Covarrubias, Almanzor y los colores del Temple


Covarrubias es un pozo de sorpresas. No sólo como parte fundamental de esa al-qila sarracena o los castillos, palabra de la que probablemente derive el término de Castilla y que define un elemento primordial en ese legítimo afán por recuperar una posición perdida en buena parte por los defectos de una nobleza, la visigoda, que invitaron al agareno poco menos que a desfilar triunfalmente ante las puertas abiertas de un pueblo cansado de regicidios, violaciones, facciones encontradas, traiciones y derechos pisados por los cascos de los caballos, pero que a la vez parió los primeros conceptos de un sentido pensamiento nacionalista, que llevaría al nacimiento de héroes y situaciones, que aún cargadas de exagerada y conveniente propaganda -Deus lo vult-, lograron que historia y leyenda se fusionaran, hasta conseguir las más inmortales de las épicas. Tal es el caso del conde Fernán González y las veraces confrontaciones -verdaderos thrillers de aquélla Baja Edad Media-, que protagonizó luchando a brazo partido -poco más o menos, a como lo haría ocho siglos después el guerrillero contra los invasores franceses- contra el califato de Córdoba, siendo, por aquél entonces, el mismísimo diablo a batir un personaje que ha pasado a la historia -por lo menos, a la cristiana-, como el azote de Dios: Almanzor.

Difícil resulta, llegados a este punto, no pasar por el desfiladero de la Yecla, situado a una treintena de kilómetros, aproximadamente de Covarrubias, y no imaginarse, siguiera parado unos minutos en el arcén, a los guerreros fernandinos apostados entre las peñas esperando la llegada en perfecta formación de los escuadrones de caballería agarenos, ondeando al viento dos singulares estandartes: el del Califato cordobés, verde y mostrando algunas suras sagradas del Corán -muy similar a los conquistados en batallas, como la de las Navas de Tolosa-, y otro que, sorprendentemente, muestra un ajedrezado en blanco y negro, el estandarte de Almanzor, que un siglo después, constituiría, a su vez, el estandarte o beauceant, de una orden religioso militar, la de los caballeros templarios, que tuvieron, también, sus precedentes en los antiguos ribbats sarracenos. Ambos estandartes -en realidad, una réplica, como todas las armas medievales realizadas a escala- se pueden ver en Covarrubias, en el torreón de Fernán González, situado, todo sea dicho, a escasos metros de una colegiata donde, tras un vistazo detenido a alguno de sus elementos, no costaría mucho especular con inquietantes presencias, en un momento de la historia en la que, tras la pérfida maniobra del rey francés, Felipe el Hermoso, un sueño religioso-militar estaba desapareciendo del mundo, cuando menos oficialmente. En fin, curiosidades de la Historia. 


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