Juegos, templarios y mitos

'En el Camino de Santiago, la Oca se nos presenta en dos formas lingüísticas bien precisas. La más antigua, cuyo origen es pre-indoeuropeo: Auch, Ouche. Que a través del latín Aucam y del bajo latín Auca, ha producido Auca y Oca, en España, dando lugar en Francia a formas como "Auche" y "Oie". La más reciente, de origen indoeuropeo, derivado del sánscrito: Hamsa. Que a través del latín Anser y del gótico Gans, ha evolucionado, en España, produciendo Ansar y Ganso, mientras que la forma "Jars" quedaba relegada en nuestra península para afirmarse en Francia, donde ha producido una curiosa frase hecha: "dévider le jars", que en sentido figurado significa "hablar el argot", tanto del lenguaje de oficio, argot de los Constructores, como de lenguaje esotérico, argot iniciático o alquímico...'.

[Rafael Alarcón Herrera (1)]



La elección de este párrafo de Rafael Alarcón, se debe a varios motivos, aunque no exclusivamente al fenómeno observado con su cita en las obras de numerosos autores, que la han considerado esencial a la hora de hablar de un símbolo -la oca- que constituye todo un emblema de ese camino iniciático, que es el Camino de Santiago o Camino de las Estrellas, entre otras muchas denominaciones. Mis motivos, por supuesto, son personales y derivan, sine quanum, de dos conceptos básicos e indivisibles:

El primero, es el respeto y la admiración que profeso al Señor Alarcón, por sus extensos conocimientos, no sólo en lo referido a ésta materia o a un tema, el de los templarios, que podría considerarse, a priori, complementario, sino también a otras disciplinas de investigación, tanto o más complejas que las anteriores, y desde luego, no menos interesantes.

El segundo, quizás más importante, está motivado por la amistad que me une a su persona, y de la que, aparte de enriquecerme, humana y culturalmente, aunque huelgue decirlo, hace que me enorgullezca, pues no dudo de que todo aquél que le conoce, coincidirá conmigo en que se trata de una persona cuyo calibre humano bien merece un brindis.

Aún hay una tercera razón, que en mi opinión, complementa a las anteriores, y a la vez, desvanece bastante un factor en el que cada día creo menos, como es la casualidad: estuvimos juntos en Torres del Río y al menos, en cuanto a visualidad y percepción se refiere, nos hicimos eco, prácticamente, de las mismas cosas.

Torres del Río, es una pequeña e interesante población navarra, situada a escasos 36 kilómetros de otra provincia de mistérica relevancia, como es La Rioja. Una distancia aproximada, la separa, así mismo, de ese puntal tradicional donde todos los caminos se hacen uno solo, que es Puente la Reina; y además de compartir el privilegio de ser punto de parada y paso en el camino jacobeo, comparte, también, al igual que ocurre con la joya del Valle de Valdizarbe, Eunate, la leyenda negra de la autoría templaria, en relación a su templo más relevante: la iglesia del Santo Sepulcro (2), en cuyo interior, se conserva uno de los Cristos más hermosos de nuestro Patrimonio artístico románico

Pero, aunque sin duda interesante y atractivo, no es éste un tema que pretenda desarrollar en esta entrada, sino que, aprovechando las circunstancias de que en Torres del Río se localizan los elementos que conforman su título y sentido, sí me gustaría comentar siquiera sea como introducción para un desarrollo más profundo en el futuro, esta asociación de mitos, que constituye uno de los amplios y variados temas que concurren dentro de las circunstancias inherentes al Camino Jacobeo.

El Juego por antonomasia, aquél que más íntimamente está asociado a las vicisitudes supuestamente iniciáticas del Camino de las Estrellas, es el Juego de la Oca. Sus orígenes, desde luego, son inciertos, y cualquier esfuerzo encaminado a desverlarlos ha de verse, forzosamente, sometido al incipiente universo de la especulación. Dentro de este peculiar universo, y es de suponer que en base a parecidos razonables, se pretende ver un posible origen minoico -recordemos que en Creta se localizaba el Laberinto del rey Minos (4)- al ser comparado por la similitud del tablero con uno de los objetos más fascinantes y a la vez más polémicos -en la actualidad, se supone que se trata de un fraude- de los que hace o ha hecho gala de una disciplina académica estructuralmente fundamentalista, como es la Arqueología: el disco de Faistos.

