el Amenti?. Nada hace suponer que no lo hicieran; y sin embargo, una vez disuelta la Orden y desmembradas sus extensas pertenencias, todo son sombras, sospechas, especulaciones, deseos de realidad o conveniencia en algunos casos. Porque, más de setecientos años después de su desaparición, el Temple continúa levantando pasiones. Una simple cruz, grabada con habilidad en un sillar, por muy patada que tenga la forma, evidentemente, no demuestra nada. Incluso la documentación –con numerosas referencias, por cierto, en lo tocante al antiguo Reino de Galicia-, se muestra, también, ciertamente esquiva al respecto, si bien contiene referencias a un tema mucho más complejo todavía, quizás, como es el de las monjas templarias, que ya habrá ocasión de comentar próximamente. ¿A qué santo recurrir, entonces, para especular con la posibilidad,  una vez sugerida la idea, sin caer en la trampa de un partidismo inconsecuente y gratuito?. Posiblemente, y en base a la experiencia de muchos años persiguiendo rastros por los caminos –equívocos en unos casos y posiblemente acertados en otros-, ya no me sorprenda, en absoluto, de que Don Casual exista, y en ocasiones se aparezca. Y nunca mejor dicho, si tenemos en cuenta que estamos en una tierra donde el mundo de ultratumba de las antiguas tradiciones, todavía persiste con una fuerza extraordinaria y a las que hay que añadir un mar tenebroso, como aseveran algunos autores (1), de donde llega, en un preciso instante, el conocimiento. Entonces, si a la visita inesperada de Don Casual le sumamos los detalles, las coincidencias, los símbolos y el correspondiente porcentaje de probabilidad, es muy posible que consigamos, después de todo, hacer algo, cuando menos, verosímil y hasta cierto punto, quizás también interesante.

Para ello, hemos de asumir la idea, de que hablar de Fisterra, conlleva siempre dejar una puerta abierta a la imaginación. La magia del arcano Camino de peregrinación te envuelve, puesto que es uno de los lugares más especiales del mismo, y la variopinta gama de personajes, momentos y detalles, con los que te encuentras inesperadamente, que no sólo te sorprenden, sino que además, también te atraen con sus historias y su insólito y asociado lenguaje de los pájaros, te inducen a valorar cualquier posibilidad.

Uno de tales personajes, conocido a pie de iglesia, anónimo aunque dijo proceder de esa supuesta cuna de Castilla que se localiza en la provincia de Burgos, me sugirió que ésta iglesia -que según su opinión, sigue los patrones artísticos del gótico inglés-, había sido de los caballeros templarios que protegían a los peregrinos hasta los confines del mundo. Una idea deliciosa, desde luego, plenamente romántica y también, como se apuntaba más arriba, probable. Respecto a la iglesia en sí, es posible que tenga ciertas similitudes con el gótico inglés, pero lo que está claro, es que conserva, a pesar de sus numerosos añadidos posteriores -como sucede en muchos otros templos de la costa-, esas características asociadas a las denominadas iglesias o capillas de índole marinera. Y además, cuenta también con varios de esos objetos, asociados a esa tradición de conocimiento traído por las aguas de ese mar tenebroso que lame sus costas, mencionada por Atienza: el Santro Cristo de Fisterra, conocido también como el Cristo da Barba Dourada -una réplica fue donada a la catedral de Orense por el obispo Fisterrán Vasco Pérez Mariño, cuando pasó a regir la sede episcopal de esta ciudad-, así como una curiosa imagen mariana del siglo XVI -recordemos, al respecto, que la marinería en general y la gallega en particular, sienten auténtica veneración por la Virgen del Carmen, que también tiene su capilla en este templo-, patrona de la parroquia, a la que denominan Nuestra Señora de las Arenas.


Se tiene constancia, que los orígenes de este singular templo, se remontan, cuando menos, al año 1199, según consta en un documento de donación de Doña Urraca Fernández, hija, precisamente, de uno de los personajes de la nobleza que hizo posible la integración de la Orden del Temple en Galicia y muy relacionado, sobre todo, con la misteriosa e importante bailía templaria de Faro: el conde de Traba. Y entre la ornamentación –no ajena, por supuesto a muchos templos similares-, figura la presencia, en número par, de un símbolo muy utilizado por estos aguerridos monjes-guerreros, que en condición de soldados de Cristo y mártires de Dios, siempre estaban dispuestos al sacrificio: el Agnus Dei.

Llama la atención, por otra parte, la galería porticada de su entrada principal, situada al oeste, enfrente del pequeño cementerio, que recuerda, por su aspecto y diseño, aquélla otra que se puede visualizar en otro interesante lugar, situado en la provincia de Lugo, muy cerca de la coruñesa Melide y tan sólo unos kilómetros fuera de la senda determinada por el tradicional Camino Francés: Vilar de Donas. De su interior, destacan algunos de los antiguos sarcófagos, colocados bajo arcosolios en los laterales y escasamente iluminados, donde se pueden apreciar ciertos símbolos como la vara de medir -en algunos casos, el desgaste no permite comprobar si entre los símbolos labrados hubiera, cosa no improbable, alguna espada que denotara la tumba de algún caballero-, y la sobriedad de los capiteles, basados, sobre todo, en motivos foliáceos. Aparte de algunas sencillas marcas de cantería, y otros detalles barrocos -por ejemplo, los motivos simbólicos distribuidos a lo largo de la parte interior de la portada de acceso a las capillas, y que se pueden comparar con aquellos otros que se localizan en algunas catedrales, como la de Astorga-, una de las piezas que merece especial atención -apenas conserva rasgos de su policromía original-, parte de un conjunto, probablemente gótico, en el que se ven representados media docena de apóstoles -incluido el propio Santiago el Mayor-, con sus atributos o herramientas masónicas.

El muro norte, también dispone de una pequeña puerta de estilo gótico, decorada con motivos acantiformes y donde se aprecian dos escudos nobiliarios: el de los Feijoo y el de los Recamán. Se trata, de la denominada Puerta Santa, que se utiliza como entrada al templo en las celebraciones del Año Santo. En la pradera cercana y excavado en la ladera del monte, se constata la presencia de una pequeña cueva, que probablemente sirvió como eremitorio en el pasado.

(1) Juan García Atienza: 'El Camino de Santiago. La Ruta Sagrada', Ediciones Robinbook, S.L., Barcelona, 2002.

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