Vírgenes Negras de Madrid: la Virgen de Atocha
Tenemos en ésta sorprendente
Virgen de Atocha, posiblemente la imagen mariana no sólo más antigua de Madrid
–a falta de la Virgen de la Almudena, cuyo original se perdió
irremediablemente-, sino también, con toda probabilidad, una de las más
antiguas de toda la Península, siendo una de las primeras referencias conocidas
sobre ella, la que en el siglo VII realizó el por entonces arzobispo de Toledo:
San Ildefonso. Como en el caso de la Virgen de la Almudena, también su curioso
nombre se presta a multitud de sugerencias e interpretaciones, aunque se tiende
a aceptar, como norma generalizada, aquélla que la hace derivar del atochar
donde fue encontrada, siendo ésta, la atocha, una planta similar al esparto
que, según parece, crecía abundantemente en la antigua Magerit. Pero en
realidad, resulta enormemente significativo, el detalle de que en algunas
fuentes documentales, se la denomina como Nuestra Señora de Antioquía –nombre
derivado, según algunas interpretaciones, de la palabra latina Antiochia,
que a su vez, por corrupción semántica, se piensa que pudo haber derivado en la
actual Atocha, repetida por historiadores y poetas a lo largo de los últimos
quinientos años-, estando ligada a una tradición, que la relaciona con el
mismísimo San Pedro o cuando menos, con sus discípulos, remontándose –como en
el caso de la perdida imagen original de la Virgen de la Almudena-, al año 51;
es decir, a los años inmediatamente posteriores a la Crucifixión y al comienzo
del Apostolado por el mundo. Según otras
fuentes, y en base a la inscripción que la imagen tenía grabada en el manto
primitivo, la palabra Atocha derivaría del griego Teotokos; es
decir, Madre de Dios. De dicha inscripción, se comenta también que
todavía pueden verse algunas letras –como la T y la O-, aunque el
acceso al camerín donde se encuentra la imagen está totalmente restringido,
resultando la tarea de comprobarlo –tampoco olvidemos los usos y abusos
sufridos por la talla a lo largo de su historia, entre los que consta haber
sido serrada por la mitad, y vuelta a recomponer en época posterior-, arduo
difícil, por no decir imposible.
Independientemente de este
detalle, bastante revelador, el rico mundillo de leyendas y tradiciones que
giran alrededor de ella, no dejan de ser ciertamente interesantes, revelando, a
la vez, detalles que deberían hacernos meditar en los antiguos mitos, algunos
de los cuales puede que tengan un probable origen en aquellos caballeros del
Templo de Salomón que se fueron asentando en el lugar a medida que acompañaban
a los reyes cristianos en sus acciones de reconquista y que, teniendo en cuenta
su aseveración de que nuestra Religión empieza y termina con Nuestra Señora,
fomentaron el culto a la figura de María (1) y probablemente intervinieron, de
cara a la supersticiosa mentalidad de la sociedad de la época, en la creación
del ambiente adecuado para la generación del milagro y la
implantación –o mejor dicho, la reimplantación- del antiguo culto en el lugar,
como así parece haber ocurrido en otros muchos sitios donde estuvieron
asentados, siendo uno de los casos más significativos, por poner un ejemplo,
Ponferrada y su no menos emblemática Virgen, Negra también, de la Encina.
Si bien hay una leyenda milagrosa,
en particular, que suele ser citada en todos los trabajos que se relacionan con
esta antiquísima imagen de Nuestra Señora de Atocha, no se ha de olvidar,
tampoco, su estrecha relación con dos extraordinarias figuras que, según
algunos autores, tuvieron también cierto grado de relación con la Orden del
Temple: San Isidro Labrador y su esposa, llamada curiosamente –y atención a lo
significativo del dato-, Santa María de la Cabeza. De hecho, son numerosos los
pozos que se supone que fueron abiertos por éste, y todavía se conserva, en una
capilla de la catedral de la Almudena, uno de sus arcones góticos, donde
aparecen representadas –o aparecían, pues su grado de deterioro, al menos en
ese punto, apenas permite ya comprobarlo-, las dos Vírgenes más carismáticas y
representativas de Madrid: la Virgen de la Almudena y la Virgen de Atocha.
