El Pentagrama Mágico de San Bartolomé
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Dicen que Aleister Crowley, el gran mago negro inglés -o la Bestia 666, como le gustaba autoproclamarse con orgullo- visitó el Cañón del Río Lobos y la ermita de San Bartolomé durante el transcurso de su viaje místico a España, acaecido allá por los años treinta. Seguramente, uno de los fascinantes elementos que llamó poderosamente su atención, fuera cualquiera de las dos pentalfas formadas por corazones entrelazados, y de vértice invertido, que se localizan en el transepto de la ermita, las cuales constituyen, si no el mayor, sí al menos uno de los mayores enigmas de éste fascinante lugar, cuya autoría nadie parece dudar en atribuir a los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, cuyos antecedentes se remontan, como poco, a Jerusalén y al año 1118; es decir, a los templarios.
No debe de resultarnos en modo alguno extraño, puesto que este extraordinario símbolo, sin duda denostado por una religión temerosa aunque autoritaria, que consideraba maligno todo aquello que no comprendía, terminó por demonizarlo, abriendo de par en par las puertas para que acabara siendo adoptado por toda clase de adeptos a la magia negra, la brujería y el ocultismo, hasta el punto de llegar a considerarlo eminentemente propio.
Un tanto similar ocurrió, si nos detenemos un momento a pensar, con la esvástica, otro símbolo ancestral que, después de convertirse en el emblema oficial de uno de los peores regímenes totalitarios del planeta -por no decir el peor de todos-, aún en la actualidad continúa arrostrando el sambenito del nazismo.
La idea, en parte, resultaba de una sencillez casi infantil. Como si de una tirada rutinaria del Tarot se tratase, la inversión de su vértice ofrecía un significado celeste o infernal. Una explicación poco menos que infantil, me atrevería a decir, para un símbolo de tanta importancia, conocido, además, desde la más remota Antigüedad.
No sólo los pitagóricos lo adoptaron como símbolo místico y armonioso donde los haya, sino que también los grandes genios del Renacimiento -por citar un ejemplo significativo- como Miguel Ángel o Leonardo Da Vinci, sin ir más lejos, echaron mano de su extraordinaria dimensión a la hora de establecer los patrones determinantes de algunas de sus obras de mayor relevancia, como La Sagrada Familia, del primero o el famoso Hombre de Vitrubio, u hombre universal, del segundo.
Johannes Kepler, famoso astrónomo y matemático alemán, descubrió -seguramente influenciado por su irreprimible deseo de llegar a comprender algún día las leyes del movimiento planetario, que tanto le obsesionó en vida- que el pentágono y su forma tienen una presencia importante en la Naturaleza, sobre todo en el mundo vegetal, hasta el punto de constatar que son numerosas las flores cuyos pétalos, en número de cinco, adoptan esta forma. Ocurre algo similar con las semillas contenidas en numerosos frutos, como por ejemplo la manzana, que se distribuyen formando un pentágono estrellado.
Los ejemplos, siguiendo patrones naturales, podrían ser muchos y variados. Ahora bien, volviendo al tema que nos ocupa, la figura del pentágono se localiza en lugares destacados de numerosos templos y edificios. Uno de estos últimos, destacable, así mismo, por su singular planta de forma octogonal, es el conocido como Castel del Monte, curioso edificio de connotaciones herméticas, según algunos investigadores, que perteneció a una no menos emblemática figura del Medievo occidental: Federico II Hohenstaufen.
Se ha constatado, por ejemplo, que la puerta principal de entrada al Castel, conforma un pentágono circunscrito en una circunferencia, la longitud de cuyo radio -y en este detalle, desde luego la casualidad es ajena- coincide, exactamente, con la medida que, según la Tradición, se utilizó en la construcción del Templo de Salomón (1).
El pentágono, desde luego, no es un símbolo utilizado en exclusividad por los magister muri que sirvieron bajo el patronazgo templario. Pero sí podemos afirmar, que es un símbolo que se localiza en algunas iglesias emblemáticas de éstos, como por ejemplo, la iglesia de Santa María do Olival o dos Olivais, situada en la localidad portuguesa de Tomar, con la variante, también es cierto, de que el vértice, en éste caso, apunta hacia arriba; es decir, hacia el cielo.
Quien haya visitado la ermita de San Bartolomé, verá que ésta se asienta -ligeramente inclinada, como un barco varado en la arena de una playa- sobre un promontorio rocoso, muy cerca de la denominada Cueva Grande, lugar de culto que se remonta a tiempos inmemoriales, cuyos grabados rupestres se han ido perdiendo progresivamente, no tanto por los efectos del tiempo, como por la acción indiscriminada del hombre, que tampoco ha perdonado algunos elementos de la ermita.
Desde luego, los más importantes -que son, a simple vista, los conjuntos de enigmáticos canecillos que se distribuyen, tanto por la fachada principal lateral como por la media circunferencia del ábside- afortunadamente permanecen tal cuál fueron labrados y distribuídos, formando -con toda probabilidad- un mensaje cuya clave, desde luego, se ha perdido.
(1) Javier García Blanco: 'Ars Secreta', editorial Espejo de Tinta, 2006, pgs.133-134
Comentarios
J.
¿Cómo "baila" el reflejo del Pentagrama? Va muy rápido, no puede ser el reflejo natural de la luz del sol, a no ser que sea ¡Magia! ¿Cómo se consigue tan mágico efecto?
En la Edad Media, se dibujaban alargados pentáculos, para dibujar figuras humanas en ellos, la más famosa, sin duda: "El hombre de Vitruvio", y verlo moverse...
Abrazos.
Iconos, un comentario muy amable. En realidad, todos tenemos siempre algo que aprender o algo que mostrar a los demás. Digamos que entre todos nos complementamos y avanzamos en nuestra búsqueda. Con lo que aportamos cada uno, hacemos realidad una bonita palabra: progreso. No te falta razón: una delicia mágica; fácil de coseguir, es cierto, pero cuántas preguntas genera. Como le digo a Kalma, sería muy interesante poder estudiar ese y otros efectos en fechas de importancia o clave. Lástima que no siempre esté la iglesia a disposición de las personas. No obstante, aún hay mucho de qué hablar. Un abrazo