San Juan de Rabanera y el enigma de la Virgen del Espino
Musa
de escritores y poetas, noble y melancólicamente recogida a la vera del Duero,
Soria, como Teruel, comparten algo más, después de todo, que una existencia tradicionalmente puesta en
duda por el aparente desinterés gubernamental y derivado de éste, cuando menos
hasta tiempos relativamente recientes, una carencia vital de infraestructuras:
el gran protagonismo histórico que tanto en una como en otra provincia, jugaron
en el pasado las órdenes militares. Tanto es así, que en lo que a Soria capital
se refiere –dejando aparte las numerosas tradiciones relacionadas, de
continente y contenido y escasas fuentes documentales-, al menos hay dos
lugares de los que no se duda, si bien, como veremos, hay alguna opinión
encontrada: los monasterios de San Polo y de San Juan de Duero.
Atribuidos a templarios y sanjuanistas, respectivamente, cabe señalar, sin
embargo, que con respecto a éste último existen disquisiciones –quizás Gustavo
Adolfo Bécquer supiera algo más, cuando situó en el Monte de las Ánimas su tenebrosa e internacional leyenda-,
la sospecha de que antes de que se levantaran esos maravillosos y únicos arcos
del románico español que conforman su claustro –a éste respecto, se puede
mencionar la interesante hipótesis de Javier Martínez de Aguirre (1), relativa
a que su supuesto claustro pudo ser una idea innovadora del anónimo Magister Muri, evocadora del Sepulchrum Domini de Jesuralén-,
relativas a que esa humilde ermita que aparentemente los caballeros
hospitalarios recibieron en tiempos del rey Alfonso VIII –recordemos que fueron
precisamente ellos, los que escoltaron a su futura esposa, Leonor de
Inglaterra, descansando de su viaje en la encomienda que éstos tenían en
Hortezuela, de la que apenas se conserva hoy en día la iglesia, muy
modificada, sobre cuyo sencillo pórtico de entrada todavía se puede observar un
escudo con una cruz de Malta o de Ocho Beatitudes-, pudiera haber pertenecido
anteriormente a los caballeros templarios. Instalados éstos al otro lado del
puente medieval, y cerrando el monasterio de San Polo –actualmente, de
propiedad privada y en vías de rehabilitación-, el camino a la esotérica ermita
de San Saturio, Patrón de la ciudad, de su recuerdo –todavía vívido en
aquéllos tiempos en que en San Polo apenas moraba Ginés de Lara, al que se
considera el último templario y que, según el escritor y teósofo extremeño
Mario Roso de Luna, desapareció misteriosamente en lo más recóndito de esa enigmática
Sierra de la Demanda burgalesa-, se conserva, igualmente ligado a una
fantástica leyenda recogida por una autoridad en la materia, Rafael Alarcón
Herrera (2), un magnífico Cristo gótico, situado en la cabecera del templo de
San Juan de Rabanera. Un templo éste –situado casi enfrente de la Diputación
Provincial y al final de esa curiosa calle de Caballeros, que desciende de las
alturas donde se localizan el templo de la Virgen del Espino y el cementerio
municipal-, que a pesar de su apariencia, debe la mayoría de sus elementos
–incluida la magnífica portada; pudiera ser que también el pozo, elemento de
evocaciones celtas pero peligroso para los jugadores del emblemático Juego de la Oca, e incluso ese
determinante enlosado que circunda la entrada principal de la iglesia, donde
tal vez les enfants de Maître Jacques,
firmaran con la señal característica de su antiguo y misterioso gremio: la pata
de oca-, a la cercana y defenestrada iglesia de San Nicolás, de la que sólo se
conservan algunos restos, entre los que milagrosamente han sobrevivido unas
pinturas románicas –actualmente mejor protegidas, más vale tarde que nunca-,
que muestran el asesinato del arzobispo de Canterbury, tema relacionado, a
su vez con el Temple, si hemos de creer la afirmación del escritor y periodista
Piers Paul Read (3), de que a los asesinos se les conmutó la pena de muerte a
cambio de servir con los templarios en Tierra Santa; lo que era, después de
todo, una ejecución en toda regla. Llegados a este punto y puestos en antecedentes,
no debería sorprendernos que entre lo que no está en su sitio y todo aquello
que por circunstancias desconocidas –aunque, generalmente, poco claras- terminó
en esos insondables limbos del escamoteo y del olvido, figuren, especialmente,
esos continentes de heterodoxia que son las Vírgenes románicas y también las
góticas. Admítase tal afirmación o no, lo cierto es que Soria es prolífica en
este tipo de imágenes, la mayoría de las cuales se acompañan de su
correspondiente certificado de origen, denominado éste, leyenda y tradición,
donde el pueblo –por mucha incultura que se le haya querido atribuir a lo largo
de la Historia-, ha sabido mantener, no obstante, unos símbolos de identidad
que se remontan, cuando menos, a aquellos tiempos en que los genes celtíberos
apuntaban hacia las ubres de unas deidades que, después de todo, ni romanos, ni
visigodos, ni sarracenos ni tampoco misioneros cristianos consiguieron del todo
domeñar.
