La leyenda del templario enamorado



Compostela y sus misterios: muchos, cuando llegan a Compostela, no tardan en descubrir, maravillados en ocasiones y estupefactos en otras, que más allá del motivo de su viaje, más allá incluso, de su carácter serio, canónico y aparentemente ortodoxo de santa ciudad de los caminos de peregrinación, Compostela es también un gran cuento, un cuento extraordinario, que a semejanza de los que la hermosa e inteligente Scherezade le contaba al desvelado y pérfido sultán, cuenta siempre con la inestimable ayuda de esa niñeras de la Historia, que en el fondo son las tradiciones y leyendas.



No es exagerado, tampoco, alegar que en Compostela todo gira prácticamente en torno a su catedral, objeto activo y pasivo que cuenta con la suficiente carga emocional, tanto para recargar las pilas del intrépido soñador como para mantener cautivo de la fe, a un mundo que todavía hoy, al cabo de dos mil años de crónicas, sucesos y necrológicas de la más diversa condición, continúa creyendo a pies juntillas en el milagro de la barca de piedra que trajo los restos del Apóstol Santiago de Palentina a Galicia, atravesando el anchuroso mar.



Del maestro Mateo, artífice del alabado y a la vez recientemente maquillado Pórtico de la Gloria, poco o nada se sabe, a excepción de que hasta tiempos relativamente cercanos los historiadores le consideraban un oscuro arquitecto de la corte del rey Fernando II de León y que dejó un estilo escultural a lo largo de las diferentes comunidades del antiguo reino de Galicia, bastante fácil de seguir, al que se conoce precisamente con su nombre: mateano.



Pero lo más extraño y a la vez, el elemento que entronca con una curiosa leyenda medieval, acerca de un templario enamorado y el origen de ese oscuro ídolo con forma de cabeza al que adoraban, el Baphomet, se localiza en otro de los pórticos de la catedral compostena: el Pórtico de Platerías, llamado así, precisamente porque antiguamente daba a la calle de los plateros.



Diseñado por el maestro Esteban, del que al menos se conoce su origen franco, su carácter proactivo puesto que tenía familia numerosa y su intervención, también, en la catedral de Pamplona, en éste pórtico, de entre todas sus rarezas –incluida una hermosa escultura del lujurioso rey David tocando el violín- una dama muerta, que recién acaba de parir la calavera que sostiene entre sus yertas manos, nos muestra lo que el pueblo, en forma de leyenda, refiere como los amores prohibidos y necrófilos de un caballero templario, perdidamente enamorado de la dama y el fruto de tan insana pasión, recogido nueve meses después: una calavera parlante –también se decía, que el Papa Silvestre II, al que apodaban el brujo, tuvo la suya- que conocía todos los secretos habidos y por haber.



Yo, como decía aquél mercenario francés al servicio de Enrique de Trastámara, Bertrand Du Guesclin, ni quito ni pongo rey, tan sólo sirvo a la tradición. Y si por tradición fuera, podría citarse también, según se comenta y rumorea, la misma acción llevada a cabo en el siglo XIX por el escritor romántico José Zorrilla, autor, entre otros, de textos realmente tan excelentes como ‘El estudiante de Salamanca’ y ‘El Diablo Mundo’.



AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.



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