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Caballeros templarios en Segovia

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  Todavía, al cabo de los siglos, las célebres palabras del arquitecto francés, Violet le Duc, sugiriendo que las iglesias y ermitas de planta octogonal respondían, posiblemente, a un modelo de arquitectura templaria, continúan despertando encendidos debates entre los historiadores, quienes, sobre todo, en las últimas décadas, han sacado de su ostracismo histórico a otra misteriosa orden medieval, la del Santo Sepulcro, a la que atribuyen, en realidad, el mérito de haber levantado las principales iglesias de este estilo, al menos, aquí en España. Pero lo cierto es, que, cuando nos desplazamos a Segovia y tomamos el camino hacia Zamarrala, teniendo siempre como guía la fabulosa estructura del Alcázar, observamos, no sin cierto estupor, que este imponente templo, de planta, no ya octogonal sino dodecagonal, toma el ejemplo de la iglesia que los templarios tuvieron en el interior del castillo de Pelerin, en Tierra Santa y que todavía está envuelta en el misterio, recogiendo, de paso, las

Mitos del Monsacro / Myths of the Monsacro

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  Su situación y su peculiar arquitectura no son, en modo alguno, casuales. Tampoco sabremos nunca, quién fue, en realidad, aquel misterioso Frater Rodericus a quien los monarcas astur-leoneses le otorgaron el privilegio de establecerse en las brumosas cimas de una de las más enigmáticas montañas sagradas de Asturias: el Monsacro. De las dos ermitas románicas que se levantaron en su cima, allá por los comienzos del siglo XII, llama poderosamente la atención la forma octogonal de la planta de una de ellas, que, aunque ahora está dedicada a la figura del Apóstol Santiago, en sus orígenes se levantó en honor de una Virgen Negra, que era, precisamente, la guardiana y protectora del lugar sagrado: Nuestra Señora del Monsacro. La otra, igual de rudimentaria, aunque de formas más conocidas, está dedicada, curiosamente, a la siempre controvertida figura de María Magdalena, que, no obstante, siempre gozó de enorme popularidad entre las gentes sencillas. Puede que el mito de que las iglesias de

La Colegiata de San Isidro y el hombre del Santo Sudario de Turín

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  En ocasiones, hace falta un revulsivo inesperado para acometer la intencionalidad de visitar un lugar por el que has pasado centenares de veces y curiosamente, nunca te has decidido a traspasar el umbral, quizás motivado por un estricto sentido de crítica artística: la Real Colegiata de San Isidro. Ciertamente, reconozco que no soy muy entusiasta de un estilo, el Barroco, que a partir del siglo XVII fue diseminándose como un reguero de pólvora por las principales ciudades de la Península Ibérica, dando lugar a lo que, en mi opinión, podría considerarse como una visión de arquitectura sacra basada en la opulencia y alejada de las austeridades más acordes de estilos anteriores. De hecho, si bien en diseño no difiere esencialmente de las tradicionales formas de los templos precedentes, manteniendo incluso su planta en forma de cruz, coincido con la opinión de literatos, como Gustavo Adolfo Bécquer, en cuanto a un exceso de ornato, en cuyo interior se tiene la inevitable impresión de sen

Orbaneja del Castillo

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  Seguramente, de esa oscura época protohistórica, caótica y confusa, en la que los épicos poetas griegos situaron los paradigmáticos escenarios que enfrentaron a los Dioses con los ingobernables Titanes, como método para explicar la soberbia transformación de una naturaleza no siempre satisfecha consigo misma, surgieran, del fondo de los limos abisales, espectaculares accidentes geográficos, que, por su grandiosa constitución, llamaron la atención del hombre primitivo, quien se asentó a su vera, sin duda, irremisiblemente seducido por su sobrenatural belleza. Es lo que podría llegar a pensar el viajero, echando mano de las injerencias de su propia fantasía, cuando accede a este carismático lugar y siente, sobrecogido por su prodigiosa grandeza, que se encuentra felizmente amparado por un espacio natural, cuya magnética grandeza ha de provocarle, como al legionario, zarpazos en el alma: los Cañones del Ebro. No es de extrañar, tampoco, que el águila y el buitre sean señores indiscutibl

De Roncesvalles a los confines de Castilla / From Roncesvalles to the confines of Castilla

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  Algo eminentemente especial, debe de tener este impresionante accidente natural, que, discurriendo a lo largo de más de una veintena de kilómetros, sirve como frontera natural a dos ancestrales comunidades de la Vieja Castilla, como son Burgos y Soria. La atención puesta en las innumerables cuevas que jalonan todos y cada uno de sus pronunciados desfiladeros, no sólo llamó la atención de aquel hombre primitivo del Neolítico, que ya comenzaba a manifestar los primeros síntomas de una espiritualidad, que hizo, de lo más profundo de ellas, el sancta santórum de las primeras manifestaciones religiosas y por defecto, de los primeros templos de la humanidad, sino, que, además, en época medieval, atrajo también el interés de órdenes monásticas que buscaban la trascendencia en los lugares más insólitos y apartados de una España, que, por aquel entonces, estaba inmersa en las vicisitudes de lo que bien podría considerarse como la antesala de las Cruzadas. Es el caso, sin ir más lejos, de la c

San Pedro Manrique: el ser o no ser de los caballeros templarios / San Pedro Manrique: the being or not being of the Knights Templar

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  Dentro de ese metafórico ‘ser o no ser’, de una Historia implacable a la hora de otorgar a numerosos lugares de nuestra vieja España medieval, la no menos metafórica denominación de origen, ‘fue de templarios’, tenemos otro magnífico ejemplo en unas ruinas, solitarias y fantasmales, vistas a la luz del crepúsculo, que, milagrosamente, continúan en pie, elevadas, cual tenebroso árbol del ahorcado, en una solitaria colina, situada a las afueras de una población soriana, San Pedro Manrique, que, allá por la festividad de San Juan, es decir, del solsticio de verano -no olvidemos nunca, que, en cuanto a Soria se refiere, la Celtiberia está siempre presente- continúan sorprendiendo al mundo entero, con su tradicional y a la vez, espectacular paso del fuego. Dicen los viejos del lugar -y yo así también lo creo- que este arruinado lugar, conocido como San Pedro el Viejo -posiblemente, fuera San Pedro Ad Vincula en sus orígenes, en recuerdo a aquélla legendaria liberación de las cadenas que l