La Cámara Santa de la Catedral de Oviedo y las reliquias del Monsacro
Poseedoras
de un determinante halo de leyenda y de misterio, las reliquias que se
custodian en la Cámara Santa de la catedral de San Salvador de Oviedo, atraen,
al cabo de los siglos, a una multitud de personas, de todo tipo y condición, raza
y creencias religiosas, que no sólo se dejan llevar por la fascinación añadida
a unos objetos portadores de una estética rica en materiales y genuinamente artesana
en elaboración, sino en la que aprecian, sobre todo, una parte importante, o
cuando menos esencialmente significativa, de una cosmogonía cultual, que
todavía se mantiene vigente al cabo de dos mil años, y que hemos de remontar a los
primeros tiempos del Cristianismo y a sus principales protagonistas, conformado
un auténtico compendio de historia, mitos, ritos y leyendas en los que, de
forma más o menos directa, estuvieron implicados los más grandes buscadores y
custodios de reliquias de la Edad Media: los caballeros templarios. Partiendo
de esta base, aunque sin desdeñar el cariz mitológico e hipotético que ve en
ellos la personificación ideal de los misteriosos fratres que con el beneplácito y la generosidad del rey Fernando II
de León y de la reina de Asturias, su hermana doña Urraca –anecdóticamente
hablando, todavía se pueden contemplar en el concejo de Teverga, algunas de las
valiosas joyas que donó, entre otros, al monasterio de San Pedro, actualmente
reconvertido en colegiata-, se mantuvieron durante muchos años haciendo labor
de guardia y pastoreo en la cima del Monsacro y lugares aledaños. Una cima,
envuelta en las brumas del misterio –en la que primigeniamente, se rendía culto
no sólo a la figura de la Gran Diosa
Madre, sino también a dioses que dieron su nombre a las cumbres más altas de
provincias vecinas antes de ser derrocados por el tonante Júpiter romano, como Teleno-, y donde, levantadas a la vera
de numerosos túmulos neolíticos, en su gran mayoría sin excavar y explorar, dejaron
a la posteridad dos singulares ermitas románicas: una, denominada capilla de abajo y dedicada a la figura
de María Magdalena (1), y otra, conocida como capilla de arriba, bajo la advocación de Santiago, pero que según
algunas fuentes, inicialmente estuvo dedicada a la figura de una Virgen Negra por excelencia: Nuestra Señora del Monsacro (2).
Precisamente, es la planta octogonal de ésta ermita –siguiendo los patrones del
denominado Sepulchrum Domini de
Jerusalén, de cuyos ejemplos más relevantes en la Península Ibérica, se pueden
citar Santa María de Eunate, el Santo Sepulcro de Torres del Río y la iglesia
segoviana de la Vera Cruz, sin olvidar el resurgimiento, sobre todo en los
siglos XVII y XVIII, de ermitas con planta circular u octogonal, dedicadas, por
regla general, a las figuras de Cristos con fama de muy milagrosos, entre las
que se pueden citar, como ejemplo, la de Briones, en La Rioja y la de Almazán,
en Soria, aparte de la de San Saturio- la que sustenta, también buena parte del
mito, si bien no se puede decir categóricamente que sea un modelo exclusivo de arquitectura templaria, como se ha
venido aceptando sui géneris, desde
que en el siglo XIX el genial arquitecto francés Viollet le Duc –restaurador,
entre otras, de la magnífica catedral de Notre
Dame de París-, lo propusiera, más como especulación (3) que como dato
científicamente comprobado. También es aquí, en la ermita de Santiago –levantada sobre un
antiguo dolmen, según se especula (4), aunque no se han realizado las excavaciones
pertinentes que lo confirmen o desmientan-, y en un pozo conocido como de Santo Toribio, donde se ocultó el
Arca –no olvidemos el doble sentido de esta palabra, pues tanto en Asturias
como en Galicia, el vocablo arca se
empleaba también para designar precisamente a los dólmenes- con las Santas
Reliquias que se puede ver en primera fila en la Cámara Santa de la catedral
ovetense, por delante del Santo Sudario –del que se hablará en una próxima
entrada-, y de otras maravillas, como la famosa Cruz de los Ángeles y la Caja
de las Ágatas, ofrecida por el rey Fruela II y su esposa Nunilo a la catedral,
en el año 910. De estilo mozárabe, madera de roble –uno de los principales
árboles sagrados de los antiguos pueblos celtas-, y recubierta de láminas de
plata, la parte central representa un magnífico Pantocrátor, con la figura principal de Cristo protegida en su mandorla o piscis vesica flanqueada por los símbolos de los Cuatro
Evangelistas y escoltada a ambos lados por las doce figuras apostólicas.
El
Arca Santa, fue abierta en marzo de 1075, por el rey Alfonso VI. En tan solemne
y memorable acto, le acompañaron, según las crónicas, su esposa Jimena, las
infantas Urraca y Elvira, el Cid Campeador Rodrigo Díaz de Vivar, así como los
obispos de varias diócesis importantes, como la de Burgos y Palencia.
(1) De hecho, y como dato complementario de la entrada anterior, dedicada a las figuras del Salvador y María Magdalena, añadir la anécdota de que, salvo en raras ocasiones, se utiliza precisamente su nombre, La Magdalena, para referirse al Monsacro.
(2) Sobre ésta interesante figura, se recomienda la lectura del libro de Rafael Alarcón Herrera, A la sombra de los templarios, editorial Martínez Roca, S.A., Barcelona, 2001. Desde el año 2011, existe en la ermita de Santiago, una talla moderna de ésta Virgen del Monsacro, obra de la artista Nati Torres, residente en el pueblo vecino de Santa Eulalia de Morcín (Santolaya), así como otra interesante reproducción, de la misma autora, del Santiago del Maestro Mateo de la catedral compostelana.
(3) Ocurrió un caso similar, aquí en España, cuando el marqués de Cerralbo especuló con la posibilidad de que la hermosa talla mariana que se conserva en el monasterio soriano de Santa María de Huerta, y que se denomina la Virgen de las Navas, fuera aquélla que llevara en el arzón de su montura el arzobispo de Toledo, Rodrigo Ximénez de Rada, durante la crucial batalla de las Navas de Tolosa, librada en julio de 1212.
(4) No sería extraño, puesto que sin salir del Principado, se cuenta, al menos, con otro caso relevante: el de la ermita de la Santa Cruz, en Cangas de Onís.
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