Templarios en Villaviciosa: San Andrés de Valdebárcena
Valdebárcena, al igual que Lugás (o Llugás), es un pueblecito de interiores, que se localiza en las cercanías de Villaviciosa. Zonas de bosque, más o menos tupidas y salvajes, se entremezclan generosamente con campos de cultivo y prados de un privilegiado color verde esmeralda durante la mayor parte del año, en los que prevalece esa imagen entrañable del ganado -vacas, principalmente- pastando.
De notable arraigambre en la región, aparte de los manzanos -el tratamiento de cuyo fruto, la manzana, la ha hecho acreedora con todo merecimiento a ser llamada por excelencia la Comarca de la Sidra- son los inmensos eucaliptos, que despiden, en un ambiente oxigenado y limpio de por sí -alejado del humo de las fábricas de las grandes capitales, como Gijón y Avilés-, embriagadoras fragancias a mentol.
Típicas, así mismo, son esas arcaicas, sugestivas construcciones de madera, los hórreos -principalmente- y las paneras, que escoltan, con sus patas o montantes en forma de conos, casitas de piedra y paredes blancas, en cuyos tejados se alternan, indivisiblemente, la teja y la pizarra.
Como no podía ser menos, de todo el conjunto destaca, sin embargo, la mole impresionante, con planta de una sola nave y porche enmaderado, de su iglesia parroquial de San Andrés. Una iglesia que, aún conociendo transformaciones a lo largo y ancho de su historia, hunde raíces en un periodo, no obstante poco conocido, como pueda ser, no me cabe duda, ese paso, singular y nebuloso que, remontándose a la reforma cluniacense, se ha convenido en denominar como románico.
Al contrario que en muchos lugares consagrados, y gracias a que la Providencia ha querido que se conserve casi intacta hasta nuestros días, en uno de los laterales destaca una pequeña lápida en la que se aprecian tres cruces griegas, que nos recuerda que ésta iglesia se terminó de construir el primer domingo de agosto de 1189, siendo consagrada, al parecer, por el presbitero Martino, pecador e hijo de la Iglesia y el obispo Roderico. He aquí, transcrito, lo que cuenta la leyenda fundacional:
Martinus presbiter peccator et filii eclesiae, Pater Noster qui es in celis, in era duocentessima vicessima septima post milesima episcopus Rodericus consecravit prima dominica de acustus. Pater Noster.
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