Revisitando el Monasterio de San Polo
Fundado bajo el reinado de Alfonso VIII, el Batallador, el convento templario de San Polo estuvo habitado, aproximadamente, hasta el año 1312, cinco años después de que, siguiendo un plan, larga y fríamente concebido por el monarca francés Felipe el Hermoso y su primer ministro, Nogaret, se procedió a la detención de todos los templarios de Francia, dando origen a un proceso que culminaría en 1314, con la quema en la hoguera de un centenar de monjes-guerreros -incluido Jacques de Molay, su último Gran Maestre- y la supresión definitiva de la Orden.
A partir de aquí, la historia de San Polo se resume, a grosso modo, en su compra por los nobles -seguramente, esos mismos que menciona la leyenda de Bécquer y que ambicionaban unos terrenos fructíferos, no sólo en frutos, sino también en caza- abandono y ruina, vuelta a adquirir y herencias familiares, hasta llegar a nuestros días y a su actual propietario, que lo mantiene en un perfecto estado de conservación.
Desde luego, apenas han sobrevivido estelas funerarias, de las numerosas que debieron de existir: tan sólo tres, las cuales son, precisamente, las que se muestran en el presente vídeo. No obstante suficientes, en mi opinión, para ofrecernos una ligera idea de la mística practicada por estos legendarios soldados de Dios.
Las tres estelas, muestran en sus anversos la cruz más universal, de las numerosas y variadas tipologías de cruz utilizadas por la Orden. Ahora bien, lo interesante reside en los anversos. Una de las estelas, repite el motivo crucífero patado; sin embargo, en las otras dos, encontramos símbolos y motivos para alimentar toda clase de especulaciones: un sol y una estrella de cinco puntas o pentalfa; motivo, éste último, que conecta intelectualmente, en mi opinión, con las famosas pentalfas que unen el transepto de otra iglesia templaria, mundialmente conocida: San Bartolomé, en el Cañón del Río Lobos.
Por otra parte, no son pocos los autores que, a lo largo de los años han incidido, precisamente, en este aspecto místico, esotérico y solar de una Orden que, no obstante la poca documentación que ha sobrevivido a nuestros días, ha dejado parte de esos insondables misterios, cincelada en la piedra de los edificios que habitaron un día.
La pentalfa representada en ésta estela funeraria de San Polo -y aquí entro en el terreno propio de la especulación- aparte de otros significandos, se me ocurre pensar que bien pudiera haber pertenecido a algún compañero-constructor afín a la Orden, incluso integrante de sus filas, pues resulta bien conocida la utilización de tal símbolo entre los gremios de cantería de la Edad Media, hasta el punto de que se localiza en los sillares de numerosos edificios, como puede ser, por citar un ejemplo, la mencionada iglesia de San Bartolomé, y aún más, sin salir de la provincia, el monasterio cisterciense de Santa María de Huerta. Recordemos que el Císter era la orden hermana, no armada y que tanto cistercienses como templarios, se nutrieron de una de las mentes más portentosas de la Edad Media: Bernardo, abad de Claraval o Clairvaux.
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