¿Templarios en Alentisque?

Lo cortés, no quita lo valiente, y aprovecharse del esfuerzo ajeno, ni es digno ni es de Ley. Por eso, antes de continuar con la presente entrada, quiero aclarar que mi conocimiento de Alentisque y de las posibles -digo bien, posibles- estelas funerarias templarias que se localizan en las ruinas de la ermita románica de San Martín, se lo debo, en exclusiva, a un soriano de pro; un personaje entrañable, pateador de caminos y archivos que, aunque él piense que no es profeta en su tierra, sabe, no obstante, que es un auténtico guía, al que se estima y se respeta. Y lo es, tanto dentro como fuera de ella: Ángel Almazán de Gracia. En su afán por desvelarnos las maravillas de una provincia como Soria, publicó, a finales de diciembre, una entrada que, como casi todas, merece una especial atención. Estaba dedicada a las estelas funerarias de Alentisque, y aunque cauto en conclusiones, a mi modo de ver, Ángel nos echaba el anzuelo, tentándonos a tomarnos la molestia de reunir el valor suficiente, saludar a las estrellas de madrugada y emprender, una fría mañana de sábado, el camino de la Extremadura Castellana. La entrada a la que me refiero, se titula Alentisque: estelas medievales ¿templarias? y os recomiendo que clikéis en el título y echéis un vistazo. No os decepcionará.



Frío hacía, y mucho, por cierto, cuando, a la altura de Almazán, enlacé con la carretera CL116 en dirección a Morón de Almazán y Monteagudo de las Vicarías. Bien es cierto, que podía haber atajado, si hubiera dejado los tramos abiertos de la flamante Autovía de Navarra a la altura de Adradas y por una carretera secundaria, en perfecto estado, hubiera salido directamente a Morón, dejando atrás, también, el interesante pueblecito de Señuela y la no menos fascinante torre medieval añadida a su iglesia de Santo Domingo de Silos, cuyo interior oculta algunos detalles de interesante e inédito simbolismo. Cierto que mis sentidos no estaban muy equilibrados esa mañana, no tanto por el madrugón, fenómeno al que estoy ya de sobra acostumbrado, como por una curiosa sensación interior que me decía, sin dar más detalles, que algo no iba bien. A mi regreso a casa, supe el por qué. Pero claro, ese es un tema personal, que no viene al caso.


Fría mañana de sábado, repito, apenas había tráfico en la carretera. La escarcha y el hielo, dotaban de una blanca palidez a unas tierras que, yermas a simple vista, ocultaban, no obstante, recuerdos lejanos de una Historia que, incompleta, dejaba entrever, mediante piezas fragmentadas, presencias intuidas y no del todo demostradas. Ahí estaba, por ejemplo, el pueblecito de Neguillas, sin nada de aparente interés, a excepción de una fascinante arquitectura típica y rural, basada en la piedra y el adobe, de antiguas reminiscencias norte-africanas, como el castillo de la cercana población de Serón de Nágima y la advocación de una iglesia, que posiblemente en tiempos fuera románica, aunque hoy en día no lo aparente: San Juan Bautista. Más adelante, a unos cuatro o cinco kilómetros, la señorial Morón de Almazán; la del gallo enhiesto cantándole a la madrugada, con su enorme iglesia gótica en la que no faltan referencias griálicas, ni grifos o dragones custodios; la incomprensible simbología astrológico-alquímica de la antigua casa del heterodoxo marqués de Camarasa, hoy reconvertida en sucursal de Caja Duero y la misteriosa cruz paté sobre el pomo de una espada, bien visible en el dintel de una casa cercana a ésta. Y unos ocho kilómetros más allá, antes de llegar al puerto que lleva su nombre y aún más lejos, al interesante pueblo de Monteagudo de las Vicarías, el desvío hacia Alentisque.


