Campisábalos: el misterio de la Capilla del Caballero San Galindo
Figuras muy curiosas, a mi entender, que bajo una apariencia ortodoxa en parte y desde luego piadosa, ocultan, no obstante, algunas peculiaridades dignas de ser comentadas. Ambas, en este caso, tienen en común un elemento que las relaciona, precisamente, con uno de los símbolos que hemos mencionado antes: la serpiente. Conocida es la historia de San Bartolomé, que fue desollado vivo pero cuya piel volvió a regenerarse. El elemento serpentino, en la figura de María Magdalena, hemos de situarlo aquí -¿una licencia del artista?- en el curioso vestido; un vestido que, si nos fijamos bien, está recubierto de escamas, como la piel de una serpiente. Elemento asociado con el mal por la ortodoxia eclesial, pero también representativo de la sabiduría y de la renovación, en el pensamiento heterodoxo. Y ambos, San Bartolomé y María Magdalena, santos de especial devoción para la más heterodoxa de las órdenes de caballería medievales: la Orden del Temple.
La sabiduría, en este caso encubierta, era utilizada, también, entre los gremios canteros, que no perdían ocasión para desplegar su conocimiento de una manera por completo velada al neófito, valiéndose, para ello, de claves y señales de identidad que sólo eran conocidas por otros hermanos del gremio o adeptos. Tal vez por eso, puede que decidieran utilizar un decorado -la cenefa, digámoslo así, que en los estadios superiores recorre los cuatro ángulos de la nave- conformado por un entrelazado de flores de lis, siendo ésta, además, una de las formas encubiertas de la denominada runa de la Vida o, más sencillamente conocida, pata de oca. Señal que, además, si hemos de hacer caso de las aseveraciones del investigador francés Louis Charpentier (1), era el símbolo que identificaba a uno de los principales gremios compañeriles que dejaron constancia de su paso a todo lo largo y ancho de los caminos jacobeos; concretamente, a aquél gremio denominado como Hijos del Maestro Jacques. Otra huella de esta simbología la encontramos, junto con otros elementos de las hermandades canteras -el lobo, animal emblemático y compañero del dios celta Lug- en el escudo que, supuestamente, pertenecía al caballero. Una fina cruz lo divide en cuatro partes iguales, de tal manera, que en la parte superior encontramos tres flores de lis que, por su posición, conforman un triángulo, y a su lado, una torre; en la parte inferior, debajo de las flores de lis, el lobo, y a su lado, otra torre. Por desgracia, la inscripción que se encuentra inmediatamente debajo del escudo, no ofrece fecha alguna que se pueda tomar como referencia, e incluso algunos investigadores dudan de que no haya sido alterada an algún momento de la Historia, por intereses que sería demasiado extenso explicar:
'En esta capilla donde está la reja de hierro está sepultado el cuerpo del caballero San Galindo y de la dicha capilla y hospital y bienes y rentas suyas son patrones la Justicia y Regimiento de la villa de Atienza. Hízose por mandato de los ilustres Señores Licenciado Alvarez, Alcalde Mayor por su Majestad de la dicha villa y Don Gr. de Medrano Bravo Alférez Mayor, Francisco del Castillo, Juan de Riveros, Grd. Pinedo, Br. de Hijes, López de Guzmán, Francisco Guerrero'.
La reja de hierro a que hace referencia la inscripción, en efecto, señala el lugar donde se encuentra la tumba del caballero. Una tumba que, a priori, y al contrario que la del famoso cuadro de Nicolás Poussin (2), no parece contener inscripción ni símbolo alguno. Por encima de ella, uno de los capiteles mejor conservados del románico de Guadalajara, muestra un conjunto de clara influencia silense, formado por dos arpías cabalgando sendas bestias, y a los extremos, dos centauros-sagitarios en actitud de asaetearlas.
La pequeña ventanita del ábside, recuerda de inmediato la influencia mudéjar afín a otras construcciones religiosas de la zona, como la ya mencionada iglesia de Santa Coloma de Albendiego, y aparte de compilar referencias de marcado origen esotérico e incluso alquímico (3), conforma un alegato, sinárquico, en mi opinión, que alude o contiene símbolos de las tres religiones principales: cristianismo, islamismo y judaísmo.
Aún a riesgo de críticas y desacuerdos, soy de la opinión de que aquí, en realidad, se está venerando -muy desvirtuado con el paso de los siglos- lo que podríamos calificar de santo templario. Otro de tantos ejemplos repartidos por nuestra geografía, que conlleva el recuerdo de unos caballeros cuyas acciones dejaron huella en la memoria de los pueblos, y que, aún consentidos por la ortodoxia eclesial, generan cierto ambiente heterodoxo difícil de ignorar.
A todo persona interesada por conocer más acerca de los santos templarios, recomiendo la lectura del libro de Rafael Alarcón Herrera, La estirpe de Lucifer (4).
(1) Louis Charpentier: El misterio de Compostela, Editorial Plaza & Janés, 1976.
(2) El cuadro de Nicolás Poussin al que se hace referencia en ésta licencia literaria, es aquél titulado Le bergiers d'Arcadie (Los pastores de la Arcadia) y a la inscripción Et in Arcadia ego, Yo también estoy en Arcadia, que se localiza en la tumba que, tan atentamente, leen los pastores y forma parte del misterio de Rennes-le-Chateau.
(3) La cruz, por ejemplo, de las del tipo denominado de ocho beatitudes o bienaventuranzas contendría, según diversos autores, el alfabeto secreto de la Orden del Temple. Los triángulos superpuestos de la estrella de David o Sello de Salomón, describirían, también y según sea la posición hacia donde apunta su vértice (hacia arriba, hacia abajo o hacia los lados) los cuatro elementos básicos de la Alquimia: Tierra, Agua, Aire y Fuego.
(4) Rafael Alarcón Herrera: La estirpe de Lucifer, Ediciones Robinbook, S.L., 2006.
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