Los eremitorios de Cívica
No es casualidad que ponga esta pequeña disertación de Juan Ignacio Cuesta Galán, como prólogo necesario, en mi opinión, para la presente entrada. Nada conocía de Cívica y sus eremitorios, antes de echar un vistazo al capítulo y página reseñados más abajo. Y dado también que el sitio no se encuentra excesivamente lejos de Madrid -yo diría que a poco más de una hora- decidí, el pasado domingo, iniciar una primera exploración del lugar, motivado, así mismo, por una fotografía similar a la presente, que me pareció, sencillamente, interesante y evocadora.
El terreno, a partir de este punto, comienza a alternar monte y valle característicos de esta parte de la vega del Tajuña, hasta que llega un momento, cinco ó seis kilómetros más adelante, en el que te encuentras con la cascada. Está situada a escasos metros de la carretera, detrás de la línea de árboles que sustituyen a los guarda carriles de acero que delimitan la mayoría de las vías de comunicación, junto a un vergel foliáceo que se extiende al comienzo de una prominente formación rocosa. En las proximidades de la cascada, ya comienzan a advertirse algunas oquedades, parcialmente ocultas por la vegetación. Podríamos decir que es el prolegómeno a un pequeño mundo fantástico, en el que sobrevive, al cabo de los siglos transcurridos, una parte del ánima de aquéllos anónimos ingenieros del Espíritu que una vez lo habitaron.
Son varios los recintos que se localizan en este complejo hábitat natural, encontrándose las cuevas a diferentes niveles, como las celdas de una colmena, metafóricamente hablando. En este sentido, causa una cierta impresión, observar balconcillos y balaustradas de piedra -materia prima por antonomasia- delimitando las entradas; un detalle moderno, al parecer, que responde al intento de reproducir el complejo eremítico con el aspecto que se supone que tuvo en la época medieval.
Algunas de las cuevas son accesibles; como es de suponer, se trata de aquéllas que están situadas a ras de suelo. Merece especial mención, una en concreto que, cercana a la cascada y a la carretera, y dotada de puertas y ventanas ojivales de aspecto gótico, conserva algunos detalles de cierto interés. Rotos los candados -quién sabe cuándo y por quién- así como desvencijada la puerta, el pequeño mundo interior que se ofrece a la vista, muestra el esmerado aprovechamiento de un habitáculo dotado de dos niveles. En el nivel inferior, y a mano derecha según se entra, se observa que una parte considerable del lienzo rocoso ha sido labrado y rebajado, hasta conseguir la forma de pequeñas alacenas. Algo más allá, y al frente, se aprecian unos escalones perfectamente labrados en la piedra, que permiten el acceso a un piso ligeramente más elevado y dotado de una pequeña balaustrada, de piedra también, en la que se observan motivos pentagonales; es el acceso al lugar más íntimo del habitáculo, el sancta-samtórum donde probablemente dormía el ermitaño. Algunos sillares de piedra taponan, al fondo y a la izquierda, lo que parece ser una prolongación en la oquedad.
No obstante, donde mejor se advierte el impresionante trabajo de ingeniería desarrollado por estos desconocidos y anónimos topos humanos, es en el primer nivel de cuevas situado en la parte principal y más destacable del promontorio rocoso; allí, precisamente, donde el terreno se ve delimitado por una cerca de piedra, de idéntica factura a las que sirven de balconcillos o balaustradas de los pisos superiores y que posiblemente circundara, en tiempos, algún huerto, aunque en la actualidad constituya una pequeña selva, donde la vegetación campa a su libre albedrío.
La entrada, similar a la cueva que hemos descrito con anterioridad, en cuanto al estilo ojival de puerta y ventanas, reserva, sin embargo, ciertas curiosidades que merecen la pena reseñarse. De dimensiones aceptables, contiente cuatro espacios o celdas, perfectamente delimitados, comunicados entre sí por aberturas de forma ojival, labradas en la roca. No obstante, en una de llas, se advierten trabajos de albañilería en los que se utilizaron rocas y cantos para levantar un muro de separación, de manera que se tiene la impresión de que los habitáculos fueron amoldándose a medida de los inquilinos que iban a ocuparlos lo hacía necesario.
En el habitáculo situado a mano derecha, según se entra, aparte de las alacenas de piedra, se localiza una columna en su parte central. La altura no representa ningún problema y permite caminar con toda comodidad por el interior de la cueva. No se advierten marcas ni señales, grabadas en la roca; y para ser honestos, tampoco es posible especificar en qué época y por quién se realizaron estos trabajos. Pero el lugar, sin duda, resulta de lo más interesante -incluso místico- y no hay que descartar, a priori, sorpresas en este sentido si se tuviera la oportunidad de poder realizar una exploración a fondo en las cuevas del nivel superior.
Comentarios
Por cierto, el otro día estabas "poligonero" y hoy "troglodita" jajaja. Un beso.
Un cordial saludo,