Betanzos de los Caballeros, encomienda templaria
‘Los señores de lugares,
fortalezas y vasallos; los compañeros de armas de Alfonso VIII y Jaime el
Conquistador; los soldados de las Navas y Valencia del Cid; los que tremolaron
el oriflama español en las murallas de Cuenca, en los adarves de Sevilla y en
los minaretes de Mallorca; los que extendían su vencedora espada desde Lisboa a
Jerusalén…¡Hoy son una sombra perdida en la noche de la eternidad!’ (1)
Históricamente hablando, se sabe
con absoluta certeza que esos compañeros
de armas de Alfonso VIII y Jaime el Conquistador, entre otros, como tan románticamente
los definió Cesáreo Nieto en el Boletín de la Real Academia de la Historia
referenciado, hicieron de ésta hermosa villa brigantina un feudo, allá por los
albores del siglo XII. De hecho, existe documentación que recoge la permuta realizada
en 1251 con el rey Alfonso X el Sabio –recordemos, que ya aparecen los monjes
guerreros en su famoso tratado de ajedrez y también el magnífico sepulcro
policromado de su hermano, el infante D. Felipe, que se localiza en la capilla
de Santiago de la iglesia de Santa María la Blanca, que formaba parte de una
importante encomienda templaria en Villalcázar de Sirga, provincia de
Palencia- a cambio de ciertos territorios en la provincia de Zamora, entre los
que se cuentan Alcañices, Alba de Aliste y posiblemente también otros lugares
como Mombuey, en la que apenas sobrevive la torre de la que fuera su magnífica
iglesia de Santa María, habiendo sido el resto del edificio completamente
modificado de arriba abajo. Cierto es, así mismo, que de aquella lejana
encomienda brigantina, apenas queda rastro alguno, reutilizados sus edificios
en construcciones posteriores, donde el mensaje original y probablemente
trascendente, a juzgar por los restos, se confunde, paradójicamente, con los
mensajes no menos interesantes de otras órdenes, no guerreras –como veremos-
pero no obstante, sí firmes combatientes
de la fe, a las que después de su catastrófica caída, se acogieron no pocos
de sus miembros. Tal sería el caso, de la orden franciscana: precisamente
aquellos que tradicionalmente sofocaban las hogueras que previamente encendían
los dominicos. Y hasta es muy posible, que aprovecharan también los
conocimientos arquitectónicos de los maestros canteros templarios, a la hora de
levantar sus interesantes construcciones, o cuando menos, a la utilización de
parte de cierta simbología afecta, entre la que no faltan, desde luego, las
estrellas de cinco puntas y todo un símbolo esotérico, como es el famoso Sello de Salomón, adoptado, además, por
una familia con la que, al parecer, tuvieron una estrecha relación –hasta el
punto de que algunos de sus miembros, continuaron prestando servicios, después
de la disolución del Temple, en la Orden de Cristo-, además de financiar la
construcción de las principales iglesias de Betanzos: los Andrade. Una de tales
construcciones, la formidable iglesia de San Francisco, se supone que se
levanta en el preciso lugar en el que los templarios tuvieron –según constatan
determinadas fuentes- una pequeña iglesia. A escasos metros de dicho solar,
ocupado desde el siglo XIV por la impresionante obra sacra franciscana, se
sitúa, también, otra de las grandes joyas artístico-medievales de la noble
ciudad brigantina: la iglesia de Santa María del Azogue, o del Mercado, que
también nos recuerda, dentro de los detalles de su ornamentación, algunos
símbolos de posible filiación templaria, incluidas las numerosas cruces paté de
los sillares –independientemente del hecho, de que pudieran ser consideradas
como de consagración, aunque en ese sentido, también se aprecian otros modelos
más comunes y propios para ello-, la utilización como medio expresivo de la
estrella de cinco puntas o pentalfa en sus ventanales góticos –símbolo que
también se aprecia en las construcciones franciscanas de Betanzos y Lugo
capital-, así como el famoso Sello de
Salomón, elementos que, paradójicamente, tampoco son ajenos al tercer
templo brigantino de época e interés: el de Santiago.
Por otra parte, se sabe, porque
así hay publicaciones que lo demuestran incluso gráficamente (2), que en
tiempos hubo un pequeño museo de piezas
templarias en el interior de la iglesia conventual de San Francisco. Piezas
que, curiosamente, han vuelto a ser reutilizadas, y en la actualidad se pueden
apreciar en la portada de poniente: precisamente aquélla que, como en el caso
de Santa María del Azogue, su tímpano también luce una peculiar Adoración de
los Magos. Entre dichas piezas, cabe destacar la figura de un magnífico Agnus
Dei; la que bien pudiera ser una referencia bafomética
a la cabeza del Bautista y algunas otras de oscura y singular simbología, como
aquélla en la se aprecian dos lobos desgarrando los linos que protegen un
cadáver: ¿tal vez el del propio Cristo?. En dicha portada además, y
coincidiendo con algunos de los que se encuentran entre la fantástica colección
de losas que se exhiben en el interior de la iglesia noyesa de Santa María a
Nova, algunos símbolos de los sillares, llaman también la atención.
Y entre otras muchas –como la
presencia, en lugar no fácil de vislumbrar, de algún personaje janístico o de dos caras o las emblemáticas vacas cíclicas o solares-, una última
curiosidad: en el interior del templo, colocado a media altura en su cabecera,
un magnífico aunque algo deteriorado Pantocrátor nos recuerda, por su estilo y
ejecución, a los de las iglesias palentinas de San Juan, en Moarves de Ojeda y
de Santiago, en Carrión de los Conde, ésta última, asociada con la Orden del
Temple y en la actualidad, Museo de Arte Sacro.
(1) Cesáreo Nieto: Boletín de la Real Academia de la Historia, mayo de 1868.
(2) Se recomienda la lectura del libro de Xavier Musquera, 'La aventura de los templarios en España', inicialmente publicado bajo el título de 'La espada y la cruz'.
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