Dos kilómetros de carreterilla rural más adelante, el pueblecito de Alentisque aparece al frente, recogido entre unas desigualdades del terreno donde se alternan, a diestra y a siniestra, cerros y llanos en los que, aparte de los campos de labor, predomina el monte bajo, de floresta espinosa, ideal para liebres y perdices. Como en Neguillas y otros pueblos de alrededor, se observa, aunque frecuentemente venida a menos, una arquitectura rústica basada en el adobe y la piedra, cuyas características denotan, posiblemente, una antiquísima influencia magrebí, como he comentado anteriormente, basada, no en vano, en siglos de dominio y ocupación musulmana. Giran, como suele ser habitual, alrededor de la masa imponente de una parroquial que, con probabilidad en honoris causa a su predecesora netamente románica, eleva hacia las nubes su fornida torre, bajo la advocación de San Martín de Tours. San Martín de Tours, un santo del que se sabe, entre otras muchas cosas, que participó, en Tréveris, en el juicio contra el hereje Prisciliano y que, aunque era contrario al derramamiento de sangre, se prestó a ello, otorgando con su silencio. Sobre él, cuenta la leyenda (1) que cuando salió de Tréveris, se echó a llorar cerca de un bosque; allí se le apareció un ángel , que le dijo: con razón te entristeces, pero no pudiste obrar de otra manera. Recobra tu virtud y tu constancia, y no vuelvas a poner en peligro la salvación, sino la vida. Curiosamente, en la verja de hierro que protege el acceso a la iglesia -al patio, le denominaban antiguamente cementerio- se aprecia una representación, de hierro forjado, también, del santo y una Virgen con Niño, cuya talla original, posiblemente gótica, se encuentre en el interior de la iglesia, si ha conseguido evitar la depredación y rapiña de los amantes de lo ajeno.


Pero la iglesia que me interesaba, y que se corresponde con el lugar donde se localizan las estelas funerarias de posible ascendencia templaria mencionadas por Ángel Almazán, aún estando también bajo la advocación de San Martín de Tours, se encuentra, aproximadamente, a medio kilómetro de distancia del pueblo, siguiendo la carretera que, tres kilómetros y medio más allá, desemboca en otro curioso pueblo: Momblona. Su localización no es difícil, en absoluto: forma parte del pequeño cementerio y no deja de ser una auténtica curiosidad, observar su ábside como una prolongación surrealista de éste. Un ábside que, todo hay que decirlo, se encuentra en unas condiciones aparentemente saneadas, a juzgar por el colorido y el aspecto lustroso de las tejas, aunque se observe, en las figuras de sus canecillos, una acción erosiva no sólo temporal, sino también intencionada en algunos casos, que desvirtúan un mensaje original. Románico tardío, quizás de mediados o finales del siglo XIII, su planta, de forma rectangular, acusa el vacío de unos muros levantados a base de sillares y piedras, que milagrosamente se mantienen en pie. Conserva, aunque no en muy buenas condiciones, su portada sur, en cuyos capiteles se adivina motivos foliáceos y entrelazados salomónicos. La torre, que originariamente debía de haber estado en el lado oeste, ha desaparecido. Probablemente sus sillares conformen actualmente la torre de la parroquial de Alentisque y hagan buenas las palabras de una anciana, que fue la única persona con quien me crucé en el pueblo: ¡cuánto trabajaron!.


La clave para adivinar por qué la zona absidal se encuentra en tan buen estado, la encontramos en el interior, donde una verja de hierro impide el acceso al altar y posiblemente indique que actualmente está en uso, como capilla del cementerio, desde la que los finados reciben el último responso. En el techo, se puede apreciar el maravilloso artesonado de madera, así como una tumba moderna situada antes del altar. Hay restos de pinturas, modernas también, en los muros. Fuera de la verja, y hacia el lado derecho, según nos situamos frente al altar, hay una estela funeraria, de forma rectangular, que contiene dos cruces paté inconfundibles. La del anverso, sencilla, de brazos rectos; la del reverso, circular, con una especie de curioso entrelazado en la parte central. El resto de las estelas mostradas por Almazán en su entrada, no fui capaz de descubrirlas, pero como digo, mis sentidos no estaban en las mejores condiciones y ya camino de Momblona, me percaté -nadie es infalible- de que me había dejado sin explorar uno de los muros interiores. Cualquier excusa es buena para volver.


