¿Templarios en Alentisque?
Frío hacía, y mucho, por cierto, cuando, a la altura de Almazán, enlacé con la carretera CL116 en dirección a Morón de Almazán y Monteagudo de las Vicarías. Bien es cierto, que podía haber atajado, si hubiera dejado los tramos abiertos de la flamante Autovía de Navarra a la altura de Adradas y por una carretera secundaria, en perfecto estado, hubiera salido directamente a Morón, dejando atrás, también, el interesante pueblecito de Señuela y la no menos fascinante torre medieval añadida a su iglesia de Santo Domingo de Silos, cuyo interior oculta algunos detalles de interesante e inédito simbolismo. Cierto que mis sentidos no estaban muy equilibrados esa mañana, no tanto por el madrugón, fenómeno al que estoy ya de sobra acostumbrado, como por una curiosa sensación interior que me decía, sin dar más detalles, que algo no iba bien. A mi regreso a casa, supe el por qué. Pero claro, ese es un tema personal, que no viene al caso.
Fría mañana de sábado, repito, apenas había tráfico en la carretera. La escarcha y el hielo, dotaban de una blanca palidez a unas tierras que, yermas a simple vista, ocultaban, no obstante, recuerdos lejanos de una Historia que, incompleta, dejaba entrever, mediante piezas fragmentadas, presencias intuidas y no del todo demostradas. Ahí estaba, por ejemplo, el pueblecito de Neguillas, sin nada de aparente interés, a excepción de una fascinante arquitectura típica y rural, basada en la piedra y el adobe, de antiguas reminiscencias norte-africanas, como el castillo de la cercana población de Serón de Nágima y la advocación de una iglesia, que posiblemente en tiempos fuera románica, aunque hoy en día no lo aparente: San Juan Bautista. Más adelante, a unos cuatro o cinco kilómetros, la señorial Morón de Almazán; la del gallo enhiesto cantándole a la madrugada, con su enorme iglesia gótica en la que no faltan referencias griálicas, ni grifos o dragones custodios; la incomprensible simbología astrológico-alquímica de la antigua casa del heterodoxo marqués de Camarasa, hoy reconvertida en sucursal de Caja Duero y la misteriosa cruz paté sobre el pomo de una espada, bien visible en el dintel de una casa cercana a ésta. Y unos ocho kilómetros más allá, antes de llegar al puerto que lleva su nombre y aún más lejos, al interesante pueblo de Monteagudo de las Vicarías, el desvío hacia Alentisque.
Dos kilómetros de carreterilla rural más adelante, el pueblecito de Alentisque aparece al frente, recogido entre unas desigualdades del terreno donde se alternan, a diestra y a siniestra, cerros y llanos en los que, aparte de los campos de labor, predomina el monte bajo, de floresta espinosa, ideal para liebres y perdices. Como en Neguillas y otros pueblos de alrededor, se observa, aunque frecuentemente venida a menos, una arquitectura rústica basada en el adobe y la piedra, cuyas características denotan, posiblemente, una antiquísima influencia magrebí, como he comentado anteriormente, basada, no en vano, en siglos de dominio y ocupación musulmana. Giran, como suele ser habitual, alrededor de la masa imponente de una parroquial que, con probabilidad en honoris causa a su predecesora netamente románica, eleva hacia las nubes su fornida torre, bajo la advocación de San Martín de Tours. San Martín de Tours, un santo del que se sabe, entre otras muchas cosas, que participó, en Tréveris, en el juicio contra el hereje Prisciliano y que, aunque era contrario al derramamiento de sangre, se prestó a ello, otorgando con su silencio. Sobre él, cuenta la leyenda (1) que cuando salió de Tréveris, se echó a llorar cerca de un bosque; allí se le apareció un ángel , que le dijo: con razón te entristeces, pero no pudiste obrar de otra manera. Recobra tu virtud y tu constancia, y no vuelvas a poner en peligro la salvación, sino la vida. Curiosamente, en la verja de hierro que protege el acceso a la iglesia -al patio, le denominaban antiguamente cementerio- se aprecia una representación, de hierro forjado, también, del santo y una Virgen con Niño, cuya talla original, posiblemente gótica, se encuentre en el interior de la iglesia, si ha conseguido evitar la depredación y rapiña de los amantes de lo ajeno.
