La Colegiata de San Isidro y el hombre del Santo Sudario de Turín

 


En ocasiones, hace falta un revulsivo inesperado para acometer la intencionalidad de visitar un lugar por el que has pasado centenares de veces y curiosamente, nunca te has decidido a traspasar el umbral, quizás motivado por un estricto sentido de crítica artística: la Real Colegiata de San Isidro.


Ciertamente, reconozco que no soy muy entusiasta de un estilo, el Barroco, que a partir del siglo XVII fue diseminándose como un reguero de pólvora por las principales ciudades de la Península Ibérica, dando lugar a lo que, en mi opinión, podría considerarse como una visión de arquitectura sacra basada en la opulencia y alejada de las austeridades más acordes de estilos anteriores.


De hecho, si bien en diseño no difiere esencialmente de las tradicionales formas de los templos precedentes, manteniendo incluso su planta en forma de cruz, coincido con la opinión de literatos, como Gustavo Adolfo Bécquer, en cuanto a un exceso de ornato, en cuyo interior se tiene la inevitable impresión de sentirse más en un museo de arte sacro, que en un templo.


Pero todos sabemos que la arquitectura, incluso la religiosa, evoluciona acorde con los gustos de la época y en este sentido, el boato podía mantenerse, sobre todo debido al comercio y a las inmensas riquezas que venían del Nuevo Mundo y que cambiaron por completo la economía de muchas ciudades españolas, dando lugar a la acometida de obras menos austeras que las precedentes, beneficiando, además, las veleidades artísticas en nombre de la Fe.


Coronada por dos torres gemelas y dotada, además, de una hermosa cúpula bajo la cual se levanta la capilla de una de las figuras que más devoción despierta entre la feligresía madrileña, Jesús del Buen Poder, además de ser el lugar donde descansan los restos de los Santos Patronos de la ciudad, San Isidro y Santa María de la Cabeza, el pasado sábado, día 23 de octubre de 2021, se inauguraba una exposición de lo más significativa, si tenemos en cuenta la relevancia y a la vez la controversia generada a lo largo de la Historia: nada menos que la figura del hombre al que amortajó la famosa Sábana Santa de Turín.


De manera, que en esta iglesia, diseñada en el año 1620 por el arquitecto jesuita, Pedro Sánchez -por favor, no confundir con el inepto personaje que gobierna actualmente España- teóricamente tomando como modelo la iglesia del Gesú de Roma -esta Colegiata se mantuvo con la categoría de catedral, hasta el año 1993, en que fue consagrada la Almudena- la Orden Soberana Militar del Temple de Jerusalén (OSMTJ) promovió la celebración de la referida exposición, basada en las recreaciones y estudios con la Sábana Santa de Turín y el Pañolón de Oviedo, de un miembro de la Orden: el artista italiano Sergio Rodella.


Si bien la Colegiata fue incendiada en 1936, al comienzo de las hostilidades que tuvieron como origen la infausta Guerra Civil, en la actualidad, un vistazo a su interior, renueva las impresiones sobre un exceso de Arte -en muchos casos reproducciones, pues muchas de las obras originales de artistas como Francisco Ricci o Luca Giordano se perdieron irremediablemente- característico del barroco.


Como en otras iglesias de su tipo -pongamos por caso, la famosa iglesia de San Ginés, situada en la popular calle del Arenal- su interior está dotado de una serie de capillas, donde cabe comentar la influencia Mariana y donde volvemos a encontrarnos, aunque se trate de una réplica moderna, con una venerable Virgen Negra: Nuestra Señora de los Reyes.


De manera, que no sólo había interés arquitectónico y artístico en la visita a este lugar, sino el fascinante añadido de la Pasión de la figura más importante del Cristianismo: el propio Jesús de Nazareth.


Profundizando en todo lujo de detalles y valiéndose de la ayuda de su propio hijo, así como de la Sábana Santa de Turín y el Santo Sudario o Pañolón que se conserva en la catedral de San Salvador de Oviedo -de ahí que siempre se diera relevancia a acudir en peregrinación primero a Oviedo y después a Santiago de Compostela- el Maestro Rodella hizo una réplica exacta del hombre ajusticiado y amortajado.


Réplica, con las heridas milimétricamente calculadas, que concuerda con la versión de numerosos forenses que estudiaron la Sábana Santa de Turín y que, en su opinión, confirma la versión de la Pasión contenida en los Evangelios Canónicos y que viene a confirmar una serie de puntos, realmente desconcertantes: tanto el Sudario de Turín como el de Oviedo, son originales y complementarios, pues este último fue utilizado para cubrir la cabeza del cadáver -cuidadosamente cosido incluso a su cabello- con el fin de evitar las grandes cantidades de sangre, pues según el rito judío, con una pérdida excesiva, no podría ser enterrado tradicionalmente; que el hombre sufrió todas y cada una de las torturas descritas por los Evangelistas y lo más sorprendente todavía, que en ningún momento hizo intención de defenderse, detalle absolutamente anormal si tenemos en cuenta que el de defenderse sería un acto reflejo inevitable, sin contar, por supuesto, el gran misterio de cómo pudo producirse el efecto de negativo o exposición, que afectó a ambos sudarios.


Creyente o agnóstico, lo cierto es, que, si bien a lo largo de los siglos tanto el Santo Sudario de Turín como el Pañolón de Oviedo se han visto sometidos a múltiples contactos y contaminaciones, que han dejado su propia huella impresa, lo que es un hecho cierto, es que ambos, cada uno cumpliendo su función, sirvieron de mortaja para un ser humano, que desde luego, no mereció un ensañamiento tan brutal.


Como afirmaba sabiamente Shakespeare por boca del príncipe de Dinamarca: ser o no ser, que cada uno se responda a sí mismo.


AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, como el vídeo que lo ilustra, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.


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