El Temple no fue ajeno a este
ambiente; y de hecho, previsiblemente, en muchos casos de milagrosa aparición
de Virgen negra, la larga sombra de las capas de sus caballeros anduvo
sospechosamente detrás. También es cierto, que muchas de las imágenes marianas
de esa febril actividad artística –en muchos casos atribuida descaradamente a
San Lucas, que no al carpintero más famoso, aparte de Noé, que fue el propio
San José-, han desaparecido misteriosamente, siendo las causas realmente más
humanas que sobrenaturales: los chamarileros avispados –y que conste, que no
señalo en dirección a la Maragatería, que España, nos guste o no, es país de arrieros-;
el judío errante (4) –que en algún lado figura, que lo vieron en muchas
ocasiones rondar el Camino de Santiago e incluso entrar en la catedral, vaya
Vd. a saber con qué intenciones-, la francesada –que invadir países y hacer la
guerra pa ná…-, los hijos furibundos
de la Desamortización –Mendizábal, ego
non te absolvo- o, por qué no decirlo, el conspicuo padre Ángel de la época, que se sacó unos durillos…supongamos, en
buena ley, que para dar de comer a los pobres o arreglar el tejadillo de la
ermita, o apurando lo inapurable, el ricacho egoísta, ególatra y caprichoso,
que por no compartir, no comparte ni los buenos días con esa legión de Dios
que, después de todo, es el pueblo llano. Sea como sea, y de una manera
desconcertante, si recientemente me sorprendió la aparición vía legalitas et subasta de una genuina
talla románica que perteneció al monasterio de San Pedro de las Montañas, en
Cangas del Narcea, Asturias, mucho más aún, si cabe, fue mi sorpresa al entrar
en este templo de San Juan de Rabanera y encontrar una talla mariana, hermosa y
fantástica, que a ojo de buen cubero –un cordón, sin embargo, impedía traspasar
el límite de ese sancta-sanctorum que es el altar-, parecía genuinamente
original. La sorpresa fue aumento, evidentemente, cuando, al preguntar por el
nombre o advocación de la talla, se me dice: ‘es la Virgen del Espino’. A lo que, lógicamente estupefacto,
agrego: ‘pero será una copia, ¿no?, porque,
según tengo entendido, si ésta imagen es, supuestamente, la que figuraba allí
arriba, en la iglesia que lleva su nombre, consta como que se perdió en un
incendio’. Reconozco, que la respuesta me dejó KO: ‘No. Ha estado guardada cien años en una caja de seguridad’. Vivir
para ver. Como decía al principio, Soria es prolífica no sólo en imágenes
marianas, sino también, en imágenes marianas con ésta específica advocación.
Hasta el punto, de que, si repasamos un pequeño censo espinar, observaremos que junto a ésta, figuran la de la catedral
de El Burgo de Osma, talla que está tradicionalmente hermanada con la de Barcebal –a pesar de las diferencias existentes
entre ambas, cuenta la tradición que ambas tallas salieron de la misma madera
de espino- pequeño pueblecito que se encuentra, aproximadamente, a mitad de
camino entre El Burgo de Osma y Ucero y el Cañón del Río Lobos, y por supuesto,
situados ya en esas Tierras Altas, que tanta historia y tantos secretos
albergan todavía, no podemos olvidar a aquélla otra –negra, negrísima, hijas de
Jerusalén-, cuya mirada, hierática, no quita ojo a esos formidables tapices,
cuya réplica podemos entrever en televisión, cada vez que Su Majestad el Rey
recibe a los candidatos del Gobierno y en otras ceremonias de similar pompa y
circunstancia. Dicho esto, queda plantearse una espinosa cuestión: ¿hemos de
suponer, que nuestras más preciadas reliquias, están regresando a casa por
Navidad?. Y ya que se menciona, ¿por qué no aprovechar la ocasión para
desearos, estimados amigos y lectores, una muy Feliz Navidad y que la pasión
por el Temple reparta suertes, que secretos y huellas quedan todavía a montones
en esas vías de ensueño que son nuestros pueblos y caminos?. Lo dicho: Feliz
Navidad.
Non nobis Domine, non nobis sed Nomine Tuo da Gloriam.
(1) http://pendientedemigracion.ucm.es/centros/cont/descargas/documento17148.pdf
(2) Rafael Alarcón Herrera: en cualquiera de su extensa y prolífica obra, podremos encontrar referencias tanto a éste Cristo de San Polo o Cristo Cillerero, como a la presencia del Temple en la provincia de Soria. Baste citar, como ejemplo: A la sombra de los templarios, La otra España del Temple, La última Virgen Negra del Temple.
(3) Piers Paul Read: 'Los Templarios, monjes y guerreros', Ediciones B, S.A., 1ª edición, marzo de 2010.
(4) Tal vez fuera el mismo que se frotó las manos e hizo un negocio redondo, sacando de extraperlo las insuperables pinturas de San Baudelio de Berlanga.
Comentarios
agradezco su amable comentario. Como bien dice, la magia en este país no es otra que el birlibirloque, el aprovechamiento de la incultura y extraer con malas artes parte de esa identidad y herencia inmemorial que a acompañado a los pueblos a lo largo de su historia. En ocasiones, por otro tipo de magia menos comprensible, algunos retoños aparecen misteriosamente. Miedo me da pensar, que en este caso, vuelva a ponérsenos el caramelo en la boca para que el día menos pensado, esta excelente imagen mariana vuelva a desaparecer...¿por otros cien años?. De momento, animo al que tenga interés, a acercarse hasta este emblemático templo y disfrutar de su visión. Si además, como parece ser el caso, se conoce la ciudad y sus encantadores rincones, pues mejor que mejor.
Un cordial saludo y gracias otra vez por su atento comentario.