Templarios en Villaviciosa: iglesia de Santa María de la Oliva
Santa María de la Oliva. No deja de ser curioso encontrarse una iglesia dedicada a una Virgen con este calificativo, precisamente en una tierra que no destaca, es de suponer que debido a su clima, por dicho tipo de árbol y de cultivo. Villaviciosa, la Comarca de la Sidra. Recalo otra vez a las afueras de su casco urbano -en éste y sus alrededores es imposible encontrar aparcamiento- alrededor de las siete de ésta calurosa tarde de domingo. El cielo, aunque cubierto de nubes, no parece, sin embargo, amenazar lluvia, con lo que resulta lícito pensar que el terrible Nuberu -algunos se saltan la nomenclatura mitológica astur y lo llaman familiarmente Juan Cabrito- debe andar ocupado por otros lugares allende la provincia, cuando no por esa calurosa, inmemorial tierra egipcia, donde curiosamente, se supone que reside durante buena parte del año.
Hace bochorno, no obstante, y el tráfico es intenso en las inmediaciones de la iglesia, datada a finales del siglo XIII. No en vano, el templo se encuentra situado en ese punto estratégico en el que confluyen varias carreteras, cuyos destinos se pierden, bien en el interior de la comarca, unos; bien, en dirección a la Rerserva Natural Parcial de la Ría de Villaviciosa -visita que recomiendo, pues aparte de la iglesia de San Andrés de Bedriñana, se puede disfrutar, también, de pueblecitos de marinero encanto, como San Martín del Mar, El Puntal y Tazones- otros, o bien hacia las grandes capitales, como Oviedo, Gijón o Avilés, siguiendo la Autovía del Cantábrico. O lo que es lo mismo, siguiendo parte de ese antiquisimo Camino de las Estrellas, al que algunos autores, no desencaminados, desde luego, como el francés Louis Charpentier, ya definieron en su momento como la gran universidad en la que se instruyó la Edad Media.
Desde luego, en cuestión de instrucción, no se puede negar que el pórtico principal de acceso al templo, constituye, en sí mismo, una pequeña enciclopedia de saberes ancestrales, cuyas claves, hoy día, estamos muy lejos aún de dilucidar. Pero es innegable que están ahí. No son un vulgar espejismo; y aún desfigurada por la acción impasible del tiempo y la no menos estúpida impasibilidad humana -posiblemente peor y más dañina- esperan, inalterables, a todos aquellos que, abiertos de mente y espíritu, sean capaces de comprenderlas y recuperarlas para una posteridad empeñada en hacer oídos sordos a una Verdad Universal, que ha permanecido -y permanece- latente en determinados lugares a lo largo de milenios.
Posiblemente, yo no sea uno de estos afortunados; pero lejos de dejarme amilanar por el fantasma burlón de la incomprensión, mi pasión -supongo- me hace experimentar una sensación, similar, imagino, a la experimentada por todos aquellos que ven, nítida y perfectamente esculpida muy cerca de las columnas-estatua decapitadas, una inconfundible, solitaria y eminentemente misteriosa estrella de David, también conocida como Sello de Salomón.
Recuerdo, y lamento no tener conmigo el libro, la sorpresa experimentada por el escritor Xavier Musquera la primera vez que lo observó, y su consiguiente pregunta relacionada con un símbolo decididamente judío, y además bien visible, en un templo cristiano. Como él, no tardo en observar, perfectamente grabadas en la piedra, varias cruces paté frente a las que, una vez superada la sorpresa inicial, creo entender parte del enigma: los templarios.
Pocas órdenes -ni siquiera la del Hospital de San Juan de Jerusalén- mantuvieron tan estrecho contacto con otras culturas, otras religiones y otras formas de pensamiento como ellos. Incluso el apelativo virginal, de la Oliva, bien podría constituir, en este caso, una referencia a Jerusalén; o incluso al huerto de los Olivos, donde Jesús fue traicionado y prendido; en definitiva, una mirada hacia el Este, hacia la Casa Madre -definitivamente perdida el día 2 de octubre de 1187, cuando la ciudad fue tomada por el ejército de Saladino- lugar hacia el que, generalmente, solían orientar las cabeceras de sus tumbas.
Pero no es el Sello de Salomón y su trascendencia esotérica el único elemento que podría tener una estrecha relación con los templarios, aunque su descubrimiento en un templo cristiano ofrezca, quizás, el anuncio o testimonio del paso de uno de los principales gremios canteros -introductores, junto con el Temple, de ese estilo revolucionario en la época conocido como gótico- de los que, se sabe, fueron empleados y protegidos por los templarios y cuyas huellas destacan, sobre todo, en numerosas construcciones localizadas a lo largo y ancho del Camino de las Estrellas: los Hijos de Salomón.
A ellos atribuye Louis Charpentier (1) la creación, entre otras, de las impresionantes catedrales de Chartres, Reims y Amiens, así como también la de buena parte de las Nuestra Señora góticas. Me refiero, en este caso, a ese misterioso gremio cantero conocido como los Hijos de Salomón.
Según Charpentier, existían, principalmente, tres importantes gremios canterios. A saber:
Los Hijos del Padre Soubise, gremio fundado por éste misterioso y legendario monje benedictino.
Los Hijos del Maestro Jacques, que dejaron en gran número de construcciones situadas en el Camino de Santiago su marca característica, la pata de oca.
Los Hijos de Salomón, que firmaban muchas de sus obras con la estrella de 6 puntas o Sello de Salomón, y que tras el proceso a los templarios -donde provocaron algunos altercados- decidieron pasar a la clandestinidad, exiliándose muchos de ellos.
(1) Louis Charpentier: 'El misterio de la catedral de Chartres', Editorial Plaza & Janés, 1976
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