Si bien, -y con esto voy dando por teminada, al menos de manera momentánea, la presente crónica-, no hay indicios suficientes como aseverar la presencia del Temple en tiempos, sí creo que puede ser interesante añadir unos detalles que quizás puedan animar a continuar las indagaciones por la zona: en la temática de los canecillos del ábside, predominan las cabezas monstruosas, detalle que no es ajeno al arte románico, es cierto; pero de ellas, destacan dos, especialmente, bajo mi punto de vista: una que se puede identificar con el diablo -en muchas iglesias románicas suele verse en solitario en el lado norte, pues en la época pensaban que precisamente del norte venían todos los males y por eso lo identificaban con el diablo- y otra, similar, que muestra un rostro con los cuernos en espiral, similares a los de un carnero. Siento que las fotos no lo recojan como hubiera deseado, pero las ramas de los árboles que, como puede apreciarse en los vídeos, cercan el ábside -cual los espinos en el cuento de la Bella Durmiente-, impiden una correcta realización de planos.


Y por supuesto, la estela funeraria, con la cruz paté incluída, que puede apreciarse por encima del balcón, en la casa de paredes blancas que se corresponde con el número 6 de la Plaza del Egido, de Momblona, cuyo propietario, posiblemnte aposta, ha pintado de color rojo los huecos existentes entre brazo y brazo.


En fin, siempre es bueno tener una excusa para volver a los lugares y continuar investigando.




(1) Según la cuenta Fernando Sánchez Dragó, en su obra 'Gárgoris y Habidis: una historia mágica de España', Edición especial para Círculo de Lectores (dos tomos), Tomo I, página 286, año 1983.

Comentarios

KALMA ha dicho que…
Hola! La piedra y el adobe y todo lo que su interior esconde, he conocido Alentisque, un pueblo que no sabía de su existencia hasta hoy.
Juan Carlos, los claros-oscuros del camino y las sorpresas a veces buenas y otras, parece que te acompañan aunque las desconozcas, porque son duras como la vida.
Un beso.
juancar347 ha dicho que…
Hola, bruja. En efecto, los pueblecitos pueden parecer bonitos o feos según la estética y el gusto particular de cada uno, pero dá gusto ver cómo se construía antiguamente, de qué materiales (qué remedio) se valían para moldear, digo bien, moldear con las manos un hogar; la procedencia de esas técnicas, sus entramados para que resisiteran al frío y al calor....A veces, como bien dices, uno se encuentra sorpresas que no espera, y otras veces, parece que la sangre gime cuando alguien cercano dice adiós. En fin, son impresiones que supongo que todos tenemos en algún momento. Por lo demás, y aunque no descubrí todo lo que quería, no puedo decir que el viaje fuera en balde. Y de hecho, siempre se encuentra alguna pista más allá del lugar al que presumiblemente vas. Pero eso ya lo comentaré. Un abrazo
GRACASAL ha dicho que…
Hola!.
Quisiera felicitarte por tan excelente comentario de la ermita de mi querido pueblo de gente "triste" y amigo de las escarchas, como, cuenta el refrán.
La necesidad y el diverso exfolio por el cual se ha ido eliminando lápidas y piedras talladas para la construcción, no solo de la iglesia, sino de la fragua del pueblo y otras construcciones han provocado la gran pérdida del legado histórico del pueblo.
Pero agradezco los diversos estudios de la ermita, como el tuyo y, si no recuerdo mal, el realizado por la universidad de Alcalá de Henares, que nos han dado la oportunidad de saber más de lo nuestro.
juancar347 ha dicho que…
Estimado/a amigo/a: agradezco tu comentario y coincido contigo, es una pena que, sea por necesidad en algunos casos o por ese gusto snob que desarrollan algunas personas, el patrimonio artistico e histórico de los pueblos se vaya perdiendo. A la postre, eso va también contra el pueblo, pues priva de visitas y a la vez de promociones y oportunidades, que sí se producen en otros lugares que han sabido conservar mejor su patrimonio. Cerca, puede que conozcas el pueblo de Señuela. Allí se están recuperando los edificios históricos, como la gragua, el horno, etc. Comentas un estudio de la Universidad de Alcalá de Henares. Si tuvieras la referencia y pudieras proporcionármela, me harías un gran favor, porque Alentisque y su historia me interesan. Ya ves, yo me enteré por Ángel Almazán, un soriano que ha escrito mucho sobre la provincia. Muchas gracias por tu amable comentario. Saludos cordiales

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