Campisábalos: el misterio de la Capilla del Caballero San Galindo

En ocasiones, resulta emocionante comprobar la manera en la que algunos hechos y algunos personajes, permanecen durante siglos en la memoria de los pueblos, como un paradigma existencial en el que se altera el contenido general pero no el mensaje primordial que subyace en el fondo. Un ejemplo de lo que digo, puede encontrarse aquí, en ésta capilla añadida a la iglesia de San Bartolomé, en Campisábalos, y en el personaje con quien se relaciona: el caballero Galindo o, en su grado beatífico, el caballero San Galindo.
Teniendo en cuenta, que España es un país donde las circunstancias de su Historia hicieron que no todo el mundo tuviera acceso a la Cultura hasta tiempos relativamente recientes, conllevó que ésta, o mejor dicho, esa parte íntima y visceral conformada por los mitos, vivencias y creencias, y resumidas en la palabra folklore, se transmitiera de manera oral, de padres a hijos, durante generaciones. Sin duda, hablamos de una riqueza bastante menospreciada por los historiadores ortodoxos, pero que, afortunadamente, sobrevive en las reseñas de investigadores que se afanan, poniendo todos los medios a su alcance -esfuerzo, tiempo y dinero, principalmente- en su estudio y recopilación, contribuyendo, en gran medida, a rescatarla del olvido.
La mejor fuente de información, sin duda, la constituyen las personas de una cierta edad, como el septuagenario don Severino Simón -a quien ya tuve el honor de presentar en la anterior entrada- cuyos recuerdos constituyen, de hecho, una pequeña clave que puede ayudarnos a argumentar una hipótesis que posiblemente, durante el transcurso de la conversación, vayamos intuyendo.

Moviéndonos, pues, en el resbaladizo universo de lo hipotético -todo hay que decirlo, al menos, en un intento de ser honestos- podemos descubrir, si no la identidad exacta del misterioso caballero Galindo, sí al menos algunos detalles que nos ponen sobre la pista de su posible origen y procedencia.
Cuenta don Severino, y lo hace con la seriedad que otorga el respeto, que el caballero en cuestión, es decir, Galindo, contaba con el beneplácito de la realeza, bajo cuyo favor -interesante sería preguntarnos por qué- recibía amplias extensiones de terreno, así como pueblos y aldeas abandonadas, con el fin de proceder a su repoblación. De manera notoria, se le reconoce -añadiré, llegados a este punto, que resulta interesante la insistencia de don Severino- la creación de numerosos hospitales. Por ello, durante buena parte de la conversación, éste simpático septuagenario hará uso de la palabra hospitalario al referirse a una de las principales actividades del caballero en cuestión. Creo importante resaltar dicho aspecto, para no adelantar suspicacias. Parte de los terrenos donados por la realeza a tan peculiar caballero, conforman lugares cuyo contenido, en tiempos, nos ha de parecer sumamente interesante, como puede ser el caso de las Navas de Jadraque, lugar donde se constata la existencia de minas de plata y de oro, posiblemente ya explotadas en tiempos de la dominación romana. Otros lugares, porque aún llevan en la actualidad las señas de identidad del caballero que fue su fundador: Casas de San Galindo, población situada a 13 kilómetros de distancia de la histórica villa de Hita, y a un kilómetro, poco más o menos, de distancia de Miralrío. Todo esto tiene su sentido, en plena expansión de Reconquista, si añadimos, así mismo, que si no todos, al menos algunos de estos lugares, según parece, formaban parte del camino que, partiendo de Cuenca, pasaba también por Albendiego, Campisábalos y Ayllón, uniéndose en Burgos al denominado Camino Francés de peregrinación a Santiago de Compostela. Hasta aquí, a grandes rasgos, lo que el folklore popular al que nos referíamos al principio, ha conservado en la memoria con relación a las actividades de tan singular personaje.
La historia, evidentemente, continúa ahora con la curiosa capilla que alberga -o albergó en tiempos- los restos mortales del caballero. Lo primero que ha de llamarnos la atención de ésta capilla, añadida, como es sabido, al cuerpo principal de la iglesia de San Bartolomé, es su forma, rectangular y de techo abovedado; de manera que, simbólicamente hablando, podríamos compararla con un arca o un arcón, elemento sin duda útil, cuando no imprescindible, para guardar o recepcionar algo. Lo segundo, a pesar de ser un elemento común a numerosas iglesias románicas, tanto de la provincia como de otras provincias, es el calendario agrícola que se localiza en el cuerpo principal de la nave; calendario del que todo el mundo habla, pero apenas destaca su pertenencia a la capilla y no a la iglesia, y que, de alguna manera, nos introduce en un modus vivendi o forma de vida. Forma o modo de vida, que don Severino comprende a la perfección: siembra, recogida, caza, combate...detalles típicos de la época, es cierto, pero también, no lo olvidemos, modelo de una estructura social eminentemente organizada.
La serpiente enroscada, es otro de los símbolos que, en forma de canecillo, llaman la atención, situado en uno de los extremos del pórtico de acceso, siendo el canecillo del extremo contrario, una cabeza, probablemente de índole monstruosa o animal. El grado de deterioro, hace difícil describir con exactitud los restantes canecillos que se encuentran en el medio, aunque uno de ellos representa, indudablemente, una figura humana.
En el interior, y motivado por la restauración de la iglesia, se encuentran algunos elementos que pertenecen originalmente a ésta. Entre ellos, dos figuras, de época indeterminada, que representan a San Bartolomé y a María Magdalena, respectivamente.

