El Peto de Ánimas: una rareza de San Pedro da Mezquita


No deja de ser curiosa, por denominarlo de alguna forma, la manera con la que, en el Norte de la Península, sobre todo, se generalizaron este tipo de objetos de culto, que también de alguna manera, ocultan ciertos remedos de recuerdos ancestrales, paralelamente revestidos piedad y superstición. Son los denominados petos de ánimas, los cuales, junto con los cruceiros e incluso con los santuarines -pequeñas capillas, de ánimas también, que en su tiempo fueron bastante populares en los pueblos-, que en su justa medida, ofrecen una visión cuando menos apasionante, al menos desde un punto de vista antropológico y cultual, que abre algunas interesantes perspectivas, sugiriendo, a la vez, aunque de un modo anónimo y en muchos casos, personalizado -como sería el presente-, la continuidad de esas corrientes subterráneas que circulaban en el sentimiento popular y que, tildadas o no de lirismo folklórico, constituyen, a su manera, una parte primordial de ese rico conjunto monumental, al que denominamos Tradición.
Se consideran petos de ánimas, por lo general, a aquéllos objetos eminentemente relacionados con el culto a los muertos y asociados a la idea del Purgatorio. Dado que en muchas ocasiones, estos sencillos monumentos populares se encuentran en caminos y en encrucijadas, no sería desestimable considerar la idea de pensar en ellos como en una prolongación arquetípica de los antiquísimos cultos a los manes, cuya manifestación más evidente, continúa vigente en nuestros días, con una romántica perseverancia en numerosos lugares afines al Camino de Santiago. Lugares donde los peregrinos, continuando una costumbre -entiéndase en el sentido más primordial de continuidad de la tradición-, y a modo de simbólico óbolo -recordemos también al mitológico Caronte y su relación manifiesta con el mundo de ultratumba- depositan una piedra o incluso algún objeto de carácter personal, con el fin de tranquilizar a los posibles espíritus inquietos -digámoslo de esa manera- y de paso, augurarse un afortunado y venturoso camino. Uno de estos lugares, quizás el más popular -y si no, que lo juzguen los propios peregrinos, que durante generaciones han ido depositando puntualmente esa montaña que convierte la base en monxoi- no sea otro que la denominada Cruz de Ferro de Foncebadón, situada en lo alto de los montes de León, a escasos kilómetros de distancia de la moderna encomienda templaria de Manjarín.
Como ya se aventuraba en las entradas anteriores, San Pedro da Mezquita también se encuentra dentro de uno de los ramales del Camino del Santiago: el denominado como Camino Mozárabe o Vía de la Plata, comentándose, así mismo, su más que posible relación con el Temple. Don David, una persona campechana y afable, de la que, a juzgar por su edad, justo es suponer una cercana jubilación, es el párroco del lugar. Un párroco, justo es añadir, de los que, por desgracia, ya van quedando poco; detalle que -considéreseme egoísta o falta de objetividad-, particularmente me entristece. Y me entristece porque, durante mis ya largos desplazamientos por esos caminos y esos pueblos de Dios, puedo decir, en base a la experiencia acumulada, que algo entiendo ya de puertas cerradas y de párrocos hostiles, cuya incomprensible conducta, en algunas ocasiones, te obliga a regresar por donde has venido, planteándote la dolorosa cuestión de si entre el sacerdocio nacional, se ha perdido esa cualidad fundamental que debería de ser en ellos, no sólo una característica sino también un ejemplo: la vocación. Sobre todo, cuando hablamos de lugares que, como este, se encuentran situados en cualquiera de las múltiples rutas y caminos frecuentadas por peregrinos. Por fortuna, no es el caso, y espero sinceramente, que Don David, a pesar de esas nieves que convierten en blancos fiordos buena parte de su gentil cabeza, siga recibiendo a los extraños -sean estos peregrinos o no- con esa afable cordialidad cristiana, con la que, me consta y agradecido le quedo, dedicación y amor, sobre todo a la hora de abrir las puertas de ese monumental templo y mostrar todas las interesantes maravillas que en él se guardan. Así fue, como me encontré con este curioso peto de ánimas, realizado hace ya muchos años por un pastor del lugar. Un peto en cuya temática, por poco que uno se fije, recordará las referencias que se daban al comienzo de la presente entrada sobre esos recuerdos ancestrales atesorados en la memoria colectiva del pueblo y quizás coincida con mi opinión, en que, entre esos recuerdos, el buen hombre, posiblemente con todo el propósito del mundo, quiso hacer una alusión a esos caballeros templarios, que a instancias del rey Alfonso VII, se habían erigido en custodios y guardianes de la tierra de sus antepasados. Porque, puestos a dejarnos llevar por la intuición, ¿no veríamos, allá, en la parte derecha, a un perfecto caballero templario, con la cruz paté en el broche de su capa y una hoja de palma, o símbolo de martirio, en su mano derecha?. Y esas almas que se consumen en ese fuego del infierno o del  purgatorio situado debajo de la Virgen, la Señora o Dama por antonomasia del Temple, ¿no sería, por casualidad, una alusión al triste final que tuvieron estos misteriosos y a la vez sufridos caballeros?.
Que cada uno, saque sus propias conclusiones. No obstante, como interesante rareza, le viene que ni pintado a los ya de por sí numerosos enigmas del lugar. 

Comentarios

Alkaest ha dicho que…
Muy aguda deducción y aproximación al "peto de ánimas" de este templo.
Como dice el adagio, libremente traducido: "Si no es verdad, al menos está bien traído".

Respecto a los sacerdotes de antaño y hogaño, no tengo más que añadir, sino darte toda la razón.
A muchos habría que soltarles aquella pregunta, que lanzó Lisa Simpson a la cocinera de su escuela: "¿cuando perdió usted su pasión por este trabajo...?"
Con el agravante de que, los "guisos" que "cocina" un sacerdote son para alimento del alma y no del cuerpo.
A buen entendedor.

Salud y fraternidad.
juancar347 ha dicho que…
Hola, Magister
Sin duda que se echan de menos más de estos sacerdotes, orgullosos del templo que tienen bajo su cargo y orgullosos, también, de mostrarlos sin reticencias. Don David, párroco de este templo de San Pedro da Mezquita, no te quepa duda de que es uno de ellos, y tanto su bondad como su interés, bien merecen unos elogios y una justa gratitud. De no haber sido por ello, posiblemente este, cuando menos curioso peto de ánimas, me hubiera pasado completamente desapercibido, pues está situado a buen recaudo en el interior de la sacristía. No sé si mi deducción puede ser acertada o no, pero sin duda el pastor que lo hizo, puso en su obra cierta intencionalidad que no pasa desapercibida. Ante ello, no puedo menos que remitirme a la Tradición y recordar que, precisamente la figura del pastor, siempre lleva aparejada la relación con el 'Conocimiento'.
Un abrazo

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