Sasamón: una puerta a las estrellas


Tal vez sea oportuno, en vísperas de la noche más mágica del año -aquella que determina el solsticio de verano y en la que Jano, el dios bifronte, libera, a través de la Jauna Coeli, toda una variada gama de espeluznantes exquisiteces que durante generaciones han formado una parte más o menos activa y esencial de los grandes mitos de la memoria colectiva de los pueblos-, echar mano de los recuerdos y volviendo la vista atrás, hacia esas infinitas llanadas castellanas, hacer que la imaginación, amigo lector, te transporte, desde donde quiera que estés cómodamente sentado frente a la pantalla de tu ordenador, hacia un lugar cuyo nombre, Sasamón, ya debería ponerte sobreaviso -seas o no persona dada a dejarte encandilar por el fatal atractivo de la mitología-, llevándote sutilmente hacia ese curioso mundo de los aforismos de índole extrapeninsular, que forman parte de esas raíces protohistóricas a las que, generalmente, la historiografía oficial prefiere obviar, temerosa, qué duda cabe, de aceptar conclusiones que puedan hacer tambalearse los cimientos dorados de una Historia que se nos demuestra más y más sorprendente cada vez que se realizan nuevos descubrimientos. Si en efecto, te has percatado pronto de que el referido vocablo contiene el nombre de un todopoderoso dios del panteón egipcio -Amón, cuyos sacerdotes propiciaron la caída de Amenofis IV, Akhenatón, mil años antes de la famosa batalla del puente Milvio, a raíz de la cual, Constantino proclamó al Cristianismo como religión oficial del Imperio-, no creo que te sorprendas mucho, o al menos, no en demasía, si contemplando ésta magnífica pero desgraciada portada, te animo a dejarte llevar por los ríos de la tradición y pienses en ella como el malogrado resto de una iglesia, la de San Miguel, que en tiempos perteneció a la Orden del Temple, y a un pueblecito, desaparecido también, que llevaba por nombre Mazarreros, otro nombre que, curiosamente, ya en su raíz contiene, así mismo, otra sorprendente referencia a esa semi-divinidad con la que antiguamente se consideraba a los herreros, a los que igualmente se relacionaba con la alquimia, pues no sólo poseían el poder de dominar el fuego, sino también de conocer los secretos de los metales y la acción de transformarlos (1).

Por otra parte, y a pesar de que el deterioro provocado por el tiempo o por la acción indiscriminada de unos hombres que utilizaron probablemente de cantera tanto la iglesia y el despoblado -algunos restos, conforman hoy la magnífica iglesia de Sasamón-, es posible que, si tienes ocasión de pasear alguna vez por la campiña situada a las fueras de ésta población, no lejos del cementerio y de los cruceros pétreos que te recomiendo observes con atención, verás que, si bien encuentras dificultad en adivinar el mensaje original de unos capiteles que cada día parecen fundirse un poco más, como la cera de las velas en la noche de difuntos, quizás descubras, no lo que probablemente pudieran haber sido un descendimiento y una psicostasis como elementos más relevantes entre las típicas referencias foliáceas y de leones enfrentados tan características del estilo románico, pero al menos sí podrás ver con claridad dos marcas de cantería, que te harán pensar que, después de todo, puede que la casualidad no exista y que, como decía un admirado Maestro y amigo: cuando el río de la tradición suena, es que agua histórica lleva: la estrella de ocho puntas y la pata de oca.

De lo que no cabe duda, es de que el tiempo, después de todo, no deja de ser el más justo de los estilistas, aportado a la solitaria ruina una escena romántica inolvidable: si tienes ocasión de pasear por allí de noche, no te sorprenderá, en absoluto, el título de la presente entrada y estarás de acuerdo, después de todo, en que ésta malograda portada es, al fin y al cabo, una auténtica puerta a las estrellas.

Feliz Solsticio


(1) A todo aquel que quiera profundizar más en tan apasionante tema, recomiendo la magnífica obra de Mircea Eliade, titulada 'Herreros y alquimistas', Taurus Ediciones, S.A., Madrid, 1959 o la versión de Alianza Editorial, Madrid, 1974.

Comentarios

KALMA ha dicho que…
Hola! Qué pasada, una puerta de piedra sola, como que abre a ninguna parte, al viento y sin embargo, vista en foto, tiene todo el embrujo del filmamento, parece que si la cruzas cambias de dimensión. A veces, la magia, esta en lo más derruido y sencillo.
Un besote.
juancar347 ha dicho que…
Hola, bruja: cuanta razón tienes, cuando dices que no sólo es una puerta al firmamento sino que además, muchas veces, la magia está en lo más derruido y sencillo. Así pensaba el genial Gaudí con respecto a los edificios de estilo gótico, cuyas ruinas, arropadas por la Naturaleza contribuían a ofrecer una escena de ensoñador romanticismo. Impone diferentes sensaciones, ver en medio de ninguna parte una portada que, por sus características, debió de ser magnífica en origen y pertenecer a un lugar que, si hemos de creer en las tradiciones, tuvo que ser interesantemente templario en tiempos.
Un abrazo

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