Isar, una sombra demasiado impenetrable

Isar es una pequeña localidad situada al oeste de Burgos capital y distante de ésta, aproximadamente, veintitrés kilometros. Emplazada junto a un afluente del río Arlanzón, el Hormazuelas, tiene una salida en el punto kilómetrico 145 de la Autovía A-231 que, en direccion a León, se la conoce, significativamente, con el nombre de Camino de Santiago. No muy lejos -y sirva esto a modo de precedente- se encuentran algunas poblaciones interesantes, como Sasamón y Castrojeriz, de bien reconocida importancia en los ámbitos jacobeos, sobre todo ésta última, donde los Antonianos tenían un reconocido hospital, en cuyas ruinas aún puede apreciarse el singular símbolo que les caracterizaba: la Tau.

Hacía calor aquél domingo de finales de agosto, en el que ponía los pies por primera vez en Isar, previo paso, a primeras horas de la mañana, por Villafranca Montes de Oca, el puerto de Pedraja y San Juan de Ortega. Si bien el pueblo en sí, no se diferencia apenas de otros muchos pueblecitos que jalonan las, en ocasiones interminables estepas castellanas, recuerdo que me llamaron poderosamente la atención unas curiosas construcciones situadas en un lateral de la carretera, justo a la entrada a la población. Hechas con piedras y algún sillar, aprovechan las oquedades de una pequeña loma con el propósito de habilitar un espacio fresco y recogido, en el que dejar madurar esa bebida sagrada importada por Noé, al que se podría definir como el primer viticultor: el vino. Cierto es, también, que por su aspecto, no parecían tener mucha actividad y tampoco me pareció observar viñedos en la zona, independientemente de que en otras zonas, el fruto de las viñas comenzaba a madurar.

Nuestro objetivo, era la pequeña iglesia románica de San Pedro que, según la persona que me acompañaba, conllevaba la sospecha -es de suponer, que en base a los dimes y diretes populares- de haber pertenecido a la Orden del Temple en épocas históricas. Sospecha, por otra parte, difícil de sustentar con documentos históricos fehacientes, pero que creo conveniente reseñar, por si alguien pudiera aportar algún dato más a tener en cuenta.


En realidad, el templo de San Pedro no deja de ser un sencillo exponente de románico rural, en el quizás su elemento más destacado sea la torre. Tan sencillo, también es cierto, que no se localizan en su estructura ni marcas de cantería, ni ornamentación alguna -a excepción del ajedrezado de la arquivolta de su desnuda portada- cuya simbología pudiera hacer valer, siquiera acudiendo a la presunción comparativa, la defensa a ultranza de la mencionada sospecha. No obstante, también es cierto que no sería extraño que el Temple hubiera mantenido un pequeño convento y algún terruño en un lugar tan cercano a otros donde sí constata su presencia, incluído este pueblo de Isar -su posible raíz isíaca es interesante- donde, aunque no lo parezca en la actualidad, debió de tener cierta importancia en la Edad Media, a juzgar por las dimensiones de su iglesia de Santa María, situada en las inmediaciones, de la que sólo sobrevive el ábside, habiendo sido reconvertido el resto de la nave en casa particular y en taller mecánico.





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