Por asombroso que parezca, el disco de Faistos contiene una estructura similar al tablero, y como éste, está compuesto por un número semejante de casillas. Las casillas, a su vez, contienen una serie de símbolos, cuyo significado permanece incógnito a día de hoy. Ahora bien, por similitudes, también podríamos mencionar un antiquísimo y curioso juego, que se remonta a Egipo y más concretamente al periodo conocido como Imperio Antiguo. Su nombre es mehen, y aunque se desconocen por completo las reglas, se sabe que el juego se desarrollaba sobre un tablero en espiral y las fichas estaban compuestas por peones de marfil que tenían la forma de leones y bolas. Para añadir más misterio al asunto, la oca es un animal que no sólo formaba parte de la vida cotidiana de los egipcios, sino que además de estar representada en numerosas escenas localizadas en recintos funerarios, también, dependiendo del Alto o Bajo Egipto, era una de las formas que adoptaba el dios Amón, conocido entre otros sobrenombres, como el Oculto.

A la pregunta de qué papel tenía el Temple en relación al juego de la Oca, yo diría que posiblemente ninguno; la estricta observancia de su Regla prohibía a los templarios toda clase de juegos -incidiendo en el ajedrez- a excepción de la rayuela y las tabas, que estaban considerados juegos inocentes (5). Otra cosa distinta sería su utilización por las agrupaciones gremiales, bajo la protección o fuera de la protección del Temple.

Parece indiscutible, así mismo, que el Juego de la Oca es un juego adoptado por los peregrinos, aunque el cuándo quede pendiente por falta de datos precisos, y difícil resulta no encontrárselo en cualquiera de los albergues del Camino Jacobeo. En Torres del Río, pues, coinciden tres elementos que conforman uno de los grandes mitos del Camino: los peregrinos, la supuesta presencia del Temple en algún periodo de los siglos XII-XIII -de hecho, se habían establecido en casi todos los enclaves importantes del Camino de Santiago- y por supuesto, uno de los juegos más apasionantes e instructivos de todos los tiempos: el Juego de la Oca.






(1) Rafael Alarcón Herrera: 'A la sombra de los templarios, ediciones Martínez Roca, S.A., 3ª edición, octubre de 2004, 'El Camino de la Oca hacia Santiago de Compostela', página 69.

(2) El tema es relevante, por cuanto que suscita numerosos debates entre defensores y detractores de la autoría templaria de este modelo de iglesias de planta octogonal, basadas, a priori, en el modelo de la mezquita de Al-Aksá o Cúpula de la Roca, en Jerusalén. A Eunate y a Torres del Río, ha de sumarme, necesaria e imprescindiblemente, la iglesia segoviana de la Vera Cruz. Así mismo, creo que resulta relevante mencionar aquí la opinión de Régine Pernaud, una reconocida medievalista francesa, en tiempos conservadora de los Archivos Nacionales de Francia, que, aún tomando partido por los detractores de la autoría templaria de Santa María de Eunate y el Santo Sepulcro de Torres del Río, sí se mantiene a favor, sin embargo, de la autoría templaria de la Vera Cruz de Segovia (3).

(3) Régine Pernaud: 'Los Templarios', Librería El Ateneo Editorial, Argentina, 2ª edición, 1981-1983, Capítulo 3: 'La arquitectura de los templarios', página 35 y ss.

(4) El Laberinto del rey Minos de Creta, lugar donde el héroe Teseo dio muerte al terrible Minotauro, con la ayuda de Ariadna. En el tablero de la Oca, son éstas quienes hacen el papel de Ariadnas, ayudando al jugador que tiene la fortuna de caer en cualquiera de las casillas por ellas ocupadas. Por otra parte, el laberinto es un símbolo universal, que se localiza no sólo en numerosos templos románicos y hasta designa, en ocasiones, la marca personal del Magister Muri, sino que se remonta a la época de los petroglifos y se localiza a todo lo largo y ancho del mundo.

(5) Juan Eslava Galán: 'Los templarios y otros enigmas medievales', Editorial Planeta, S.A., 2001, página 23.

Comentarios

KALMA ha dicho que…
Y cuarto ¡Porque él lo vale! Cuando he visto la imagen del juego de la oca casi me pongo a jugar, la de trampas que habré hecho, jajaja, la verdad es que me da nostargia de la niñez, de los inviernos jugando en torno a un brasero ¡Lo más codiciado de la cas! Y Torres del Río, que puedo decir, la planta de "El Santo Sepulcro" ¡Una maravilla! Un beso.
juancar347 ha dicho que…
Palabrita de bruja. Es algo más que un juego, aunque intento imaginarte haciendo trampas para sortear los pozos o la cárcel. Todo un tributo al aprendizaje, a captar no sólo las enseñanzas del Camino sino mucho más allá, las de la Vida. Aún tiene muchas cosas que desconocemos. Torres del Río, como parada y fonda del Camino Jacobeo, resulta muy interesante también. La iglesia del Santo Sepulcro, por añadidura, es el no va más; no sólo la planta, la estructura, el diseño, los mensajes, los misterios que oculta...Un lugar muy recomendable. Un abrazo

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