Pero la iglesia que me interesaba, y que se corresponde con el lugar donde se localizan las estelas funerarias de posible ascendencia templaria mencionadas por Ángel Almazán, aún estando también bajo la advocación de San Martín de Tours, se encuentra, aproximadamente, a medio kilómetro de distancia del pueblo, siguiendo la carretera que, tres kilómetros y medio más allá, desemboca en otro curioso pueblo: Momblona. Su localización no es difícil, en absoluto: forma parte del pequeño cementerio y no deja de ser una auténtica curiosidad, observar su ábside como una prolongación surrealista de éste. Un ábside que, todo hay que decirlo, se encuentra en unas condiciones aparentemente saneadas, a juzgar por el colorido y el aspecto lustroso de las tejas, aunque se observe, en las figuras de sus canecillos, una acción erosiva no sólo temporal, sino también intencionada en algunos casos, que desvirtúan un mensaje original. Románico tardío, quizás de mediados o finales del siglo XIII, su planta, de forma rectangular, acusa el vacío de unos muros levantados a base de sillares y piedras, que milagrosamente se mantienen en pie. Conserva, aunque no en muy buenas condiciones, su portada sur, en cuyos capiteles se adivina motivos foliáceos y entrelazados salomónicos. La torre, que originariamente debía de haber estado en el lado oeste, ha desaparecido. Probablemente sus sillares conformen actualmente la torre de la parroquial de Alentisque y hagan buenas las palabras de una anciana, que fue la única persona con quien me crucé en el pueblo: ¡cuánto trabajaron!.
La clave para adivinar por qué la zona absidal se encuentra en tan buen estado, la encontramos en el interior, donde una verja de hierro impide el acceso al altar y posiblemente indique que actualmente está en uso, como capilla del cementerio, desde la que los finados reciben el último responso. En el techo, se puede apreciar el maravilloso artesonado de madera, así como una tumba moderna situada antes del altar. Hay restos de pinturas, modernas también, en los muros. Fuera de la verja, y hacia el lado derecho, según nos situamos frente al altar, hay una estela funeraria, de forma rectangular, que contiene dos cruces paté inconfundibles. La del anverso, sencilla, de brazos rectos; la del reverso, circular, con una especie de curioso entrelazado en la parte central. El resto de las estelas mostradas por Almazán en su entrada, no fui capaz de descubrirlas, pero como digo, mis sentidos no estaban en las mejores condiciones y ya camino de Momblona, me percaté -nadie es infalible- de que me había dejado sin explorar uno de los muros interiores. Cualquier excusa es buena para volver.
Si bien, -y con esto voy dando por teminada, al menos de manera momentánea, la presente crónica-, no hay indicios suficientes como aseverar la presencia del Temple en tiempos, sí creo que puede ser interesante añadir unos detalles que quizás puedan animar a continuar las indagaciones por la zona: en la temática de los canecillos del ábside, predominan las cabezas monstruosas, detalle que no es ajeno al arte románico, es cierto; pero de ellas, destacan dos, especialmente, bajo mi punto de vista: una que se puede identificar con el diablo -en muchas iglesias románicas suele verse en solitario en el lado norte, pues en la época pensaban que precisamente del norte venían todos los males y por eso lo identificaban con el diablo- y otra, similar, que muestra un rostro con los cuernos en espiral, similares a los de un carnero. Siento que las fotos no lo recojan como hubiera deseado, pero las ramas de los árboles que, como puede apreciarse en los vídeos, cercan el ábside -cual los espinos en el cuento de la Bella Durmiente-, impiden una correcta realización de planos.
Y por supuesto, la estela funeraria, con la cruz paté incluída, que puede apreciarse por encima del balcón, en la casa de paredes blancas que se corresponde con el número 6 de la Plaza del Egido, de Momblona, cuyo propietario, posiblemnte aposta, ha pintado de color rojo los huecos existentes entre brazo y brazo.
En fin, siempre es bueno tener una excusa para volver a los lugares y continuar investigando.
(1) Según la cuenta Fernando Sánchez Dragó, en su obra 'Gárgoris y Habidis: una historia mágica de España', Edición especial para Círculo de Lectores (dos tomos), Tomo I, página 286, año 1983.
Comentarios
Juan Carlos, los claros-oscuros del camino y las sorpresas a veces buenas y otras, parece que te acompañan aunque las desconozcas, porque son duras como la vida.
Un beso.
Quisiera felicitarte por tan excelente comentario de la ermita de mi querido pueblo de gente "triste" y amigo de las escarchas, como, cuenta el refrán.
La necesidad y el diverso exfolio por el cual se ha ido eliminando lápidas y piedras talladas para la construcción, no solo de la iglesia, sino de la fragua del pueblo y otras construcciones han provocado la gran pérdida del legado histórico del pueblo.
Pero agradezco los diversos estudios de la ermita, como el tuyo y, si no recuerdo mal, el realizado por la universidad de Alcalá de Henares, que nos han dado la oportunidad de saber más de lo nuestro.