El Cañón de los Templarios
Visto desde este tradicional mirador de la Galiana, sólo cabe un adjetivo para definirlo: impresionante. Esta falla antediluviana, que se extiende a lo largo de una treintena de kilómetros por las provincias de Soria y de Burgos, alberga, en lo más profundo de su corazón, una de las joyas más emblemáticas y a la vez más misteriosas de cuantas nos ha legado la que posiblemente fue la más importante y mediática de las órdenes de caballería medievales: la Orden del Temple.
Desde ésta posición, la ermita templaria de San Bartolomé no se advierte, aunque también es cierto que aquéllos que conozcan la zona, pueden situarla mentalmente sin dificultad entre los farallones y la arboleda que se advierte al fondo y a la derecha, siguiente la carreterilla que se desvía en dicha dirección, junto al puente bajo el que discurre el río Ucero, cuyo nacimiento se localiza algunos metros más arriba.
Hacia la izquierda, es fácil observar el Centro de Interpretación y la piscifactoría, y más allá, enhiesto y solitario en lo más alto del monte, como un halcón al acecho, el contorno inconfundible del castillo de Ucero, posición estratégica desde la que los aguerridos fratres milites vigilaban la entrada a este Cañón del Río Lobos.
Ocho siglos después, aún persiste una inquietante pregunta: ¿qué objeto tenía ésta ermita en un lugar tan apartado y solitario?
Un gran enigma histórico, sutilmente aderezado por unas panorámicas extraordinarias.
Comentarios
El Temple, como institución, no estaba compuesto por una sola pieza, sino por muchas.
Existía el Temple guerrero, el comerciante, el religioso, incluso el poético, el filosófico y, como no, el espiritual.
Este cañón del río Lobos, fue siempre ideal, por su aislamiento, para el retiro eremítico.
Aquí, el Temple, si es que el lugar le perteneció alguna vez, pudo tener un refugio tranquilo, lejos de las distracciones mundanas, donde sus hombres de Espíritu pudieran meditar sobre cuestiones trascendentes.
Si ello fue así, o no lo fue, lo cierto es que, quien quiera que fuese el que habitó estas soledades, tuvo tranquilidad para meditar, para pensar, para vivir la profundidad interior.
El entorno que aquí ofrece la Madre Naturaleza, es un excelenta catalizador para las energías de nuestro yo profundo.
Quien lo probó, lo sabe...
Salud y fraternidad.
Cómo me gusta perderme en este sitio, ver los nenúfares, cobijarme a la sombra de una de sus cuevas e imaginar a los primeros moradores... ¿Cuantas personas las habrán habitado?
¡Me gusta tú entrada! Un besote.