Vírgenes Negras de Madrid: la Virgen de la Flor de Lis
‘Nuestra Señora ha sido
el comienzo de nuestra religión y en Ella y en su honor residirá, si así lo
quiere Dios, el fin de nuestras vidas y el fin de nuestra religión, cuando
plazca a Dios que así sea…’. (1)
Posiblemente, hoy en día sea una
de las referencias marianas más antiguas de Madrid, pero también, una de las
más desconocidas por el público en general. No obstante, hubo un tiempo en el
que su culto llegó incluso a rivalizar con las dos Vírgenes Negras que se
reparten las mayores devociones del pueblo madrileño: la Virgen de Atocha y la
Virgen de la Almudena. Unida en parte a la historia de ésta última, sus
orígenes tampoco están nada claros, hasta el punto de que existen numerosas
divergencias al respecto entre los historiadores. Sí se sabe, no obstante, que
estuvo durante siglos en una de las diez parroquias intramuros que existieron
en la antigua Magerit: la de Santa María, iglesia que ocupó un solar cercano al
lugar en el que, con posterioridad, y en las inmediaciones de donde fue
encontrada su talla, oculta en un tramo de la muralla cercano a la Puerta de la
Vega, se levantó la catedral de la Almudena.
Fechado en el siglo XIII, este
lienzo románico que representa a la Virgen, entronizada con el Niño y una flor
de lis en la mano -de ahí su nombre, Virgen de la Flor de Lis-, resulta no sólo
un auténtico reto a la especulación, sino también, una de las escasas pruebas
del rico patrimonio artístico que tuvo la capital en ese periodo histórico en
particular. Un patrimonio, del que apenas quedan pequeños retazos en la
actualidad, es cierto, pero que no por ello dejan de ser, en el fondo, objetos
y reliquias, no exentos de auténtico interés.
Hay quien supone -y llegados a
este punto, bueno es volver a advertir que nos adentramos en pantanoso terreno
protohistórico-, que en el lugar donde se levantaba esta iglesia de Santa
María, se levantó en tiempos un templo visigodo, sobre el que los
conquistadores árabes levantaron una mezquita. E incluso se menciona, aunque el
origen de las fuentes sea bastante dudoso, el descubrimiento, realizado en 1618
de un sarcófago de madera en cuya lápida, de piedra, se indicaba que el finado
se llamaba Dominicus y que había muerto en el año 697. Para entonces, la
supuesta mezquita, como se ha dicho, se había reconvertido, por mediación del
rey Alfonso VI –el famoso monarca de la Jura de Santa Gadea, del Cantar
de Mío Cid-, una vez conquistada la ciudad, en la parroquia mayor de Santa
María. Tampoco parece estar muy claro, si la toma de Madrid se produjo antes
–como sería lógico pensar, que no sólo les pillaba de camino a las tropas
castellano leonesas, sino que además, hubiera resultado de una estrategia
absurda dejar un poderoso bastión intacto en su retaguardia- o después de la
toma de Toledo, acaecida en 1085. Pero el hecho, es que, según la tradición, la
pintura que representa a esta enigmática Virgen de la Flor de Lis, fue
realizada a instancias de la reina Constanza, esposa de Alfonso VI, con el fin
de que ocupara el Altar Mayor de la iglesia de Santa María, mientras se
encontraba la imagen de la Virgen Negra de la Almudena que, según refieren
algunas leyendas, provocaba tal pasión en el monarca, que éste hizo derribar
buena parte de la ciudad para encontrarla, circunstancia bastante dudosa,
también, y que tuviera su parte de verdad dentro de los actos consecuentes a la
propia toma y conquista de la ciudad.
Leyenda o realidad, y volviendo
de nuevo a la Virgen de la Flor de Lis –que algunos autores datan, motivados
por el estilo, a mediados del siglo XIII-, su rastro, por las circunstancias
que fueran, se perdió durante muchos años. Y no se hubiera vuelto a saber nada
más de ella, probablemente, si ese fatum o destino tan característico de
las tragicomedias griegas no hubiera jugado, allá por 1623 –algunos autores,
citan el año 1624- con el deseo de la reina Isabel de Borbón, esposa de Felipe
IV, de encomendar en este templo su embarazo a la Virgen, no hubiera movilizado
los oportunos actos de limpieza y adecuación y la pintura hubiera aparecido
–tal y como constantemente están apareciendo bajo las diferentes capas de yeso
que recubren las paredes de muchos templos-, oculta debajo de unas maderas. Era
un momento, al parecer, en el que la preeminencia mariana de los madrileños se
dividía entre la Virgen de Atocha y la Virgen de la Almudena, de manera que el
clero decidió ocultar el hallazgo, por temor a que ésta Virgen de la Flor de
Lis, entrara en liza con el culto a las otras dos. Por eso, su culto comenzó a
ser conocido algunos años después, llegando a alcanzar, no obstante, cierta
relevancia también.
En la actualidad, y
convenientemente protegida por un marco y un cristal, esta maravillosa y
singular obra de arte puede admirarse en la Cripta Neorrománica de la catedral
de la Almudena, al lado de una magnífica talla del siglo XVIII, muy venerada,
también, que representa al Cristo del Buen Camino.
Por último, y en consideración a la mediática importancia de los atributos con que se acompaña -no sólo la flor de lis, sino, por ejemplo, también la cruz tau, típica del periodo y de periodos anteriores (2) con que solía representarse la división del mundo en tres partes conocidas, así como la importancia que para ellos tenía la figura de Nuestra Señora-, cabría especular en una posible relación con esa caballería medieval templaria, que no sólo acompañó las campañas de este rey, sino que también, como se sabe, mantuvo diversos asentamientos por aquellos lugares que iban cediendo al empuje de las tropas cristianas, incluida esta medieval Magerit, por no mencionar otros lugares cercanos, como Santorcaz, Carranque, el propio Toledo, el conjunto visigodo de Santa María de Melque o el cercano castillo de Montalbán, donde se asentó parte del ejército que participaría posteriormente en la famosa batalla de los Tres Reyes, más conocida como la batalla de las Navas de Tolosa.
(1) 'Peregrinos, hospitalarios y templarios', Texto de Oursel/ Fotografía de Zodiaque, volumen 10 de la serie Europa Románica, Ediciones Encuentro, 1ª edición española, diciembre de 1986, página 333.
(2) Sirva como ejemplo de ello, la magnífica representación pictórica contenida en la cabecera de la ermita visigoda de Santa Comba de Bande, en la provincia de Orense.
Para mayor información, se recomienda la siguiente bibliografía:
- Pedro Montoliú Camps: 'Fiestas y tradiciones madrileñas', Silex Ediciones, 1990.
- Pedro Montoliú Camps: 'Enciclopedia de Madrid', Editorial Planeta, S.A., 2002.
- 'Vírgenes de Madrid', Instituto de Estudios Madrileños y Santillana S.A. de Ediciones, 1966.
Comentarios
Un beso.