1 Ocurrió en la ciudad de Soria, hace tanto tiempo, que cuando la escuché, sentado sobre las escalinatas que dan acceso a la ermita de San Saturio, pensé que aquél afable anciano me estaba contando un cuento. Recuerdo la mañana, plácida, como hacía años que no recordaba otra y también el pensamiento que acudió a mi mente, posiblemente al mismo tiempo que la pluma de un ave pasó planeando entre los dos hasta posarse suavemente en el suelo, a mis pies, haciéndome sentir, por un momento, un entrañable tonto como Forrest Gump. En efecto, antes de que el viejo comenzara a contarme la historia, pensé que la primavera -coqueta en el fondo, como toda mujer que se precie- se había vestido de gala para enamorar al verano que, aunque a regañadientes -no en vano, el cambio climático se adivinaba cada día más cercano, como un fantasma preparándose para espantar el orden natural de las estaciones-, ya comenzaba a dar señales de despertar. Por alguna razón que desconozco, y que más tarde olvidé pregu...