El Salvador y la Magdalena


No deja de ser un hecho cierto, independientemente de estar poco o nada documentado, que a la siempre carismática Orden del Temple se la ha asociado, no sólo con poseer lo más granado de las reliquias santas que motivaron que la Cristiandad -entre otros motivos políticos y económicos, más acordes a las ambiciones expansionistas de Papas y Reyes- se movilizara para la recuperación de los Santos Lugares, sino también, de ser los poseedores de secretos lo suficientemente importantes sobre los orígenes del Cristianismo, que de revelarse, harían temblar los cimientos de la Iglesia, y que, de hecho, unido a cuestiones como un poder poco menos que absoluto y un exceso de secretismo sobre su constitución y actividades de puertas para adentro, constituyó otro de los alicientes que jugaron en su contra,siendo profusamente utilizados en su caída. Antes de examinar los tesoros sacros contenidos en la Cámara Santa de ésta magnífica catedral de San Salvador de Oviedo -tesoros, que hipotéticamente custodiaron en la cima del Monsacro, monte sagrado y peculiar, situado a unos 8 kilómetros aproximadamente de la capital del Principado-, no estaría de más comentar, siquiera por encima, esa proximidad, que según numerosas fuentes -que cada vez tienen más y más adeptos en el mundo-, tuvieron el Salvador y una de las figuras más extraordinarias y apasionantes de la época en la que éste vivió, predicó y murió, siendo su sacrificio el preludio de una religión, que habría de convertirse en una de las principales del mundo: María de Migdal o de Magdala. Una figura controvertida, denostada y despreciada pero que, según numerosas fuentes, tuvo mayor grado de acercamiento al Maestro, que cualquiera de los demás, hasta el punto de barajarse un sin número de teorías, siendo las más relevantes, cuando no atrevidas, aquéllas que ven en ella en realidad al discípulo amado -aquél, a quien Pedro reprochaba que besara en la boca-, o, yendo más allá todavía, a la mujer que sobresalía sobre el resto, porque no sólo entendía al Maestro cuando utilizaba lo que bien podría definirse como lenguaje de los pájaros en relación a la comprensión de unos discípulos escogidos no precisamente por su inteligencia, sino que además, se convirtió en su esposa y compañera, hasta el punto de no ser pocos, así mismo, los investigadores e historiadores que ven en el episodio de las bodas de Canaán -recordemos, que una de las hidrias, se localiza en otro lugar considerado como templario, como es la iglesia de Santa María de Cambre, en La Coruña- el escenario de su propia boda. Casualidad o no, lo cierto es que no deja de ser un hecho cuando menos curioso, la proximidad que existe entre la figura románica del Salvador, tan venerada por los peregrinos -recordemos la vieja acepción: quien va a Santiago y no al Salvador, visita al siervo y olvida al Señor-, y el retablo de Santa María Magdalena, situado al comienzo de la girola o deambulatorio -probable recuerdo de los templos que recordaban la forma del denominado Sepulchrum Domini, de los cuales, probablemente el más carismática sea el de Santa María de Eunate, en Navarra-, a apenas unos metros de distancia y en el cual, la figura femenina, penitente y compungida, parece evitar mirar de frente a su Señor, quizás por ese qué dirán, en que ha basado siempre su política la iglesia paulista. Lejos de ser representada con su verdadero símbolo -el de la fortaleza, determinado por el Arcano XVI de las cartas del Tarot-, y sin el típico tarro de ungüento -en ocasiones, se sustituye por una sugerente copa griálica-, la Magdalena penitente ovetense, porta la cruz en su mano izquierda. Pero después de todo, y como en numerosas representaciones similares, el artista la vistió con el sayal escamado de la heterodoxia: aquél, que haciendo otro tipo de justicia a la figura de la serpiente, nos pone en la pista simbólica de la Sabiduría. Y si no, que se lo pregunten a la sierpe gnóstica que sale de la copa que tradicionalmente, también, sostiene San Juan en la mano. Y casualidades y romanticismos aparte, un dato a tener en cuenta: nadie se refiere al Monsacro como tal, sino como La Magdalena.



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