Figuras muy curiosas, a mi entender, que bajo una apariencia ortodoxa en parte y desde luego piadosa, ocultan, no obstante, algunas peculiaridades dignas de ser comentadas. Ambas, en este caso, tienen en común un elemento que las relaciona, precisamente, con uno de los símbolos que hemos mencionado antes: la serpiente. Conocida es la historia de San Bartolomé, que fue desollado vivo pero cuya piel volvió a regenerarse. El elemento serpentino, en la figura de María Magdalena, hemos de situarlo aquí -¿una licencia del artista?- en el curioso vestido; un vestido que, si nos fijamos bien, está recubierto de escamas, como la piel de una serpiente. Elemento asociado con el mal por la ortodoxia eclesial, pero también representativo de la sabiduría y de la renovación, en el pensamiento heterodoxo. Y ambos, San Bartolomé y María Magdalena, santos de especial devoción para la más heterodoxa de las órdenes de caballería medievales: la Orden del Temple.

La sabiduría, en este caso encubierta, era utilizada, también, entre los gremios canteros, que no perdían ocasión para desplegar su conocimiento de una manera por completo velada al neófito, valiéndose, para ello, de claves y señales de identidad que sólo eran conocidas por otros hermanos del gremio o adeptos. Tal vez por eso, puede que decidieran utilizar un decorado -la cenefa, digámoslo así, que en los estadios superiores recorre los cuatro ángulos de la nave- conformado por un entrelazado de flores de lis, siendo ésta, además, una de las formas encubiertas de la denominada runa de la Vida o, más sencillamente conocida, pata de oca. Señal que, además, si hemos de hacer caso de las aseveraciones del investigador francés Louis Charpentier (1), era el símbolo que identificaba a uno de los principales gremios compañeriles que dejaron constancia de su paso a todo lo largo y ancho de los caminos jacobeos; concretamente, a aquél gremio denominado como Hijos del Maestro Jacques. Otra huella de esta simbología la encontramos, junto con otros elementos de las hermandades canteras -el lobo, animal emblemático y compañero del dios celta Lug- en el escudo que, supuestamente, pertenecía al caballero. Una fina cruz lo divide en cuatro partes iguales, de tal manera, que en la parte superior encontramos tres flores de lis que, por su posición, conforman un triángulo, y a su lado, una torre; en la parte inferior, debajo de las flores de lis, el lobo, y a su lado, otra torre. Por desgracia, la inscripción que se encuentra inmediatamente debajo del escudo, no ofrece fecha alguna que se pueda tomar como referencia, e incluso algunos investigadores dudan de que no haya sido alterada an algún momento de la Historia, por intereses que sería demasiado extenso explicar:

'En esta capilla donde está la reja de hierro está sepultado el cuerpo del caballero San Galindo y de la dicha capilla y hospital y bienes y rentas suyas son patrones la Justicia y Regimiento de la villa de Atienza. Hízose por mandato de los ilustres Señores Licenciado Alvarez, Alcalde Mayor por su Majestad de la dicha villa y Don Gr. de Medrano Bravo Alférez Mayor, Francisco del Castillo, Juan de Riveros, Grd. Pinedo, Br. de Hijes, López de Guzmán, Francisco Guerrero'.

La reja de hierro a que hace referencia la inscripción, en efecto, señala el lugar donde se encuentra la tumba del caballero. Una tumba que, a priori, y al contrario que la del famoso cuadro de Nicolás Poussin (2), no parece contener inscripción ni símbolo alguno. Por encima de ella, uno de los capiteles mejor conservados del románico de Guadalajara, muestra un conjunto de clara influencia silense, formado por dos arpías cabalgando sendas bestias, y a los extremos, dos centauros-sagitarios en actitud de asaetearlas.

La pequeña ventanita del ábside, recuerda de inmediato la influencia mudéjar afín a otras construcciones religiosas de la zona, como la ya mencionada iglesia de Santa Coloma de Albendiego, y aparte de compilar referencias de marcado origen esotérico e incluso alquímico (3), conforma un alegato, sinárquico, en mi opinión, que alude o contiene símbolos de las tres religiones principales: cristianismo, islamismo y judaísmo.

Aún a riesgo de críticas y desacuerdos, soy de la opinión de que aquí, en realidad, se está venerando -muy desvirtuado con el paso de los siglos- lo que podríamos calificar de santo templario. Otro de tantos ejemplos repartidos por nuestra geografía, que conlleva el recuerdo de unos caballeros cuyas acciones dejaron huella en la memoria de los pueblos, y que, aún consentidos por la ortodoxia eclesial, generan cierto ambiente heterodoxo difícil de ignorar.

A todo persona interesada por conocer más acerca de los santos templarios, recomiendo la lectura del libro de Rafael Alarcón Herrera, La estirpe de Lucifer (4).

(1) Louis Charpentier: El misterio de Compostela, Editorial Plaza & Janés, 1976.

(2) El cuadro de Nicolás Poussin al que se hace referencia en ésta licencia literaria, es aquél titulado Le bergiers d'Arcadie (Los pastores de la Arcadia) y a la inscripción Et in Arcadia ego, Yo también estoy en Arcadia, que se localiza en la tumba que, tan atentamente, leen los pastores y forma parte del misterio de Rennes-le-Chateau.

(3) La cruz, por ejemplo, de las del tipo denominado de ocho beatitudes o bienaventuranzas contendría, según diversos autores, el alfabeto secreto de la Orden del Temple. Los triángulos superpuestos de la estrella de David o Sello de Salomón, describirían, también y según sea la posición hacia donde apunta su vértice (hacia arriba, hacia abajo o hacia los lados) los cuatro elementos básicos de la Alquimia: Tierra, Agua, Aire y Fuego.

(4) Rafael Alarcón Herrera: La estirpe de Lucifer, Ediciones Robinbook, S.L., 2006.

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