Cuenta dicha leyenda, que un
caballero llamado Gracián Ramírez, gran devoto de la Virgen de Atocha, acudió
un día a orar a la antigua ermita donde se hallaba la imagen –según diversas
fuentes, ésta se encontraba en las cercanías de lo que hoy es la Plaza de
Legazpi-, pero cuando accedió al interior, la halló vacía. Desesperado, el
caballero cristiano buscó la desaparecida talla por los campos, encontrándola
en medio de unas plantas. Pensando que era una señal del cielo y agradecido por
el hallazgo, al caballero se le atribuye el levantamiento de una ermita en el
mismo lugar donde encontró la imagen. Es decir, el lugar donde hoy en día se
levanta la Basílica. Ocurría esto en el año 720, apenas nueve años después de
la fatídica invasión agarena de la Península Ibérica. La continuación de la
historia, sin embargo, resulta tremendamente simbólica, porque dicho caballero,
ante la inminencia de un ataque de los sarracenos y temiendo lo que éstos
pudieran hacerle a su mujer y a su hija, optó por ahorrarlas los sufrimientos
añadidos a un seguro cautiverio, procediendo a degollarlas con un tajo de su
espada. El ataque fue repelido y el caballero, horrorizado y entristecido por
la pérdida, acudió a la ermita de la Virgen, siendo su sorpresa mayúscula
cuando se encontró a su familia sana y salva, siendo el único rastro de su desesperada
acción un hilillo de sangre que, semejante a una gargantilla, rodeaba el cuello
de las mujeres. Detalle que llama la
atención, pues, casualmente, lo encontramos genuinamente representado en la
curiosa gargantilla que se puede apreciar en el cuello de una talla gótica, la
Virgen de la Cruz, que se localiza en el interior de la iglesia de un
pueblo soriano, en cuyo entorno no faltan, aparentemente, huellas y referencias
templarias: Renieblas. Escena del milagro, que fue representada por José Patiño
en un grabado del siglo XVIII (2), donde además de mostrarse al caballero y su
familia arrodillados en acción de gracias frente al altar de la Virgen de
Atocha, así como las figuras de San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza, se aprecia también una magnífica cruz paté inmersa en su círculo.
Exactamente, como aparece bajo la estatua de Cervantes, situada en la Plaza de
España, aunque ésta última está coloreada de azul y rojo.
No es de extrañar, por tanto, que
después de conquistada Magerit y en vista de los numerosos milagros atribuidos
a Nuestra Señora de Atocha, los reyes sintieran una especial predilección,
tanto por su figura, como por la basílica que la albergaba, hasta el punto de que
durante el reinado de Felipe IV, se nombró a la Virgen de la Almudena patrona
de la Villa y a la Virgen de Atocha, patrona de la Corte, tradición que
continúa vigente en la actualidad, no habiéndose visto alterada por el cambio
de las dinastías reales de los Austrias y los Borbones.
Otros hechos destacables, dentro
de la historia de la basílica y la portentosa imagen que alberga, pueden ser
que desde el año 1523, pasó a depender de la Orden de Santo Domingo de Guzmán;
es decir, de los dominicos, cuando el por entonces inquisidor general,
Francisco García de Loaysa y el confesor del rey Carlos I, fray Juan Hurtado de
Mendoza, solicitaron y consiguieron del Papa Adriano IV permiso para ocupar el
templo que había de sustituir a la antigua ermita: la actual Basílica. De
hecho, hay una estatua de Santo Domingo de Guzmán en el exterior de la
Basílica, que así lo recuerda.
Independientemente de todo esto,
lo que sí resulta emocionante, desde luego, es la talla de la Virgen de Atocha
en sí, negra, como el color alquímico de la tierra de Shem (Egipto), y
portadora de todo un símbolo primordial, como es la manzana. Símbolo que
volvemos a encontrar, curiosamente, en la mano del Niño que sostiene la imagen
de otra Virgen Negra que ocupa un lugar preeminente en la humilde iglesia
románica , de un lugar muy especial del Camino de Santiago, como conocen bien
todos los peregrinos: Santa María la Real de O Cebreiro. En ambos casos, y
como cumpliendo así mismo con una más que antigua tradición asociada, cabe
destacar el color verde de sus mantos.
Otra de las Vírgenes más representativas de Madrid, aunque menos conocida por encontrarse en un convento de clausura, y por lo tanto ajena al público en general, es aquélla del siglo XIV que, donada por el rey Fernando III -como generalizadamente se piensa-, responde al nombre de la Madona de Madrid.
(1) Hasta entonces, el culto más popular correspondía a la figura de María Magdalena.
(2) Esta referencia y grabado, se puede ver en el libro de Pedro Montoliú Camps: 'Fiestas tradiciones madrileñas', Sílex Ediciones, 1990, página 282.
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