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Mostrando entradas de junio, 2012

Las Médulas: el oro de los templarios

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L a historia del Temple es, sin duda, una historia cuyas vicisitudes épicas, cual el más apasionante y popular de los best-sellers, engancha y genera siempre un profundo interés en un público amante del misterio y de los enigmas históricos. Gran parte de ese interés generalizado, radica en la extrema pobreza de sus orígenes –unos orígenes envueltos en el más impenetrable de los misterios, por cierto- y en la habilidad con la que sus dirigentes hicieron medrar a una Orden que, de la más absoluta de las pobrezas y en un tiempo relativamente breve, se convirtió en la más rica y poderosa de Occidente. M ucho se ha especulado, evidentemente, sobre la naturaleza de sus, en teoría inagotables recursos; y sobre todo, en el destino que sufrieron éstos, cuando la Orden fue disuelta. Este punto, qué duda cabe, genera, posiblemente, una de las cuestiones que más hipótesis ha generado, sin que hasta el momento ninguna de ellas haya podido satisfacer plenamente la curiosidad de historiadore

Llames de Parres: San Martín de Scoto, otro Grial asturiano

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‘Dejando el concejo de Piloña se entra en el de Parres, muy montuoso y no tan fértil ni poblado de árboles como aquel en donde se hallan los solares de las dos antiguas familias de Nevares y Corderos que se precian de descender de los paladines de Pelayo: pasamos por el lugar de Llames de Parres o Collado del Otero, situado en la parroquia de Biabaño, no lejos del Piloña, y por otros varios, y a las 3 leguas y media del Infiesto, avistamos a la izquierda del camino por donde marchábamos, y a las riberas del río Sella, el histórico monasterio de San Pedro de Villanueva, que se alza al pie del elevadísimo monte llamado en las viejas crónicas Olicio, y hoy Osuna…’ (1). L lames de Parres, dista apenas ocho kilómetros de Arriondas y poco más del doble de Cangas de Onís y el entorno legendario de Covadonga. Como decía aquél afortunado viajero, Francisco de Paula, montuoso y poco poblado de árboles , por sus lindes hemos de situar ese Camín o Camino de la Reina que, partiendo de l

Llanes: ¿marinera y templaria?. La Capilla de Santa María Magdalena

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‘La Salea era en Llanes una especie de procesión marinera por los días de Santa Ana, Santa María Magdalena o en ocasión de algún señalado acontecimiento. Las embarcaciones ornadas con guirnaldas y gallardetes, cintas y flores se paseaban a remo por el puerto hasta salir al mar, repletas de gente bulliciosa y cantarina. No tenían fecha fija y su realización dependía del calendario de las mareas’ (1). A unos cien metros, aproximadamente de la Colegiata y transversal a esa calle Mayor que desemboca en la plaza de Santa Ana, se localiza una sencilla capilla, cuya historia se remonta a los siglos XII a XIII, en los que es probable que el Temple estuviera instalado en la ciudad, desempeñando no sólo labores defensivas, sino también hospitalarias hacia los peregrinos que arribaban a este puerto, para cumplir sus votos con el Apóstol Santiago. C omo en el caso de la Santa Madre, la plaza que alberga la capilla, hace honor al nombre de la Magdalena –figura también indiscutiblemente