Los templarios de Moraime


A una distancia de poco más de tres kilómetros de Muxía, a cuyo municipio, de hecho, pertenece, se encuentra un magnífico templo, que conoce bien todo peregrino que, habiendo decidido continuar su andadura hacia ese misterioso y emblemático Finis Terrae, deja atrás la magnificencia del antiguo Campus Stellae, la catedral y la tumba del Apóstol: San Xulián de Moraime. Si bien, los efectos de la erosión parece que se hacen mucho más acusados por su situación de cercanía al mar que en otros de similar época y características levantados en el interior, las peculiaridades y el simbolismo asociado, hacen de este templo de San Xulián, uno de los más enigmáticos de todo un variopinto conjunto de construcciones sacras que bien podría denominarse –y de hecho, así lo denominan no pocos autores- como el románico gallego del Camino de Santiago. Independientemente de esto, y como en otros muchos casos, existen determinadas fuentes que lo relacionan con la Orden del Temple, sin que, presumiblemente, exista documentación histórica que avale dicha asociación, aunque no obstante, si observamos las características, así como algunos detalles añadidos, quizás podamos llegar a la conclusión de que pudo haberse dado tal posibilidad, nada descabellada, por otra parte, en aquellos brumosos siglos XII y XIII en los que, en ese imaginario tablero de ajedrez –o juego de la Oca, si se prefiere- que en el fondo es el propio Camino de la Vía Láctea, en el que, como queda ampliamente demostrado, éstos tuvieron una importante participación, principalmente en su importante función de custodios del camino.De orígenes benedictinos y dependiente, como tantos otros, del monasterio de San Payo de Antealtares, San Xulián –o San Xián, como también se le conoce-, tuvo, entre los altibajos de su longeva historia, el apoyo y el beneficio de reyes como Alfonso VII. No obstante pasando por alto el detalle de las numerosas modificaciones realizadas a lo largo de los siglos, que han ido afectando a su forma original de manera desigual, el conjunto sigue conservando buena parte de esa magnética influencia geométrica que no sólo juega con la magia de las proporciones, sino que también llama la atención hacia el fascinante mundo simbólico de los números, que tanta importancia tenía para los constructores medievales. De tal manera, que tanto en su portada principal, orientada a poniente, como en su portada secundaria, situada en el lado sur, la implicación numerológica parece determinar un papel fundamental y subliminal dentro del mensaje general. Si tenemos esto en cuenta, veremos que las tres arquivoltas de la portada principal contienen, respectivamente, 26, 15 y 14 personajes. Cantidades que, sumadas, nos ofrecen un número interesante: 55. Número que, sumado a su vez, nos da como resultado la Unidad; es decir, los orígenes del Todo: el número de Dios. Así mismo, pero desglosados por separado, nos ofrecen unos dígitos igualmente significativos, que no son otros que el 8, el 6 y el 5, los cuales también jugaron un importante papel, no sólo en la simbología medieval, como ya se ha dicho, sino en la particular cosmogonía utilizada por los caballeros templarios en sus construcciones; simbología que, como se afirma en los supuestos estatutos secretos de la Orden, haría honor a la recomendación que se les hacía de dejar los signos de reconocimiento en todos aquellos lugares que habitaran.

Por otra parte, y como base de apoyo, cuentan, a la vez, las referidas arquivoltas, con seis estatuas-columna o atlantes, distribuidas en número de tres a cada lado, detalle que, como se ha dicho, sigue los patrones compostelanos y entre cuyos sacros personajes, parece observarse, también, una referencia a los denominados santos gemelos –Protasio-Gervasio, Justo-Pastor, etc-, tan venerados por los templarios, incluyendo detalles como el personaje que se apoya en un báculo con forma de tau –uno de los tipos de cruz más sagrados de todos los utilizados por la Orden, aparte de constituir la firma de todo un santo caminero, como fue San Francisco de Asís- o ese curioso personajillo que se atusa con gesto irónico su doble barba. Relevante, así mismo, es la composición de los personajes de las arquivoltas superiores, porque si bien aquellos que se localizan en la segunda y la tercera arquivolta dan la impresión de estar sentados en una mesa, la parte inferior de la primera arquivolta representa un motivo acuático, quizás las aguas primordiales o, con más concreción en el tema, una alusión al pecado original y su remisión por las aguas del bautismo. Aparte de las referencias vegetales o foliáceas que abundan tanto en los capiteles exteriores como en los capiteles del interior, también es reseñable la presencia de esas pequeñas cabecitas que surgen de la floresta, en más o menos clara alusión a los dioses de la naturaleza de la antigua religión del mundo celta y precristiano, que nunca terminó de desaparecer del todo.



Más encaminada a la polémica resulta, probablemente, la singular portada situada en el lado sur, cuyo tímpano muestra lo que parece ser, a priori, una representación de la Santa Cena, bajo una perspectiva muy particular del artista, hasta tal punto, que muestra una mesa en la que están sentados un significativo número de comensales: ocho. El personaje central, evidentemente, es Cristo; a su izquierda, según nos situamos de frente –teóricamente, estaría situado a la derecha-, un personaje recalcadamente más pequeño que el resto, podría hacer alusión, quizás, a la controvertida figura del discípulo amado. Un supuesto discípulo al que señalan los demás, evidenciando la importancia que éste tenía para el Maestro, así como la intención primigenia del cantero por hacérselo notar a todo aquél que se plantara frente a la portada. Ahora bien, y aquí se podría meter el dedo en la llaga: si se tratara de una figuración de la Santa Cena y el personaje en cuestión se correspondiera con el discípulo amado: ¿se está haciendo referencia, en realidad, al joven Juan, o por el contrario, como señalan los evangelios apócrifos, se trataba de María Magdalena?. También podría darse el caso, hipotéticamente hablando, por supuesto, y como sugieren algunas fuentes, de que el artista hubiera querido aludir no a la Santa Cena, sino a otro episodio no menos fascinante y controvertido, donde también algunas fuentes gnósticas y apócrifas sitúan las propias bodas de Cristo: las bodas de Caná. Cierto es, no obstante, que en el tímpano no aparece, por ejemplo, la figura de una ánfora o jarra como clave para sostener tal suspicacia, pero ¿acaso no se conserva, en la relativamente cercana iglesia de Santa María de Cambre, aparentemente templaria también, una supuesta hidria de Caná, donde aquél realizó el famoso milagro de la conversión del agua en vino y que se supone que fue traída por los templarios de Tierra Santa?.

Suspicacias e hipótesis aparte, habría que reseñar, además, que junto al lateral norte de la iglesia, hay un pequeño cementerio, y en la pequeña pradera que se extiende entre éste y un cruceiro, se observan algunos sepulcros de piedra, así como sus respectivas losas desparramadas por el suelo que, en mejor o en peor estado de conservación, muestran, en algunas de ellas, un detalle significativo que, así mismo, solía ser representativo de los enterramientos de caballeros templarios: la espada. Tipo de losa funeraria que, casualmente, se localiza en otros lugares, tanto de probada como de supuesta pertenencia templaria, siendo una de tales losas la que se reutilizó como cancela a la entrada del recinto de un templo igualmente interesante, como es el de San Miguel de Eiré.

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