Ribadavia: ¿un sepulcro templario en la iglesia de Santiago?


De la presencia sanjuanista en Ribadavia, así como en otras antiguas e importantes poblaciones de Galicia, muchas de las cuales, conservan todavía buena parte de su medieval encanto y esplendor, parece ser que no existe margen para la duda, como demuestra, entre otras, la documentada iglesia de San Juan, que aunque pasaremos de largo en la presente entrada, conviene decir, no obstante, que conserva, en su originalidad románica, numerosos elementos de interés, cuya rica simbología, daría margen más que suficiente para un interesante estudio aparte. Su situación, así como la situación de otras dos iglesias dedicadas a relevantes figuras, como María Magdalena y Santiago, conformarían, metafóricamente hablando, por supuesto, las tres torres, bastiones o baluartes que se alzaban alrededor de un casco antiguo, en el que parece evidente la presencia, además –y éste es un dato interesante a tener en cuenta-, de un importante núcleo habitacional y cultural: el judío. Si la iglesia de la Magdalena alguna vez fue románica, no queda, a la vista del templo actual –ajeno al culto y dedicado a museo-, nada que así lo recuerde, excepto un detalle bastante más que relevante: tanto la iglesia, como la plaza, como el entorno llevan –con una más que sospechosa obstinación que invita a especular sobre la importancia que su figura tuvo en la Ribadavia medieval-, su nombre. De uno de los laterales de ésta Praza da Madalena –que también se conoce como Praza Vella-, parte la Rúa de Santiago, que perpendicular a la Rúa de Xerusalén y en apenas una veintena de metros, desemboca frente a la portada principal, orientada hacia poniente, de la iglesia de igual nombre, dedicada, obviamente, a la figura del Santo Patrón y por añadidura, escala ineludible de los peregrinos que se dirigen hacia Compostela siguiendo la denominada Ruta o Vía de la Plata a su paso por Orense, en las cercanías del emblemático monasterio de Santa María de Melón y muy próximo, también, a la frontera con Pontevedra.

Tal vez más austera, en cuanto a ornamentación y simbolismo y quizás peor conservados éstos que los de la homóloga iglesia de San Juan, la iglesia de Santiago ofrece, sin embargo, algunos misterios, que cuando menos, merecen una llamada de atención. El principal, por lo que respecta al tema de la presente entrada, es un enigmático y por supuesto anónimo sepulcro que se localiza en un arcosolio añadido a la fachada sur, en cuya portada se aprecia un capitel que nos recuerda, así mismo, el interés que, al parecer, generó también en esa Ribadavia medieval, otra interesante figura femenina: Santa Catalina de Alejandría, personaje al que algunos historiadores identifican con la relevante Hipatia, figura interesante, cuya vida coincidió con los primeros tiempos del Cristianismo y que ha sido recientemente llevada al cine por Alejandro Amenábar, en su película titulada Ágora. Dicho capitel, es fácilmente identificable, pues muestra la cabeza de una mujer, debajo de ésta una paloma y en el lateral dos ruedas, la superior con el centro en forma de cruz, elementos simbólicos que forman parte de su leyenda dorada. Precisamente, en un sillar situado junto a éste capitel, una curiosa inscripción llama poderosamente la atención, pues al contrario que el típico me fecit que en muchos templos proporciona el nombre del magister muri, en el templo de Santiago se sustituye por el fezo laurar del donante: Johan.

Por desgracia, parece ser que éste lateral sur es utilizado por la xente de la movida y el botellón, como improvisado urinario, por lo que el hedor a heces humanas resulta poco menos que vergonzoso e insoportable, siendo más notorio en las proximidades del sepulcro al que se hace referencia. Completamente anónimo, como ya se ha dicho también, la losa superior muestra, no obstante, un elemento que da ciertamente que pensar: un largo bastón, rematado en un círculo, en cuyo interior se localiza, perfectamente esculpida, una sugerente cruz del tipo paté o patada. En definitiva, algo muy similar a los bastones de mando que solían portar los Maestres de la Orden.


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